Si hay algo que estos días ha dado
tiempo de hacer es leer. Como hacía a menudo, seguido...bueno, en
realidad igual que ahora, pero con la diferencia de haber reunido
libros o antologías lo bastante breves como para poder terminar
algunos en menos de una semana, o que estos sean tan dispares entre
ellos como para poder pasar del terror a la fantasía de espada y
brujería de un momento a otro.
Michael Moorcock. El caballero de las
espadas. Primera entrega de una de las trilogías de Corum, que más
adelante sería también un avatar del Campeón Eterno (el héroe
creado por Moorcock en distintos planos de su multiverso y que
vendría a ser distintas facetas de los héroes de sus sagas). Y, en
este caso, un reverso del primero que conocí del autor, Elric: al
igual que este, Corum es el último de los Vandhagh, una estirpe de
seres longevos y un poco decadentes en los que termina toda similitud
con los melniboneses. Mientras estos eran el paradigmo del sadismo y
del arquetipo de raza decadente, los personajes de El caballero de
las espadas son unas gentes pacíficas, centradas en las artes y un
tanto indiferentes a las civilizaciones humanas que empiezan a
asentarse en el mundo. Esta actitud pacífica supone también su
perdición y el comienzo de la saga: aniquilados por una de estas
tribus, Corum, ahora mutilado, busca venganza, pero también salvar a
la mujer que ama de un semidios del caos que ha decidido servirse de
él como peón en su juego. Y si este giro de narración parece un
poco abrupto así escrito, en realidad lo es, porque uno de los
rasgos de Moorcock a la hora de escribir fantasía solía estar
definida por una caracterización de personajes bastante nula, que
aparecían a menudo al servicio de la trama. Que, lo mismo pasaba de
una venganza por el exterminio de una raza que a una historia
romántica surgida con un personaje aparecido hace dos páginas. Pero
también, por una imaginación desbordante y un buen ritmo, cuando
estaba inspirado, a la hora de narrar aventuras y describir entornos
fantásticos. Gran parte de sus textos son fallo o acierto, sin
muchas posibilidades en medio, y estos venían dados por una completa
falta de límites a la hora de describir ambientes en una trama que,
en el fondo, no difiere mucho de las bases de Orfeo o las gestas de
caballería: el héroe debe superar una serie de pruebas para
recuperar a su amada. Aunque estas implican un extraño viaje a
través del mar, naves voladoras, enemigos y aliados que desaparecen
tan rápido como desaparecen y un descenso a los infiernos como solo
sabe describirlo Michael Moorcock.
Richard Matheson. Pesadilla a 20.000
pies y otros relatos. Debo avisar previamente que, salvo algún
relato suelto, no había leído nada de Matheson. Pero las
cuarentenas dan para mucho, sea para poder llenar huecos lectores
(como terminar por fin Drácula) o para que dos gatas domésticas
empiecen a mirarte como si fueras una especie de huesped que ha
sobrepasado los límites de duración de toda visita. En este caso,
dedicarle tiempo a un autor que, entre referencias a episodios de
Twilight Zone, gags de los Simpson y reconocimiento de escritores
consagrados, se le debe una parte muy importante de la cultura
popular de los últimos sesenta años.
Pesadilla a 20,000 pies da título al
primero de los relatos, uno de sobra conocido como es la presencia de
una criatura, ocupada en destrozar las piezas de un avión en pleno
vuelo, percibida por un solo pasajero quien es consciente de su
presencia y lo que esta supone. Una imagen tan popular como otros
relatos que pueden aparecer en la recopilación, pero que también
muestra los elementos comunes en varios de ellos: la irrupción de lo
irreal, a veces absurdo, otras aterrador, y siempre inexplicable, en
un entorno cotidiano, el efecto de esta situación en los personajes,
hasta ahora, gente de a pie que se ve frente a lo extraño, y como
este acaba siendo percibido por el entorno: ¿Pudo ese hombre haber
salvado el vuelo durante la tormenta, o era un loco que pretendía
suicidarse? ¿La casa de ese profesor realmente estaba intentando
matarlo, o solo había sido víctima de su fracaso como escritor?
En gran parte de estos cuentos siempre
queda esta duda. También en su mayoría, vienen marcados por un giro
final, o más bien, por una frase que cierra la historia con un golpe
de efecto que sería imitada en muchos formatos con posterioridad
(incluso en algunos tan lejanos en estilo y tiempo como los
creepypastas) y que, por su carácter pionero en la época, los
convierten en algo inolvidable para los lectores. Dada la brevedad de
los cuentos escogidos, la presencia de esos giros es algo habitual,
pero también sirve para poder apreciar de una forma rápida el
estilo del autor de Soy Leyenda, y que sería adaptado en muchas
ocasiones a cine y televisión: muy rapido, al menos en el formato de
cuento corto, con muy pocas florituras y recurriendo a menudo a la
narración en tiempo presente, como si fuera un guión, y novedoso en
medio de un género que todavía se debatía entre los últimos
coletazos del pulp. Algunos de ellos pueden considerarse hoy cultura
popular, otros siguen sorprendiendo, y seguramente, durante los años
cincuenta, estos habrían asombrado a muchos y escandalizado a más
de uno.
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