Este año me ha coincidido subir entrada el último día de diciembre. Y como he pasado los últimos días vigilando que Sabela y Narnia no le den un golpe de Estado al árbol de Navidad, o recogiendo adornos de debajo del sofá (han descubierto que no puedo permanecer vigilándolas las 24 horas), he quedado algo escasa de tiempo..Vamos, que ni la nueva de La guerra de las galaxias he podido ver, por lo que debo ser de las pocas personas que todavía no saben quien demonios es ese robotito redondo que sale en los trailers.
Por eso he decidido hacer esta vez una lista con todo lo que más me ha gustado del año. O al menos, con lo más interesante que he visto, leído, y también con los personajes que se nos han ido los meses pasados.
Enero.
Phantasma. La película de terror sobre cementerios, esferas cromadas, Y el Hombre Alto.
Emmanuel Carrère. Una semana en la nieve. Un libro que no es policiaco, no es terror pero tampoco realista. Una historia muy breve y muy de pesadilla sobre miedos adultos e infantiles.
Febrero.
En la boca del miedo. La visión de H. P. Lovecraft, los escritores de best Sellers y los Mitos de Cthulhu de John Carpenter.
J. M. Barrie. Peter Pan. El libro del niño que no creció nunca. Y que para sus lectores tiene tantas versiones y adapciones como segundas lecturas e interpretaciones.
Marzo.
Los boxtrolls. Una película en stop motion sobre monstruos que no lo son tanto.
El ministerio del tiempo. Vi el tráiler y no me convenció. Vi la serie y me hice ministérica. Ahora estoy esperando la segunda temporada.
Abril.
Goal of the dead. Zombies fanáticos del futbol...y lo de zombies, literal.
Historias corrientes. Las aventuras de un pájaro y un mapache que trabajan como limpiadores de un parque han sido los dibujos más divertidos y absurdos desde Hora de aventuras.
La brigade chimerique. Un comic francés muy extraño y similar en el planteamiento a La liga de los caballeros extraordinarios. Solo por ver un cameo de Jean Ray y París siendo amenazado por todo tipo de monstruos de folletín ya ha sido un aporte.
Junio.
What we do in the Shadows. Una visión muy cotidiana y muy divertida de todas las versiones posibles que han dado los vampiros en la ficción.
Tanith Lee. Volkhavaar. Una novela de fantasía un tanto decadente, muy cercana a la mitología oriental, de una autora fallecida este año.
Mad Max: Fury Road. Una secuela, por llamarla de algún modo, que tardó lo suyo. Pero que por lo loca, salvaje y original, ha sido toda una revelación.
Pesadilla y Escalofríos. Una antología que en España se dividió en dos partes. Y cuyo contenido es uno de los mejores que en este género apareció en los noventa.
Agosto.
La máscara del fantasma. Para recuperar la serie de Las aventuras de Batman, de Bruce Timm, no tengo mucho tiempo. Pero la película animada que hicieron entonces, le hace perfectamente sombra dentro de su campo a las versiones posteriores del superhéroe.
Jeff Kinney. Diario de Greg. Una visión muy divertida de la vida de un estudiante de once años. Aunque es recomendable quedarse únicamente con los tres primeros libros.
Fallece Daniel Rabinovich y las interpretaciones de Johann Sebastian Mastropiero ya no volverán a ser las mismas.
Septiembre.
La visita. M. Night Shyamalan vuelve a ganarse al público. Con una producción mucho más humilde, aún con muchas irregularidades pero que, por una vez, puede disfrutarse igual una vez descubierto el giro final.
Muriel Barbery. La vida de los elfos. Una novela de fantasía de la escritora de La elegancia del erizo. Más cercana a la poesía que a la Dragonlance.
Octubre.
La cumbre escarlata. La versión de Guillermo del Toro de la novela gótica con todas sus consecuencias: visualmente sorprendente, trágica y a menudo ilógica...como lo que podría ofrecer La caída de la casa Usher.
Mike Mignola. El señor de los gusanos. Un comic de los noventa con zombies, nigromantes, Primigenios y mucho pulp. Lectura obligatoria en el Barrilete, vamos.
Noviembre.
Paul Féval. La ciudad vampiro. Si La cumbre escarlata condensaba todas las características de la estética gótica, un autor francés se encargó, hace algo más de un siglo, de parodiarla hasta el absurdo...y de forma que hoy resulta puro Monty Python.
Z nation. The Walking Dead es una versión seria y dramática del fin de la civilización cuyos cadáveres ambulantes son una amenaza real. Z nation tiene zombies. Zombies, unos protagonistas que se toman el apocalipsis a coña y unos guiones que son pura fiesta. Imprescindible para cualquier fan de El regreso de los muertos vivientes.
Los aristogatos. Gatos. Gatos en el París de la belle Epoque. Gatos que saben tocar jazz. Pues eso.
Diciembre
Krampus. Una de terror navideña de las que hacía mucho que no se veían en el cine. A la altura de su predecesora en cuanto a películas temáticas, que fue Trick ´r Treat.
Doctor Who. Porque esta temporada ha tenido mejores guiones, más tiempo para estos, y mucho más macabra. De momento, Capaldi se ha convertido en mi Doctor Preferido.
De vez en cuando no viene mal algún libro para una tarde. De los de risa, de misterio, o de relatos cortos. Pero de esos que es abrir, empezarlos, pasar una página tras otra y llegar a la última antes de darse cuenta.
José Manuel Frías. Canción de cuna. Con el subtítulo "15 relatos estremecedores" y una portada que, entre el fotomontaje de los muñecos e inquietantes niños de ojos negros, tiene todo los elementos inquietantes propios de la última década, el libro da lo que promete: cuentos cortos en los que el terror está presente de un modo u otro.
Este, en lo sobrenatural, el suspense o el humor negro, recurre a elementos clásicos, como los espectros, las venganzas fantasmales e incluso algún que otro guiño a Edgar Allan Poe, pero planteado en escenarios cotidianos que en las circunstancias adecuadas pueden servir para una historia de terror. Una fotografía, un hospital, el miembro de una secta que aborda incansablemente a los paseantes o el monstruo que se oculta bajo la apariencia de un ciudadano cualquiera, sirven de base a una antología que no llega a ser el mejor libro que haya leído en todo el año, pero que en conjunto me ha entretenido mucho.
Jeff Kinney. Vieja escuela (Diario de Greg 10). Empecé con los libros de Greg por el tomo 8. Me pareció una historieta, con su mezcla entre dibujos y texto breve, muy divertida. Leí después los dos primeros por orden, pareciéndome todavía más graciosos. Y ahí terminé hasta que ví la portada de la última entrega, donde su protagonista aparecía con expresión de disgusto intentando arreglárselas con un radiocasete y otros aparatos que a este podrían parecerle prehistóricos, y me sirvió para empezar un tomo más. Sigue siendo una serie divertida, pero la impresión general es que el personaje está muy agotado. Excepto el seguir escribiendo en primera persona, ya no utiliza el formato de diario con fechas, algo a lo que renunció el autor desde que decidió que el personaje principal no va a abandonar la escuela media, sino a quedarse en esa etapa fija hasta que cierre la colección, como muchos otros personajes de la literatura juvenil seriada.
En este libro no faltan los momentos cómicos, gracias a todo tipo de ocurrencias por parte de la familia y profesorado de Greg, quien describe su día a día de una manera en la que se ve lo absurdo de las situaciones pero también lo quejica de su forma de ser. Pero también tiene momentos en ls que demuestra que no hay más a donde ir. Recursos tan irreales como el presentar a la mascota de la familia, un cerdito capaz de caminar sobre sus dos patas, y que va por la casa familiar adelante con pantalones. Será gracioso, pero pocas cosas demuestran el agotamiento de una comedia como el echar mano de un animal con comportamiento humano en una situación en la que este no tendría cabida. El resto se compone de situaciones independientes, unidas por algún elemento de continuidad: la iniciativa para mantener la ciudad durante una semana libre de tecnología digital sirve para dar paso a una anécdota durante la limpieza del parque local, y de ahí, a la semana que Greg y su colegio pasan de excursión en una granja. Con una estructura y situaciones que intentan buscar la comedia ante todo, y teniendo muy presentes las alarmas bastante evidentes sobre el agotamiento del personaje, el libro dio justo para una tarde y pasar el rato, que era de lo que se trataba.
A menudo puede dar la impresión que no había vida antes de las sagas infantiles de la última década. Muy poco acertado, porque en realidad estos libros se quedaban reservados para sus lectores iniciales, los más jóvenes, en lugar de ser un éxito para un público amplio. Otros, aún contando con buenas críticas, tenían un reconocimiento muy limitado e incluso estas opiniones favorables se quedaban limitadas a reseñas sobre literatura infantil. Y alguna vez nos encontramos sin tener ni idea de dónde o cuando han aparecido alguno de estos. O lo que es peor, por qué no los conocimos antes.
Los perros de la Mórrígan lo encontré en una estantería ajena. No conocía el título ni a la autora. Pero la contraportada, además de ofrecer la estructura propia de esas lecturas, cosa que no me sorprendía mucho, hablaba de su inspiración en la mitología celta. . Suficiente como para pedirlo prestado y empezar las aventuras de P. J. y Brigit, dos niños que deben evitar que la Mórrígan, la principal antagonista de estas leyendas, libere a la serpiente Olc Glas y destruya el mundo. Perseguidos por su jauría de perros, quienes solo podrán capturarles si ven correr a sus presas, deben atravesar una versión féerica de Irlanda, donde encontrarán aliados, pero también trampas puestas por la propia Mórrígan y sus encarnaciones.
O´Shea publicó su libro en 1985, y otro un tiempo después, también con la misma inspiración en este ciclo de leyendas. De la secuela en la que trabajaba solo quedaron unos capítulos, no llegando a terminarse. No es un caso en los que el lector se quede con una obra inacabada, sino de la continuación de una historia conclusa que no llegó a escribirse. Y que probablemente, todos los que hubieran disfrutado su novela lamenten bastante. El planteamiento de esta es muy sencillo, limitado a dos protagonistas que deben hacer un viaje. En realidad, la estructura está casi formada por una serie de escenas distintas en cada capítulo, casi independientes, donde los personajes pueden encontrar un avance o un obstáculo, o también una utilidad mágica a los objetos con los que viajan. En cambio, comparada con esta estructura, el estilo y las referencias son lo que la hacen una lectura un poco densa: parecería fácil saltar de un escenario a otro, pero la lentitud de los primeros capítulos, donde se toma su tiempo para presentar a los personajes e ir creando la atmósfera propia de la historia, hace que al comienzo le falte dinamismo y haya que ponerle un poco más de ganas para poder entrar en esa mezcla de cuento popular, fantasía tradicional y mitología.
Sus personajes también resultarían hoy un poco extraños para los cánones recientes. También mucho más cercanos a la narración popular, estos son un niño con cualidades positivas bastante evidentes y poco cuestionadas, como la valentía y la generosidad, y su hermana, quien durante los primeros capítulos resulta un poco cansina por el exceso de excentricidad con el que la autora quiere caracterizarla. Según avanza, esto irá mejorando, especialmente en el caso de Brigit, mucho más nivelada. Salvo algunos momentos más dramáticos, donde a estos acaban siendo presa del miedo o la desesperación, parecen en principio muy sencillos, con cuatro rasgos y muy lejos de la complejidades y dudas que podrían tener héroes posteriores. Pero que a pesar de todo, se van ganando la simpatía del lector a lo largo de la narración, hasta el punto de sentir un poco de tristeza ante un desenlace que en realidad, no es trágico, pero sí muy melancólico. No son personajes complejos. Son simplemente, los que una historia y un mundo como el de este libro necesitaban.
Otro factor a favor de su planteamiento es lo intemporal de su ambientación. Se mencionan lugares concretos de Galway, al igual que lagos y montes de la zona. Pero los personajes se desplazan en bici, carreta o viven en granjas. No hay tampoco referencias a algo más moderno que un teléfono, por lo que es muy difícil saber si son los años ochenta, setenta o una época anterior. Algo que, además de ser muy adecuado para el estilo de la narración, hace que tenga un carácter mucho más duradero, ajeno a cualquier referencia que pueda delatarla.
Uno de los principales personajes de la mitología celta se parece a Florence Welch y no me sorprende.
Si hay algo que distinga a esta de otros textos y la convierte en algo especial, es su uso de la mitología. No es algo novedoso, porque Lloyd Alexander lo había llevado a cabo en las Crónicas de Prydain, pero lo hizo de una forma mucho más somera y referencial. Aquí no solo aparece la Mórrígan, sino que se habla de sus otras encarnaciones como parte de un todo, un concepto quizá algo complejo si la intención hubiera sido solamente adaptar personajes para los niños. Y también de la reina Maeve, de guerreros, dioses y de una descripción de la magia que resulta sobresaliente. El uso de objetos cotidianos como símbolos para un hechizo, la descripción de un mundo donde confluyen las distintas épocas y criaturas mágicas, y sobre todo, la caracterización de las antagonistas principales, bajo los nombres de Melodía y Breda. Estas, planteadas como una versión más pícara y menos malvada de la Mórrígan, recuerdan mucho al carácter malicioso de las hadas.
A Los perros de la Mórrígan hay que darles al menos unos capítulos de ventaja para poder entrar en su historia y particularidades. Pero solo hacen falta un par más para demostrar que este no se ha malgastado en cuanto comienza el camino, el viaje e incluso las trastadas de Babd y Macha.
Se ha cerrado la segunda temporada de Peter Capaldi como Doctor y queda muy poco para el especial de Navidad. En cierto modo, esta ha sido muy diferente a lo que se había visto anteriormente, en distribución de capítulos, desarrollo de los personajes e incluso tono de la serie.
Se decía que la temporada anterior había sido bastante irregular. Algo que no noté porque hasta en los momentos más flojos, me pareció entretenida solo por la renovación del Doctor...Pero sospecho a estas alturas que con esta serie soy muy indulgente: salga lo que salga, tomen la decisión narrativa que tomen, me gusta, me divierte y es mi serie por excelencia. Y una de esas cuestiones en las que es muy difícil ser imparcial.
Aún cojeando de este pie, el comienzo me pareció muy chocante. Es la primera vez que recurren a episodios dobles en casi toda la temporada, algo que si bien no era raro en la etapa clásica, con arcos de cuatro y seis capítulos, desde el 2005 se había quedado para los mejores guiones y los desenlaces. Parece que el ahorro de costes era el motivo principal, por lo de aprovechar durante más tiempo personajes y escenarios, pero también sirvió para que los guiones tuvieran más complejidad e interés, al contar con un mayor número de cliffhangers.
El Doctor también ha cambiado: Capaldi ha sido casi el único en que la evolución de su personaje fuera muy marcada, además de ser de lejos el Doctor más gruñón y menos simpático de la etapa nueva. Si el año pasado su acompañante Clara tuvo que dedicar mucho tiempo a enseñarle un poco de empatía y mano izquierda, ahora la relación es más equilibrada y cómplice, pero también con un Doctor que rechaza mucho su pasado: tanto en su actitud, como el ejemplo más visible, que es el sustituir su destornillador sónico por unas gafas de sol que conserva hasta el último episodio. Sigue teniendo muy poco tacto y estando muy alejado de la versión compasiva de Tennant, pero ahora también es mucho más cabra, testarudo y también con matices que han aprovechado mucho más. Si la temporada anterior se cerraba con la esperanza para él, y también para su antagonista The Master, tras la reaparición de Gallifrey, su planeta, la vuelta a este es mucho menos optimista, explota bastante los motivos de su comienzo como Doctor allá en el 63 y sobre todo, sirve para dar un desenlace muy sorprendente para Clara y Ashildr, el personaje interpretado por Masie Williams. Quien comenzó siendo alguien muy ambiguo, y en el que a nivel de serie se mantuvieron bastantes dudas sobre sus apariciones como regular o como posible acompañante, es, en cierto modo, un nuevo señor del Tiempo. Y clara, gracias a las paradojas temporales de la serie, seguirá siendo una acompañante. Pero no del Doctor.
El tono de la serie también avanza en la línea propia de Moffat. Los escenarios que se visitan dan miedo. En su diseño, en sus criaturas y en sus historias, pero también en sus connotaciones. La serie ha mantenido un tono en todo momento más pesadillesco, pero suavizado por el humor del Doctor y Clara, a la hora de tratar temas como la inmortalidad, la soledad o la memoria. Incluso contando con un presupuesto más holgado, lejos del aspecto de plástico que tenían los capítulos de los ochenta, o de la infografía del 2005, han recurrido a trucos más artesanos como las criaturas diseñadas a mano, y a los monstruos creados con recursos como capas, sombras o máscaras que no pretenden ser otra cosa, pero que hacen el mejor trabajo posible. Y, donde guiones que iban a ser un episodio botella de cara al final de temporada, como el número once, llegan a convertirse en el mejor de la temporada, sostenidos únicamente con su guión y los monólogos de Capaldi. Monólogos que han llegado a tener una gran carga emotiva, como su exposición sobre la guerra ante los Zygons, la raza infiltrada en la tierra que vuelven a aparecer en una de las tramas, y que también fue el punto más alto de la temporada.
No han faltado tampoco los clásicos: el Doctor sigue encontrándose cada dos por tres con los Daleks y con un Davros que sigue siendo más malo que la quina. Un poco anecdótica, y que a veces sí me hace sospechar si estos villanos emblemáticos no empezarán a estar un poco agotados ya. El caso de The Master, Missy desde hace algún tiempo, es muy distinto: el personaje también ha cambiado, sigue portándose como el mayor enemigo del Doctor, pero se toma mucho menos en serio, asumiendo su papel de villano como algo que le ha tocado desempeñar, pero sin tener una auténtica animadversión por este.
La temporada, en conjunto, ha sido buena. Mejor que la anterior, aunque sigue manteniendo alguno de los defectos típicos. Además de parecer un poco que algunos enemigos aparecen por ser los de toda la vida, hay que deshacerse de las acompañantes porque agotan su factor de interés, y el plantearse quien será la próxima siempre es una forma de renovación. Y parte de la trama del comienzo, con todas las referencias a profecías fatalistas y un híbrido entre dos razas, se queda en un macguffin que no se resuelve, sino que se despacha con dos frases. Otro tema habitual es el capítulo guionizado por Mark Gatiss, que es el que menos gusta y el más de relleno. Esto último no es una excepción este año, pero a mí me divirtió: ¡Para hacer un episodio sobre legañas monstruosas hay que ser todo un campeón! Aunque a Reece Shearsmith, quien tiene un papel, no le sientan bien los años: al chico empieza a ponérsele cara de señora.
Además de despedir a dos personajes y dar indicios de un enigma que podría tener su presencia en la próxima, en forma de conversaciones entre Missy y el Doctor sobre un tercer personaje, se cierra con el anuncio del especial de Navidad. Un programa con un aspecto mucho más festivo que los episodios anteriores, y que ofrece un encuentro que muchos fans tenían ganas de ver: la primera aparición de River Song con el nuevo doctor, algo interesante a la hora de saber qué química pueden tener ambos en pantalla.
Entre muchas otras cosas, tras ver los guiños que aparecen en capítulos de Hora de Aventuras e Historias corrientes, y sobre todo, de echar un vistazo a los escaparates de las librerías, terminé de confirmar que los ochenta y los noventa están de moda. Y es que estos días no faltan libros pensados para los nostálgicos, donde se dedican a recordar lo más emblemático de esas décadas. En cambio, una de las cosas que podrían echarse en falta, como son las horas de colegio, sirven casi como apodo para los lectores que se reconocerán enseguida como parte de esos años.
Javier Ikaz y Jorge Díaz. Yo fui a EGB. Este libro nació como una web de los mismos autores, donde diariamente se recopila todo lo que pudiera tener relación con los años que abarcó este sistema educativo. Canciones, anuncios, chucherías, libros, películas, pero también noticias relacionadas con personajes conocidos de entonces e incluso exámenes sobre asignaturas de Educación General Básica que hoy, pese al esfuerzo del profesorado, no se aprueban ni de broma.
El libro es a grandes rasgos, una antología de los artículos anteriores, y ha tenido éxito como para ir ya por la tercera entrega. Una suerte que en esta página haya mucho material, porque la época EGB abarca desde los setenta hasta finales de los noventa. Este viene dividido en varios temas, tan amplios como el mundo de la infancia: la ropa, los libros, las clases, los juegos y la tv, pero también los hogares y las frases dichas una y mil veces por los padres. No está pensado para encontrar información, sino una recopilación de todas esas cosas que hoy son parte de la nostalgia. Por eso su redacción es muy afectuosa con todas ellas, sin sarcasmos, y tan amplio como para ser capaces de recordar, aunque solo sea de nombre, marcas de ropa y alimentación, pero sin caer tampoco en quejas sobre lo bueno que era todo antes por comparación.
En cambio, el viaje por todos estos elementos comunes se queda un poco genérico: muy limitado a finales de los setenta y mediados de los ochenta, la quinta de los autores, que en muchos casos se queda todo en nombrar cosas sin ofrecer algo más de detalle. Tratándose de un libro, se habría agradecido esto último, porque para ser todo tan somero, me quedo con la web que es más amplia.
Javi Nieves. Generación EGB. En lugar de internet, este libro viene de un medio más tradicional, y hasta más nostálgico, que es la radio, donde nació como programa. El tema es el mismo que Yo fui a EGB y el contenido, muy similar (tampoco me quejo, porque, ¿qué quería encontrar en un libro con este título? ¿Física cuántica?), recopilando en bloques temáticos todo lo que recuerdan quienes crecieron en los ochenta y noventa.
La principal aportación en este caso es una mayor profundidad, aunque tampoco demasiado, porque no es un libro de información ni lo pretende. Los capítulos se desglosan con más detalle e incluyen material algo más minoritario, aunque solo sea de pasada. También cuenta, a modo de recopilación, con una lista sobre diez cosas importantes, o más recordadas, que pueden ser ropa, anuncios, películas vhs o programas de tv. Algo que en la sección sobre audiovisuales se agradece mucho.
También le da algo más de peso a algo que, para unos lectores que fueron niños en esos años, es un elemento más importante de lo que parece: los padres. No solo limitándose a la enumeración de frases tópicas, sino también muchas de sus manías, formas de ver el mundo que chocan mucho con una generación posterior que no tuvo que vivir con tanta intensidad los valores del ahorro y de conservar las cosas hasta el extremo de lo absurdo...Lo que, en uno de los momentos más divertidos, se resume perfectamente en sus menciones a los manteles de hule. Y que, pese a las risas, demuestra mucho respeto por ellos además de una visión menos idealizada de los años anteriores al 2000.
Otro punto a favor es un sentido del humor más evidente, de nuevo, sin llegar a ser burlón. Es más bien un poco de comicidad, como la que puede tener el recordar anécdotas de la infancia. pero también con un poco más de ironía con algunas modas y tendencias. Como reconoce el autor, tal vez no fue buena idea tirar las hombreras y los calentadores. Lo mismo dentro de unos años se ponen a la última...otra vez.
De los últimos años, no me vienen a la cabeza muchas películas de terror navideñas. Anda por ahí Rare Exports, una variante muy curiosa de los San Nicolás malvados. Y tampoco faltan los de asesinos, porque no hay nada más fácil que coger a cualquier loco, ponerle un traje y a mater secundarios durante hora y media. Cosas como Gremlins quedan algo más lejos, y es que parece que a diferencia de Halloween, no es una época para el cine de terror. Hasta que el director de Trick ´r Treat decidió que las campanitas y los renos también necesitaban una producción de esta temática.
Krampus transcurre durante los días de Navidad. Entre compras de última hora, peleas en las tiendas y prisa por terminar de cocinar antes de que lleguen unos comensales a los que por suerte, solo se les ve una vez al año. Es algo de lo que se está dando cuenta el pequeño Max, para quien la Navidad ya no es la época que recordaba: los niños de su edad solo creen en los regalos, la relación entre sus padres empieza a deteriorarse y el mal ambiente entre estos, sus tíos y primos es cada año más evidente. Tras una discusión durante la cena, Max se va a dormir desencantado con la fiesta que antes adoraba. Es al día siguiente cuando la casa amanece envuelta en una tormenta de nieve. Los hogares vecinos aparecen vacíos y ruinosos. Algunas sombras comienzan a verse rondando en los alrededores, poco antes de que la gente desaparezca. Aislados e incomunicados, la abuela de Max intenta ante todo mantener vivo el fuego de la chimenea, porque según les advierte, es la única forma de mantener alejado al Krampus.
Aunque los primeros momentos, donde predomina algo más el humor, hacen pensar en Gremlins, las similitudes terminan ahí. La película de Dougherty es mucho más cercana al terror, y las partes cómicas iniciales, más a la ironía y al humor negro que a la comedia. En ningún momento llega a querer ser una comedia negra, pero todo lo relativo a las celebraciones y la actitud de los niños se retrata con una buena cantidad de mala leche y complicidad con el espectador. Desde las primeras secuencias en el centro comercial a la presentación del resto de personajes, el guión no duda en explotar todos los piques y estereotipos reconocibles en estos casos: envidias entre hermanos, primos insoportables, niños con peor idea que los adultos y familiares que se presentan sin avisar. Estos detalles, unidos a la caracterización del protagonista (un niño en la edad en la que se empiezan a notar todas estas cosas), consiguen hacer que la idea de la trama se vea de forma muy irónica, pero también muy cercana, reconocible y coherente con la actitud del personaje principal.
Este planteamiento sirve también para parodiar un poco uno de los tópicos del cine navideño: los mensajes positivos y todos los clichés sobre el sentido de las fiestas, que no faltan en los telefilmes, tienen aquí su hueco. Pero planteados de una forma más humorística y menos emotiva: si hubiera que encontrarle alguna moraleja, sería algo en plan "a la familia no hay quien la aguante, pero es lo que toca y no queda otra que tragarla", en lugar de una moralina más amable y tomada en serio.
Es también el contar con una ambientación familiar y un protagonista infantil por lo que no es una película de terror sin concesiones en cuanto a muertes y violencia gráfica. Algo que en realidad es una decisión coherente con su guión, que no ha sido pensado para funcionar de esa forma, sino para mantenerse en todo momento ´como algo para todos los públicos, o, como mucho, en aquella calificación tan rara que era "Para mayores de siete años". En cambio, no faltan los sustos, momentos de suspense y las presuntas víctimas, aunque estas, siempre fuera de cámara y muy cercanas a lo que podría ser un cuento infantil: a los personajes se los comen, se los llevan o desaparecen en la nieve de una forma que recuerda mucho al "para no ser vistos jamás" de los cuentos.
Esta referencia a la tradición oral también es un elemento importante, y el mejor aporte con el que cuentan. Algo necesario teniendo en cuenta que el Krampus es un ser de la tradición popular alemana, y que sirve para recurrir a una estética que es lo más disfrutable de la película: las escenas donde la nieve lo cubre todo, reduciendo los escenarios a un espacio reducido, la secuencia de flashbacks narrada con animación cercan a la stop motion y las criaturas que acompañan al Krampus, diseñadas a partir de juguetes antiguos, son muy distintos a los monstruos que podrían esperarse. Pero sobre todo, el propio Krampus, modelado a partir de ilustraciones clásicas y los elfos que lo acompañan, que no son otra cosa que disfraces y máscaras toscas similares a las de un desfile local...y es que han conseguido hacer una película con caracterizaciones aparentemente tan toscas y que lleguen a funcionar perfectamente con la historia.
al querer mantenerse en la estructura de cuento de navidad, el guión se acaba encontrando en un punto del que es difícil salir. Si hasta entonces el narrar desde la perspectiva de un niño le había ayudado a superar algunos fallos (como el comparar de una forma muy desacertada la visión del mundo de una niña en la Alemania de posguerra con la de un niño en el siglo XXI), acaba teniendo que echar mano del desenlace de emergencia. Y cuando no se es Charles Dickens, lo de terminar todo con un sueño que pudo ser real, se queda bastante pobre.
Haciendo un balance de Krampus, lo conseguido de su desarrollo supone que se pueda hacer la vista gorda ante un final que decepciona un poco. Y que, además de no desmerecer nada de Trick ´r Treat como película ambientada en una fiesta específica, también sea una de esas que puede ver toda la familia. Siempre que opinen que a los niños no les viene mal una historia que los asuste de vez en cuando.
En la tele, el cine, y sobre todo los libros, pero también en los comics, hay muchos gatos. Y en el Barrilete solo hace falta que aparezca uno para que se le haga una merecida mención. En cambio, los gatos en el mundo de la ficción se han quedado en una entrada mencionando los más conocidos que aparecían en la tele, y eso no podía ser. Porque a estas alturas, lo que necesitaba era hacer una lista sobre mis gatos favoritos. Que no son ni mejores ni peores que otros (porque como dijo Terry Pratchett, es difícil hacerles olvidar que se les consideraba dioses). Y probablemente se hayan quedado fuera los preferidos de muchos otros. Pero estos, junto a las dos de carne y hueso que suelen deambular por aquí, son los mejores.
Groucha. Ni Isidoro, ni Garfield, ni Felix: el presentador de Telegato es mi felino televisivo favorito además de presentador del telediario para niños más extraño que se emitió en televisión, además de demostrar que esto de hacer programas infantiles creativos no se quedaba solo en La bola de cristal. Acompañado por Lola, su compañera avestruz, y con una de sus patas permanentemente escayolada (que a la vez le hacía las veces de práctico almacén), lo mismo presentaba las noticias semanales en menos de tres minutos que salía a cubrir los más variados reportajes: migraciones de paraguas, huelgas de zapatillas deportivas y entrevistas a los gluones, unas parlanchinas partículas de las que estaban formadas las cosas.
Jonesy. Después de Oliver y su pandilla, fue un gato cuya integridad física me preocupó durante todo el metraje de Alien. Y es que ser la mascota de una nave en la que se ha colado uno de los monstruos más peligrosos del cine garantiza unas cuantas escenas de tensión. Hoy esta preocupación parece un poco infundada, porque excepto el meterse por cualquier sitio en el momento más inoportuno (como todos los gatos, vaya), en ningún momento parece correr peligro. Es más, sospecho que donde Ripley veía un grotesco alienígena que sangraba ácido, Jonesy veía dos pulgares oponibles y un bípedo igual de eficiente para abrirle las latas de comida.
Lúculo. Si sobrevivir a un xenomorfo tiene mérito, el aguantar varios años de apocalipsis zombie es todo un grado. La mascota del protagonista de Apocalipsis Z acompaña a su dueño a lo largo de tres libros desde un pueblo de Galicia tras el comienzo de una epidemia, hasta otro continente en un viaje, y unas cuantas huidas, bastante arriesgadas. Aventuras donde una de las mayores preocupaciones de su personaje principal es mantener a salvo a su gato, quien por suerte, es bastante astuto y huye, para volver encontrarlo, en los momentos adecuados. Además de protagonizar unas situaciones bastante divertidas para ser una novela de zombies planteada de forma seria. Objetivamente, la de veces que este gato se ha salvado resulta bastante arbitrario, y seguramente en Walking Dead no habría tenido esa suerte. Pero acabó convirtiendose en un protagonista más de la saga de Apocalipsis Z, mucho más cercana a la acción que al drama y que, en cierto modo, podría ser una versión gatuna de Glenn. Salvo que en vez de ayudar al grupo, este tiene que ocuparse de él.
Nemesis. Este gato tiene una aparición bastante anecdótica en el comic de Fall of Cthulhu: su papel parece ser el de mascota del antagonista, puesto que los de su especie han acabado por ocupar en casi toda la cultura popular. En cierto modo, es un guiño a H. P. Lovecraft y los gatos, pero se gana una mención honoraria por ser nada menos que la mascota de Nyarlathotep. Ahí es nada.
La lista, en el fondo, se queda corta. Faltan Azrael, Greebo y un poco más reciente, Reginald, el gato de Hexed. Pero tampoco sería raro que hubiera una segunda entrada con ellos y unos cuantos más..
Tuvieron que pasar veinte años para que George A. Romero retomara su trilogía sobre los zombies tal y como se los conoce hoy. Entre medias hubo dos remakes de las dos primeras entregas, que contra todo pronóstico, fueron una producciones muy eficientes y que hoy se consideran películas de terror igual de buenas que las originales. Pero Romero es Romero, y la entrega de la que se venía oyendo hablar prometía ir un poco más allá en lo que se había visto hasta entonces: ¿Qué pasaría unos años después de haber caído la civilización a causa de los muertos vivientes?
Además de esto, La tierra de los muertos (que es el título literal, sin apostillarlo como en la traducción oficial), ofrecía todavía más: un asentamiento de supervivientes, fortificado y organizado en clases sociales, y un grupo, los protagonistas, que recorrían ciudades abandonadas en busca de suministros en busca de un vehículo blindado apodado El Azote de los Muertos. Pero estos saqueadores de profesión han notado un cambio reciente en los que habían sido cadáveres ambulantes: cosas tan extrañas como una rudimentaria capacidad para usar herramientas o el no caer en los cebos y trampas tan fácilmente. cosas que también hacen pensar a Riley, encargado del Azote, que la ciudad no es un lugar seguro. Y que su dirigente, como buen político, estará más ocupado salvando su pellejo que el del resto de supervivientes.
En las anteriores entregas el espacio de tiempo transcurrido desde la aparición de los primeros zombies parecía muy breve, de meses a un año como mucho. En este caso, el principal cambio era el ofrecer un lapso de tiempo mucho más amplio, sin quedar claro cuanto, pero suficiente para que este constituyera un escenario postapocalíptico algo más alejado de los clichés anteriores. La ambientación también era más ciencia ficción que terror, mucho más exagerada y cercana a Mad Max (o más bien, a las películas postapocalípticas de los ochenta), que a las opciones posteriores, mucho más serias y también realistas, que podrían verse después en el comic de Walking Dead o en Guerra mundial Z. Hoy su estética y planteamiento parecen un poco chocantes incluso cutre, si se es muy crítico, pero en realidad la saga de Romero siempre se mantuvo con presupuestos muy ajustados, y sobre todo, con cierto mensaje de crítica que él nunca quiso esconder, pero que era una parte más de los guiones, como el suspense y la acción.
De hecho, esta última entrega es la más cercan a los tiros, e incluso al fantástico de las cuatro. Y también a la serie B. Elementos principales como el vehículo acorazado y su apodo fardón a más no poder, la estética de la ciudad, con unos supervivientes zarrapastrosos muy parecidos a los que veríamos después en Z Nation, y especialmente, su trama y villanos tirando a simples que presentan todas las ideas de crítica que formaban parte de la trilogía: las clases sociales favorecidas, los centros comerciales como metáfora del consumismo y el atisbo de consciencia en los zombies que se iba viendo en El día de los muertos.
El guión de esta se aleja también de las anteriores, o más bien, evoluciona: no se queda con una trama en la que los personajes deben huir y atrincherarse de los zombies sino que van haciendo su vida en un mundo del que los muertos vivientes son parte de este y de la trama, pero no lo principal de esta. Y, uno de los detalles a su favor en cuanto a estas diferencias es el número de secundarios que llegan a sobrevivir: en lugar de acabar con todos los no protagonistas, estos pueden estar ahí, aportar a la trama lo necesario en el momento adecuado, sin que haya que irlos matando por orden hasta reducir el número de personajes finales al mínimo, como solía pasar en muchos guiones.
La película en su momento tenía todo lo que yo quería: tema apocalíptico, zombies y hasta un tanque ¡Si es que solo le faltaba un gato para ser el estreno del año! Y también entonces, quedé muy satisfecha de poder haber visto por primera vez una de Romero, de mi género favorito, en el cine, como mandan los cánones. Hoy, siendo un poco más objetiva, la época y limitaciones se nota: el reparto es muy correcto. Funciona pero no brilla, y está lleno de caras que hoy se pueden reconocer en tv: Asia Argento fue la chica dura oficial de la temporada 2003-2005, y acompaña a un protagonista encarnado por Simon Baker antes de varias temporadas de El mentalista. Su mejor amigo sería después forense en CSI y hay una aparición muy breve de Sasha Roiz, el capitán Renard de Grimm, como mercenario apodado Manolete, "como el torero", que dice en su línea de diálogo. Y en medio, John Leguizamo hace de antihéroe junto a un Dennis Hooper aburridísimo, enfundado en traje de negocios para recordar al público toda la parte de crítica social que tanto aprecia romero y que en esta secuela, se hace mucho más patente. O, quizá, ahora, un poco más brillante por coincidencia: una película del 2005 donde las murallas de una sociedad de consumo insostenible caen bajo las hordas de muertos. Dos años después, nos encontramos con la peor crisis económica desde el 29. Creo que Romero ha empezado a contagiarme lo de las metáforas..
Probablemente el zombie que se lo cargó se apodaba Islero
Han pasado diez años justos desde que se estrenó La tierra de los muertos. La trilogía pasaba a ser tetralogía y la serie se cerraba con una secuela que podía haber tenido las mismas limitaciones y fallos que sus predecesoras, pero que se arriesgaba algo más y que era tan digna y entretenida como La noche, el amanecer y el día de los muertos. Si, sé que hubo dos entregas más, y mucho más cercanas en el tiempo. Pero tan garbanceras y agotadas que prefiero quedarme con cuatro buenas películas de zombies.
Durante este año estuve con unos cuantos libros de esos que
son clásicos infantiles y que, por su cantidad de versiones, animadas o no, y
de adaptaciones como textos más sencillos, se han quedado como personajes
populares pero de los que es menos habitual conocer el original. Puede hacerse
un poco extraño el leer libros que tienen más que nunca la etiqueta “para
niños”, pero el ebook ayuda a jugar un poco al despiste y, tras un par de estos
clásicos he comprobado, que, en su mayor parte, tiene más que ofrecer que las
mil adaptaciones que conocimos. Salvo quizá en el caso de la obra de Johanna
Spyri. En ese caso es mejor la Heidi de Miyazaki.
Carlo Collodi. Pinocho. Si las versiones de Peter Pan y
Alicia han hecho a sus personajes más conocidos que el propio libro del que
vienen, en el caso de Pinocho, el libro de Collodi se ha quedado todavía más a
la sombra. También es cierto que su versión de Disney es muy fiel a este,
especialmente en partes que resultan muy siniestras para la idea que se tiene
de esta productora.
Pero, al igual que en Peter Pan, muchos de los elementos
originales se han quedado fuera: la historia del muñeco que quería ser un niño
de verdad, y de cómo vence sus defectos para convertirse en un buen hijo para
Gepetto es también un cuento que comenzó siendo publicado por entregas, muy
anárquico, y con un contenido moral que, en principio, su autor presentó de una
forma muy drástica y que posteriormente, le fue impuesto de una forma más
paternalista por sus editores. Pinocho, el del libro, comienza siendo malo como
el diablo: huye de su casa, es capaz de hacer quedar a Gepetto como un
maltratador (y hacer que de con sus huesos en la cárcel) y no duda en exigirle
todo tipo de cosas con la promesa de ser bueno…vamos, que poca diferencia hay
entre este y los chavales que podemos ver en algún reality de la tele. La
presencia del grillo es casi anecdótica, y el Hada Azul toma su nombre de, en
principio, el color de un cadáver reciente, ya que su procedencia parece ser
más bien la de un alma en pena. Los peligros que sufre su protagonista también
harían palidecer a cualquier pedagogo de hoy: ahorcado por dos timadores,
convertido en asno y rebozado en harina…castigos ejemplares muy cercanos a los
pasajes que pueden encontrarse en los cuentos clásicos si se miran sus fuentes
iniciales, pero que, en el fondo, son difíciles de tomar en serio porque este
protagonista, tal y como se plantea, es muy difícil de redimir y casi
desarrollan su carácter a base de palos.
La estructura del libro también es propia de un cuento para
niños, pero de la que hoy se ha perdido: además de frases breves, donde prima
el contar lo que pasa y no cómo pasa o qué aspecto tiene todo, y donde esto no
tiene por qué tener sentido: los perros hablan porque sí. Igual que los títeres
y los burros, y donde nadie se extraña que una marioneta a medio hacer salga
corriendo de un altillo (seguramente a Thomas Ligotti le encantaría esto), y precisamente
este mundo propio de un cuento, sin necesidad de lógica ni explicación
obligatoria lo convierte en algo único.
A Pinocho se lo lleva la Guardia Civil..
En cambio, se nota en su estructura por entregas los tirones
de orejas que le podían ir dando al autor: las aventuras de Pinocho terminaban
con su protagonista, sin redimirse ni conseguir su sueño de ser un niño,
asesinado por dos timadores y con la recomendación para sus lectores, muy
irónica, de no seguir el mal camino y acabar como él. Esta, tan exagerada que
era un poco difícil tomarlo como cuento moral, y lo bastante drástica como para
que su editor solicitara un final mejor para el cuento. Y, si bien durante
varios capítulos sus aventuras continuaban de una forma similar, es en el
último donde se produce el cambio más evidente y el personaje cambia por
completo. Tanto, que da la impresión de que la enumeración final de trabajo
duro y abnegación que empieza a presentar su protagonista, es un desenlace
impuesto, o cuando menos, determinado por exigencias exteriores.
Seguramente por ese final sea por lo que Pinocho haya podido
ser versionado una y mil veces, sin
necesidad de grandes cambios, y pasado a ser un personaje que permaneció junto
a los niños de los dos últimos siglos y con cuya narración el tiempo ha sido
muy generoso. Algo que, con su falta de prejuicios, su fantasía y su forma de
narrar una historia, tan loca y a la vez lógica como puede serlo la imaginación
de un niño, se ha ganado perfectamente.
Aunque me gustan los gatos, no pasa lo mismo con las
ficciones protagonizadas por estos. Acabo sufriendo más por estos personajes
que por cualquier otro protagonista, y eso hizo que no pasara de un tomo de Los
gatos guerreros o que estuviera moqueando desde que abrí La canción de
Cazarrabo hasta que cerré el libro en la última página. Al final me quedo con
apariciones más anecdóticas, como las que estos tienenEn busca de la ciudad del Sol Poniente, de H.
P. Lovecraft y…bueno, ¿qué historia puede ser más ligerita que un musical de
animación de Disney en su época clásica?
Los aristogatos es precisamente eso: una película
eminentemente musical, donde la mascota de una cantante de ópera retirada es
nombrada, junto a sus tres cachorros, heredera universal. Para desgracia del
mayordomo, que no está por la labor de ser sucesor universal de cuatro mininos
y que decide deshacerse de ellos de la manera más aparatosa, y menos grave, posible:
abandonándonos en el campo en medio de la noche. Por suerte para Duquesa y sus
pequeños, un gato callejero se cruza en su camino y se ofrece a llevarlos de
vuelta a su hogar, en un viaje a través del campo y las calles del París de la
Belle Epoque, donde deambulan también unos cuantos animales muy particulares e
incluso una banda de gatos aficionados a la música.
La película, vista hoy, está pensada exclusivamente para los
niños: no hay dobles sentidos, ni chistes pensados para los adultos, ni siquiera
un mínimo de tensión. Pese a los primeros minutos con los protagonistas
abandonados a su suerte, a punto de ahogarse o huyendo del malvado (que más que
malo, es tonto), no hay una verdadera sensación de peligro, sino que estos
estarán pronto a salvo para la siguiente canción, muy lejos de lo que le pasaba
a la protagonista y su amigo en Une vie de chat. Incluso la opinión de
O´Malley, el gato callejero, sobre los humanos y su falta de interés por los
gatos, es mucho más suave de la que podría verse muchos años después en Bolt.
Incluso el guión, visto hoy, hace patente toda esta simpleza: es muy difícil
tomarse en serio una trama sobre gatos herederos de fortunas si se tienen más
de ocho años.
Que sea un guión de animación muy distinto al nivel y profundidad
que se alcanzarían décadas después, no quiere decir que hoy haya perdido. Puede
haber envejecido mal por cuestiones de fondo, pero no de forma: el humor de la
película es puramente gestual, basado en tropiezos, caídas y persecuciones
llevadas al extremo de lo complicado y que hacen reír a su público por su
carácter más circense. Y, como musical que es, son los números lo más
importante para la película. Cuando no hay canciones, se pueden pasar un buen
rato hablando con rimas, y cuando las hay, estas son de lo más pegadizos y en
algunos casos, verdaderos vídeos musicales como el de la parte central.
Si no es posible apreciarla del todo por un guión tan simple
y ligero, sí se puede disfrutar de la animación. Algo que con siete años no
parece importante pero que sí lo es cuando es posible apreciar los detalles
caricaturescos de los personajes humanos, otros tan puntillosos como el pelo de
Madame, con trazos muy específicos en algunas escenas, la mezcla de colores
alocada en los números musicales y especialmente, con las ilustraciones fijas
de las calles y mansiones de París. Y como añadido, el poder apreciar todo el
humor que suponen los distintos acentos que los personajes tienen en el idioma
original.
Los aristogatos es una de esas películas que, igual que Mary
Poppins o La bruja novata, siempre estaban disponibles en los videoclubs o de
las que las cadenas echaban mano alguna tarde como parte de la programación de
vacaciones. Una película que hoy, menos por los números musicales, parece
haberse quedado muy pequeña, pero que, si hoy no parece divertir solo por el
humor gestual y el recurrir a animales parlantes, sí puede disfrutarse por el
desparpajo de sus números musicales y sus bonitas ilustraciones.
El formato de grabar en primera persona no se ha quedado en dar botes en un edificio vacío. Bueno, lo de mover la cámara es algo que se sigue haciendo en todos, pero con el tiempo ha demostrado que es posible contar una variedad de historias que no esperaba el público, con mayor o menor fortuna. Desde logros como REC o El cazador de Trolls, experimentos curiosos como As Above, So Below u otros que se van salvando, como The Pyramid (me ganó por los gaticos momia, lo reconozco), hasta los ue cansaron, como VHS. En su mayor parte, también estaba ligado al género terrorífico, aunque es igual de válido para presentar algo más alejado de los monstruos que se ven desde una esquina.
The Conspiracy opta por plantear un documental sobre el mundo de las conspiraciones. O en concreto, cómo las ven determinadas personas. En concreto, sus protagonistas siguen a un paranoico cualquiera para reflejar su visión del mundo, poblado por grupos en la sombra y catástrofes planificadas por órdenes superiores. Es tras su desaparición cuando los protagonistas (al menos, uno) decide seguir las notas dejadas por este, buscando...bueno, ni idea, porque no queda claro. Pero es en las anotaciones de alguien a quien no tomaban en serio donde encuentran menciones al club Tarsus, un grupo formado por personas influyentes y cuyas intenciones se esconden tras definiciones muy vagas como "intercambio de ventajas", "sinergias y conocimientos" y "nuevo orden mundial". Y es, gracias a continuar con su investigación, cuando se les presenta la posibilidad de infiltrarse en una de sus reuniones.
Tras docenas de películas muy apegadas al tema de los monstruos o a las investigaciones informales, este guión se agradece por la novedad de la idea: recurrir a la realización de un documental sobre una actividad y teorías que son familiares gracias a los programas del Canal Mega. Y la ventaja principal de esta realización es su formato, gracias al cual la calidad de cámara se mantiene en buenos niveles. es solo en el último tercio, donde empezaría la parte más interesante y más movida, cuando se recurre a una calidad de imagen más modesta. Pero lo cierto es que también debido a su montaje, el cambio de montajes está muy bien medido y los períodos de tiempo en que la filmación se hace más catótica, mucho más dosificados. Además, todo el tema del documental va vinculándose a la trama de una forma bastante ingeniosa.
Otro elemento a favor es, sorprendentemente, los personajes: en este género no suele dar tiempo a que estos estén bien caracterizados, o en el peor de los casos, son las caricaturas más insufribles que se pueden aguantar hora y veinte. Aquí son, cuando menos, correctos: se les caracteriza como profesionales que llevan a cabo una labor periodística, y a través de la cual se va conociendo sus rasgos e intereses. Por eso cualquier intención de incluir gracias se ve minimizado, incluso ante un personaje tan risible como el teórico de la conspiración, al que los protagonistas tratan, bien con un poco de ironía fuera de cámara, pero siembre con respeto. Solo con hacer que los personajes no sean una panda de resabiados a los que el público quiere que se los carguen cuanto antes, tienen media película ganada.
En realidad las ventajas se quedan aquí, por que la producción es en el fondo, muy correcta. La idea está bien, los protagonistas también, y está bien, incluso muy bien, realizada. Pero eso es lo mejor que se puede decir de ella. Se ve un poco para pasar el rato, sin que aburra y sin que emocione, pero también procurando no fijarse mucho en los fallos de guión que salen: que una sociedad secreta vaya por un bosque invocando a mitra y montando un ceremonial teatrero digno de un comic de Adèle Blanc-Sec o una novelita de Harry Dickson tiene su gracia, pero no sentido. Como tampoco lo tiene el que los protagonistas se encuentren con los secundarios que en el momento adecuado, los pasen toda la información y medios que necesitan para llegar al desenlace. Tampoco voy a quejarme porque he visto otras películas de cámara en mano muchísimo peores que esta, y al menos en este caso se han propuesto ofrecer una idea distinta y mejor planteada.
The Conspiracy no es la película del año. Ni del mes, pero sí para echar una tarde cuando no hay otra disponible y ver algo que entretiene con la que se queda un buen sabor de boca. Y a la que hay que reconocer que el tono de conspiración y manipulaciones variadas sí que lo han clavado, siendo precisamente uno de sus puntos fuertes. Además de ser recomendable el prestarle un poco de atención a los créditos finales, que incluyen un guiño bastante ingenioso.
Cuando el año pasado se estrenó Z Nation, en su primer
capítulo no quedaba muy claro qué pretendía: su aspecto cutroso, diálogos de
serie Z y personajes sacados del mismo cajón daban la impresión de ser una versión
Asylum de Walking dead. Hicieron falta un par de capítulos más para que la
opinión fuera cambiando y la serie encontrara un hueco donde esto tuviera más
sentido: el de la comedia y el de no tomarse en serio el guión.
A partir de la segtunda temporada, esta idea terminó de
cuajar volviendo su premisa mucho más alocada que al principio: Murphy, el
único inmune a las mordeduras y posible esperanza de encontrar un antídoto, ha
desarrollado el poder de controlar a los zombies. Los supervivientes encargados
de llevarlo al laboratorio han sufrido bajas en su grupo y su misión se ha
complicado con los cazarrecompensas que buscan a Murphy y con los Zeros, un
cártel que se ha beneficiado de ser la única fuerza armada que ha quedado tras
el Apocalipsis. Además de encontrarse a todo un continente de su destino,
debiendo atravesar unos Estados Unidos poblados
por zombies mutados por la radiación, hibridados con plantas y hasta con
alienígenas. Todo, en medio de las dudas que no quedaron resueltas la temporada
anterior: ¿Qué ha sido de ciudadano Z, que guiaba a los protagonistas por radio
desde su base en el Norte? ¿por qué un tipo con unos poderes dignos de un
nigromante escrito por Robert E. Howard
no hace algo más productivo que ser el petardo del grupo? Y sobre todo,
¿a quien se le ocurrió que meter un bebé zombie como clave en un episodio sería
una buena idea?
Z Nation ha acabado por ocupar el hueco que le habría
correspondido a la serie de Zombieland, si no se hubiera quedado en un piloto:
es una comedia de acción y zombies, donde hasta los protagonistas son
conscientes de vivir en un entorno bastante alocado. En el mundo de la serie no
hay lugar para el dramatismo, y en los momentos en que lo hay, están planteados
de tal forma que resulta un tanto patético, o más bien, involuntariamente
cómico: esta es la única forma de ver secuencias que se mantienen gracias a
detalles como el bebé zombie, donde no se cortan de mostrar una cara un poco
grotesca donde los efectos digitales cantan a la legua, y donde cualquier
intento de seriedad parece sobreactuado (bueno, esto también es porque el
reparto no es que sea una gran cosa).
La tendencia a la comedia fue haciéndose patente en cada
episodio, autoconclusivos la mayoría de ellos, donde los supervivientes y
comunidades que aparecen son más cercanos a Mad Max que a Walking Dead: la
gente parece haberse tomado el tema del fin del mundo muy a la ligera y en
cierto modo, para que salgan todo tipo de comunidades llevadas al extremo:
desde rednecks, a menonitas, pasando por mercenarios y grupos de abducidos.
Todo lo relativo al fin del mundo también se toma muy a la ligera: no faltan
los diálogos sobre las inconveniencias del Apocalipsis, palabra que usan de
forma regular y de manera irónica, y que acaba por convertirse en una de las
frases habituales de la serie, al igual que la tendencia de los protagonistas a
arruinar algún monumento o escenario natural, acompañado de la advertencia “Si
alguien pregunta, no hemos estado cerca de ..”.
Esta última viene del objetivo principal de la trama en esta
temporada: los personajes tienen que llegar a un punto concreto, como es el
laboratorio en California, para lo que tienen que recorrer todo el país. Y
cuando explicaban en clase que la línea recta es la distancia más corta entre dos
puntos, ellos debieron faltar ese día, porque el viaje está lleno de rodeos,
retrocesos, y visitas a toda la geografía del país. Que, aunque sea causa de
todos los obstáculos que los guionistas decidan incluir hasta final de
temporada, en realidad es porque esa especie de viaje por todos los escenarios
típicos y parodiables en Estados Unidos son más la propia trama que el
macguffin propuesto como objetivo del viaje.
Otro factor a favor para disfrutar la serie como una gran
broma es su uso de un montón de elementos propios de la serie B. Cosas como
encontrar vacunas o los personajes inmunes suelen ser más propios de las tramas
de aventuras y ciencia ficción que del drama, y que aquí se tratan de una forma
muy poco seria: Murphy, quien sería la clave en este caso, cuenta con todo tipo
de defectos posibles y actitudes ridículas, de forma que todos los poderes de
videojuego con los que cuenta son cualquier cosa menos una amenaza o una
posibilidad de narración seria. Igual que los propios zombies, de los que han
aparecido ya tantas variedades que ni un videojuego: radiactivos, plantas,
portadores de ántrax e incluso un cameo de George R. R. Martin zombieficado
firmando ejemplares de Sueño de primavera. Bastante material para el
presupuesto que tiene la serie, que resulta en unos escenarios a base de todos
los desiertos y descampados posibles, zombies de pasaje del terror y unos
efectos especiales a base de infografía muy de casa. Aunque a esta última no
termino de pillarle la gracia porque creo que los decorados y los monstruos de
plástico le ganan a cualquier Sharknado.
En cambio, los dos episodios que ha ganado respecto a la
anterior temporada juegan un poco contra lo que ha conseguido en cuanto a
intención y desarrollo: es muy divertida, pero tener quince episodios hace que
en algunos se note mucho el relleno, o directamente, la falta de guión e ideas
más allá de poner cosas que van a ser graciosas. A fin de cuentas, se trata de
una producción de The Asylum, que aunque ha encontrado su nicho con Sharknado y
las películas malas hechas aposta como forma de comedia, es más bien porque sus
realizaciones salen así, y no siempre de forma intencionada. Con todo, estos 15
están muy lejos de las temporadas de 22 habituales y resultan incluso más
divertidos que la temporada anterior. Teniendo en cuenta, claro, la idea de esa
serie: los zombies no son más que una broma, y Z nation, una comedia un poco
distinta de 40 minutos.