Hay algunos libros para, y protagonizados por niños, que
tienen un origen muy particular: además de narrar en primera persona la vida
cotidiana de sus protagonistas, nacen en medios más dispares como programas de
radio o tiras en un periódico. Y pese a lo específico de sus protagonistas,
esto hace que muchas de sus anécdotas estén también pensadas como parodia de
determinadas situaciones reconocibles para los adultos…o de las tonterías que estos
dicen, y se ven obligados a aguantar a menudo. En España vive Manolito Gafotas y su familia, Inglaterra vio
crecer a Adrian Mole desde los años Tatcher a la actualidad, y Francia, mucho
antes, tenía al pequeño Nicolás.
Este nació como un comic, creado por Goscinny (sí, el de Astérix,
Iznogud, Lucky Luke y mejor no sigo) para convertirse después en una serie de
textos acompañados por una ilustración. Estos serían los capítulos de cinco
libros que recopilan varias de sus aventuras, terminadas a mediados de los
sesenta, más un par de tomos posteriores que incluyen las historietas no
compiladas. En ellas Nicolás, un niño de siete u ocho años, cuenta las
historias que le suceden a él y a sus amigos durante la el colegio, el recreo,
o las vacaciones. Cosas tan simples como discusiones en el patio y las
regañinas del conserje, una revisión médica
organizada por su colegio, una visita al museo, sus vacaciones en una colonia
de verano o los regalos que le hace su abuela. Regalos que cualquier niño de
1961 envidiaría, como un reloj de pulsera o una cámara de fotos. Esto último
hoy suena un poco anacrónico y absurdo..¿pero no es lo mismo que plantarle un
Ipad a un niño de primaria?
Precisamente el ingenio a la hora de retratar los defectos
del mundo adulto, lo que aportan más valor a sus historias. Aunque este se
hubiera escrito para una revista de comics destinada a los niños, a menudo
sorprende por la ironía con la que Nicolás narra de forma muy inocente
situaciones que siguen siendo reconocibles a lo largo de los años: esos
jarrones de regalo que a todos parecen horribles, pero que cuando Nicolás lo
rompe accidentalmente, recibe un castigo. La idea de comprar cosas para
alardear de ellas y no para disfrutarlas, o las mentirijillas que los padres
cuentan para llevar a sus hijos por el buen camino y que sean personas de bien
en el futuro. Y sobre todo, el mundo de Nicolás y sus compañeros, donde una
clase es una sociedad en miniatura y cada uno tiene su propio lugar. Los
compañeros de Nicolás son tan reconocibles como él mismo: Alcestes, el mejor
amigo del protagonista y del que siempre indica que es “el gordo que come todo
el tiempo”. Geoffroy, el niño malcriado, Eudes el matón del colegio o Agnan, el
preferido de la maestra y más. No hay mucho más que decir sobre ellos, porque
son personajes claramente reconocibles tanto dentro del libro como en las aulas
en las que cualquier lector ha echado unos años. No se trata de tramas fantásticas
ni de aventuras imposibles para un niño de esa edad, sino situaciones
reconocibles fácilmente, narradas de una forma tan ingeniosa y con tal candor y
sencillez por parte de su protagonista que es imposible no reírse.
Aún siendo de esos libros a los que se le guarda cariño con
el tiempo, hoy es imposible no encontrar defectos que saltan a la vista. Especialmente,
su estructura como episodios para una revista. Se nota que estos se habían
pensado para lectores que podían ser habituales, o directamente, adquirir el
ejemplar por primera vez, de forma que estas, además de ser autoconclusivas,
recuerdan en todos y cada uno de los textos quien es quien y qué hace. Y en
recopilados en un libro, sobre todo siendo tan breve, es un poco aburrido leer
unas cinco o seis veces que Agnan es el pelota de la clase, que Alcestes come y
por qué al conserje del colegio le llaman el Caldo. Otros se deben simplemente
a la época en la que se escribieron. El medio siglo se nota muchísimo cuando se
trata de historias cotidianas en las que el padre vuelve de la oficina tras un
duro día de trabajo y la madre se dedica a la educación de los hijos y a la
economía doméstica, o donde la segregación de sexos en la enseñanza es algo
perfectamente normal.
Pero hay algunas situaciones, que con todo su anacronismo,
son tan puntuales y muestran tal genialidad que se convierten practicamente los
mejores momentos de toda la serie. Es imposible no tomarse a broma los
discursos del monitor de la colonia de verano, sobre como el aire libre y la
camaradería hará convertirá a Nicolás y sus amigos en hombres de provecho, o cómo
el director del colegio, ante la visita de un político, comenta
despreocupadamente “Qué pena que no tengamos niñas en el colegio..podrían ir
vestidas de rojo, azul y blanco y ofrecerle un ramo al ministro. Quedarían muy
monas”.
Es precisamente en estos detalles, pero especialmente, en
cómo el pequeño Nicolás recrea el mundo de los niños, por lo que sus
historietas se quedan en la memoria y se convierten en una lectura que un
lector adulto puede disfrutar con una sonrisa cómplice..Por lo menos, por mi
parte, me he quedado con ganas de ver la película que se hizo sobre el
personaje. La serie de animación no tanto, porque esas infografías no pegan ni
con cola.