El monstruo más conocido de la
cinematografía japonesa no ha sido un extraño en las pantallas
occidentales. Desde las primeras versiones orientadas al público
global, donde se incluía un actor conocido para poder hacerlo más
atractivo en los cines fuera de Japón, el primer intento de remake
llevado a cabo por Roland Emmerich donde convertía al enorme pero
regordete lagarto en una especie de tiranosaurio cabreado, hasta uno
filmado en 2.014 donde por fin parecían captar el trasfondo que
acompañaban los cincuenta años largos de kaiju. Detrás de este
parecía encontrarse la misma idea que la de su productora original:
si funciona, irían apareciendo secuelas y nuevas criaturas que
formarían parte de un Monsterverse, como planeaban llamarlo. E
incluso, hacer formar parte de este al propio King Kong, como se
sugirió en La isla de la Calavera, intentando convertirla de una
forma muy libre en una precuela.
El rey de los monstruos es en realidad
la secuela directa de ese primer Godzilla: no solo los mismos
monstruos, sino los mismos personajes que deben lidiar con las
consecuencias de la primera aparición de unos titanes de los que no
queda muy claro su papel en el mundo, si protectores o amenaza. El
matrimonio Russell mantiene una separación que dura ya varios años
desde la muerte de su hijo mayor, otra de tantas víctimas de la
lucha entre gigantes. Aislado uno, obsesionada otra con el desarrollo
de una máquina que permita interferir en el radar de los titanes y
neutralizar el carácter destructor de algunos de ellos, esta es
robada por un grupo terrorista decidido a liberar a todos los titanes
y que estos reestablezcan un orden natural que ha sido alterado por
los humanos. La máquina funciona, pero no el plan, dado que uno de
los titanes, similar a un dragón con tres cabezas, no parece
responder de la misma manera que el resto y su presencia supone la
posibilidad de la destrucción total de la humanidad. Y, pese a la
reticencia de muchos, quienes veían una amenaza en todos los
titanes, quizá recaiga en un uno de ellos, al que llaman Godzilla,
una posibilidad de detenerlo y devolverlos a su hogar en el interior
de la tierra.
De esta reunión de monstruos puede
decirse una cosa a su favor: visualmente, es preciosa. Algo muy
difícil tratándose de unas dos horas de gigantes hechos por
ordenador peleándose y destrozando ciudades, pero han conseguido que
la presencia de estos, manteniendo sus diseños desde los sesenta y
setenta, resulten llamativos y tengan su coherencia dentro de la
historia: los colores, marcados de forma distinta para cada uno de
ellos, su aparición entre brumas y los contornos desdibujados de
muchos de ellos, dando una mayor impresión de algo masivo, pero
también intangible, van parejos a una mitología que se van
desarrollando en los diálogos de los personajes, donde la naturaleza
de estos es inexplicable y se pierde en ideas propias de las primeras
novelas fantásticas, la tierra hueca, y en una explicación tan
sencilla como la de explicar su presencia en la mitología por haber
sido tomados por dioses en la antigüedad. Si, salen monstruos como
una polilla gigante y un dragón de tres cabezas que sueltan
radiactividad, pero eso es algo que estaba implícito en una película
cuando lleva el título Godzilla, y no impide que los doten de un
trasfondo curioso, y menos arriesgado que cualquier cliché de
ciencia ficción.
En la mayoría de estas películas, la
batalla entre criaturas gigantes suele ir paralela a la trama de los
personajes humanos. Que en este caso, es lo que la convierte en algo
muy flojo: sencillamente, el drama familiar de Vera Farmiga como
ecoterrorista y Millie Bobby Brown intentando encontrar a su padre no
llega a resultar interesante, y la presencia de los terroristas
liderados por Charles Dance, a los que despachan hacia el desenlace,
parece más destinada a contar con unos villanos humanos saca
monstruos en la posible franquicia que en ofrecer una explicación
más allá de cuatro clichés nihilistas. Aunque la clave sean los
efectos especiales, el montaje, y sobre todo, la fotografía, unos
buenos personajes y que estos cuenten con una buena trama es algo
necesario, tanto en una de monstruos sin más como para aquellos que
no somos especialmente seguidores de los Kaijus, pero que pudimos
divertirnos con Pacific Rim (salvando las diferencias dentro del
género), gracias a contar con estos y no solo con los gigantes.
El rey de los monstruos es una buena
película de monstruos, pero sin más: batallas apocalípticas,
diseños bonitos, puesta en escena cuidada y una mitología que
resulta interesante e incluso sirve como broma final al mostrar la
narrativa potencial que supone la presencia, una vez desvelada, de
toda esta colección de criaturas. Pero, que, cada vez que la cámara
se separa de los kaijus para mostrar lo que hace el reparto, cae en
el aburrimiento.
2 comentarios:
Me encanta el Catzilla!
En el fondo todos los mininos son un poco Godzillas.
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