Vamos a terminar el año con zombies. Pero no con Walking
Dead, ni con Z Nation, ni con esas cosas modernas, sino con los de toda la
vida, los de Romero y su trilogía (o cuadrilogía, o variología de cuyas dos
últimas no quiero acordarme) de los muertos vivientes, quien por desgracia le
tocó ser uno de los obituarios de este año. Porque aunque hace años hubiera
visto sus películas más veces de las que recuerdo, con el tiempo y la ficción
que fue apareciendo posteriormente, fueron quedando en el olvido…Al menos,
hasta que se anunció un remake de El día de los muertos con una pinta más que
aceptable, y que seguramente acabaré viendo en cuanto esté disponible.
Pero El día de los muertos original, al menos en el 85, fue
la última entrega, hasta casi dos décadas después, de los zombies concebidos
por George Romero. Al igual que las dos anteriores, no había nexo de unión con
la historia que se narraba, sino era por el escenario: los muertos han
resucitado y un grupo de supervivientes, en este caso, militares, científicos y
un escaso personal civil, intenta cumplir con su deber en lo que parecen ser
varios meses después de lo sucedido en La noche de los muertos vivientes: las
comunicaciones con los centros urbanos se han perdido, no parecen quedar
supervivientes en el exterior y una cuadrilla de soldados bastante triste se
desespera mientras los científicos, con unos métodos irrisorios, intentan
conseguir algo. Que lo mismo es una cura para el virus, o lo que sea que anima
a los zombies, o un sistema para domesticar a los cadáveres ambulantes. Medidas
tan irrisorias que solo consiguen desesperar todavía más a los distintos grupos
que conviven rodeados de muertos vivientes y por los que se teme desde el
primer momento que no van a terminar bien.
En conjunto, la película parece tener todavía menos medios
que las anteriores, o quizá, no saberlos explotar bien: si previamente se las
arreglaban bastante bien con entornos cerrados como una casa, o un centro
comercial, aquí la base militar (pese a usar localizaciones reales) tiene, al
igual que los personajes que la habitan, un aire muy de atrezzo, donde entre
los pasillos interminables, y las habitaciones llenas hasta arriba de cajas dan
la impresión de haberse encerrado a rodar en unos almacenes. Los exteriores
aparecen en muy contadas ocasiones, aunque al menos esto sirve para aprovechar
el escenario cerrado a la hora de mostrar un número de zombies que para un
público acostumbrado a Walking Dead resulte escaso e incluso un tanto cutre,
pero detrás de los maquillajes se encuentra Tom Savini, todo un artesano en los
efectos especiales y que, cuando salía su nombre en los créditos de una
película fantástica, se sabía que estos iban a ser buenos. No de los más caros
y vistosos, pero auténticos. Algo que también sucede aquí: los zombies que
salen pueden resultar un tanto de serie B, limitándose en su mayoría a una
buena capa de pintura azul, a que los extras trajeran lo que tenían por casa, y
que echaran los brazos hacia delante haciendo un poco de ruido, pero no se
corta ni un pelo a la hora de ofrecer tripas y casquería.
Pasen, vean y conozcan a Joe Pilato, el Bruce Campbell low cost
El término “Serie B”, también es adecuado para el reparto:
ninguna cara conocida, en la mayor parte del metraje cumple, y en una parte
importante, grita mucho. Salvo los principales, el resto se limita a cumplir
unos estándares de malvado consistentes en frases ofensivas, amenazar a los
civiles con las armas e irse poniendo en fila para ser aniquilados por los
zombies. Algo similar con los científicos, que ni ellos mismos tienen muy claro
que hacen ahí: no hay precisamente una trama sobre el origen de los muertos
vivientes o una cura para la situación, más allá de una explicación muy
similar, pero también inferior, a la que se da en Zombie. En cierto modo, la
idea de poder mostrar un zombie con ciertas habilidades conscientes era algo
que le hacía bastante gracia a Romero, que desarrolló lo que pudo en esta
entrega y que expandió después en La tierra de los muertos.
Por comparación con las anteriores, y viéndola de forma
estricta, El día de los muertos sería en cuanto a medios una entrega un tanto
floja. No tanto, si se tiene en cuenta el estilo de toda la serie y tanto las
limitaciones presupuestarias, resueltas con mucho ingenio, como las ideas sobre
crítica social a las que Romero le fue dando más peso en cada secuela, pero que
en ningún caso supusieron un lastre para una saga que ante todo, es un básico
tanto en el género de terror como en el de los zombies.