Series de tv, libros, cine...y una constante presencia gatuna

jueves, 29 de diciembre de 2016

The Light is the Darkness. Laird Barron, primigenios, espías...y gladiadores


 
H. P. Lovecraft sigue siendo una fuente de inspiración en el fantástico, aunque la manera de emplear como referencia el horror cósmico puede variar mucho: desde un uso directo de los mitos de Cthulhu presente en muchas ficciones (y que en mayor o menor medida, todos disfrutamos en algún momento por morriña), a la presencia más sutil que puede suponer Thomas Ligotti. Y después está Laird Barron.



Poco hay disponible en castellano de este autor del que empezó a hablarse algo más desde el estreno de True Detective (en concreto, el relato More Dark). Pero es uno de esos escritores cuya biografía poco tiene que envidiar a un Ambrose Bierce: nacido en Alaska, competidor en carreras de trineos, y ahora, escritor cuyas influencias reconocidas son el pulp, el western y el género negro clásico.

Estos están muy presentes en The Light is the Darkness, su primera novela. Protagonizada por nada menos que un gladiador moderno, un luchador en torneos ilegales para los más privilegiados que intenta encontrar a su hermana, agente del FBI, quien desapareció siguiendo la pista del científico responsable de su hermano hace años, y de la posterior pérdida de sus padres. Lo que sigue después es una mezcla vertiginosa de agentes de la CIA, mad doctors, peleas donde todo vale, los bares más cutres de Estados Unidos y los entornos más lujosos, elixires de la inmortalidad e incluso un par de primigenios bastante más habladores y malintencionados que los que pudo imaginar H. P. L. Y alcohol. Alcohol a raudales. Porque como buen tipo duro, el protagonista trasega vodka como si fuera agua.



De lejos, ha sido una de las novelas más inclasificables que he leído. La forma más aproximada de describirla sería como si H. P. L. y Robert E. Howard vivieran en los ochenta y escribieran a cuatro manos un guión de la Canon. El primero pudo aportar los horrores cósmicos, el segundo los personajes salvajes, la acción, y lo último, porque la sensación general, entre los capítulos ambientados en islas tropicales privadas, los agentes del gobierno y los científicos malvados, era que perfectamente podría haber aparecido por ahí Michael Dudikoff como protagonista.

En principio, con un planteamiento tan variopinto, y lo vertiginoso de la historia, daría la impresión de que el resultado iba a ser malo, aunque divertido. Pero ha sido lo contrario: Barron puede mezclar muchas situaciones pero su estilo está muy lejos del de un Brian Lumley. Es rápido y conciso, muy propio del pulp, pero también trabaja hábilmente elementos lovecraftianos como una idea abstracta del horror y las divinidades. Estos, en cambio, los adapta a su forma de narrar, describiendo criaturas que se mueven perfectamente entre lo sobrenatural y lo mundano.

No resulta una obra redonda, algo normal teniendo en cuenta que era su primera novela. A los personajes, salvo el presentarlos con unas características muy extremas (como la determinación, o la obsesión por la venganza), no brilla precisamente el desarrollo de ninguno de ellos. Además, el estilo conciso del principio se vuelve muy atropellado hacia el desenlace, incluyendo todo tipo de peleas, revelaciones de ultima hora de las que nadie se sorprende mucho y unas luchas entre monstruos que en un momento dado casi parecen sacadas de una película de Godzilla. Defectos que en cambio, no hacen perder calidad al conjunto: en ningún momento pretende ser una novela de terror sutil y compleja, sino una aproximación más directa y visceral. Una idea que , solo por lo desconcertante, me ha convencido: cuando menos, El rito se queda en mi lista de próximas lecturas.

jueves, 22 de diciembre de 2016

Pesadilla antes de Navidad (1993). El esqueleto que robó las navidades


Cuando se piensa en películas navideñas la primera que debe venir a la cabeza, es Qué bello es vivir, aunque sea más bien por la de veces que aparece de fondo como lo que los personajes de otra ven en televisión. La segunda sería Sólo en casa, un auténtico bombazo en su época y que en España sí se convirtió en una habitual para cubrir parrilla en estas fechas...y bueno, en la última década, el Señor de los anillos. Desde hace cinco o seis años no faltan unas vacaciones sin ella y sin que muchos nos echemos la siesta post-comilona con Frodo y Sam de fondo.



Y después está Pesadilla antes de Navidad, que es otro cantar. No solo lo mismo sirve para Navidad que para Halloween sino porque es de esas películas que, al igual que Gremlins y más recientemente, Krampus, la utiliza como trasfondo para una historia menos melosa y con menos buenas intenciones que los clásicos habituales. Además, tiene monstruos, y a raudales. En concreto, todos los habitantes de la ciudad de Halloween y Jack Skellington, el rey de la festividad, quien parece haberse hastiado de dedicarse a buscar, año tras año, nuevas formas de asustar. Tras descubrir que tras Halloween hay una nueva fiesta, donde no hay gritos ni miedo, sino regalos e ilusión, decide embarcarse en un propósito muy distinto: sustituir a Santa Claus, encargándose de la Navidad y convertirla en algo inolvidable. Pero pese a sus esfuerzos y buenas intenciones, la manera que tendrán de entenderla una ciudad poblada por esqueletos, vampiros, fantasmas y resucitados será muy distinta de la que los niños esperan.



Lo más paradójico de una película como esta, que puede considerarse parte de la mejor época de Tim Burton, fuera producida por Disney, quien durante muchos años tuvo el sambenito de sacar producciones muy blancas y muy para todos los públicos. Algo muy alejado de lo que puede verse en las primeras secuencias donde se presentan los escenarios, personajes principales,secundarios y sobre todo, la estética que entonces era la característica habitual de Burton: espirales, gusanos a rayas, más dientes de los que uno pueda contar y un desfile de todo tipo de monstruos, desde algo tan reconocible como un vampiro a otros que no tienen más referencias aparentes que todo aquello que da miedo. Cada uno de los personajes se ha diseñado al detalle, y precisamente las escenas que transcurren en la ciudad de Halloween sirven para disfrutar de todos los decorados que se han creado, y para fijarse en todos y cada uno de sus habitantes. Estas secuencias, donde prevalece el gris y el sepia, contrastan de forma muy efectiva con la ciudad de la Navidad y sus personajes, donde la luz es mucho más cálida, e incluso con los escenarios realistas que aparecen, donde esta tiene un tono más apagado y corriente. Aunque no se ha descuidado el guión, toda la filmación es una obra de artesania donde el stop motion brilla por sus propios méritos, algo que no se había vuelto a recordar hasta las estrenadas por el Estudio Laika, quienes siguen manteniendo esta tradición. Y también con una brevedad de la que hoy se consideraría un mediometraje: unos setenta minutos, que hicieron que en el estreno se completara la producción con alguno de los cortos de Burton, como Vincent o Frankenweenie (de las que pude ver ambas en su día. Porque sí, fui dos veces a verla...eh, en los noventa el cine era mucho más barato).



Es precisamente el guión el que también está a la altura del trabajo visual: planteada como un musical, las canciones son una parte muy amplia del metraje y todo un logro dentro de la banda sonora: hoy la pieza Esto es Halloween es tan tarareable como podría serlo cualquiera de Cantando bajo la lluvia. Pero para quien fuera esperando ver unicamente monstruos que querían robar la navidad, se encontró con algo muy distinto: unos personajes entrañables, entre los cuales, Jack, su protagonista, actúa buscando algo que vuelva a darle un sentido de nuevo a su vida, añadiendo con él y el resto de personajes de Halloween, una trama muy curiosa sobre la sensación de encontrarse perdido, la naturaleza de cada uno, o de aceptarla y sacar lo mejor de esta. A la manera de Tim Burton, claro. Pero tampoco falta un hilo romántico e incluso un antagonista, aunque quizá este último sea el que queda menos claro que hace ahí si no es para darle tensión al último tercio de la película, y sobre todo, de ofrecer una de las mejores secuencias visuales de esta.
 

Aunque las canciones fueron dobladas al castellano, y de manera muy fiel, también es uno de estos casos en los que verla en versión original es un añadido que le aporta más matices. El sentido de algunas frases se pierde al tener que buscar la rima adecuada, y por el camino se han quedado detalles que en cierto modo son importantes como que Jack Skellintgon no es el Rey del Mal, sino el Rey de las Calabazas, el símbolo de Halloween. Que, como cantan los monstruos en un momento dado, no son malos, sino que es su forma de ser, o que Oogie Boogie es el boogey man (el hombre del saco anglosajón). La historia sigue ahí, se comprende perfectamente, pero, una vez conocida, casi es una novedad descubrir estos pequeños detalles que en su momento se perdieron.


Breve, pegadiza y con unos personajes inolvidables, Pesadilla antes de Navidad es una de esas películas que hacen pensar “ya la he visto”, que con su simpleza parece difícil no olvidar su argumento, a grandes rasgos, pero que en algún momento, es imposible no volver a perderse por las calles de ciudad Halloween y fijarse en todos y cada uno de los detalles que ofrece. Además, hoy era un día tan bueno como cualquier otro, o incluso más. A fin de cuentas, pocos días más anteriores a navidad puede haber más que este.






jueves, 15 de diciembre de 2016

Channel Zero: Candle Cove (2016). La tele (imaginaria) de nuestra infancia


Desde Battlestar Galactica, Syfy no ha brillado especialmente con sus series: tiene una producción abundante, algunas de las cuales por encima de la media, pero nada que de demasiado que hablar. Bueno, en mi caso sí que incluiría aquí Z Nation por sus propios y alocados motivos. Por eso cuando anunció una serie antológica basada en en distintos creepypastas (historias de terror breves que circulan por la red), la idea era muy llamativa...aunque solo fuera por unas cabeceras publicitarias que recordaban un montón a American Horror Story.



Candle Cove fue la historia que sirvió para inspirar la temporada de estreno. En ella, un grupo de de personas distintas descubren en una conversación cualquiera que un programa infantil que apenas recordaban tenía un matiz mucho más extraño y su existencia resultaba todo un enigma. El relato, muy breve y ligado a un giro final donde radicaba su efecto, se ve ampliado y levemente modificada en el guión: ahora es una parte más de la infancia de Mike Painter, un psicólogo infantil que tras sufrir una crisis nerviosa, regresa a su antiguo hogar, un pequeño pueblo marcado por el asesinato de varios niños hace décadas y donde desapareció el hermano del protagonista. Y también, el único pueblo donde los habitantes más jóvenes veián entonces un programa infantil llamado Candle Cove. Pograma que ahora, al poco de la llegada de Mike, aparece de nuevo en las pantallas, provocando en los niños un comportamiento muy extraño.




Uno de los principales atractivos de la idea era basarse en una historia con la que se podrían centrar mucho en lo macabro o lo irreal. Y en un género que al menos en televisión no se prodiga demasiado: Walking Dead es de supervivencia. American Horror Story solo tiene de horror el título y aunque Outcast estaba más centrada en lo terror, adolecía de una lentitud excesiva. Una miniserie más breve y con un objetivo más definido parecía una opción con muchas posibilidades. El resultado fue curioso, pero también muy irregular.

Por un lado, la atmósfera es un poco extraña, y a menudo parece como si el propio Channel Zero hubiese sido filmado hace varios años: las secuencias son muy estáticas, y los escenarios y situaciones más sutiles compensan la falta de espectacularidad. Algo tan sencillo como una fábrica abandonada o una máscara de papier maché sustituye con creces los efectos especiales y es muy adecuada para ilustrar un punto de partida como el proporcionado por le misterioso programa de tv.



Por otro, los aciertos que pudiera tener quedan muy lastrados por una trama y unos personajes muy erráticos. Estos últimos se limitan a moverse por los escenarios con una total indiferencia ante situaciones que desafían toda lógica. Especialmente el protagonista, quien supera al resto en cuanto a inexpresividad y en la capacidad de asistir a cualquier choque emocional con cara de poker: ¿Que aparece el cadáver de su hermano? Cara de poker ¿que su hija desaparece? Como si tuviera horchata en las venas ¿Que ve cosas raras? Como quien oye llover..así durante seis episodios en los que este mantiene una impasibilidad digna de Chuck Norris. Y ojalá hubiera empleado los métodos de este. Habría sido más divertido.

La trama es también el aspecto más flojo: más que un punto de partida para el desarrollo de un guión, Candle Cove se queda en un añadido, a veces muy forzado, para una historia más tópica sobre niños siniestros con poderes. En la que a menudo hay que meter con calzador referencias al programa, aumentando la sensación de que el guión hubiera funcionado perfectamente sin que este formara parte del título o de lo que querían contar. Lo de perfectamente es un decir, porque el desarrollo también es bastante flojo y donde todos los elementos parecen un tanto artificiosos. No solo con las referencias al programa, mediante situaciones como el protagonista sacando dicho tema en una conversación, o que de repente todo el pueblo tenga claro que un programa de televisión malvado esté controlando a sus niños. Sino con la trama principal en sí, donde se limitan a que los personajes acepten lo sobrenatural a pies juntillas o inventarse algo para justificar la presencia de alguna criatura de aspecto raro. Que por aportar no aporta, pero da mal rollo y luce mucho.




Como primera temporada, Candle Cove ha resultado decepcionante: no llega a aprovechar la historia de base y tampoco ofrece un buen guión, pero los resultados no debieron ser tan malos si hay firmada una segunda entrega (o eso, o que la serie tampoco era muy cara), con un nuevo creepypasta sirviendo como inspiración. En todo caso, si algo bueno tiene estas antologías es la independencia entre cada temporada, y tal vez el segundo intento salga mejor. Por lo pronto, las secuencias donde recreaban el siniestro programa sirvieron también para hacerme recordar a los Aurones. Que también eran unas marionetas muy cutres, pero no daban mal rollo. Y creo que estas sí que existían..
 

jueves, 8 de diciembre de 2016

The Day (2012). El hombre es un lobo para el hombre. O por lo menos, alguien poco fiable




Aunque en muchas películas de corte postapocalíptico se intente dar un trasfondo más o menos explicado, la trama central suele reducirse a una situación muy parecida en todos los casos: un rupo de personas intentando sobrevivir en un entorno hostil. La mayoría tienen tantas similitudes que acaba siendo indiferente la causa de dicha situación, y lo importante, en este caso, es la pericia con la que se narre, o las características de sus personajes.



The Day optó por saltarse el paso previo y presentar directamente a un grupo, del que se sabe que han perdido ya a algunos miembros, que avanza sin rumbo aparente por un pasaje desolado. Sin que se sepa qué ha sucedido, estos se limitan a buscar provisiones, cada vez más escasas, y un lugar seguro del que esconderse de algo que los persigue. Y que no tardará mucho en encontrarlos. A partir de entonces su refugio, convertido en una trampa, será el único lugar donde, con un poco de suerte, puedan permanecer vivos. Y quizá descubrir algo desolador sobre ellos mismos y su condición de supervivientes.




Tras haber visto como la civilización se caía de madura por los motivos más variopintos (desde zombies hasta virus pasando por vampiros) el desconocimiento o el obviar lo que lo ha provocado se convierte en una premisa muy interesante a la hora de sugerir conceptos como la fragilidad de la sociedad, sus valores o...bueno, directamente rodar una serie b de terror, ciencia ficción y algo de acción. En este caso han optado por lo último, al haber pensado el guión como una narración en la que prima la supervivencia y algo de paranoia, aunque con cierta carga moral que empieza a plantearse en la segunda parte. El concepto de lo diferente, de lo que hace a uno humano, y sobre todo, de la venganza como parte de esta condición se desarrolla de forma paralela a la aparición de los antagonistas. Que, de una manera muy ingeniosa, se hacen esperar.



Este recurso ha sido muy efectivo: por un lado, supone un ahorro de medios de los que no se disponían, limitándose a filmar en espacios abiertos, y por otro supone reducir el guión a un mínimo de sencillez, evitando tener que devanarse los sesos inventándose un trasfondo, darle lógica o incluso una referencia temporal. Pero también sirve para hacerlo más interesante: las primeras secuencias, apenas sin diálogos, el laconismo de estas, donde no se aporta información, y la atmósfera de miedo en la que se mueven los personajes resulta enigmática y capta enseguida la atención,aunque solo sea para poder encontrar en alguna escena un punto de orientación sobre lo que sucede o sucederá.



Lo básico del guión se apoya mucho en la estética del la filmación: lo más llamativo son los colores del metraje, que se mantienen en una escala de grises muy fríos que, o bien pueden servir como un indicio a la historia previa (quedando a discrección del público), o para jugar con determinadas escenas donde esta monocromía se rompe con la aparición de algún personaje vestido con un color más vivo.



Si la primera parte la dedican a crear atmósfera y plantear enigmas no resueltos, es en la segunda donde la trama toma un caríz más movido, presentando a los antagonistas que, además de suponer una sorpresa, están muy relacionados con las ideas que los personajes formulan previamente. La aparición de estos, aunque muy marcada por las secuencias violentas (apenas da tiempo de identificarlos), es muy interesante. En concreto, un personaje que con un par de escenas desborda carísma, especialmente comparado con los protagonistas, y del que se echa de menos una mayor presencia.



Al haberse centrado en la concesión la simpleza del guión, la falta de explicaciones, de diálogo, e incluso de trasfondo no supondría ningún problema. Pero una vez planteada la trama principal, esta empieza a acelerarse demasiado con una secuencia final en la que optan directamente por acabar con todo lo que se mueve, de una forma bastante apresurada, y finalizar de una manera que, en principio quiere conservar el laconismo del principio, pero que resulta un poco insatisfactoria.



The Day es una de esas películas que hacen que el público se quede pensando “Jesús...horas y media para que no quede ni el apuntador”, pero que durante ese tiempo mantiene muy bien al atreverse a contar una historia empezada por la mitad: salvando las distancias, podría ser una versión de La carretera de Cormac McArthy con más tiros.

jueves, 1 de diciembre de 2016

Lecturas de la semana. Esto me suena...


 
Después de terminar un par de libros, me di cuenta que lo que contaban me recordaba mucho a otras historias. En realidad no era la impresión de leer una copia, porque poco tenían que ver, sino que las situaciones resultaban familiares: otros libros, alguna película...Nada que resulte al final poco original, sino más bien desconcertante al encontrarse algo de lo que no me había acordado desde hacía mucho.



Mike Carey. Melanie. Gracias al trailer de la película donde se adaptaba, descubrí este libro. En el que, también gracias a los documentales de la TV2, y en concreto al Cordyceps unilateralis, la existencia de los zombies (al menos entre las hormigas), parecía mucho más real. Solo era cuestión de tiempo que se utilizara como premisa en alguna ficción. En el caso de la novela de Carey, una mutación en este hongo desencadena una pandemia que diezma a la humanidad, convirtiendo a sus víctimas en poco más que huéspedes de esporas que han cubierto el planeta. Treinta años después, lo que queda de Inglaterra sobrevive como puede, y los escasos científicos que quedan han descubierto un cambio aún más extraño: algunos niños parecen relativamente inmunes al Cordyceps, si bien la agresividad hacia los humanos no infectados permanece. Desesperados por encontrar una cura, en un laboratorio se estudia el comportamiento de varios de ellos. Entre los cuales, Melanie es consciente de la situación que vive: atada la mayor parte del tiempo y rodeada por soldados que la temen. Y ella, su monitora la señorita Justineau y unos pocos soldados, acaban siendo una vez más los únicos supervivientes de un ataque al laboratorio que fue su hogar.

Desde el enfoque que se dio en Guerra Mundial Z, no había leído un escenario tan particular y detallado: por un lado, desarrolla muy bien el tratamiento de los zombies, o infectados más bien, que admite un enfoque distinto e incluso más desolador debido a su naturaleza. La epidemia que describe no solo afecta a los humanos sino que ha cubierto las ciudades y la vegetación, haciendo que el entorno sea tan hostil como pudo serlo en La carretera de Cormac McArthy. Por otro, las referencias, muy breves, a la situación de los protagonistas, son también interesantes: la última ciudad sometida a un régimen fascistas, en las que viven ya varias generaciones de jóvenes nacidos en una situación similar a la de una posguerra, o las bandas de saqueadores que sobreviven como tribus en el exterior hacen que el escenario sea mucho más desesperanzador...Bueno, tampoco ayuda al panorama que en un momento el autor decida que la protagonista utilice a un gatico como desayuno..¿No se podía haber comido un humano?

Pese a lo original, la historia acaba teniendo un fallo habitual cuando se recurre a un elemento real: la solución proporcionada por la propia naturaleza acaba siendo un deus ex machina, muy pensada para asegurar un final algo menos negro que el que se auguraba. De todas formas, la historia ha confirmado que el género zombie puede ser tan innovador como quiera el escritor que lo maneje en ese momento. Aunque muchas de sus ideas, como los niños salvajes, o la referencia a los hongos, me recordó mucho, para bien, a El juego de los niños de Juan José Plans.



Tom Piccirilli. Clase nocturna. En el libro no hay ninguna clase nocturna, ni tampoco hace falta, porque la historia ya es lo bastante extraña: el protagonista, un estudiante de universidad, regresa a su dormitorio para saber, mediante muchas medias verdades y alusiones veladas, que una de las alumnas de los cursos de invierno ha sido asesinada allí. Cada vez más obsesionado con ella, su tesis, sus horas de estudio y sus preocupaciones comienzan a girar entorno a la joven asesinada. Un comportamiento un poco morboso que según se conoce al protagonista y sus allegados, resulta comprensible: este, huérfano, vive atormentado por las premoniciones que sufre desde la muerte de su hermana. Su novia comparte un carácter obsesivo y perfeccionista, intendando huir de una situación familiar desestructurada. Sus colegas, pese a parecer arquetipos reconocibles como el cachas de gimnasio o el vago, parecen tener algo a su alrededor, al igual que el profesorado de un campus donde en todo momento se produce una sensación de absurdo y de estar sucediendo algo qu estos apenas llegan a intuir.

La historia, muy condensada, es más bien una novela corta donde se aprovecha muy bien esa atmósfera malsana y de no saber muy bien que sucede: no es un policiaco porque ahí nadie investiga nada. Tampoco es psicológica aunque hay bastantes quebraderos de cabeza...y el componente sobrenatural no llega a quedar claro, debido al cáracter de un personaje principal muy desequilibrado. En cambio, va incluyendo de una forma muy fluida los rasgos de este, como las visiones, los personajes que aparecen en ella y sobre todo, el escenario, donde un campus se convierte en un entorno muy cerrado y bastante ambiguo, donde los personajes parecen un poco confusos sobre su papel como estudiantes (una sensación de “¿qué demonios estoy haciendo?” que seguramente han tenido todos los universitarios en su último año) y que, de una forma bastante inesperada, abandona la premisa de thriller para llegar a un desenlace que recuerda muchísimo a Society de Brian Yuzna, donde plantea una situación muy similar.
Sin embargo la estructura de novela corta juega muy en su contra: en todo momento da la impresión de que hubo cosas que se quedaron fuera, que tuvieron que desarrollarse, o directamente personaje que aparecen en un momento dado para no hacer nada en concreto, como si se hubieran descartado tramas. Y sobre todo, aunque esto no sea cosa del autor, la traducción parece jugar mucho en su contra: hay frases que resultan incomprensibles, otras donde parece que no se ha elegido la palabra correcta y el sentido de estas resulta raro, y en algún momento resulta confuso. Teniendo en cuenta que el libro fue editado por La factoría de ideas, que en su día era bastante infame por la mala calidad de sus traducciones, sospecho que esta puede ser la causa.

jueves, 24 de noviembre de 2016

Caballeros, princesas y otras bestias (2011). Lo último debe ir por lo atroz de los chistes


Cuanto más visto se hace un argumento, más sencillo es parodiarlo. Y pocos deben estar tan trillados como el viaje del héroe en la fantasía heroica. La aventura, la princesa, los fieles compañeros y el villano es una historia tantas veces contada que, o bien se trata de una narración donde todavía se saca algo bueno, o bien sirve para convertirla en una comedia más o menos ácida, según el ingenio que tenga el guionista. Y, si bien este argumento solía ser territorio de la escritura, El señor de los anillos, Narnia (los libros, no mi gata) y el abaratamiento de los efectos especiales ha hecho que se convierta en un campo bastante amplio para sacar una comedia.



Siendo este el caso de Your Highness, no ha sido una mala idea el traducir el título de una forma más libre y más adecuada al contenido de la película. La historia de un príncipe cobarde y perezoso que encuentra el valor necesario para salvar a su hermana, el reino, y ganar el amor de su vida se filma, en este caso, de una forma mucho más gamberra poblada por personajes escatológicos, atontados hasta el extremo, con dobles sentidos bastante directos y sobre todo con un humor lleno de sal gruesa donde no faltan tampoco los chascarrillos basados en el consumo de estupefacientes.



El resultado de la mezcla es muy extraño: por un lado, quiere ser una comedia bestia donde se le da un repaso a los tópicos de la fantasía. Por otro, no se separa ni un milímetro de la situaciones que pretendía parodiar: salvo por los gags, el guion acaba siendo tal cual la historia de la evolución heróica de su protagonista, de cómo salva al reino y se hace mejor persona dentro de todas las situaciones y diálogos escatológicos que van plantando en medio. Y que choca bastante con el aspecto cafre que pretendían trasmitir al principio: simplemente, falta inventiva, chispa a la hora de parodiar y humor negro, quedándose el guión en una especie de versión de Krull con unos cuantos chistes de porros y genitales que parecen escritos por un niño de trece año. Está claro que no todo el mundo puede ser Terry Pratchett, pero tampoco se han esforzado mucho, y la escasa originalidad en las partes humorísticas queda reducida a un par de referencias, muy bien traídas, a Furia de titanes y La sirenita, que tienen lugar al comienzo y hacen pensar que el nivel del humor va a ser mejor que el que realmente tiene.


P
ese al humor basto, la película también está muy lejos de ser parecida a las producciones de los hermanos Wayans: los chistes, pese a ser malos, están integrados en el guión y no al contrario. No hay copia descarada de escenas concretas, sino que la parodia aparece mediante los guiños muy puntuales a clásicos del cine de aventuras, de princesas Disney y de un uso muy ingenioso de secuencias que se hicieron populares a partir de El señor de los anillos. Y en el reparto hay caras muy populares: James Franco, que también tiene experiencia en este tipo de comedias, se encarga de interpretar a una versión muy atontada e inocentona del príncipe de los cuentos. El papel de Zooey Deschanel es relativamente breve y la aparición de Natalie Portman, inesperado. Ninguno de ellos destaca en las actuaciones, porque con los personajes que les han tocado, tampoco hay mucho que hacer, pero están al nivel de una historia que, junto con la calidad de la filmación e incluso de los efectos especiales, no desentonarían en cualquier producción de aventuras. Y es que uno de los detalles más chocantes es también el haber mezclado una comedia tan chusca con una producción que no lo es, y donde sorprende el trabajo que se invirtió a nivel de vestuario, escenografía y actores.



Caballeros, princesas y otras bestias, es, en el mejor de los casos, una rareza: no me divirtió en absoluto como comedia, porquesu estilo de humor está muy lejos del que puede gustarme, y llegó un punto en el que la historia de magia y héroes intencionadamente llena de tópicos acaba resultando más entretenida que su lado cómico.

jueves, 17 de noviembre de 2016

Tren a Busan (2016). El Regional de los zombies


Aunque al género de los zombies se le acuse de ser repetitivo, poco original, y desde hace algún tiempo, de estar agotado, siempre es posible salir por alguna situación distinta, un escenario poco trillado, o por unos personajes por los que uno se preocupa. Por eso tampoco sorprende que, cuando una película aporte algo más que cuatro clichés, o bien que los maneje con una mayor soltura, esta consiga mucha más fama y una mayor proyección. Incluso viniendo de un país tan poco habitual en los circuitos comerciales como puede serlo Asia.



Este ha sido el caso de Train to Busan, de la que se habló, y bien, durante casi todo el verano. La historia de un padre, un ocupado analista financiero, a la que su hija pide una única cosa por su cumpleaños: ir a Busan a visitar a su madre. Pero el viaje tiene lugar el mismo día en el que comienza a estallar una epidemia cuyos síntomas el público conoce muy bien: las víctimas se vuelven agresivas, más rápidas y adquieren la nefasta costumbre de morder a los no infectados, propagando la enfermedad entre aquellos que no son devorados. Un escenario bastante pesadillesco para unos viajeros tan dispares como los que podría haber en cualquier trayecto: un equipo de baseball, una pareja que espera a su primer hijo y un hombre que ha decidido salvar su pellejo aún a costa de la vida de los demás asisten a la aparición de los primeros infectados en los vagones, mientras reciben noticias muy vagas del exterior e intentan, con el único medio del que disponen, llegar a una de las ciudades que ha logrado aislarse de la epidemia.



El conjunto no llega a resultar tan redondo como hacían pensar las críticas: la presentación de la infección resulta bastante innecesaria, un prólogo sin el que el guión podría funcionar unicamente por la referencias que se incluyen durante el resto de la trama y que en algún momento parece un poco confuso, al intentarlo relacionar de una forma bastante arbitraria con el trabajo de la empresa en la que trabaja el protagonista. Este no parece tener otro fin que el de ir avisando al público que ahí va a haber infectados, al que después le espera un comienzo muy pausado dedicado a presentar la relación entre el padre y la hija protagonista.

 

La lentitud inicial se compensa con un mayor dinamismo una vez empezada la trama principal, algo que sorprende teniendo en cuenta que el escenario inicial es muy limitado: el movimiento que pueden permitir los vagones de un tren se convierte aquí en una serie de oportunidades, pero también una forma muy marcada de separar las distintas partes del guión. El grueso de las dos horas no resulta lento y demasiado largo, pero sí permite marcar partes de la narración muy diferenciada: el comienzo de la infección, el intentar llegar al primer punto seguro, y un desenlace, una vez perdido el medio de transporte y la mayor parte de personajes principales, resultan unos cambios de situación muy bruscos y que casi podrían servir para marcar los capítulos de una miniserie, pero también evita que el escenario caiga en la monotonía.

 
Este año se llevan mucho los bates para luchar contra los zombies

Esta limitación de espacio inicial sirve también para ofrecer una presentación muy creativa de los peresonajes: los travellings sirven tanto como para conocer al resto de personajes de mano de la niña protagonista como para ofrecer las primeras secuencias donde aparecen los infectados y mostrar de una forma muy efectiva lo claustrofóbico del escenario, además de las posibilidades que este ofrece mediante el ingenio de sus protagonistas.

 

Estos últimos son al mismo tiempo uno de los mejores puntos de la película, pero también un fallo importante: estos cuentan con una caracterización inicial excesivamente plana. Especialmente la niña, quien resulta en muchas situaciones increíble por su generosidad ante cualquier situación y una entereza a prueba de bomba, donde se nota demasiado que este ha sido creado un poco como brújula moral y motivo de evolución del protagonista. Los secundarios, al tener menos peso, se salvan algo más de este exceso, siendo precisamente dos de ellos los que acaban generando una mayor simpatía. En cambio, es en el más negativo donde el catálogo de reacciones ante una situación límite resulta mucho más efectiva. Este, un personaje que apenas tiene peso durante la primera parte, destina todo su tiempo a ser probablemente el más odioso: grita, manipula y llega a cometer asesinatos para salvarse. Para, al final, revelar un motivo para esto tan comprensible y humano como el de los personajes cuyo retrato es mucho más amable.

El balance general de Train to Busan es muy bueno: una variación al tema zombie (infectados, en este caso) y un manejo muy dinámico de un escenario tan limitado como un tren. Aunque lo de hacer virguerías con un vagón y una máquina no es nuevo para el país: en Snowpiercer también filmaron el viaje ferroviario más extraño que se ha visto en mucho tiempo.

jueves, 10 de noviembre de 2016

Lecturas de la semana. Viajes varios y épocas pasadas.


 
Esta semana los libros cambian de siglo. Aunque solo sea de mentirijillas, porque lo único que tienen de antiguo es la ambientación. Y también lo único que tienen en común entre sí: de una de una novela humorística a una de terror/aventuras/pastiche o lo que quisiera ser, hay un trecho.



Sandi Toksvig y Sandy Nightingale. The Travels of Lady Bulldog Burton. En una biblioteca inglesa, entre otros documentos variados, fueron descubiertos los diarios de Lady Burton, Una figura muy poco conocida por el público pero todo un personaje de la época victoriana: viajera incansable e inventora de los pololos con refuerzo doble, relata en varios cuadernos su viaje alrededor de Europa junto a Jinks, su doncella, que compensaba, en su opinión, su falta de luces con su talento a la hora de realizar bocetos e ilustraciones.

Este es el punto de partida con el que Toksvig, como autora, y Nightingale en las ilustraciones, escriben un libro muy breve, y con un humor muy particular donde imitan el estilo de los cuadernos de viaje de la época, y sobre todo, la visión un tanto paternalista, que muchos de los que hacían el Gran Tour por las principales ciudades de Europa tenían cada vez que ponían un pie fuera del Imperio Británico.

El humor, en ese sentido, es un poco complejo: además del estilo de escritura lleno de formalismos asociados a la época, también está muy basado en las apreciaciones y estereotipos sobre la forma de pensar que mantenía una clase social capaz de permitirse viajes de esa duración. No es precisamente un libro para reírse a carcajadas, ni uno sencillo, pero sí uno para quien disfrute de una recreación de esa época y en el que se aprovecha de todo tipo de eufemismos para hacer referencia a situaciones que se considerarían mal vistas: desde la orientación sexual de un personaje, hasta lo indecoroso de llevar una falda por encima de los tobillos.

La historia de Lady Bulldog Burton no estaría completa sin las ilustraciones, unos dibujos en tonos muy suaves y con un toque algo caricaturesco, pero que en realidad recuerda más a las láminas de un libro infantil. Algo con lo que en cierto modo, guarda un parecido: es casi un libro ilustrado para adultos, muy breve y donde las imágenes son una parte igual de importante.



Brett J. Talley. That Which Should not Be. Hay miles de libros basados en los Mitos de Cthulhu, pero en esta categoría, los relatos son mayoría. Especialmente cuando se trata de utilizarlos de forma directa y no como algo secundario o incluso como una referencia más pulida que la simple mención directa. Las novelas siguen siendo menos abundantes y por eso suelen llamar más la atención (aunque haya una serie de libros basada en Arkham Horror, pero en general no me fío mucho de las novelas escritas como complemento para estas cosas). Y más si la idea del autor es la de hacer una serie o al menos, sacar una secuela.

El libro de Talley no es un supuesto de innovación: con un argumento tan simple como el encargo que recibe un estudiante de la universidad Miskatonic para encontrar un volumen antiguo, empieza una sucesión de historias de personajes distintos en las que se tocan distintos escenarios: el wendigo, una secta de los primigenios oculta en Centroeuropa o sucesos extraños en un manicomio, para terminar cerrando la búsqueda que emprendió el protagonista y aportar un final donde prometen una segunda entrega con más sectarios enloquecidos y dioses primigenios a punto de despertarse.

El conjunto de la narración no consigue salir del tópico, y ni siquiera lo intenta: se limita a circular por escenarios muy manidos, como la universidad, un punto de partida un poco improbable y unas historias intermedias que acaban convirtiéndose en relatos independientes que pueden entretener más o menos, pero que no consiguen que el lector se meta en la historia. Porque simplemente, son tan tópicos que es muy difícil suspender la credibilidad: cuando se pasa más tiempo pensando si al protagonista no le parecía un poco extraño que su profesor se ponga a hablarle de libros de magia como si fuera lo más normal, o que cuatro tipos que se encuentra en una posada le cuenten unas historias dignas de una película de serie B. A cualquiera le parecería un poco raro..pero también muy divertido.

jueves, 3 de noviembre de 2016

Patient Seven (2016). Los niños y los locos dicen la verdad. O no.


 

 

 

 

En los últimos años, las películas antológicas han ido haciéndose de nuevo un hueco como no se había visto desde hacía varias décadas. Sin llegar a tener una presencia masiva, sí se han convertido en algo bastante habitual y en algunos casos, incluso se saltan un poco las normas de las sucesiones de relatos para ofrecer fórmulas más creativas, como en Trick r´Treat. En otros casos, siempre es una forma de poder reunir varios cortometrajes y poder seguir varios guiones hilados en una misma cinta.
 

 

Como casi todos los filmes antológicos, Patient Seven comienza con una historia arco, la de la llegada de un psiquiatra a un manicomio, con la intención de entrevistar a seis pacientes como terapia, y también como material para su próximo libro. Los motivos por los que cada uno de ellos asegura estar encerrado son muy dispares e improbables: monstruos que acechan en la oscuridad, fantasmas, víctimas de asesinos a sueldo, vampiros, e incluso la superviviente de una epidemia zombie afirman que lo que han vivido es cierto, aunque el doctor les asegure que sus relatos no son más que fabulaciones con las que esconder sus verdaderos actos. Aunque, si entrevista a seis internos, ¿Quien es ese paciente número 7?




Si la idea de la antología era recorrer casi todos los subgéneros del terror, acertaron de lleno: cada guión toca casi todos los temas típicos, desde los fantasmas, las posesiones, los vampiros, e incluso el incluir algo tan difícil como los zombies y las epidemias en un film tan cerrado como este, aunque esto último tiene su truco, y no muy limpio. Por la brevedad y lo dispar de cada una, podrían perfectamente ser películas independientes a las que se les ha quitado todo lo superfluo y se han quedado en las situaciones que el público conoce y espera. Y, en cierto modo, lo que narra cada uno de sus protagonistas podría muy bien ser la respuesta que muchas de las series B no dan: ¿A donde van los personajes que sobreviven a una cinta de terror una vez aparecen los títulos de crédito? Teniendo en cuenta lo variopinto de cada segmento, y el estar tan centradas en la temática sobrenatural, el manicomio donde se ambienta la película podría ser una buena respuesta.



El nivel en conjunto no llega a ser redondo, porque siempre hay un guión que funciona mejor que otro. Una historia bastante floja sobre monstruos, que parece tan poco hilada como un creepypasta, da paso a una de humor negro que dispara el nivel. Y es que si no fuera poco contar con Michael Ironside como psiquiatra malencarado y peor bicho en el arco principal, la segunda entrega, además de mucho humor negro, tiene a Alfie Allen interpretando al asesino a sueldo más adorable que he visto en mi vida. El momento de mayor éxito se alcanza, precisamente, con un segmento dedicado a los zombies, donde brilla no solo el guión sino también una filmación muy concisa, sin apenas diálogos (y los que hay, curiosamente, son en islandés), pero brillante. A partir de este momento, la calidad es más o menos variable, en algún momento tirando a floja, pero por la brevedad de cada parte, en ningún momento llega a aburrir o a resultar un guión insalvable.



En cambio, es en la idea del arco común donde se encuentra el fallo: aunque la película se haga muy llevadera por lo variado y breve de cada parte, y que se escuden un poco en el tema del manicomio para poder hilar situaciones tan dispares, esta hace que pierda bastante credibilidad..bueno, no es que a una cinta de este estilo se le pida demasiada coherencia, pero en realidad, algunos de los guiones parecen puestos ahí al azar, sin preocuparse por la correspondencia entre el narrador y lo que este cuenta. Lo mismo pasa con la trama del personaje principal, ese psicólogo que va extrayendo cada una de las historias. Si bien compensa mucho el ver a Michael Ironside haciendo de tipo duro, y su giro final recuerda mucho a algunos filmes antológicos de los setenta, la historia que lo acompaña resulta un poco forzada, casi algo necesario para aportar un nexo común a todos los elementos anteriores y de la que de golpe, se olvidan para ofrecer un desenlace más de género.



En un principio, Patient Seven no parece un filme antológico de premio, pero es todo un acierto: es breve, maneja muy bien los momentos de humor negro, y sobre todo, la falta de pretensiones y lo variado de cada situación recuerda mucho a las películas del mismo estilo que producía la Amicus hace unas cuantas décadas.


jueves, 27 de octubre de 2016

Before I wake (2016). De lo que están hechos los sueños. Y las pesadillas


Con solo dos películas, Mike Flanagan es un guionista que me ha convencido sobre su buen hacer en el cine de terror. Si bien en Absentia era evidente la falta de medios, lo compensaba con unos personajes tridimensionales más importantes que la trama sobrenatural que sustentaban. En Oculus, además de seguir manteniendo ese logro, contaba con un mayor presupuesto y un guión basado en un elemento tan enigmático como los espejos. Este tratamiento de lo irreal también apareció de nuevo en su siguiente producción, pero en este caso, con un medio distinto pero igual de fascinante: los sueños, la memoria y sobre todo, las pesadillas.



Before I wake comienza con todo el aspecto de un drama de sobremesa: un matrimonio que ha perdido a su hijo se presentan como candidatos a familia de acogida. El niño en cuestión, Cody, es inteligente, amable y muy tranquilo. Pero a pesar de ello acarrea un historial de abandonos de sus anteriores tutores. En una película de las de echarse la siesta habría por ahí algún trauma escondido o algún asesino de última hora, pero la historia de Cody es muy distinta: tiene el don de traer al mundo real todo aquello con lo que sueña. Para quien ha perdido un niño, supone la oportunidad de , al menos durante unas horas, reencontrarse con él. Pero este no deja de ser una imagen de lo que le han contado a su hijo adoptivo durante el día. Y si sus sueños pueden convertirse en algo tangible, también pueden hacerlo sus pesadillas infantiles.



El principio resulta muy engañoso, apareciendo situaciones que serían inevitables en cualquier telefilme: el matrimonio con un trauma, un niño huérfano, un misterio, y hasta una asistente social moviendo papeles. Estas hacen temer lo primero en el peor de los casos, y una película más centrada en el suspense y en lo emotivo en el mejor. Pero su desarrollo es muy distinto: tras unos primeros minutos un tanto tópicos, la trama sobrenatural se desarrolla con una gran rapidez, siendo aceptada por los personajes al ser algo a lo que se enfrentan directamente, y para la que lo irracional es la explicación más viable. En cambio, el planteamiento de lo fantástico se ciñe unicamente a los personajes principales: si bien se intuye que va a haber un monstruo por ahí, y este aparece un par de veces, su función en ningún momento es la de ir eliminando secundarios y extras. Su función es más bien la de ser una de las consecuencias del don del protagonista. Que, siendo este tan ligado al concepto de los sueños, también lo estará a cómo el subconsciente interpreta las vivencias.



En realidad , y quizá por eso el guión no es tanto de terror como fantástico, lo importante es la figura de la familia, en concreto, de esos padres que no han superado una pérdida y que convierten a su hijo adoptivo en un mero instrumento. Un tema que se va planteando de forma pareja a las primeras apariciones de una criatura y que llevará a un desenlace mucho más cercano al terror, donde los elementos anteriores se emplean para recrear un escenario propio de las pesadillas. Y, aunque este se hace esperar un poco, su desarrollo, y el cuidado que se dedica a caracterizar a los personajes previamente, hace que la historia se disfrute en su vertiente menos terrorífica: los personajes son cercanos, hay una situación irreal y de la que se intuye un doble filo que los protagonistas aún no han visto. Ya llegará lo macabro en su momento.



Un acierto a la hora de tratar estos temas ha sido la simbología: si en Oculus recurría a los espejos como entrada a lo sobrenatural, aquí le corresponde a las mariposas, muy ligadas a lo irreal y también a la metamorfosis, y que aquí tienen una presencia continua. Con un truco tan simple como convertirlas en el hobby de su protagonista, combinan secuencias entre las más vistosas y su vertiente más siniestra, donde unos insectos similares a polillas anuncian la llegada de las pesadillas.



El papel del protagonista era un tanto complicado: no tenía que parecer, ni lo hace, un niño siniestro. Pero tampoco parece uno continuamente asustado como podría estarlo en una película de monstruos. Aunque la idea sería el caracterizarlo como alguien más maduro, o darle un aspecto más especial y consciente de sus características, es una decisión que seguramente funcione más en literatura que en pantalla: el actor que lo interpreta se defiende bien en la mayoría de los casos, pero en otros parece muy perdido y repite de una forma bastante sosa sus líneas de diálogo.



Before I wake despista al empezar como un drama de familia, pero su idea principal y desarrollo es muy distinto: no es una película de terror, ni una pensada para explotar la emotividad del público, sino más bien una fábula fantástica con toques de suspense.

jueves, 20 de octubre de 2016

Blair Witch (2016). Ahora con un 10% más de GPS y personajes desorientados








En 1999, una película hecha casi con cuatro perras consiguió una recaudación millonaria y hacer que el público tuviera sus dudas respecto de lo que había visto: ¿Realmente eran las últimas imágenes de tres jóvenes desaparecidos en el bosque, o una astuta campaña de marketing para promocionar una filmación entonces novedosa? Por suerte se trataba de lo segundo, y la Bruja de Blair llegó a convertirse en una franquicia bastante resultona donde no faltó una guía sobre la historia del bosque, comics, videojueos e incluso una serie de libros para jóvenes similar a Pesadillas. En cambio, no le lució mucho el pelo en el cine, con una secuela donde se reconocía abiertamente su carácter ficticio y cuyo cambio de formato y tono fue tan drástico que cortó la saga de raíz. Habría que esperar 15 años a que se decidieran a llevar de nuevo a varios personajes armados con cámaras a los bosques de Maryland y a que el público, con un poco de suerte, pudiera saber algo más de lo que sucedía en un lugar que parecía saltarse a la torera las reglas de orientación más básica.








La idea de Blair Witch sería la de una secuela,si se tiene en cuenta a unos personajes que, siendo uno de ellos el hermano menor de una de los desaparecidos, deciden regresar al lugar, acompañados por dos jóvenes de la zona, y encontrar alguna pista de lo que pudo sucederles. Pero también la de un remake, porque lo que les pasa a estos una vez se adentran en el bosque es muy similar: una vez entre los árboles, es imposible encontrar el camino de vuelta. Durante la noche se escuchan ruidos extraños, aparecen extrañas figuras hechas de palos y varios miembros del grupo desaparecen. Y pese a contar con instrumentos más complejos y fiables que una brújula, tanto los relojes como los Gps no sirven de mucho en un bosque donde el tiempo parece detenerse o avanzar de forma antinatural.






La impresión final que acaba dando la película es más bien la de remake: salvo el tener en cuenta la original como punto de partida, el guion recurre a las mismas situaciones y escenarios de esta. Tanto que este pierde mucha frescura, al no contar con el factor sorpresa que tuvo en su momento y con un formato que hace mucho que ya no es una novedad. En este caso, se aumenta el número de personajes, incluyendo a dos cuya finalidad es la de potenciar la idea de la existencia de una amenaza sobrenatural, convirtiéndolo en algo real para los protagonistas y haciendo también que se perdiera la ambigüedad que había caracterizado gran parte del primer guión.



Ahora sabemos donde estuvo Ramona Flowers cuando cortó con Scott Pilgrim: se fue al bosque


Optar por lo fantástico es una solución que parecen haber tomado para enfrentar uno de los retos que suponen los quince años de diferencia entre guiones: los mapas y las brújulas han dado paso a Google Maps e incluso a los drones, de los que los protagonistas se sirven para conseguir una visión más amplia de la zona y que como era de esperar, es lo primero que hace falta destrozar. En este caso, la atmósfera de confusión que podía trasmitir un bosque para quien no lo conozca se convierte aquí en un elemento sobrenatural, presentando de forma directa cómo el tiempo comienza a alterarse y percibirse de forma distinta para los personajes. En una historia con tan pocas sorpresas es de agradecer cómo estos acaban sumidos en una noche perpetua, o cómo lo que parecen haber sido unas horas para una parte del grupo, han sido varios días para el resto.





El convertir la historia en algo sobrenatural se termina de confirmar en determinadas situaciones clave: en este caso, llega a aparecer la criatura que le da nombre a la película, aunque sea por un momento muy breve y para justificar un poco una secuela donde, abandonado el juego entre realidad y ficción, pueden recurrirse a los efectos especiales. Tampoco es que sea algo demasiado llamativo, porque con el exceso de movimientos de cámara que hay en el último tercio, es un poco difícil apreciar nada. Para ser la secuela de la pionera del rodaje en primera persona los tembleques son muy exagerados y llegan a hacer un podo difícil el seguir a unos seis personajes de los que intentan deshacerse demasiado rápido en unos pocos minutos.


Ni la aparente solución que se da al misterio del bosque, ni la curiosidad que podría generar el ver cómo se las arreglan para afrontar situaciones que resultan muy distintas con el salto tecnológico, sirven para salvar a Blair Witch de ser una pelicula innecesaria: esta se ha limitado a coger el mismo guión que se estrenó hace años, aplicarle el conveniente cambio electrónico y no aportar lo más mínimo a una historia que, para poder disfrutarla mucho más, es preferible acudir a su primera parte y olvidarse de su secuela. O remake. O reboot. O como lo llamen ahora.

jueves, 13 de octubre de 2016

Scare Campaign (2016). ¡Susto o muerte!





Las cámaras ocultas fueron un formato bastante recurrido hace algunos años, o más bien, hace algo más de una década: bien mediante programas destinados a orquestar bromas, con clips comprados a productoras de otros países para rellenar horas muertas en la parrilla, o aprovechar para montar alguna gala trampas por todo lo alto a famosos. En realidad las más divertidas eran las de corte terrorífico, que en España no eran tan habituales pero que fueron las protagonistas en Scare Tactics. Un programa que durante varias temporadas se inspiró en varios clichés del cine de terror a la hora de preparar las cámaras ocultas. Y aunque el formato quedara desplazado por las bromas de YouTube y los videos virales, este, al igual que los realities sobre investigadores paranormales, tenía potencial para  una historia de terror no demasiado ambiciosa: ¿qué pasa cuando la víctima, en lugar de asustarse, se defiende?








Con un título como el de Scare Campaign, no se pretende disimular su inspiración. Y al igual que esta, el programa de bromas terroríficas ha entrado en declive: además de los riesgos que corren con determinadas víctimas de la cámara oculta,  internet se ha convertido en una competencia directa con vídeos mucho más agresivos y situaciones en las que la frontera entre realidad y la ficción resultan dudosas. En un intento por mantener la emisión, el equipo decide ir más lejos preparando una cámara oculta en un antiguo centro psiquiátrico, en la que no queda claro quien es el anzuelo y la víctima.






Aunque se trate de una película muy basada en los giros de guión, estos no sorprenden: en realidad están pensados para que, pasada la primera sorpresa, el espectador se de cuenta de lo que va a pasar, y donde las pistas necesarias se van mostrando de una forma muy directa: un comportamiento demasiado extraño en determinada situación, una secuencia mostrada desde un ángulo forzado o el mostrar abiertamente como un personaje envía un mensaje sirven para que los giros no sorprendan, pero que tampoco se vuelvan el factor del que depende el guión. Este es muy breve y con una gran concesión, limitándose a los cuatro escenarios básicos de la trama: una introducción con la primera broma, un despacho, y el hospital cerrado donde se desarrolla la acción principal y se mueven unos personajes, que como suele pasar en este tipo de producciones, acaban siendo demasiados. Teniendo en cuenta que la parte central del metraje se dedica a eliminar a los secundarios, estos se convierten en el número necesario para ofrecer unas cuantas muertes violentas sin que tengan otra aparición más que las de formar parte de un equipo de televisión. Los protagonistas corren más suerte, teniendo una caracterización mucho más definida y que marca más el desarrollo del guión. En todo caso, el acumular secundarios para ser asesinados es casi un mal menor en muchas de estas producciones, y lo mejor que puede decirse de ellos es que al menos, mientras salen en pantalla, cumplen lo suficiente dentro de lo breve de su aparición.








El humor es también un factor muy presente. No es abiertamente una comedia, pero sí trata con mucha sorna los problemas de la televisión, la competitividad del medio e incluso lo controvertido de determinadas bromas en los medios digitales. Hay menciones a la Deep web convertidas ya en lenguaje coloquial, pero también momentos tan divertidos como la inexpresividad de uno de los personajes, una actriz en su primer papel, o la falta de escrúpulos del protagonista, que hace que el desenlace sea enfocado desde una perspectiva más cómica. Lo cómico mantiene muy buen equilibrio con el suspense y la parte terrorífica, porque aún con el juego de bromas y giros inesperados, esta constituye un slasher muy entretenido e incluso se nota que la historia no se ha quedado en un par de ideas para rodar rápido: el vestuario para unos personajes que tienen muy poco tiempo en pantalla está muy cuidado y las máscaras que utilizan son una de las imágenes más memorables.









La idea de inspirarse en un formato de televisión para un guión no es nueva, pero sí relativamente poco usada y en la mayoría de los casos, con buenos resultados: My Little Eye se las arreglaba para hacer un thriller cuando Gran Hermano era relativamente nuevo, Dead Set incorporó zombies al programa de Mercedes Milá y Grave Encounters le metía bastante caña a Buscadores de fantasmas. Scare Campaign se puede sumar a esta lista porque es muy similar en resultados: poco ambiciosa, pero muy eficaz en lo que quiere contar y con un punto de humor negro que le da un buen contrapunto a una historia basada precisamente en las bromas.



lunes, 10 de octubre de 2016

Phantasm Ravager (2016). La despedida del Hombre Alto.







Como muchas sagas de terror de la época, Phantasma contó con varias entregas. Pero la diferencia con el resto fue que su director siempre mantuvo cierto control sobre cada una de ellas. Freddy Krueger se convirtió en un humorista, los cenobitas se hundieron en una retahíla de secuelas a cada cual peor y las de Viernes 13 salían como churros (y sus guiones también eran uno). El hombre Alto y su principal Nemesis, Reggie Bannister, siempre fueron los mismos durante una serie que se ha alargado durante unos 37 años y de la que podría decirse que ha tenido un final propiamente dicho porque sus fans y su director lo quisieron.












En Ravager volvemos a encontrar al Hombre Alto, ahora un poco más claros sus orígenes (o no tanto, porque la coherencia no fue algo propio de esta saga), y a Reggie, quien, además de una manera de detener a esa criatura, continúa buscando a sus amigos Jody y Mike. En un escenario tan familiar para los fans de la saga, aparece algo muy extraño: el Reggie que estos conocen se ve a veces sustituido por uno muy distinto, envejecido, aquejado de demencia y al que Mike, quien lo visita regularmente en el hospital, escucha historias sobre sus enfrentamientos con su enemigo común. Un solo parpadeo puede trasladarlo subitamente a cualquiera de estos, y en cada una de las realidades obtiene distintas explicaciones a lo que sucede: la existencia de universos paralelos, de distintas esferas de espacio y tiempo, o la posibilidad de que alguien, un adversario tan poderoso como al que lleva siguiendo cuatro décadas, pueda alterar estas a su antojo.










Pese a contar siempre con Coscarelli, su primer guionista y director, Phantasma nunca se caracterizó por ser una saga coherente. Es más, el tono y estilo de cada película es de su padre y de su madre: la primera, la mejor, es una historia de terror muy extraña y pesadillesca. La segunda, la más tocada por una productora que vio ahí un filón, tira más por la acción, el terror, y una trama romántica innecesaria. La tercera cuenta con más humor y la cuarta, la que más recortes tuvo, es casi un copia y pega de secuencias anteriores y de diálogos donde nos explican el origen de su personaje principal. Los motivos de este son tan ambiguos, poco claros y cambiantes, como las reescrituras que tenga su guión en cada momento. Ravager no es una excepción, y en este caso, es tan distinta a las anteriores como estas lo eran entre si. De entrada, está planteada como un cierre que los fans solicitaron y que su director no les negó, donde intentan crear un final un poco como pueden, o como les de el presupuesto. Y cuya opción ha sido la de homenajear a unos personajes tan entrañables como Reggie, caracterizado por la valentía y la lealtad a sus amigos, además de un punto mujeriego bastante desafortunado que lo convierte un poco en una versión casera de Ash Williams. Y de Mike y Jody, ligados siempre a la presencia del Hombre alto. La trama, para ellos, es la de la despedida de tres amigos, que pese a lo torpe de su ejecución, no carece de emotividad. Pero también la del Hombre Alto, o más bien, la de Angus Scrimm, quien falleció antes de que su última película viera la luz y que ha encarnado a uno de las criaturas más amenazadoras y dignas del cine de terror.








La película está hecha por y para los fans, lo que es tanto su defecto como lo que la salva. Porque objetivamente, es una producción floja: salvo los actores principales, el resto son rematadamente torpes, recitan sus lineas sin ganas y parecen sacados de una producción de The Asylum. El ritmo es muy confuso, ni el guionista tiene claro qué quiere hacer con el mundo que ha creado, parece que a ratos se ha puesto a mezclar elementos que recuerdan un poco a Life on Mars, unas escenas propias de Matrix (donde el fondo blanco hace que los maqueados informáticos de los actores sean irreales) y los efectos especiales son de pena: las esferas, ahora digitales, no le llegan a la suela del zapato a los efectos artesanos que se usaron en 1979. El chroma se nota un montón, y hay una secuencia donde se recrea una ciudad destruída con un travelling donde la infografía de videojuego se nota a la legua. Casi puedo decir que no tengo claro si me ha gustado o no, porque esa torpeza está muy lejos de las tres primeras entregas, muy caóticas pero más que dignas a nivel de realización.








En cambio, hay algo en toda esa torpeza que ha resultado entrañable: que guste o no lo que se haya hecho con la serie, su personaje principal nunca se convirtió en un chiste. Hay en todo momento una gran simpatía por sus protagonistas, que sin ser grandes actores, dan una impresión de tristeza porque la historia se acaba. Y sobre todo, hubo muchas ganas de sacar adelante el final de una saga que aunque nunca fue muy lógica, sus fans siempre quisimos saber algo más del Hombre Alto, su ejército de esferas y el misterioso Planeta Rojo en el que vivía. Además, si alguien ha llegado a verse las cinco partes de unas serie que, pensándolo bien, es muy irregular, es porque realmente esta le ha gustado. Y en realidad, esta película es para ellos. Pero quien no conozca la serie y tema que los efectos pobres los echen para atrás, están de enhorabuena: se ha estrenado también la versión en 4k, con una calidad de imagen de las de ayudar al protagonista













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