Han vuelto las colecciones de relatos, porque he adaptado una norma muy simple: si tiene las páginas amarillas por el tiempo, ha sido publicado por una editorial desaparecida y cuesta menos ce cuatro euros, se viene para casa. Estas, que tampoco se caracterizan por ser muy voluminosas, suelen ser lecturas intermedias entre novelas o antologías más recientes y seguramente, más complejas, y en las que lo aleatorio de la selección parece haber sido el criterio dominante. Pero encontrar un libro de menos de trescientas páginas a Walter Scott conviviendo con un oscuro autor pulp, no es motivo para protestar, más bien al contrario.
jueves, 30 de mayo de 2024
Lecturas de la semana. Lo mejor de cada casa
Han vuelto las colecciones de relatos, porque he adaptado una norma muy simple: si tiene las páginas amarillas por el tiempo, ha sido publicado por una editorial desaparecida y cuesta menos ce cuatro euros, se viene para casa. Estas, que tampoco se caracterizan por ser muy voluminosas, suelen ser lecturas intermedias entre novelas o antologías más recientes y seguramente, más complejas, y en las que lo aleatorio de la selección parece haber sido el criterio dominante. Pero encontrar un libro de menos de trescientas páginas a Walter Scott conviviendo con un oscuro autor pulp, no es motivo para protestar, más bien al contrario.
jueves, 23 de mayo de 2024
La mesita del comedor (2022). Debimos haber ido a IkeaLa mesita del comedor (2022). Debimos haber ido a Ikea
Aunque con la saturación informativa lo habitual es que cualquier obra audiovisual disfrute de un periodo de interés muy breve y p después sea olvidada, en algunos caso, todavía funciona el boca a boca, sin demasiada promoción, la película habla por sí sola, siendo recomendada hasta convertirse en un éxito inesperado. Pero, ¿qué pasa cuando el que empieza ese boca a boca es nada menos que Stephen King? Este tras ver una modesta producción española en una plataforma, comienza a genera r un interés que no había tenido un durante su exhibición en diversos festivales. Y así fue como en un par de semanas, Filmin decidió incorporarla a su catálogo y que el público español pudiera verla.
La mesita del comedor es una historia difícil de resumir cuando lo mejor de esta es que el espectador descubra que pasa. Pero, a grandes rasgos, es la historia de un hombre que ha tomado una de las peores decisiones de su vida, y solo ha sido una de muchas. Ceder a ante su mujer cuando esta decidió tener un hijo, aunque ni la edad ni la intención de Jesús estuvieran de acuerdo con la paternidad. Mudarse al piso de su abuela, que su esposa ha decorado a su gusto. Ni si quiera, que el mismo día que su hermano y su nueva novia, apenas mayor de edad, vengan a cenar, él tenga que montar la mesita que con tanta cabezonería ha elegido y le ha supuesto una discusión con su mujer. Una mesa que para su desgracia, es la pieza más horrible que habría podido elegir, y que solo está en su casa como un acto de rebeldía ante una situación cada vez más claustrofóbica. Pero, en realidad, para Jesús, mientras intenta encontrar desesperado, una de las piezas necesarias para asegurar esa condenada mesa, el peor día de su vida no ha hecho más que empezar.
De la misma forma, el espacio es relativamente escaso: una vivienda, quizá amplia para los que esperamos hoy, y que es también otro acierto a la hora de caracterizar a los personajes, comentando que es heredada (seamos sinceros: nade espera hoy poder vivir en ningún domicilio de 100 metros cuadrados). Y todavía conviven con la decoración y muebles de su anterior propietaria. Jesús, el protagonista, se mueve entre objetos que no son suyos ni lo representan, bien el mobiliario de los setenta o bien lo que su mujer ha elegido, recordando que es ese único acto de rebeldía elegir una pieza, una que ni siquiera le gusta, la que provoca la situación en la que se encuentra.
De estos, destaca el trabajo de la pareja principal. A David Pareja lo conocía más por su faceta de cómico en redes sociales (aunque los vídeos que usa como referencia en sus sketches de “reaccionando a seductores” podrían calificarse como cortos de terror) refleja muy bien a ese personaje vapuleado, que está ahí más por estar y afronta como puede una situación de la que nadie podría salir. Aun siendo el principal, destaca mucho más Estefanía de los Santos. Envejecida para su papel, se convierte en alguien desagradable y grosero, demasiado preocupado por lo que ella quiere como para prestar atención a su pareja. La secuencia donde esta se carcajea durante varios minutos tras el accidente del protagonista es casi tan perturbadora como la escena donde toda la trama se pone en marcha.
jueves, 16 de mayo de 2024
Sandra Newman: Julia (1984). La secuela oficial autorizada por el Ingsoc
Julia, la novela encargada a Sandra Newman, se presenta en la portada como “un retelling feminista de 1984”. Lo ambicioso de esta afirmación da paso a la misma historia que Orwell hace setenta y cinco años había contado a través de los ojos de ese donnadie que en un acto de rebeldía, decidía contradecir los principios del Ingsoc y del Gran Hermano.
La visión de julia es muy distinta, y a través de Newman se da a conocer la vida de esta antes de su relación con Winston Smith. Su vida como mecánica en el departamento de Ficción, sus compañeras de la residencia femenina, sus conocimientos del mercado negro y lo que sucede una vez que su rebelión contra el partido llega demasiado lejos. Pero también, a través de su vida, se muestra cómo funciona esa Inglaterra ahora parte de Oceanía, permanentemente sumida en una economía de guerra, la vida de esa clase obrera reflejada apenas y sobre todo, la de las mujeres como Julia, que junto a su deber de lealtad al gran Hermano, recae sobre ellas la obligación de aportar nuevos miembros al partido, así como los abusos que el nuevo orden social, más que erradicar, los ha consolidado.
El libro fue encargado por los herederos de Orwell a Newman, escritora con varias novelas de ficción especulativa caracterizadas por la importancia de ese punto de vista femenino, y a quien le correspondían dar profundidad a un personaje tan astuto, intuitivo y pragmático como era Julia. Su carrera previa era un punto de partida razonable para afrontar una tarea tan difícil como esta. Y en este momento, es posible definirla ya como innecesaria.
Uno de los propósitos de la novela parece ser el de dar un trasfondo más amplio a esa Oceania imaginaria, más allá de su estado de permanente guerra fría y esos trabajadores descritos como una masa anónima. Tarea a la que se entrega en exceso intentando intentando llenar todos y cada uno de los huecos no abordados por Orwell: desde la situación de los residentes de otras razas, aquí mencionados mediante una secundaria cuyo único objetivo parece ser servir para explicar esta cuestión, como las actividades de las ligas juveniles, así como los aspectos de la vida cotidiana de los personajes femeninos. Una labor excesivamente completita que parece querer dotar de profundidad y coherencia al escenario cayendo en el defecto de perderse en un worldbuilding en el que acaban empantanados muchos escritores de ficción. Y que 1984 no necesita: la descripción de Londres en sus orígenes era tan vaga, pero a la vez tan familiar con el mundo real e incongruente como todas las dictaduras de posguerra que se han conocido durante el siglo XX.
Completísmo que se refleja también en la trama. Cada uno de los incidentes que vivía Winston originalmente tienen aquí su explicación a través de Julia: detalles tan nimios como la muñeca vendada que esta luce o esa nota furtiva donde él pudo leer “te quiero” escrito con letra tosca son explicadas de forma detallada y retorcida a extremos bizantinos.
Algo que no pasa con su protagonista, precisamente. La mujer astuta superviviente y casi hedonista que chocaba a menudo con el hosco e intensito Smith se dedica aquí a preocuparse en todo momento por cuestiones de la vida cotidiana con una insistencia casi machacona, a mencionar varias veces la clandestinidad de la homosexualidad (la autora sigue empeñada en tocar todas y cada una de las cuestiones sociales posibles, sea necesario o no) y a subrayar cosas tan anticlimáticas como destacar lo atractivo que es Winston Smith (si Orwell, tras esmerarse en describir a semejante cuerpo escombro, levantara la cabeza..) o recordar detalles sobre sus anteriores parejas. Una perspectiva que más de la de una superviviente dentro de los engranajes burocráticos del partido, parece estar escrita por Moderna de Pueblo. Y es que en varios capítulos, si hubieran decidido titular el libro “los capullos no son leales al Partido”, hubiera sido más honesto.
Todo ello son defectos inevitables cuando se intenta algo tan difícil como continuar una obra ajena y muy marcada por la visión social y política de su autor. Los setenta y cinco años son una diferencia abismal que Newman no sabe superar, y esa Julia malhablada, rebosante de información innecesaria y destinada a encontrarse con todos los enigmas argumentales de 1984, poco tiene que ver con su homónima en la distopia que va camino de cumplir el siglo. Como tampoco ese estilo pretendidamente descarnado en el que a menudo la escritora se regodea, describiendo lo precario de desagües, viviendas, y de las torturas que sufrirá su protagonista de forma paralela a Winston. Unos capítulos que desprovistos del contenido e intención de la narración original, se quedan en una exposición del sufrimiento casi pornográfica, muy similares al bucle en el que acabó cayendo la adaptación televisiva de El cuento de la criada. Y que en un intento de aportar algo propio, Newman intenta salvar con un desenlace aparentemente esperanzador que, por ese aire artificioso, hace preferir el final aséptico y cruel con el que Orwell mostraba que era preferible esa realidad, a modo de advertencia, y no una fantasía edulcorada.
Julia podría resumirse en “el spin off de 1984 que nadie ha pedido”. Un libro correctamente narrado, pero carente de contexto e incapaz de adaptarse a las circunstancias en las que el original fue escritor, y que intenta “arreglar” este con un hipotético final abierto. Newman, además de repasar a Orwell, debería haber tenido en cuenta a los Sex Pistols: no future for you. Y los lectores a los que nos pudo la curiosidad, haber hecho caso al meme: “si ya saben como son estas secuelas, pa qué las empiezo”.
jueves, 9 de mayo de 2024
Mark Samuels. La era del futuro degradado. El porvenir es color estática
Se va notando que han pasado casi cien años desde el fallecimiento de Lovecraft: este ha dejado de ser “la” influencia del terror posterior a 1940 para convertirse en una de las influencias. El terror cósmico fue dando paso a su versión menor pero igual de inquietante, el weird. Y Thomas Ligotti empieza a sonar no solo como escritor sino como referencia para las siguientes generaciones: El secreto de la ventriloquía de Jon Padgett, es casi un homenaje al este. Laird Barron lo menciona de forma indirecta e incluso le proporciona una aparición en su relato More Dark..y, conociendo a Ligotti, ha sido lo más lejos que ha debido salir de su casa en 30 años. Aunque en algún momento, el Rarito de Detroit sale de su mutismo y es capaz de pronunciarse sobre algún escritor reciente. Y para que este señor salga a decir algo, el libro ya puede ser bueno. O por lo menos, despertar mucha curiosidad.
Este ha sido el caso de Mark Samuels, escritor británico fallecido unos meses antes de que Valdemar publicara una antología suya en castellano. Esta, con el título de uno de sus relatos, recoge unos quince relatos aparecidos previamente en recopilaciones que abarcan unas dos décadas de producción literaria.
Igual que, sorprendentemente, la revisión de temas clásicos. La posesión, la comunicación con los muertos, pasados por la visión de Samuel, la suplantación de identidades o el terror tradicional aparece también en Las manos blancas, Apartamento 205 o Centinelas. Y uno de los aspectos más destacables de Samuels, al menos en esta selección, es que este consigue demostrar que no es un escritor limitado a determinados temas y lugares fijos. Este es capaz de probar con planteamientos distintos de los habituales, algunos propios de la ciencia ficción, como el virus que se transmite a través del lenguaje en Tyxxloqu (nota: revisar este fin de semana la película Pontypool) e incluso desarrollar en un cuento, con una estructura mucho más lineal que las anteriores, una mezcla de horror cósmico con giros más propios de la serie B. Porque la sensación que deja La niebla carmesí es que ese escenario no desentonaría en una entrega final de la Trilogía del apocalipsis de John Carpenter.