Series de tv, libros, cine...y una constante presencia gatuna

lunes, 29 de junio de 2015

Obituario: Patrick Macnee



Hoy el nombre de Los Vengadores hace pensar en Thor, Hawkeye Iron Man y en una de las películas más taquilleras de Disney y Marvel. Pero antes de que el grupo de superhéroes fuera conocido para el gran público, este título también hacía pensar, y a veces en primer lugar, en la serie protagonizada por un dúo de agentes británicos: John Steed y Emma Peel, y concretamente, en los actores Patrick Macnee y Diana Rigg.

 


Rigg continúa su carrera, siendo reconocible por el público más joven gracias a su papel como Olena Tyrell. Pero su contrapartida en Los vengadores, Patrick Macnee, falleció este pasado jueves. En ambos casos, fue en esta serie su papel más conocido. Aunque esta había empezado más de cinco años antes, con un carácter detectivesco, y varios cambios en los actores principales y en el estilo, fue la etapa comenzada con John Steed, el personaje de Macnee, y especialmente, la temporada junto a Emma Peel, la más popular.
 


Con ellos quedó perfilado el estilo de la serie y la época más recordada por todos. En la que una pareja de agentes secretos se enfrentaban a todo tipo de asesinos, delincuentes y espías de otros países con un estilo muy particular: durante esa etapa la serie estuvo dotada de un humor muy particular, un tanto marciano y muy imaginativo. Gran parte de sus argumentos, por lo extravagante del punto de partida me recordaba muchísimo a los relatos de Gilbert K. Chesterton: El señor Steed y la Señora Peel se enfrentaban a espías que nunca mencionaban su país de procedencia, bandas capaces de enviar a delincuentes al pasado e incluso científicos capaces de manipular a los gatos. Aunque siempre acababa existiendo una explicación lógica y realista, al igual que en los textos de Chesterton, lo fantástico, el absurdo y el humor siempre estuvieron muy presentes.

 


En realidad calificarla como realista es algo muy poco acertado: el propio estilo de Los vengadores se alejaba de cualquier estética que pudiera ser reconocible: en parte por presupuesto, en parte por las restricciones a lo que podría aparecer en tv, en sus escenarios casi nunca aparecían figurantes: esto hacía que los personajes se movieran en un mundo muy irreal, donde las calles estaban desiertas y a estas se le notaba su condición de decorado. Un decorado tan alejado del mundo real, con unas situaciones tan particulares y un par de protagonistas cuya actitud, caracterización y vestuario era también tan especial que la serie acabó desarrollando un mundo propio, con su sentido del humor y un tanto onírica, alejada de cualquier elemento que pudiera parecer realista.

 


¡Gaticos! ¡Un episodio sobre gaticos!

A finales de los noventa esta tuvo su versión cinematográfica, durante una época en la que, además de parecer de estar de moda los sesenta, muchos estudios se dedicaban a rehacer series de la década con estética de blockbuster…bueno, un poco como lo que pasa ahora con la nostalgia ochentera, pero durante esa temporada hubo versiones de Wild Wild West, El santo, y unos Vengadores, protagonizados por Ralph Fiennes y Uma Thurman, que al igual que las anteriores, apenas si alcanzaba el nivel del material en el que se basaban.

 


Este año la entrada de obituarios está creciendo más de lo que debería. Se han despedido actores y escritores que de un modo u otro, me han gustado, entretenido o emocionado. Y Patrick Macnee fue uno de esos casos: conocí su serie gracias a alguna reposición muy temprana en tv2, de forma casi anecdótica, y después, gracias a uno de esos canales, hoy transformados, renombrados y probablemente desaparecidos, de la televisión por satélite. Creo que había sido el Canal Palomitas, que solucionaba su programación de tarde gracias a la serie de Patrick Macnee, la primera temporada de Star Trek y La nueva generación, y que, al igual que hoy el canal Boing, solía tener de fondo cuando tenía la tv encendida. Y donde, además de descubrir con algunas de sus películas personajes tan específicos como Diabolik, el ladrón de guante blanco, pude descubrir una serie de la que solo llegué a ver una temporada, quizá la más emblemática, pero gracias a la cual hoy puedo reconocerle a su protagonista la diversión que me proporcionó durante esas tardes. Y donde, un tiempo después, pude reconocerlo en un cameo en Waxworks, una película de serie B que, exceptuando su aparición, no tiene nada en común con Los vengadores, pero que es igual de entrañable y entretenida.


jueves, 25 de junio de 2015

Insidious capítulo 3 (2015). Entre fantasmas, pero poco amistosos



Insidious ha pasado a convertirse ya en una franquicia por mérito propio. Ha alcanzado las tres entregas, de las cuales la última, y seguramente, las que vengan después, no cuenta con James Wan como director. Pero, a diferencia de las sagas de terror típicas, se basa en la creación de un escenario como origen de cada situación, elemento que puede proporcionar mucha más variedad que el depender de un personaje específico como motor de cada película. Incluso la forma de titular cada una, añadiendo el apelativo “capítulo” junto al número, es también una forma, bastante más directa, de intentar separarse del estilo de franquicias anteriores.


En este tercer capítulo es donde la serie arranca como tal, aprovechando el punto de partida establecido en los dos primeros: el mundo entre los vivos y los muertos permanece separado, pero algunos son capaces de cruzar de uno a otro. Estos pueden ser espectros que quieren volver a la vida como sea, o incluso no tener otra intención que dañar a los vivos. Pero algunas personas pueden utilizar sus habilidades psíquicas para ayudar a quien es victima de uno de estos seres. Es el caso de Elise, una médium retirada a quien una joven acude en busca de ayuda: desde hace tiempo ha presenciado algunos fenómenos, que tras un accidente de tráfico se ven acentuados. Lo que antes podían parecer cosas sin importancia se han convertido en una presencia contínua y mucho más amenazadora, que parece seguirla en todo momento.





El desenlace de la anterior entrega servía para establecer como personajes principales a los hasta entonces secundarios: el equipo formado por una médium y dos técnicos, quienes podrían seguir distintas investigaciones. Pero estos contaban con un detalle algo más novedoso: uno de ellos era ahora también un fantasma, por lo que detalles como la comunicación entre este y los otros personajes sería algo más complejo, algo a lo que también habían dedicado su tiempo a darle forma, y de manera muy efectiva. Pero para probar el éxito de estos como protagonistas, han optado por una solución menos arriesgada: la de la precuela. Porque en realidad este capítulo 3 sería anterior, y además de servir un poco como historia de orígen para este equipo, también les proporciona un guión un poco más típico y menos complicado a la hora de ofrecer soluciones: ¿para qué complicarse con el tema de un personaje muerto, si se puede contar algo menos arriesgado que la gente va a ver igual? Esto podría justificarse por todo lo relativo al trasfondo de los protagonistas, pero el que le han aportado resulta tan poco necesario que perfectamente podría haber tenido lugar sin ese intento de caracterización. Y por el camino, se ha perdido una opción tan interesante como la que prometía el final de Insidious 2.



El resto del guión también sufre un poco con este intento de ir por lo seguro: la joven protagonista y su familia se quedan un poco desdibujadas, y los intentos por caracterizar esta no sirven de mucho: este se queda en el típico drama familiar de padre viudo agobiado e hija incomprendida, con un par de amigos que aparecen por ahí para meter más diálogos. Además, este estilo de personajes sirve para tirar una vez más de un recurso bastante manido: el del fantasma bueno que aparece como deus ex machina para ayudar en un momento determinado. Algo que probablemente es lo que más chirría, tanto por ser algo que se ha visto en demasiadas ocasiones, como por ser bastante contrario a las bases que las películas anteriores habían establecido respecto al mundo de los muertos: una especie de purgatorio, entre almas en pena o criaturas más peligrosas, en el que su carácter amenazador hace imposible la presencia de estos estereotipos.



Pese al intento de caracterización de los protagonistas, bastante tópico, el resto de la película conserva en su mayor parte, el buen ritmo de las anteriores. Desde luego, está bastante lejos de lo que había conseguido la primera Insidious, pero en cuanto puede, aprovecha al máximo el planteamiento que esta le proporcionó: siguen empleando lo sobrenatural como amenaza física,  y explotando en lo posible todo tipo de escenarios siniestros: desde algo tan ordinario como un piso vacío desde hace años, como su versión todavía más desolada vista desde el limbo. Además, la caracterización del nuevo fantasma, hacen que se evite de una forma bastante efectiva otro de los tópicos del cine de fantasmas: el tener que buscarle un origen al espectro. La película se resuelve sin que sea necesario recurrir a ninguna explicación de quien es o que hace ahí: solo su aspecto externo (la respiración, la bata y una mascarilla de oxígeno) y explicar que lleva ahí demasiados años son descripción suficiente. Aunque, con esto último, no es que quede muy claro eso de las huellas pringosas con las que este se manifiesta ¿Es que es tan malo que además de atormentar a la gente les ensucia el piso?


El tercer capítulo de Insidious es una buena película de terror, pero no tan buena como podría haber sido. Cuenta con tópicos que pesan demasiado, y da la impresión de que la historia podría haberse contado de una forma más interesante como secuela y no como precuela. Pero al menos, es un comienzo interesante si la serie quiere plantearse como un grupo de películas aisladas que comparten escenario. Aunque, en beneficio de esto último, espero que no recurran tanto como en esta a las apariciones de La novia de negro para recordarnos la franquicia que estamos viendo. Esta no necesita ni monstruo oficial ni mascota corporativa. 

lunes, 22 de junio de 2015

Poltergeist (2015). Misma película, pero con chapa y pintura


Me pregunto en qué momento decidirán que esto de hacer remakes de películas de los ochenta no es una idea muy razonable. Es un cine todavía reciente, disfrutable, y practicamente lo único que se han limitado a hacer ha sido cambiar un  par de cosillas para gustar a un tipo de público específico o actualizar efectos. Hay alguna excepción, donde la versión nueva sí implica una forma distinta de plantear el guión en cuestión, pero en el resto de los casos, el resultado ha sido más bien flojo. Y en el de Poltergeist, una fotocopia. O más bien, una copia digitalizada en HD.

 


Poco se puede decir hoy del argumento, que han adaptado punto por punto: una familia presencia todo tipo de fenómenos paranormales en su casa, pierde a su hija  una noche, aparentemente, retenida en un limbo, y como, desesperados, solo pueden recurrir a un grupo de parapsicólogos, y finalmente, a un médium para rescatar a una pequeña capaz de ayudar a cruzar a las almas en pena al otro lado. Las escenas de la televisión con ruido de estática y las conversaciones de la niña protagonista con las figuras en la pantalla, los terrores nocturnos de su hermano mayor, encarnados en elementos tan corrientes como un payaso de juguete o una rama que golpea la ventana, y un desenlace, planteado de una forma emotiva, son hoy tan conocidos como las frases que se pronuncian en la película. Porque esta, al ser en cierto modo una historia de terror para todos los públicos, ha servido para que pudiera emitir en televisión en horarios de los más variados y gran cantidad de veces. Por lo que hoy todo el público es capaz de identificar al momento frases como “Ya están aquí” o “¡Ve hacia la luz”.




Esto es exactamente lo que ofrecen en el 2015. Con solo unas variaciones que pueden ser más pequeñas o más grandes según el contexto. A nivel de argumento, además de los nombres de los personajes, han sustituido la ambientación en una urbanización recién construida (igual es que esto de estar saliendo de una crisis inmobiliaria del quince todavía escuece) a una mudanza, por motivos personales y económicos. Uno de los temas que estaba presente, el de los miedos infantiles se ha magnificado mucho más: de ser un elemento muy personal para uno de los protagonistas, empleado para desencadenar la trama principal, aquí se convierte en un elemento clave. El peso de la parte central acaba recayendo en el hermano de la protagonista, quien debe enfrentarse a sus miedos, algunos imaginarios, otros reales, para poder salvarla. En principio es una opción interesante a la hora de marcar un poco la diferencia o hacer una adapción distinta..pero al final se queda en un cambio argumental irrelevante y en un personaje al que cuesta muchísimo tenerle simpatía: no es el que el crío tenga terrores infantiles ¡Es que se asusta hasta de la densidad del aire! Y al final, el empeño que quisieron poner con él y con esa posible alternativa se queda en un chico que a ratos no cae bien, y a otros ratos recuerda a Agallas, el perro cobarde. Claro que, rodeado por esos muñecos deliberadamente horrendos que han diseñado, para incidir en todo eso de que los payasos dan miedo, no le culpo.

 


La gran innovación por la que ha optado esta nueva versión de Poltergeist es…por ponerle Internet a los protagonistas. Pero así, tal cual. Porque la diferencia más evidente a lo largo del metraje es que hay tablets, portátiles, skype, e incluso un dron del que se sirven para  resolver todo lo relativo al rescate de la protagonista. Parece que hay un momento en el que buscan cualquier situación posible para que los personajes tengan una tablet en la mano, no sé si por hacer algo de product placement, o para recordar en todo momento que estamos viendo una película del 2015. Y que, bien para alejarse del arquetipo que estableció Zelda Rubistein, o bien por hacer un guiño a los realities paranormales, el médium al que recurren es un tipo cuya actitud y tipo de programas recordaba un poco a Zak Bagans.

 


 
Al menos, la actriz protagonista hace un papel bastante correcto, cosa que hay que reconocerle como tal y no ponerla a la sombra de Heather O´Rourke. El resto es adecuado, pero tan adecuado como podrían serlo los actores de una película de domingo por la tarde: los ves, y te olvidas de ellos. Y la comparación con ese tipo de películas de echar la siesta es también bastante adecuada para este Poltergeist de 2015: no da la impresión de ser una película rematadamente mala, pero es más bien una candidata para verla a entre siestas, y que al final, acaba confirmando que para volver a ver la misma historia, habría sido igual de efectivo, y quizá más interesante (o nostálgico) ver la original de Tobe Hooper.

jueves, 18 de junio de 2015

We are still here (2015). Apariciones, posesiones y un pueblo muy raro.


 

Los fantasmas en el cine han cambiado mucho. Si su entorno habitual eran los caserones de hace dos siglos y las tragedias decimonónicas, hoy es mucho más probable encontrarlos en un escenario actual, o como mucho, de hace cuarenta años. Este cambio no ha hecho solo que los años setenta resulten una ambientación con el mismo potencial, pero más novedosa, que la clásica, sino que también sus apariciones son ligeramente distintas. Menos sutiles, y con tendencia a explotar de una forma más directa la amenaza física que estos pueden suponer, en lugar de limitarse a manifestaciones sutiles o efectos digitales. Insidious, Expediente Warren e incluso Sinister aprovecharon estas variaciones que ahora, sirven como inspiración para producciones más pequeñas.

 

We are still here recurre también a estos elementos. Ambientada en un período bastante indefinido, entre final y principio de los 70 y 80, comienza con el traslado de un matrimonio a una apartada mansión en el campo. Este, motivado por la muerte de su hijo, no parece servir de mucho: la casa se ha impregnado de olor a humo, sus vecinos son una extraña pareja que no pierde tiempo en hablarles del pasado de la mansión. Además, los ruidos y susurros que Anne, la esposa, escucha, le hacen creer que quizá el espíritu de su hijo esté con ellos. Pero una pareja amiga, aficionados al espiritismo, teme que la presencia no sea su hijo, sino algo peligroso.




La realización de la película es muy deudora del tipo de cine de esa época. Esto no es algo que se quede unicamente en los vestuarios y el atrezzo, sino que ya desde los primeros créditos recurre al estilo de las producciones de terror de entonces…especialmente, de aquellas que contaban con un presupuesto muy ajustado. Al rótulo de la película, tan estático como los de entonces, les siguen muchas secuencias generales de viajes en coche, planos de escenarios. Todo lo que de un modo u otro, sirve para dar una idea general de una situación muy aislada e intemporal.

 


Esta inspiración tampoco se ha quedado en los detalles externos: el guión, lejos de quedarse en una mera historia de fantasmas, recurre a otras tendencias, como las referencias al espiritismo e incluso todo lo relativo a los pueblos que esconden un secreto y las amenazas a todos los que son ajenos al lugar, que en cierto modo, envuelve lo que parecía que iba a ser la trama principal. Este último también se trata con bastante sencillez: no hay ninguna ambientación deliberadamente rara, sino que recurren a exteriores de apariencia anodina, dependiendo únicamente de las apariciones de los secundarios. Estas resultan intencionalmente forzadas, tanto en los primeros diálogos como en los del desenlace, donde directamente tienen que dar un aspecto más enloquecido. Aunque esto es uno de los detalles que peor funciona, porque gran parte de sus apariciones resultan demasiado fuera de lugar como para creérselas. Lo cierto es que hay que estar demasiado pendiente del tema de los homenajes como para que una escena en la que una pareja rara se mete en la casa, y empieza a contar una historia aún más rara, sobre los antiguos dueños, funcione por si sola sin que de la impresión de ser absurda.

 


Uno de los mayores aciertos ha sido la concesión que se demuestra a la hora de caracterizar personajes y proporcionar los datos necesarios para el punto de partida. En este sentido, el montaje y el guión es muy hábil, no perdiendo tiempo ni con diálogos: una simple secuencia de la entrada a una casa, y una caja con fotos y objetos personajes sirven como información suficiente, además de, junto a otros momentos específicos, servir para crear una atmósfera muy particular. Incluso un vestuario típico de los hippies es bastante para caracterizar a los personajes secundarios. Aunque su primer diálogo también es un momento bastante efectivo por lo cómico de este.

 

El tiempo le ha sentado muy bien a Barbara Crampton..aunque el no llevar cardado también ayuda


Para recrear la parte sobrenatural de la historia optan por una forma bastante directa: los efectos de sonido con pisadas y golpes se quedan como parte de la ambientación, recurriendo en cuanto pueden a mostrar a los fantasmas directamente y que estos sean muy similares a los monstruos de cualquier película de terror. Pero esta parte, y su relación con la segunda trama, es la que peor funciona: estas acaban chocando, no tanto por sus características (que  se acaban complementando), sino precisamente por la forma de querer rodarlas. Y es que la solución más original que tenían era el aclarar ambas durante los créditos, a través de informaciones en recortes de periódico. Detalle que habría sido mucho más útil si no hubieran intentado meter dichas aclaraciones a base de diálogos en cuanto les era posible.

We are still here una película muy curiosa, pero muy efectiva. No se excede con las apariciones de sus monstruos, pero crea atmósfera. No tiene un reparto especialmente conocido pero cuenta con Barbara Crampton, que igual por el nombre no suena pero si se mencionan Re animator y Resonator, es probable que sí. Y se inspira en una forma de hacer cine muy específica, que podría ir desde la serie B hasta las películas de Lucio Fulci, pero en más de una ocasión, estas ganas de ser tan cercana a esas bases hace que no funcione todo lo bien que debería.

lunes, 15 de junio de 2015

Obituario: Christopher Lee


El pasado jueves nos despedimos de una época. En concreto, de un actor que fue capaz de encarnar a todos los personajes de esas décadas.

 


A sus 93 años, Christopher Lee tiene el honor de haber sido el Conde Drácula durante una decena de veces. Pero también ha sido Frankenstein e incluso la Momia, gracias a su 1.96 m y a las producciones Hammer que recuperaron a los monstruos de la universal. Y que para muchos espectadores fueron un referente más cercano y creativo que las versiones más clásicas de Chaney o Lugosi. E incluso Fu Manchú, en las películas más recientes en las que, todo sea dicho, Karloff le ganaba por goleada.

 


Lee no se quedó solo como el mayor villano del cine. Fue un ocultista capaz de acabar con una secta en La novia del diablo, Sherlock en una de sus muchas encarnaciones, e incluso su hermano Mycroft. Y probablemente, las mayúsculas en las que habla la Personificación antropomórfica de la Muerte suenan con su voz, algo que los encargados de la adapción  de El color de la Magia también tuvieron muy en cuenta.

 


Si  estos personajes pueden parecer hoy muy lejanos, el siglo XXI fue para Lee el Saruman de El señor de los anillos, a quien, por suerte, pudimos ver en la trilogía, no todo lo que deberíamos. Regresó en El Hobbit, por suerte, aunque esta trilogía estará muy lejos de lo que se consiguió cuando por fin se pudo ver en el cine la obra de Tolkien. De su papel como Conde Dooku se habla menos, quizá por no ser tan notoria en comparación con las películas de Peter Jackson y..bueno, yo todavía prefiero imaginarme que Lucas solo hizo tres películas.

 


Este cambio no solo supuso que otras muchas de sus actuaciones menores, de esas que parecían un poco para pagarse las facturas, quedaran olvidadas a favor de las más memorables, y sobre todo, su pasado durante la Segunda Guerra Mundial. Lee entonces llegaba a convertirse casi en un personaje, alguien que no solo había encarnado a los elementos más conocidos de la cultura popular si no que él mismo podía haber sido uno de esos personajes imposibles.

 

Es un poco difícil elegir entre tantos un papel, entre muchos. Me quedo con uno muy menor: Lee encarnó a Flay en la miniserie que se rodó de Gormenghast. Por si su carrera en el cine fuera poco, además conoció a uno de mis autores favoritos.

 

jueves, 11 de junio de 2015

Lecturas de la semana. Una de cal y otra de arena


Después de haber retomado algo el género fantástico, volví a mi primer género favorito, el terror. Y al que suelo tener más aparcado, que sería la ciencia ficción. Además, ambos han acabado por representar los casos más opuestos que pueden darse en un libro: el del desastre cogido con pinzas y el de la lectura que, si bien puede gustar o no gustar de forma objetiva, es imposible no reconocer su calidad y mensaje.

 


Clive Barker. The Scarlet Gospels. Hellraiser es una de las mejores películas de terror de los ochenta, guionizada por Barker a partir de su novela The Hellbound Heart. En ella empezaban a perfilarse las constantes sobre la percepción y la modificación del cuerpo que  serían habituales en sus relatos y novelas posteriores. Quizá lo más famoso de esta película, más que en la narración original, sean los cenobitas, creados en un principio como seres amorales y convertidos después  en malos de turno gracias a las cuatro o cinco secuelas. Pero los personajes originales fueron los más populares creados por Barker, dando lugar  incluso a una franquicia de comics supervisada en algunos casos por su autor.

Después de un par de décadas, se anunció una novela en la que se recuperarían a los seres de The Hellbound Heart y a Harry D´Amour, un detective que aparecía en varios de sus relatos. Esta prometía ser algo así como un cierre a lo grande de dos elementos muy populares de su mitología, y el propio Barker hablaba de cómo iba a darle un final a esos dos personajes, al infierno, y a la mitología judeocristiana en una extensísima novela…¡Ahí es nada!

Y en nada se quedó. Porque todo lo que había prometido en un principio resultó un libro dedicado exclusivamente a acomodar su primera novela corta a la mitología de los productos derivados anteriores. Donde saltándose precisamente la primera ambientación, hace un batiburrillo entre el paraíso perdido de Milton, el infierno de Dante, y todos los excesos por los que se caracterizó la franquicia posterior. El argumento tampoco es tan ambicioso como él había asegurado: este se reduce a poner en marcha al detective protagonista con un mcguffin muy pillado, mandar aun grupo de acompañantes aleatorios de paseo por un Infierno que parece una colección de paisajes sacados de los anteriores autores, describir un par de burradas, y cerrar la trama como buenamente pueda. No llega a quedar claro por qué los personajes hacen lo que hacen, ni se molesta en caracterizar a ninguno. Exceptuando los principales, que provenían de narraciones anteriores, los secundarios se limitan a ser un grupo de tipos estrafalarios destinados a hacer bulto en los capítulos de acción.

La novela también parece haber sufrido un proceso de edición un poco errático: esta ha sido bastante más breve de lo que Barker aseguraba tener escrito, no aparecen detalles que este había prometido, y en muchos casos, parecen faltar párrafos que, pese a no ser parte principal de la trama, podrían haber aclarado algunas situaciones que carecen de bastante sentido. Pero, teniendo en cuenta el resultado final, este recorte no ha sido tan negativo: pese a todas sus pretensiones, Scarlet Gospels es una novela muy mediocre y un intento un poco ridículo de actualizar sus primeros textos con lo que escribe actualmente. No creo que hubiera aguantado el original de mil páginas.

 


J. G. Ballard. High Rise. Es difícil encuadrar a Ballard dentro de la ciencia ficción en un sentido estricto. El punto de partida de sus novelas, con situaciones muy específicas, han sido más planteadas para desarrollar los intereses del autor, como la fragilidad de las estructuras sociales, que como ficción como tal. En ese sentido podría estar más cerca de lo que escribía un Orwell que de un John Wyndham.

High Rise recurre a uno de esos escenarios. En concreto, un moderno rascacielos, donde sus habitantes, a raíz de las pequeñas inconveniencias típicas de un inmueble reciente, comienzan a enfrentarse contra los residentes de distintas plantas y a desarrollar una actitud salvaje y tribal. En otras palabras: lo que empieza con discusiones sobre el uso de la piscina, o la reparación de un ascensor, termina con bandas de ejecutivos peleándose con piedras y palos, perros de raza deambulando en manada por las escaleras y con los personajes barricados tras las puertas de sus pisos de lujo.

Lo exagerado de esta descripción es tal cual lo que sucede, porque en cuestión de cada capítulo, las relaciones sociales entre los personajes parecen deteriorarse a un ritmo vertiginoso al comienzo de cada capítulo, dándole un ritmo bastante brusco y haciendo que la actitud de los personajes resulte todavía más chocante: estos la aceptan como algo normal, llegando a negarse a llamar a la policía y siendo capaces de salir regularmente a sus lugares de trabajo.

Escrita en 1975, el planteamiento es muy deudor de los primeros problemas sociales que suponían los grandes inmuebles destinados a viviendas para las clases trabajadoras. Algo que, tanto en los Estates británicos como en las 3000 Viviendas parecía algo inevitable, pero Ballard recurre a un escenario aparentemente más civilizado donde sus personajes, desde médicos a arquitectos, pierden enseguida cualquier atisbo de civilización, dando lugar a situaciones que recuerdan muchísimo a El angel exterminador de Buñuel y especialmente, a El corazón de las tinieblas de Conrad. E incluso algunas otras situaciones que, pese a lo dramático, están cargadas de humor negro. Como una partida de perros de caza formada por caniches, salchichas y otras razas de pedigrí (si hubiera escrito hoy el libro, la temible manada contaría con bulldogs franceses y carlinos). Otras resultan más desesperanzadadoras: afortunadamente, pasa por el tema de la violencia y la crueldad animal de una forma muy somera, detalle que agradezco pero que me sigue resultando difícil de digerir. Suele serme más sencillo leer cómo un grupo de individuos se comportan como jíbaros que la posibilidad de que alguien dañe a un animal.


Además, este año se estrenaría la versión cinematográfica del libro, protagonizada por Tom Hiddleston, por lo que quizá en poco tiempo acabe apareciendo en las librerías una edición con el cartel de la película. Aunque teniendo en cuenta el contenido de la novela, ver al actor que encarnó a Loki hecho unos zorros va a resultar bastante chocante.

 
 


lunes, 8 de junio de 2015

Digging up the Marrow (2014). Donde presuntamente viven los monstruos.



Parece que tener una cámara de video semiprofesional es un verdadero peligro: hay un porcentaje de posibilidades bastante alto de perderse en el bosque, en un edificio o en un subterráneo para acabar perseguido por cualquier asesino o criatura sobrenatural que, al igual que un famoso huyendo de los fotógrafos, ha decidido que “¡No lo van a grabar más!”. Sea como sea, este tipo de cine ha acabado convirtiéndose en un subgénero, que como tal, tiene un nivel de calidad muy variable y que da lugar a distintos tipos de historia. Una de las más resultonas consiste en imitar un estilo de filmación profesional, generalmente, un programa de tv o un documental, que sirve para justificar tanto la continuidad de las grabaciones como la insistencia de los personajes para continuar con ella pese a cualquier situación.


Este tipo de planteamiento es el que ha seguido Digging up the Marrow, donde un equipo de filmación se embarca en un rodaje muy improbable: mientras ruedan un documental sobre los monstruos en el cine, reciben el mensaje de un detective retirado. Este asegura que los monstruos existen, viven bajo tierra y que él conoce una entrada llamada The Marrow. La actitud errática de su testigo, y las horas sentados en la oscuridad ante un hoyo donde no parece suceder nada hacen pensar al director que se trata de las invenciones de alguien no muy cuerdo. Pero tras conseguir la grabación de una criatura monstruosa, el director continúa el reportaje con más interés. Bien por su fascinación por los monstruos, o bien por descubrir si le están tomando el pelo, decide hacer todo lo posible por conseguir una secuencia donde al menos, aparezca uno de estos seres.
 
 



En un principio, la película dedica bastante empeño a poner en situación tanto a los personajes como a la idea de los monstruos como tal: varios actores y directores reales aparecen hablando de su opinión sobre estas figuras, bien como ficción que sirva de vía de escape, o como algo que los ha fascinado desde siempre. De hecho, el protagonista es el propio director, Adam Green, se ha especializado en el género de terror con la franquicia Hatchet y una telecomedia del estilo, Holliston, que, por cierto, se dedica a mencionar cada dos por tres…No sé si en un intento de acercar el guión a la realidad o para hacerse publicidad gratis. Lo cierto es que el primer enfoque, donde incide tanto en la afición por lo fantástico, es algo necesario para darle un sentido a la fijación de Green, en el papel protagonista, por seguir indagando en una historia que tiene bastantes visos de ser inventada.

 
No sé a quien se le ocurrió reconvertir un cementerio a parque pero me parece un planazo.
 
Otro detalle que aporta bastante sentido a la hora de darle un sentido a que los personajes continúen con su reportaje, son las referencias al negocio del cine. En realidad el director hace un poco una versión ficticia de sí mismo, donde aparece su trabajo como cineasta, sus otros proyectos, y especialmente, el cameo de otros directores de cine. Cameo que acaba teniendo mucha más lógica que la idea anterior a la hora de hacer que los personajes continúen con la grabación: el que Green haya sido el último en ser contactado de varios directores más conocidos, desde del Toro hasta John Carpenter, además de hacer que el factor rebote del protagonista funcione, es un momento cómico bastante efectivo.

 

 
 

Pero si había algo que realmente prometía era la idea. En realidad todo lo relativo a los monstruos y la ciudad subterránea es algo que se vio a grandes rasgos en Razas de noche. Pero aquí la intención era mucho más amplia, por lo que se deduce de las teorías que expone el detective: una red de ciudades subterráneas donde viven todas las criaturas deformes y donde la vida es muy similar a la del exterior. Y donde, al igual que en el mundo normal, hay seres normales, y otros peligrosos. Esto es algo que se va estableciendo unicamente a través de los diálogos y especialmente, de los bocetos que el personaje muestra en cámara. El trasfondo de este investigador de monstruos también prometía, debido a su obsesión por investigar ese mundo y algunas referencias a su familia…Que ahí se quedan. Igual que el resto de la idea.

 

En realidad, exceptuando lo que estos cuentan de viva voz en el amago de documental, y unas ilustraciones bastante bonitas de las que, por suerte, hacen unos buenos planos, poco más ofrece. Todo el potencial que iba a tener el guión se queda en una colección de entrevistas, unas secuencias filmadas a oscuras donde no sale nada, y un par de monstruos, con pinta de haber sido descartados de otras producciones, que aparecen al final a prisa y corriendo.  Hay películas memorables sin que en ellas no aparezcan más que unos diálogos y unos sonidos. Digging up the Marrow no es una de ellas. En realidad todo se queda, además de en los diálogos, en unos cuantos cameos de personajes famosos, algo de bombo de las otras producciones de Greene, y unas interpretaciones bastante erráticas. Porque no tiene mucho sentido que la mayoría del reparto salga casi haciendo de sí mismo, cuando después sacan a Ray Wise (el padre de Laura Palmer en Twin Peaks. Ya decía yo que el tipo de sonaba) completamente metido en el papel y ofreciendo una interpretación mucho más histriónica y de ficción de lo que sería necesario en un falso documental.

 

El guión de Digging up the Marrow prometía. Pero este potencial se quedó con el camino y entre unos cuantos bocetos. Porque lo que ha sido el resultado, se ha quedado muy lejos de otras piezas de metraje encontrado mucho más efectivas, como As Above, so Below, y especialmente, El cazador de Trolls. En realidad, lo más atractivo que ha acabad ofreciendo es en enlace que crearon con motivo del lanzamiento del dvd en Reino Unido, donde es posible ver un mapa en el que aparecen gran parte de los monstruos de la mitología popular británica. Yo echo de menos por ahí a Margaret Tatcher, pero se ve que en la lista optaron por los menos conocidos.

jueves, 4 de junio de 2015

Lecturas de la semana. Espada, brujería, segundas impresiones...y gatos




La fantasía, al menos la de espadas, nigromancias varias y mundos fantásticos, es algo que tenía un poco aparcado. Patrick Rothfuss y George R. R. Martin se encargaban de llenar el cupo y hasta que no me puse al día con ambos, no me acordé de otros autores cuyos libros en su momento no me habían convencido demasiado. Ahora que ambos se lo van tomando con calma, era un buen momento para encontrar algo más de variedad.




Tanith Lee. Volkhavaar. Aunque durante los ochenta se publicaron en España varias novelas y antologías de esta escritora, desde hace una década desapareció de los catálogos, y tras terminar este libro, me parece que de una forma bastante injusta. Hasta entonces no me había interesado mucho, creyendo que sería otra Anne Rice con espada y brujería en lugar de vampiritos. Volkhavaar está muy lejos de esa comparación: el estilo es mucho más gótico y cercano al Romanticismo que la fantasía heroica habitual. Los personajes y escenarios resultan bastante exóticos, recordando en muchos casos a Las mil y una noches. De hecho, la protagonista es una esclava, quien se enamora a primera vista del actor de una extraña compañía ambulante: ofrecen espectáculos de ilusionismo que parecen reales, pero cuando la función termina, los artistas parecen marionetas en manos del director de la troupe…y ninguno de ellos tiene sombra.

Tanto los escenarios, describiendo estepas y bandas de ladrones a caballo, como la condición de la protagonista, la que recuerda a la tradición oriental: se plantea como algo normal, una situación asumida que esta supera con tesón, principalmente (porque de sentido común, la pobre no anda muy sobrada. Demasiadas emociones). La historia de amor, al menos como desencadenante de la trama, funciona debido al estilo de la historia, muy decadente y tan irracional como cualquier heroína romántica. Lo cierto es que también hay que tener esta forma de narrar muy en cuenta, porque viéndolo desde una perspectiva más seria, resultaría bastante pillado por los pelos. Pero a medida que avanza la historia, esto va convirtiéndose en algo menor, cobrando mayor importancia situaciones aisladas, como la historia del villano principal, narrada magistralmente, y la descripción de la magia y los dioses, formando una parte indispensable de la historia y sin que en ningún momento parezca una digresión o un manual de hechizos de la Dragonlance. Bueno, y además tiene su gracia el caracterizar al antagonista como un completo sociópata, sádico irredimible y técnicamente inhumano…al que le gustan los gatos.

Al poco de terminar el libro, me enteraba del fallecimiento de Tanith Lee el pasado domingo, tras casi noventa libros sin contar los relatos. No sé si es de esos escritores que se quedan en una sola genialidad, limitándose a repetir los mismos clichés en el resto de libros. Pero Volkhavaar me ha gustado lo bastante como para querer comprobarlo.




Tad Williams. La canción de Cazarrabo.  Añoranzas y pesares es la saga más conocida de Williams. Una saga que abandoné al tercer tomo por hacérseme demasiado larga y darme la impresión que todos los arquetipos sobre nacimientos del héroe y salvar reinos los había visto demasiadas veces, y que Williams tampoco aportaba nada nuevo. Pero fue precisamente un libro, de esos escritos de forma independiente (algo que siempre agradezco un montón entre tantos tomos y sagas no autoconclusivas), mucho más breve..y en el que el protagonista era un gato. Un minino llamado Fritti Cazarrabo que, como buen héroe fantástico, se enfrenta muy a su pesar las desapariciones que están sucediendo en su comunidad.

El libro está escrito con mucho humor. Pero muy sutil y entrañable, sin buscar abiertamente la broma. En realidad recopila todos esos gestos de los gatos, dándoles un sentido a todos esos pequeños gestos que hacen: los intercambios de manotazos, el dar vueltas sobre el sitio en el que se van a acostar, e incluso una mitología propia donde, adecuadamente, explican la creación de los humanos como servidores de los gatos. Todas esos guiños que reconocen los lectores y que el autor, al que se le nota que le gustan los animales, utiliza con bastante ingenio.

La novela tiene un carácter a ratos bastante ligero: es una historia sobre viajes, aventura, y en la que se añade también un componente realista mediante las referencias a las otras especies, y en concreto, a los humanos. Pero por su planteamiento fantástico se evitan muchas situaciones dramáticas que son habituales en otras series escritas desde una perspectiva más cercana a la naturaleza tal y como es, que sería la de los Gatos guerreros. Esto no supone que La canción de Cazarrabo sea una historieta edulcorada, porque tampoco busca deliberadamente un final feliz ni huir de las situaciones trágicas aunque la narración las necesitara. Si no que más bien es un cuento, con todas las características que estos tienen, y que gustará a todos los que tengan felinos. Y probablemente, también a estos últimos.

lunes, 1 de junio de 2015

What we do in the Shadows (2014). Los vampiros de andar por casa


Si hay algo que le resta horror y dramatismo a cualquier monstruo es ponerlo en una situación cotidiana. Un vampiro de siglos puede ser todo lo amenazador que quiera…hasta que se encuentra con los mismos problemas que cualquier hijo de vecino: compartir vivienda, organizar tareas domésticas e incluso salir de marcha resulta bastante complicado para unos personajes con tantos siglos encima que, más que  convertirlos en seres poderosos y melancólicos, les suponen un engorro y un verdadero desfase respecto a las costumbres y adelantos recientes.

 

Esto es lo que les pasa a un grupo de cuatro vampiros afincados en Nueva Zelanda, tras acceder a ser grabados para un documental de tv: Viago, Deacon, Vlad y Petyr provienen todos de Europa, sus edades oscilan entre los 200 y los 8000 años pero eso no evita que tengan sus discusiones sobre quien debe fregar los platos, sacar los cadáveres de sus víctimas o tener problemas para entrar en las discotecas. Tanto por la tradición de no poder entrar a los sitios sin ser invitados, como a causa de un aspecto que se les ha quedado desfasado desde hace un par de siglos. La filmación se ocupa de muchos otros aspectos de su vida: la historia de los protagonistas hasta entonces, el nacimiento de un nuevo vampiro y cómo este, y su amigo humano les cambia un poco la vida, su relación con otras criaturas nocturas y el evento más importante para todas ellas: la Mascarada Impía, un baile anual al que los personajes, junto a brujas y muertos vivientes, han acudido regularmente.




La película recoge todos los estereotipos de la filmación de reportajes,  desde los rótulos informativos en negro hasta las actitudes un poco incómodas de quien no está acostumbrado a aparecer delante de una cámara. Y que, junto a la forma tan anodina y corriente que tienen de presentar las situaciones, es uno de los mayores puntos de comicidad: lo mismo las cortinillas informan que al equipo de grabación se le ha garantizado protección por el consejo de vampiros, que uno se pone tranquilamente a pasar una aspiradora…suspendidos a un metro del suelo. Precisamente lo de presentar cualquier cosa propia de una película de vampiros como si fuera lo más normal y aburrido del mundo es el rasgo principal de toda la producción, además de trabajar con ella de forma que según avanza esta, aprovecha al máximo todas las situaciones que han dado los tópicos de la ficción sobre vampiros. Algunas de estas son tan ingeniosas que hacen que los gags relacionados con tópicos comunes parezcan algo más flojos, pero se compensan con momentos tan brillantes como el presentar la relación entre un vampiro y su siervo humano como toda una parodia de una relación laboral entre jefe y empleado.

 


El otro aspecto que parodia directamente el género documental es el estilo de las interpretaciones: la actitud de los protagonistas ante las cámaras recuerda directamente a cualquier reportaje de Callejeros, especialmente en las secuencias de exteriores. Lo que, a medida que las escenas van siendo más cercanas a los tópicos sobre clichés del género, hace que el humor de esta se vuelva mucho más absurdo y también aproveche más el potencial cómico de cosas que el público ha visto miles de veces. Especialmente en el caso de Stu, el personaje humano, que se pasa toda la película con una expresión de paciencia y resignación pase lo que pase (sean vampiros, zombies, o una banda de hombres lobo). Y el que un personaje tan anodino acabe siendo el mejor amigo de unos principales que supuestamente desbordan carácter y rarezas también se emplea de forma bastante hábil, al convertirse en una parte de la trama y no solo en un gag recurrente.

 


Tratándose de un reportaje de vampiros, estos tampoco iban a librarse de ser parodiados. De una forma u otra, repasan los estereotipos que han producido el cine y la industria del ocio los últimos 25 años. Principalmente explotan la figura de los más clásicos, recurriendo a temas populares como un sosías de Vlad el empalador, un campesino, un dandi que recuerda mucho a los imaginados por Anne Rice sin olvidarse del Nosferatu de Murnau, donde se le da un repaso cómico a  sus historias sobre torturas medievales y amores perdidos. Tampoco faltan los guiños a versiones más modernas y menos racionales de los vampiros como las que podían salir en The Strain o Stake Land, gracias al aspecto y carácter más animalesco del protagonista más antiguo de todos. Aunque con esto de no tener muchos diálogos, y que estos tópicos todavía no los han exprimido mucho, sus apariciones son más breves a favor de los otros tres personajes principales.

 


También sería imposible terminar una comedia de vampiros sin hacer referencia al juego que más ha explotado estos elementos: cuando una fiesta lleva un nombre como el de Unholy Masquerade no hace falta imaginarse por donde van a ir los chistes. En este caso, esta mención se queda en poco más que un guiño bastante evidente, porque el resto de tópicos los han tratado muy bien en la primera mitad de la película y poco más queda por aparecer. Pero en este caso, el presupuesto reducido con el que contaban juega muy bien a su favor: la fiesta, celebrada en un local cualquiera, y con los asistentes disfrazados  a base de trapos victorianos y máscaras venecianas recuerda muchísimo al atrezzo y argumentos que pueden verse en una partida de rol en vivo.

Entre la simpleza a la hora de grabar y mantener el estilo de reportaje, el humor a veces un poco grueso, otras veces (y el mejor) absurdo, y en algunos casos, entrañable, y la imaginación a la hora de resolver muchas de las situaciones del guión, What we do in the Shadows me ha pillado por sorpresa: no contaba con que filmar una película de vampiros como si fuera un reportaje de Callejeros pudiera haber tenido un resultado tan original.

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