Series de tv, libros, cine...y una constante presencia gatuna

jueves, 31 de agosto de 2017

La Torre Oscura (2017). No han olvidado el rostro de su padre



Stephen King ha sido uno que ha aparecido muy poco por aquí. Algo bastante raro cuando su saga La Torre Oscura fue una de mis series favoritas. Si bien es una que decidí cortar por lo sano porque su autor estaba tomando una dirección que no me gustaba nada. Una situación muy distinta a cuando la empecé: poco después de terminar todo lo escrito y por escribir de H. P. L, decidí volver a lo conocido, con una saga que, como se estilaba entonces, ponía el nombre de su autor en la portada más grande que el propio título. Todavía acostumbrada a una narrativa más lineal, y más abundante en escenarios tópicos, encontré la historia de un pistolero, tal cual, que se desplazaba por un mundo del que solo sabíamos que “se había movido”. Que perseguía al Hombre de negro por algo que había sucedido en el pasado, de lo que solo teníamos breves retazos, y que había más mundos que el suyo. Uno de ellos, donde encontraría a los compañeros que lo acompañarían en busca de una Torre que servía de hilo conductor a la historia más ambiciosa que había ideado King. Al menos, en sus comienzos. El primer libro descubría un mundo extraño y fascinante. El segundo, presentaba a los siguientes personajes. El tercero, los puso en marcha y me hizo pensar que, si no podía saber qué sucedía después, me daría algo (era una lectora muy apasionada). El cuarto tardó una década en llegar y me hizo pensar que La Torre Oscura, tal y como yo la conocía, había terminado. Y que el que la escribía ahora era el King que no me gustaba. El que se explayaba hasta la extenuación, el del desbarre y el de un estilo quizá demasiado pagado de sí mismo. Y ahí se quedó la cosa, dándole tiempo desde entonces a terminar la saga (y a que me sirviera lo mismo conocer el final mediante resúmenes y spoilers), a que se publicara la precuela en formato cómic, y finalmente, lo que había parecido imposible: que La torre oscura se adaptara al cine.



Esta versión cinematográfica no venía libre de críticas: comenzaba como parte de un proyecto en el que la historia se iría cubriendo mediante películas y series. Pero los cambios en el equipo creativo, la manera de enfocar el guión, y sobre todo, que un material tan extenso se redujera a una producción de noventa y cinco minutos, hizo que llovieran las críticas y esta entrega lo tuviera muy difícil. Factores que en realidad, no eran tan malos, y desde luego King ha visto versiones de sus libros infinitamente peores. Para empezar, La Torre Oscura del cine no es una adaptación, sino una secuela de los libros. Y si esto parece una decisión extraña, también es la más adecuada para este formato: el material original terminaba de forma que esta continuación, o nuevo comienzo, sea de lo más viable. En ella vuelve a aparecer el Pistolero, los distintos mundos, El hombre de negro, quien pretende destruir la Torre Oscura, que ahora es claramente una barrera entre el universo y las criaturas que lo amenazan, y Jake, un niño que, al igual que unos pocos, posee ciertos dones que, empleados de la forma adecuada, pueden servir para destruir la Torre por completo. Algo que el Hombre de negro ha estado llevando a cabo buscando gente como él en los distintos mundos, a lo que quizá Roland, el pistolero, pueda ponerle fin. Salvo que este está demasiado cegado por la idea de venganza como para darse cuenta.


Si uno de los grandes temores era que un metraje tan breve no le haría justicia a la historia, este finalmente ha sido lo de menos. La historia transcurre en el tiempo necesario. Unos noventa minutos que a veces parecen un tanto atropellados, y donde en una producción donde los efectos especiales son algo, más que prioritario, necesario, puede dar una sensación un tanto apresurada, de estar saltando de una cosa para acabar en otra sin terminar de procesar la anterior. En algunos momentos, los cambios de escenario son tan bruscos que parecen haber recortado metraje con un hacha, sin preocuparse por aportar una transición adecuada. Por otro lado, le da mucho dinamismo, no hay ni un momento de aburrimiento, pero sí de reflexión, y, sobre todo, esta falta de minutos adicionales hace que la historia adolezca de momentos donde se aportan explicaciones o información al espectador. Lo que supone que esta produzca una impresión similar a la que se tiene cuando se lee el primer libro: el público comprende el mundo del pistolero mediante imágenes, intuye lo que puede y tampoco le dan tiempo para que pare a preguntarse quienes son tal o cual criatura o de donde vienen. Si durante mucho tiempo nos sirvió una explicación tan simple como “el mundo se ha movido”, ahora también.



Al tono adoptado para el guion se le adecúa muy bien la atmósfera de la película: llena de tonos grises, el contraste entre escenarios se presenta mediante las escenas entre un mundo muy basto, lleno de desiertos y ruinas, y un Nueva York un tanto desvencijado, pero abarrotado de gente de modo que incluso su protagonista manifiesta, con incomodidad, lo opuesto de ambas situaciones. Es precisamente este aspecto desgastado, o directamente, ruinoso, el que contrasta con los elementos más nuevos o más cuidados, que en realidad son reliquias y que sirven de escenario para el antagonista. Entre ambos, choca un poco el incluir un atrezzo que quizá sea el más discutible, donde en una historia más centrada en la fantasía oscura acaban apareciendo, para justificar los cambios de escenario, unos cuantos cacharros propios de la ciencia ficción apocalíptica, y que, en cierto modo, son los que más desentonan con el resto.

El reparto, y especialmente sus interpretaciones, ha sido uno de los pocos aspectos en los que no han sido tan críticos: Idris Elba es El pistolero, sin más, que consigue muy bien una mezcla de indiferencia total y de evolución hacia un personaje más humano y con mayor empatía. Y si a Matthew MacConaughey se le apareció la virgen con True Detective, aquí aprovecha su estela para ofrecer un antagonista más que sobresaliente. De hecho, el aspecto palillesco de Rust Cohle todavía está bastante presente en su caracterización.



En general, la idea de comenzar la historia por su secuela funciona bastante bien con un metraje limitado: el mundo de la torre oscura es demasiado amplio para pretender abarcarlo tal y como aparece, y esta es una forma igualmente válida de acercarse a él. Presentada, también, de forma muy segura: en el fondo, esta versión cinematográfica es una historia independiente, que queda perfectamente cerrada y que puede continuar o no. Pero en la que no faltan muchas referencias que, sin ser algo determinante para comprenderla, los lectores las reconocerán al momento: el objeto que Roland lleva consigo a todas partes, la aparición de la estación Terminus en uno de los pueblos, los servidores del hombre de negro (con un breve papel de Jackie Earle Haley. Que para este tipo de personajes es fantástico pero el pobre hombre se está poniendo cada día más feito), las esferas que este usa en algún momento, y sobre todo, las palabras que se repiten en varios momentos y que sirvieron de comienzo en el primer tomo escrito por King: El Hombre de Negro huía a través del desierto y el Pistolero iba tras él. Guiños reconocibles, o no, que sirven para dar a intuir una visión más amplia de una narración que, en realidad no ha sido tan mala como aseguraban, más bien al contrario. Y que con un poco de suerte, podría continuar en un futuro. Por una vez, espero que esta Torre Oscura cuente con la confianza necesaria como para poder ver algo más.

jueves, 24 de agosto de 2017

The Void (2016). Como hacer una película de horror cósmico al estilo de los ochenta



No sé si la tendencia continúa o si la ha ido sustituyendo la siguiente década, pero el revival de los ochenta pegó muy fuerte. Empezó como una serie de guiños que podían verse en Hora de Aventuras, Historias corrientes u otros dibujos destinados a un público algo más amplio. Se extendió al nivel de los remakes y las secuelas, y el último verano llegó a tener su propia serie. Pero si había algo que se notaba en todas estas apariciones, y en todos y cada uno de los episodios de Stranger Things, era que esto se limitaba a la nostalgia. A hacer aparecer cosas que le eran familiares al público, a tirar de lo referencial aunque esto estuviera muy bien recreado. Pero es difícil innovar cuando lo que se busca es ofrecer esa impresión de familiaridad y de hacer recordar algo ya visto. De nuevo, acaba siendo una producción pequeña la que consigue hacer pensar "Así es como se hacían las películas hace treinta y pico años", sin que parezca una fotocopia. Aunque esto también implique usar todo lo bueno y lo malo de aquella forma de hacer cine.



The Void cuenta con gran parte de los elementos reconocibles de la serie B de entonces: un escenario limitado, un grupo de personajes dispares encerrados, y una trama sobrenatural que se manifiesta a menudo de una forma un tanto física y chusca. La trama, en este caso, consiste en un policía que tras conducir a un joven accidentado al hospital más cercano (un centro con la mala fortuna de estar a punto de ser trasladado y contar con cuatro gatos entre personal y pacientes), ve como este es rodeado por un grupo de figuras encapuchadas que, pese a atacar a todos los que intentan salir, no parecen querer entrar y acabar con ellos. Sus intenciones quedan claras en poco tiempo: mantener a sus ocupantes dentro mientras las criaturas que habitan en su interior, ocultas hasta entonces, deambulan por los pasillos.

Lo primero que llama la atención a los pocos minutos de metraje es la vocación artesanal de la película. Esta tiene una estética muy intemporal, sin que haya nada que pueda indicar la fecha en la que tiene lugar y donde tanto los vestuarios como la tecnología se usan de forma lo bastante ambigua para que pudiera ser cualquier momento: uniformes, radios de policía, monitores de pc un poco obsoletos, pero que todavía pueden verse en funcionamiento, e incluso polaroids ayudan mucho a la hora de crear un entorno que el público reconoce, pero que podría ser cualquier momento en los últimos veinte años. Los efectos especiales también son lo más reconocible en este aspecto: salvo un par de ocasiones muy específicas, y hasta necesarias, donde se echa mano de la infografía, recurren a todos los trucos tradicionales posibles, tales como movimientos de cámara concretos, juegos con la iluminación y el oportuno fallo de esta cuando es necesario mostrar alguna criatura demasiado cara. Y sobre todo, látex y marionetas. Tantas como no se había visto en mucho tiempo: desde el primer momento, donde se las arreglan muy bien para que unos tipos tapados con unas sábanas y un triángulo pintado parezcan inquietantes (¿Cómo harán estos sectarios para ver algo de noche?) hasta el que aparecen maquillajes, cables, y monstruos manejados a la antigua usanza y con un diseño muy grotesco que recuerda a los excesos de muchas películas de terror. Aunque con reservas: se nota que los medios son limitados y prefirieron darle un aspecto más profesional en vez de gastarlo todo en efectos especiales, por lo que aunque estos funcionan, los que aparecen quedan muy lejos de lo que pudo verse en La cosa de John Carpenter.



El diseño de estos también es muy deudor de las series B. Muy grotescos, buscando parecerse a los excesos que se ofrecían entonces sin complejos y donde, igual que estas, no falta el gore en varias ocasiones: degüellos hay unos cuantos, y tentáculos saliendo de las tripas de algún incauto, también. Estos, y la atmósfera de la películas, son las que dan una impresión de familiaridad: recuerdan a otras producciones de terror, pero a las menos conocidas y explotadas. Al toque filosófico de Hellraiser, a lo confuso de The Keep y sobre todo, a las dos o tres producciones que se hicieron basadas en H. P. Lovecraft donde, lejos de evocar horrores sutiles, las babas, sangre y monstruos salían a raudales. De hecho, el desarrollo del argumento es lo más parecido a las ideas de los Mitos de Cthulhu sin que se los mencione ni una sola vez, aunque estos se reconozcan fácilmente en todas las referencias a lo sobrenatural y el diseño de algunos monstruos.



Todos los elementos que hacían memorable este género están presentes, pero también lo están los negativos. El comienzo es un tanto torpe y forzado, parece que todos están esperando en cualquier momento que vaya a pasar algo. Y el escenario se maneja de una forma bastante tópica: un hospital a punto de cerrar es resultón, pero no parece tener mucho sentido que un lugar que ha sufrido un incendio siga operativo con tan pocos medios, y sobre todo, que este estuviera desde un principio plantado en el medio de la nada. Y, si la segunda parte aprovecha al máximo el aspecto visual de la historia, el desarrollo de esta cae en el estereotipo a causa de un antagonista que, como todo villano de su clase, dedica a un buen rato a soltar parrafadas filosóficas. Algo que contrasta mucho con el tratamiento de los personajes, que dentro de los arquetipos comunes, aporten una forma de presentarlos un poco más distinta a lo habitual: mientras el antagonista caía en lo tópico, el trasfondo de los personajes principales no se detalla mediante diálogo, sino por medio de flashbacks que tienen lugar hacia el final. No solo a estos se los caracteriza por sus acciones y lo que sucede desde su aparición, en lugar de por lo que cuentan, sino que también hay algún giro donde los secundarios que tenían todas las papeletas para morir, resultan mejor parados. Aunque este punto a favor se debe más al guión que a lo que aportan los actores, casi todos desconocidos y que en el mejor de los casos, cumplen: se asustan cuando hace falta, gritan cuando es necesario, y no chirrían demasiado en la interpretación (aunque el protagonista se parecía un poco a Julián López de la Hora chanante y no terminaba de creérmelo como policía), pero cuando hay que mostrar algo más complejo no quedan demasiado creíbles.

The Void no es una película que cuente con muchos medios ni promoción a sus espaldas, pero es una producción efectiva: podrá recordar a la estética de otras películas y utilizará efectos tradicionales pero sin que estos busquen tirar de la nostalgia del público. Y sobre todo, da exactamente lo que prometía en el tráiler que empezó a circular hace algunos meses.

jueves, 17 de agosto de 2017

The Blackcoat´s Daughter (2015). Vacaciones infernales


De algunas ficciones podría decirse que con su título se venden solas. Es algo que jugaba a favor de La semilla del diablo, que hacía preguntarse contra quien conjuraban los necios, o en el caso de comenzar a leer Scaramouche, interesarse por alguien que nació con el don de la risa.

The Blackcoat´s Daughter es uno de esos casos. Aunque su título alternativo era February, el anterior resultaba mucho más sugerente. Este, en realidad, no tiene mucho que ver con la historia que cuenta: si bien aparece un clérigo (el significado peyorativo de Blackcoat), no tiene ninguna hija. En cambio, febrero, o el comienzo de la semana de vacaciones escolares, es el momento donde esta empieza: con dos alumnas que por distintos motivos, deben quedarse solas en un internado hasta que sean recogidas por sus respectivas familias. Una de ellas cree, o intuye, que sus padres han muerto en un accidente durante el camino, y su comportamiento va volviéndose cada vez más extraño. Mientras, una chica que parece haber escapado de un centro psiquiátrico intenta llegar a la escuela donde estas se encuentran.


Planteada como una película de suspense sobrenatural, esta queda muy lejos de cualquier intención de ofrecer una sensación de miedo más directa, y todavía más de cualquier atisbo de sustos: esta se centra en los escenarios, y sobre todo, de las atmósferas recreadas mediante escenas que transcurren en silencio, y que enrarecen de forma muy efectiva un entorno que de otro modo, sería de lo menos amenazador. En este caso, el contar con un punto de partida como el de dos estudiantes quedándose solas en su internado resulta muy útil, al reflejar un poco el miedo que todo escolar pudo tener en algún momento de su vida. Son estos silencios, y que en realidad, el guión tiene muy poco diálogo, los que también sirven para desarrollar el trasfondo de los personajes de una manera muy peculiar. Sin explicaciones, poco más que alguna conversación ocasional, y sobre todo, con muchos lugares reconocibles y la expresión corporal de los actores, es posible intuir que una de las protagonistas teme estar embarazada, o que algo extraño sucede con el personaje principal. Aunque para esto último tenga que echar mano de los elementos que el público reconocerá enseguida como aquellos que sentaron cátedra en El exorcista.



Si esta forma de rodar consigue funcionar es gracias al reparto, que no son caras demasiado conocidas pero que, teniendo en cuenta su edad y las características de sus papeles, cumplen de sobra, especialmente Kiernan Shipka, la más joven del reparto. También ayuda que sus personajes hayan sido escritos para una historia más adulta, lejos de los clichés que suele ofrecer el cine de terror sobre los adolesentes y su comportamiento.



El depender exclusivamente de lo que el espectador saque en conclusión, y en la atmósfera del guión, es también, en cierto modo, uno de los lastres de la película: en este caso la “atmósfera” no implica nada macabro ni sobrenatural, sino un lugar normal y corriente donde parece que va a pasar algo raro. Esto implica que no va a haber escenarios deliberadamente macabros, pero tampoco nada especialmente creativo: unicamente los planos de lugares concretos, filmados con la habilidad de la que dispone el equipo de grabación. Y si bien se trata de una película donde no se puede esperar una narración dinámica, a veces esa parsimonia hace que los 90 minutos que dura se hagan un poco eternos, como si esta hubiera sido montada de forma que se justificara su calificación de largometraje. De hecho, algunas situaciones, como la trama del embarazo, no parecen tener demasiado lugar en un guión que pretende contarse por si solo, o donde lo que quieren es que sea interpretado por el público. Pero también supone un rasgo distintivo muy positivo: frente a la dificultad que supone en determinados momentos el entrar en una historia tan pausada, el tratamiento de las dos tramas que plantea se resuelve de una forma muy interesante, convirtiéndose no en un giro sorpresa que sustente el guión, sino en un rasgo distintivo que lo convierte en algo diferente.



The Blackcoat´s Daughter es en cierto modo, una revisión de determinadas situaciones que se pudieron ver en el personaje principal de El exorcista, aunque tratados aquí de una forma que queda muy lejos de la espectacularidad de la película de Friedkin: su protagonista aquí se transforma de una forma mucho más sutil y menos ruidosa, pero también, mucho más desesperanzadora. Pese a que su director, Osgood Perkins, había empezado en el mundo del cine como actor, ha sido en los dos últimos cuando ha demostrado un interés por la dirección en el cine de terror. Especialmente, en esos guiones que se alejan mucho de los estereotipos habituales.


jueves, 10 de agosto de 2017

La momia (2017). El origen de una franquicia. Tercer intento


La Universal lleva un tiempo queriendo sacar una serie de películas basadas en los monstruos que la hicieron famosa durante la década de los treinta. Y con "tiempo", sería bastante más de diez años: Van Helsing no pasó de ser una reunión de bichos infográficos con muchos saltos y momentos ridículos (Los huevos de Drácula. Nunca me cansaré de ese chiste involuntario). Drácula Untold fue una película de aventuras y fantasía oscura muy curiosa, que fue descartada como origen de la saga. En cambio, en su momento La momia llegó a funcionar bien como franquicia, aunque sus efectos especiales, y su guión a veces, no envejecieron demasiado bien. Y también fue esta última la elegida para intentar, por enésima vez, lanzar a los monstruos como parte de una saga con el título común de Dark Universe. Salvo que esta vez la aproximación era un tanto diferente: esta volvía a estar más cerca del terror que de la comedia de aventuras para todos los públicos, y por una vez, el sumo sacerdote Imhotep no buscaba a la rencarnación de su amada..vamos, directamente ni salía.



La momia de esta versión es efectivamente, una momia. Así, en género femenino singular, porque se trata de Ahmanet, una princesa egipcia no contenta con querer ser faraona en lugar del faraón, que tras asesinarlo vende su alma a Seth a cambio de poderes sobrenaturales y de conseguirle una encarnación humana. Detenida antes de completar el sacrificio, es momificada en vida y enterrada en un lugar muy lejano...el que hoy es conocido como Irak, donde es descubierta, en pleno conflicto armado, por Chris, un soldado americano. Con el sarcófago camino de occidente, este comienza a experimentar visiones donde Ahmanet le revela sus planes: el se convertirá en la encarnación de Seth, si una organización consagrada a detener el mal en cualquiera de sus formas, no lo impide. Lo que principalmente consiste en diseccionar a la momia y asesinar a su interés no romántico ante de que complete el ritual. Un poco bestia, pero ¿qué se podría esperar de una sociedad dirigida por Henry Jekyll?

 

Una de las ventajas de esta Momia ha sido alejarse de sus predecesoras en argumento y tono: todavía tengo una espinita clavada por la película de terror que pudo ser y no fue, y esta, aunque tenga muchas dosis de acción ofrece una visión más cercana a este género: los escenarios en su gran parte se trasladan a Londres, pero a uno muy similar  al que podría verse en la Momia de la Hammer. Además de unos planos rodados en pantanos, callejones oscuros y túneles, la paleta de colores elegida es muy curiosa, compuesta principalmente de  gris verdoso que lo cierto es que va muy bien para secuencias donde los cadáveres momificados campan a sus anchas. Mantiene también el equilibrio entre el aspecto más gótico y el moderno en cuanto a la trama donde se introduce a la sociedad que servirá de hilo común a la serie: las pantallas led conviven con los hierros y las tuberías, porque al menos aquí parecen saber que el villano no se de4tiene con una prisión de cristal blindado. Además de servir para aportar algún guiño  a la historia de la Universal: si se mira con cuidado, es posible encontrar en sus pasillos no solo restos de algún vampiros, sino también de la criatura de la Laguna Negra.



También queda lejos la historia inicial (quizá por lo limitado del presupuesto original, así como los gustos del público de la época): hoy, como mínimo tienes que intentar dominar el mundo para que te tomen en serio, salvo que esta vez los roles se invierten y el objetivo de la antagonista sea utilizar al protagonista para unos fines menos románticos. Esto supone que al menos habrá un mayor conflicto entre ambos, que el monstruo resulte más amenazador, o al menos, que lo intente: este se queda un poco en un "villano" sin más, y parece que no termina de conseguir el carisma adecuado para convertirse en uno memorable. Y aunque el guion cuenta con unas dosis de humor bastante inesperadas, pero muy bien traídas que se basan en lo improbable de las situaciones que afrontan sus personajes, Tom Cruise como protagonista tampoco resulta muy hábil a la hora de transmitirlo. Le falta gracia cuando hace falta y carece de dramatismo cuando es necesario. Russell Crowe, con un papel más breve, acaba aportando mucho más que el actor principal. E incluso uno de los secundarios, con unas apariciones muy deudoras del espectro que salía en Un hombre lobo americano en Londres, aporta más carisma a un papel que resultaría menor.



Uno de los problemas de La momia es querer tirar demasiado de una fórmula que funciona: la primera parte se esfuerza en aportar algo propio, la estética es llamativa e identificable, y la segunda, en cambio, cae en los tópicos del blockbuster. Planos de explosiones mientras los protagonistas corren y el paquete típico de las películas de acción (me pregunto cómo justificará  el ayuntamiento de Londres los desperfectos provocados por una no muerta milenaria), como si quisieran separarse lo justito de una presunta fórmula que le gustará al público. algo que este acepta con resignación: es un estreno de alto presupuesto, vendrá cortado por un patrón conocido. Lo tomas o lo dejas.

Aunque las críticas no la apoyaran demasiado, sin llegar a ponerla por los suelos, La momia no es un mal intento: tiene  una buena estética, han hecho un remake o reboot bien adaptado a los tiempos de un guión escrito en los años treinta y parece que han acertado a la hora de encontrar la película que abriera una franquicia de forma adecuada. Aunque para ello tuvieran que recurrir a giros un poco trillados.  

jueves, 3 de agosto de 2017

Lecturas de la semana. Raros, más raros y recomendados


 
Hace un par de meses empecé a escuchar Todo tranquilo en Dunwich, un podcast de literatura del que me acabé haciendo seguidora por tres motivos: primero, por tratar principalmente de género fantástico, terrorífico, o que sea cercano a estos. Segundo, porque tienen una devoción por Lovecraft parecida a la mía, además de hablar sobre sus lecturas con una pasión que resulta contagiosa y también bastante similar a ese momento en el que terminas un libro y dan ganas de salir a la calle al grito de “¡¡Thomas Ligotti es fabulosooooo!!”. Y finalmente, porque dos de las últimas novelas que he terminado las descubrí gracias a sus reseñas.



Harry Kressing. The Cook. Poco más disponible del que un autor que, además, muy poco se sabe. Salvo que se trata de un seudónimo y esta es practicamente su única novela. La historia de un desconocido, que llega a una pequeña ciudad, imaginaria, pero de la que por su descripción podría ser cualquier villa en Nueva Inglaterra, y que ofrece sus servicios como cocinero a los Hill, la principal familia de la zona y propietarios del mayor negocio local. Sin más recursos que su labia, un carisma extraño, y sus habilidades culinarias (bueno, además de bastante mala virgen en algunos casos. Y un cuchillo de cocina que debe estar hecho de acero hirkanio), va ganándose el respeto y el cariño de la familia, así como, a medida que avanza, una completa devoción y dependencia hacia su persona. La figura de Conrad es lo último que nadie esperaría de un cocinero: exageradamente alto, cadavérico, y con unos conocimientos sobre su oficio que le permiten controlar las dietas, y quizá el carácter de sus jefes de una manera que casi raya lo sobrenatural, siendo capaz de la forma más inesperada de alterar por completo el orden y la jerarquía de la casa en la que fue empleado.

El planteamiento de la historia es bastante extraño: no es suspense, porque en realidad el protagonista no tiene ningún motivo concreto para actuar como actúa. Ni la codicia o la venganza son mencionados, y ni siquiera se sabe nada de su pasado salvo sus referencias como cocinero y algunos conocidos que conserva de la ciudad. Tampoco sería género fantástico porque tecnicamente, no pasa nada sobrenatural...Más bien sería lo kafkiano, la comedia negra e incluso el cuento oscuro, el referente más cercano a la novela.

Precisamente lo indefinido de su situación, con el pueblo imaginario de Cobb y sin más referencias a otros lugares que “la gran ciudad”, además del carácter de Conrad, quien por su presentación, no es un héroe, ni un villano, sino un elemento discordante en la historia, le da un mayor carácter de fábula. En este caso, lo importante es la historia, su carácter extraño e incluso la evolución física del personaje principal, que va modificándose al mismo tiempo que el resto de secundarios. Pero no lo es el detallismo o los datos concretos. Porque para ser un libro sobre un cocinero y lo que hace en la cocina, de su protagonista solo se acaban conociendo tipos de platos: muffins, tostadas, faisán, comida que hace engordar y comida que hace adelgazar. Estas dos últimas, así, tal cual como salen en el libro. Bueno, y también comida especial para gatos, con lo que ya hizo que se ganar mis simpatías desde el primer momento.



Mariana Enriquez. Las cosas que perdimos en el fuego. El titulo del libro corresponde al último de los relatos de una colección de doce, donde la autora cuenta diversas historias de terror de una forma muy particular: sus relatos están muy lejos de los escenarios clásicos, los monstruos y lo abiertamente sobrenatural (salvo algunas excepciones a las que se les podría dar una explicación ambigua), y más cerca del terror cotidiano. El que puede estar a la vuelta de la esquina, en las noticias de un periódico, en un barrio marginal o en la propia mente de sus protagonistas.

Todos los relatos tienen un elemento en común: sus protagonistas son mujeres que de un modo u otro se ven afectadas por la culpa, el miedo o un evento traumático que bien sirve como punto de partida para desarrollar la historia, o bien constituye la narración en sí. Además de utilizar un lenguaje muy cercano, sin florituras, y con el que describe con total frialdad el lado más sórdido de los entornos que se han vuelto habituales en las ciudades, el pasado de Argentina, haciendo referencia con mucha sencillez, como una parte más de la historia de un país, a la dictadura, o aceptando con total serenidad una situación tan anómala como la que se describe en el último relato.

Aunque el nivel de la colección es muy alto, y las historias tan variadas como podían serlo las de Nocturnos de John Connolly, el orden de la presentación ha sido muy acertado: el libro comienza con El chico sucio, donde se describe sin concesiones uno de los barrios más peligrosos de la ciudad donde conviven los edificios más ajados con las antiguas casas señoriales, y donde se presentan, sin avisar, las caras más violentas de la ciudad e incluso la referencia a la Santa Muerte. El cierre, las cosas que perdimos en el fuego, describe una epidemia, por describirlo de alguna forma que comienza a extenderse entre las mujeres del país: las mujeres ardientes, quienes queman su cuerpo voluntariamente sin que acabe quedando claro que se trata de una forma de protesta extrema o el crear un nuevo canon de normalidad. Puede ser por su cercanía algunas veces al realismo sucio, o por tratar el terror de una forma muy poco tópica, pero el libro de Enrique acaba siendo más inquietante que cualquier relato de fantasmas en una rectoría.

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