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jueves, 27 de noviembre de 2025

Expediente Warren: el último rito (2025). Campana y se acabó

 



Toda franquicia tiene un final,  al menos, de la línea principal  que la originó. El matrimonio de investigadores paranormales y cazadores de demonios a tiempo completo inspirado por la trayectoria de Ed y Lorraine Warren, también. Aunque  los más de mil casos que  aseguran haber estudiado daría  para estirar mucho más el chicle.  Cosa que sí  se ha hecho a través de los spin offs que  ha dado la saga principal.  Pero esta, que  James  Wan iniciaría en 2013 con  una película que  disfrutó de un éxito inesperado termina tras cuatro entregas que, de forma un tanto irregular,  repasa los caso más famosos de ambos personajes a la vez que  mostraba distintos momentos de sus vidas. Unas vidas afectadas también  por los peligros sobrenaturales a los que  presuntamente se habían enfrentado.



A principios de los ochenta,  para  Ed y Lorraine queda lejos su época de mayor actividad. Retirados de la investigación desde que este sufriera un infarto,  dedican su tiempo a impartir conferencias, lejos del interés que despertaban  veinte años atrás,  preparar su libro, y esperar la boda de su  hija que se casará  en pocos meses.  Las pocas peticiones que el padre Gordon, quien los asistió durante su carrera, todavía se anima a transmitirles, son amablemente rechazadas  al encontrarse ya retirados. Pero cuando este  muere en circunstancias extrañas tras  interesarse por el caso de la familia  Smurl, quienes aseguran que en su casa hay una entidad paranormal,  es Judy, la hija de ambos quien acude en su ayuda. Esta ha heredado los dotes  psíquicos de su madre, y sabe que  lo que sucede en casa de los Smurl está relacionado con el encuentro sobrenatural que  hace veinte años estuvo a punto de acabar con sus padres y con ella misma.



Michael  Chaves se encarga de dirigir  las dos últimas entregas de la saga  Warren. Tras  Obligado por el diablo,  que podría considerarse la más floja, esta supone una pequeña mejora, aunque  muy lejos todavía de esas dos primeras películas donde  conseguían mantener el equilibrio entre el suspense, el terror visual y  la emotividad. Esta última transcurre durante  los años  de madurez de los Warren: alejados  de la vida cativa, con una hija adulta que si bien no toma el relevo de forma directa, si  participa en la trama y su papel sirve para cerrar ese último caso. En toda la saga está presente parte del trasfondo personal  de los protagonista.  Pero  este se ha ido acentuando  desde las primeras pinceladas que servían para humanizarlos y convertirlos en unos héroes cercanos a quienes pedían su ayuda,  a tomar cada vez más importancia. Si en Obligado por el diablo el caso de Arne Johnson casi parecía algo secundario  comparado con la trama  de los Warren, en esta les corresponde más de la mitad de la historia.


La investigación en serio no comienza hasta  pasada al menos una hora del metraje que dedican principalmente a la historia de amor entre la hija de los protagonista y su prometido, la boda e introducir  referencia al miedo a afrontar  el peligro que servirán de cierre para el caso sobrenatural  de una familia que mientras tanto, aparece  de cuando en cuando llevándose sustos para recordar que estamos en una franquicia de The  Conjuring y el terror visual es marca de la casa. sustos que también  se repiten en las escenas cotidianas de los protagonistas, en este caso, recurriendo a visiones muy poco originales, como esa ola de sangre que va a recordar  sí sí a l ascensor de El resplandor, y la enésima aparición de la muñeca Annabelle…¿pero qué le ha visto todo el mundo a  ese monicaco?

Aunque la película siguen manteniendo un  buen ritmo,  por lo que l las dos horas y diez  no  aburren  pese a ofrecer menos  suspense que en entregas anteriores, la trama sobrenatural recurre a trucos muy pobres para poder sostenerse. El comienzo, a partir de un espejo que  es retirado de la casa para reaparecer en el desván sin más explicación que la de ser un objeto malvado (escondiéndose en el sitio donde más trabajo da bajarlo. Tal es el concepto de maldad de un mueble) llevan a uno de los enfrentamientos finales peor resuelto con el grupo  protagonista  peleándose con una aparatosa  pieza de mobiliario.   El intento de explicar los fenómenos sobrenaturales,  que al igual que  en  la carrera de los Warren reales, siempre conllevan la aparición de un demonio, se resuelve con una explicación un tanto genérica  en al que el número de fantasmas no queda claro porque al final poco importa, el tema es sacar al demonio cuanto antes porque se les ha pasado la hora desarrollando tramas familiares.


Todo lo relacionado con los Smurl,  la familia víctima de los fenómenos paranormales es aquí muy genérico, no  crea el mismo interés que pudo haber generado la amenaza que sufrieron los  Perron o las niñas víctimas del  poltergeist de Enfield.  Al igual que  pasó previamente  con  Obligado por el diablo, no hay  aquí un antagonista como la Batsheba  del primer caso, El hombre torcido de Enfield o incluso la monja de ese mismo caso, sino un fantasma con poco más que una sonrisa dentífrica  que procura aparecerse de cuando en cuando.

Este último rito es más un cierre a la historia de los  Warren que una secuela al nivel que mantenían las dos primeras.  Ye n la que también se nota el paso del tiempo:  Lorraine Warren, la inspiración directa  junto a su marido Ed, falleció en 2019, y con esta llegaría el  cierre  de aquel peculiar museo, mitad trastero, mitad invención, en el sótano de su casa. además de una serie de desmentidos y descubrimientos acerca de la vida de ambos. Los  Warren  ya no eran  esa estrafalaria pareja de ancianitos que  veía demonios  hasta debajo de la s piedras sino unos timadores en toda regla.  La muñeca a Annabelle se convertía en una pieza de la cultura popular y en un chiste recurrente c cuando cada  verano salía una noticia sobre  que esta había  “escapado” de su vitrina. Quizá por eso, es también conveniente quedarse con los Warren  de la ficción como lo que son los  protagonistas de una saga cinematográfica que habría merecido un cierre más brillante que el que ha tenido.


Ahora,  con ese prólogo en el que aparecen unos jóvenes Ed y Lorraine interpretados por otros actores, cabe  preguntarse  si el número de casos que  estos aseguran haber registrado dará  para alguna precuela o película intermedia. Por no decir  de los  spin offs que vayan apareciendo. Dar a los  Warren un merecido descanso parece difícil, pero quizá deberían  dejar de  sacar a Annabelle en cuanto tienen ocasión.  Que esa muñeca, como decimos en Santander, se mueve más que Velarde.

jueves, 20 de noviembre de 2025

La mansión de las pesadillas. Terrores vintage


Con el paso del tiempo y su uso como espacio literario, el concepto de casa encnatada ha ido transformándose. Muchos, acostumbrados a que el terror venga del mercado inmobiliario y no de un alma en pena, hemos concluido q que si el espectro en cuestión paga su parte d e la renta y no causa destrozos, se puede convivir con ellos a cambio de unos costes razonables. Pero la casa, el lugar vinculado a lo familiar por exce3lencia, a diferencia de escenarios pasajero como un hotel o incluso un vagón de tren, se ha ido adaptando a estos cambios, evolucionando y reflejando las preocupaciones y psicología de cada época. Si las señoras victorianas emplearon el relato de fantasmas como una manera de expresión propio, a donde podían reflejar tanto lo irracional como los aspectos psicológicos del escenario doméstico al que habían sido relegadas, ahora se convierte en uno hostil, lejos de las normas de la razón. Las casas encantadas y los fantasmas evolucionan y se adaptan, siendo prueba suficiente el que en el siglo XXI todavía pueda seguir apareciendo variaciones sobre el tema. Pero en el caso de esta antología de Valdemar, la visita a las casas se centrará principalmente, en su vertiente tradicional.

La mansión e las pesadillas, seleccionada por Jose Luis Gonzalez Caballero, recoge veinticinco relatos en los que l a casa como espacio sobrenatural aparece reflejada en varios aspectos: lugares en los que se manifiesta como algo del pasado, pero dotado de cierta consciencia, las estancias en aquellas casas en las que sus personajes han sido prevenidos sobre la naturaleza de esta, la casa como escenario de un suceso trágico condenado a repetirse y el poltergeist como manifestación de los incomprensible mediante los ruidos y golpes descritos en la teoría parapsicológica.

Los relatos elegidos entran principalmente en el terreno clásico. Aunque intentan dar algo de variedad o evitar la repetición, es inevitable que acaben apareciendo al menos un par de cuentos del maestro de la narración fantasmal como es M. R. James. El resto son conocidos en su mayoría, como Algernon Blackwood, Ambrose Bierce, E. F. Benson, Fitz James O´Brien o Le Fanu.

La colección se abre precisamente con un relato de Blackwood, en el que se mezcla lo espectral con lo onírico y que es curiosamente una de las elecciones menos tradicionales a la hora de adentrarse dentro de las casas embrujadas. Este, caracterizado por esa mezcla entre sueño y sobrenatural, con la aparición de un fantasma familiar mucho más benévolo que otros, da paso a una versión donde el fantasma es un eco del pasado, bien como suceso traumático o bien como reflejo de un crimen no resuelto, como es La casa de la pesadilla de Edward Lucas White o e el fantasma de Madame Crowl de Le Fanu.

La casa encantada, en una variante más moderna, aparece reflejada también en La casa evitada de H. P. Lovecraft, donde su concepción de los sobrenatural como algo sobre lo que todavía no hemos alcanzado el conocimiento necesario para comprenderlo se mezcla con el cuento tradicional y la historia de Nueva Inglaterra. También, en un género tan ligado a lo psicológico como este, los ejemplos no son muy novedosos: La caída de la casa Usher y el empapelado amarillo de Charlotte Perkins Gilman. Un relato que en los últimos años parece no faltar en ninguna colección sobrenatural o de de señoras victorianas pero del que reconozco que con cada nueva lectura, este suma un matiz que antes no había apreciado. Es fácil comprender como la fuerza de esta historia sobre una mujer atrapada en ese cuarto de una casa, sino en su propia vida o esa presenta enfermedad se convirtiera en uno de los mejores textos a los que se ha dado nueva vida editorial.

La antología no se limita a ese espacio concebido como entorno familiar, sino que muchos de los personajes se encuentran con lo sobrenatural de manera fortuita. La casa “con mala reputación “ a la que estos llegan atraidos por un precio conveniente o desoyendo las advertencias. Si precisamente es ese empapelado amarillo de Gilman en el que el lector no puede saber qué es lo que ha sucedido, sino es imaginándolo, es en La verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, de Rhoda Broughton, una historia epistolar, donde los personajes se encuentran de manera indirecta, con algo aterrador. Del mismo modo, La casa y el cerebro de Bulwer –Litton mezcla de manera dispar esa mansión de fama aterradora con un epílogo de tintes ocultistas. Un entorno que también se puede manifestar de forma pasajera, como la Litera de arriba de Francis Marion Crawford con su idea de no una habitación, sino un camarote encantado, y que se adelantaría a la idea de relacionar lo sobrenatural con elementos entonces modernos como ese departamento en un barco.  

Debido a la naturaleza de las narraciones, los protagonistas de estos e limitan a ser meros testigos. Estos actúan como narradores, sin que puedan hacer mucho más que descubrir lo que sucede. Bien de manera principal, como dueños de la casa, o indirecta, como criados que presencian algo ajeno a sus vidas o inquilinos de un lugar cuya historia desconocen, cualquier cierre que puedan dar a los fenómenos, bien conociéndolos, dando sepultura a los restos de un alma en pena o como en La casa evitada, echando mano de la ciencia y de mucho ácido sulfúrico (tiene gracia que sea H. P. Lovecraft el que recurra a la solución más expeditiva), es siempre a posteriori, una forma de terminar un ciclo que hubiera seguido repitiéndose.

La mansión de las pesadillas es una de esas antologías que Valdemar publica periódicamente: a partir de su catálogo, con un tema concreto, hace una colección lo bastante amplia como para cubrir el tema y en el que se les reconoce que en la medida de lo posible, los cuentos que eligen no solo son representativos sino que son lo bastante inéditos como para no haber aparecido en cientos de antologías previas. Aunque, como toda colección, esta tiene el resto de que su contenido sea conocido por el lector en su mayoría (motivo por el que tuve que dejar fuera Gabinete de los delirios, su selección sobre científicos locos). Aunque cuando las ”repetidas” no son más que dos o tres, y lo bastante poco trillados como ests este caso, este paseo por el lado sobrenatural del sector inmobiliario merece la pena. Además, en una época en la que vivimos en un estado de pánico permanente, una noche en una casa embrujada, los espectros de M. R. James, el paseo por la casa familiar de Blackwood o un viaje en un camarote ocupado por algo que no es de este mundo, es lo más parecido al cozy horror que podríamos tener, sin todavía no han inventado ese término.

jueves, 13 de noviembre de 2025

Mimic (1997). La cucaracha ya no puede caminar

 


Un insecto, relativamente pequeño, cuyas mayores cualidades  son dar mucho asco, desplazarse a velocidades de vértigo y pasar a mejor  vida con un sonoro “sploch” cuando tenemos la pala fortuna de pisar uno, es capaz de provocar  más repulsión e inquietud que cualquier otro de sus parientes del reino invertebrado. Las cucarachas, cuya capacidad de adaptación y supervivencia a  todo tipo de entornos, las hace invulnerables y probablemente el sustituto (igual  de poco agradable, en mi oiinio´n9, de la humanidad en caso de catástrofe, es el ejemplo de esa simbiosis incómoda, de las criaturas casi parasitarias que se desarrollan exponencialmente a expensas de nuestros residuos. Un bicho, cuya aparente inocuidad  (bueno, y si nos ponemos estrictos, encima propagan enfermedades), lo convierte en un candidato a convertirse en una criatura monstruosa, un protagonista idóneo  para cualquier historia sobre insectos que crecen más de lo que deberían. Papel que tuvieron en una película de 1997 que donde, además de  producir la reacción esperada, también le provocaban algo parecido, además de muchos dolores de cabeza, a Guillermo del toro, entonces recién llegado   al cine estadounidense.


La ciudad de Nueva York vive una epidemia devastadora: una enfermedad, que se transmite a través de las cucarachas, se ceba en los niños  matándolos o dejándolos inválidos. Es el trabajo de la entomóloga Susan Taylor, quien desarrolla una nueva especie de insecto modificado genéticamente, capaz de acabar con la población de cucarachas local, gracias al cual la epidemia deja de propagarse.  Tres años después, la vida sonríe a la doctora:   la enfermedad es solo un recuerdo y se plantea formar una familia con su marido, a quien conoció durante su trabajo para encontrar una forma de frenar la expansión de la plaga. Pero en la zona más pobre de la ciudad, cerca de las entradas a subterráneos y antiguas  bocas de metro, empiezan a desaparecer personas.  Delincuentes, víctimas de la trata y  gente que nadie echará de menos hasta que un descubrimiento fortuito destapa la existencia de algo que se mueve entre esos callejones y el subsuelo. Una criatura que  parece humana, o al menos, es capaz de pasar por una.  Pero cuyos movimientos lo delatan como algo muy distinto.



Guillermo del Toro sorprendió al público con Cronos,   haría lo mismo dirigiendo una secuela de la franquicia de Blade y  Desarrollaría una carrera muy personal donde  demostraba ser capaz de reinterpretar  el cuento de  fantasmas con el espinazo del diablo, el de hadas, con  El laberinto del fauno e incluso un género tan alejado de la cultura popular occidental como es el  Kaiju y  Pacific Rim. En cambio, esta película, entre el terror y la ciencia ficción, no solo resulta la más impersonal, sin la producción peor considerada por él mismo. Esta parece el resultado del choque entre lo que hubiera querido hacer y las injerencias de los productores.  Esta, en manos de los  Weinstein,  un nombre que casi  30 años después  resulta   chocante encontrar en los créditos de infinidad de películas,  supone un resultado confuso en el que a ratos si puede   apreciarse la estética usual de  Del Toro, y a otro, especialmente en la última hora de metraje, se convierte en un Thriller con monstruos infográficos bastante rutinarios. Los créditos,  con una estética sucia muy propia de los noventa,   dan paso a una secuencia, casi fuera de lugar  en comparación al resto, donde un hospital improvisado se convierte en un escenario fantasmagórico,  de tonos cálidos y decorado con telas similares a sudarios. Una estética  más personal que  vuelve a aparecer brevemente en  otras escenas como  la iglesia convertida en un taller macabro o los primeros escenarios de un metro de aspecto anacrónico. Atmósfera  que parece olvidarse  tan rápido como esa primera excusa que era la plaga transmitida por cucarachas, para  perderse   con la parte más rutinaria de la producción: cualquier aspecto mínimamente  dotado de personalidad es sustituido por los más genéricos. Tenemos una pareja  protagonista en busca de familia, un niño en camino y un desenlace en la que no se muere  ningún héroe ni  a tiros, y. no hay  tensión ni drama.  Estos  escapan en el último momento de la criatura mutante, de las explosiones y de lo que haga falta.  Hay siempre una explicación para saber lo que hacen los personaje y de donde viene cada reacción de los monstruos.


El diseño de estos sufre el  exceso de  CGI de la década,  realmente  mal envejecidos y donde se nota la limitación presupuestaria, que solo funciona cuando los personajes  ven de lejos esa silueta que imita a la especie humana  a la que hace referencia al título. Una ejecución rutinaria en la que entre ese aspecto de  película  genérica  con monstruos   se asoma de cuando en cuanto  elementos con potencial, como  esos detalles  visuales descartados rápidamente o el lugar la cata de romper la norma de no mostrar muertes infantiles, en una e las mejores secuencias de la película.  

Esta consigue ir funcionando como  un buen ritmo narrativo, a lo que ayuda la presencia de actores como   una Mira Sorvino que venía de un  Oscar por Poderosa  Afrodita, o de un jovencísimo  Josh  Brolin,  quienes suplen como pueden la falta de profundidad de sus personajes. Del mismo modo,  parecen quedar abandonadas a medio  camino ideas potencialmente interesantes de un primer borrador: la epidemia despachada en dos minutos, la referencia a los ángeles negros   como uno de los supervivientes se refiere a las criaturas o la capacidad de imitación de los sonidos de estas que el niño protagonista es capaz de emular. Este último, en el resultado final, sin más  incidencia que la de incluir a un personaje desvalido y por extensión, a más personajes en complicaciones que  de otro modo no podrían justificar argumentalmente.


Mimic  pese a todo, o quizá  por su desarrollo final  como cinta de terror, ciencia ficción  y bichos gigantes,  daría posteriormente dos secuelas. Su primera entrega,  descrita por  Del toro como una experiencia peor que el secuestro de su padre,  es una película irregular, quizá muy poco personal y en la que no termina de quedar claro si el enfoque es el de  una de mutantes del estilo de  The Relic o Deep Rising o  una historia  centrada en la atmósfera. Pero al menos, es una de monstruos medianamente resultones, una muestra de lo que del toro tendría  que  cumplir ante de poder hacer lo que le diera la gana…y la prueba de que, independientemente del tamaño o la modificación genética, las cucarachas  dan mucho asco.

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