Philémon, el personaje creado por Fred y protagonista de una serie de álbumes bastante amplia, ha tenido la suerte de ser publicado en este formato, y con bastantes años de retraso. Pese a ser tocayo del jefe de Mortadelo, sus aventuras poco tienen que ver con ese estilo de historieta, aunque la temática sea también fundamentalmente humorística: Fred es un chico de quince años que vive en el campo con sus padres y su asno Anatole. Dotado de una gran imaginación, es por ella por la que la mayoría de sus aventuras pasan desapercibidas en su entorno al considerarlas invenciones del chico. Y no es para menos, porque la aldea y los alrededores en los que él suele llevar a cabo pequeñas tareas o pasear con Anatole pueden esconder la guarida subterránea de un hipnotizador que ha secuestrado a toda la aldea para convertirlos en artistas de circo, un pozo que desemboca a la primera A del océano Atlántico (si alguien se lo pregunta, la T es una isla muy popular entre los turistas y al punto de la I llega cada anochecer un búho que hace las veces de faro para los barcos) e incluso un par de viajeros del tiempo despistados.
A menudo las presentaciones resumen las aventuras de Philémon como surrealismo para todos los públicos. La definición, aunque suene cómica, es muy acertada, porque en las viñetas dibujadas por Fred no hay otra cosa que un humor muy blanco, que todavía recurre al estilo de los cuentos clásicos en los que la trama se limita a un personaje que va por el bosque y encuentra algo, pero también lleno de fantasía y donde no hay límite a lo que pueda suceder. Ni tampoco lógica, y muchos de sus personajes, anecdóticos o recurrentes, se comportan y expresan con la extraña coherencia de los sueños. Los guiones, en muchos casos, recuerdan a las aventuras de Little Nemo, a la atmósfera de Alicia en el País de las Maravillas, pero también a Los Monty Python, donde en más de una ocasión, no se corta a la hora de jugar con los collages y con la ruptura de la cuarta pared, y, quizá a posteriori, a las marionetas y las situaciones protagonizadas por estas en los sketchs de Telegato. Cada aventura, de carácter autoconclusivo, salvo alguna referencia a personajes o historias previas, sigue un poco esa estructura, donde un día corriente se transforma en una situación fantástica, y donde los secundarios, o bien descartan la aventura de Philémon como un exceso imaginativo, o se encuentran con lo inesperado de frente, recurriendo a menudo al cliché humorístico del desmayo en la viñeta final.
El dibujo queda lejos de los personajes y escenarios pulidos y detallados. Muy básico, con colores muy planos (algo habitual antes de la época de las opciones de relleno digital), a menudo consistían viñetas donde los personajes, de ojos enormes, aspecto muy caricaturesco y a menudo dotado de enormes barbas para facilitar el trabajo de finalizarlos, se movían por un entorno donde no había poco más que un par de árboles. Y que con otras donde se detallaban todo tipo de construcciones y animales estrafalarios.
Philémon es una aparición inesperada después de tantos años permaneciendo inédita. Quizá sea de agradecer que la espera suponga una edición cuidada, cronológica e integral de todos los comics publicados, pero una vez encontrado el particular mundo creado por Fred, es imposible no haber pensar que la isla de la letra A, el catalejo de cambiar tamaño y las lametanciones del pocero Barthelémy han sido un tesoro muy bien escondido.