H. P. Lovecraft sigue siendo una fuente
de inspiración en el fantástico, aunque la manera de emplear como
referencia el horror cósmico puede variar mucho: desde un uso
directo de los mitos de Cthulhu presente en muchas ficciones (y que
en mayor o menor medida, todos disfrutamos en algún momento por
morriña), a la presencia más sutil que puede suponer Thomas
Ligotti. Y después está Laird Barron.
Poco hay disponible en castellano de
este autor del que empezó a hablarse algo más desde el estreno de
True Detective (en concreto, el relato More Dark). Pero es uno de
esos escritores cuya biografía poco tiene que envidiar a un Ambrose
Bierce: nacido en Alaska, competidor en carreras de trineos, y
ahora, escritor cuyas influencias reconocidas son el pulp, el western
y el género negro clásico.
Estos están muy presentes en The Light is the Darkness, su primera novela. Protagonizada por nada menos que un gladiador moderno, un luchador en torneos ilegales para los más privilegiados que intenta encontrar a su hermana, agente del FBI, quien desapareció siguiendo la pista del científico responsable de su hermano hace años, y de la posterior pérdida de sus padres. Lo que sigue después es una mezcla vertiginosa de agentes de la CIA, mad doctors, peleas donde todo vale, los bares más cutres de Estados Unidos y los entornos más lujosos, elixires de la inmortalidad e incluso un par de primigenios bastante más habladores y malintencionados que los que pudo imaginar H. P. L. Y alcohol. Alcohol a raudales. Porque como buen tipo duro, el protagonista trasega vodka como si fuera agua.
De lejos, ha sido una de las novelas
más inclasificables que he leído. La forma más aproximada de
describirla sería como si H. P. L. y Robert E. Howard vivieran en
los ochenta y escribieran a cuatro manos un guión de la Canon. El
primero pudo aportar los horrores cósmicos, el segundo los
personajes salvajes, la acción, y lo último, porque la sensación
general, entre los capítulos ambientados en islas tropicales
privadas, los agentes del gobierno y los científicos malvados, era
que perfectamente podría haber aparecido por ahí Michael Dudikoff
como protagonista.
En principio, con un planteamiento tan
variopinto, y lo vertiginoso de la historia, daría la impresión de
que el resultado iba a ser malo, aunque divertido. Pero ha sido lo
contrario: Barron puede mezclar muchas situaciones pero su estilo
está muy lejos del de un Brian Lumley. Es rápido y conciso, muy
propio del pulp, pero también trabaja hábilmente elementos
lovecraftianos como una idea abstracta del horror y las divinidades.
Estos, en cambio, los adapta a su forma de narrar, describiendo
criaturas que se mueven perfectamente entre lo sobrenatural y lo
mundano.
No resulta una obra redonda, algo normal teniendo en cuenta que era su primera novela. A los personajes, salvo el presentarlos con unas características muy extremas (como la determinación, o la obsesión por la venganza), no brilla precisamente el desarrollo de ninguno de ellos. Además, el estilo conciso del principio se vuelve muy atropellado hacia el desenlace, incluyendo todo tipo de peleas, revelaciones de ultima hora de las que nadie se sorprende mucho y unas luchas entre monstruos que en un momento dado casi parecen sacadas de una película de Godzilla. Defectos que en cambio, no hacen perder calidad al conjunto: en ningún momento pretende ser una novela de terror sutil y compleja, sino una aproximación más directa y visceral. Una idea que , solo por lo desconcertante, me ha convencido: cuando menos, El rito se queda en mi lista de próximas lecturas.