Durante
los noventa se vivió una pequeña fiebre por adaptar videojuegos al
cine. Entonces aparecieron algunos títulos de los que las malas
lenguas dirán que, más que fiebre, fue una peste bubónica, dados
los malos resultados de taquilla y calidad. Y que, salvo excepciones
por lo marciano de su guión y casting, como el caso de Super Mario
Bros, o por las circunstancias de su producción, como Street
Fighter, hoy han caído en el olvido y no es posible verlas ni como
relleno en televisión. Pero sí, con suerte, haciendo bulto en el
catálogo de algunas plataformas de vídeo que parecen decididas a
ofrecer algo anterior al 2.005.
Estrenada el
mismo año que la esperada (y después estrellada) Street Fighter,
Doble Dragón adapta un videojuego de un género similar: en este
caso, el beat´em up, que consistía en mover un personaje o dos a
través de una pantalla en la que iban saliendo distintos enemigos,
cuanto más aspecto de punk o de ninja mejor, derrotándose
sucesivamente hasta la aparición del jefe final, con la excusa del
secuestro y rescate de algún personaje secundario. En este caso, la
película optaba más bien por adaptar el trasfondo del juego y
añadir algo más que una historia de rescate: es el año 2.007, casi
una década después del terremoto que convirtió a Los Ángeles en
una ciudad sin ley dominada por las bandas. En medio de un escenario
poblado por pandilleros con trajes temáticos, contaminación
atmosférica y corporaciones malvados, los hermanos Billy y Jimmy
sobreviven compitiendo por dinero en distintos torneos de artes
marciales. Lo que desconocen es que su tutora, Satori, es la
guardiana de una de las dos mitades de un antiguo medallón que
otorga a su poseedor el poder de aumentar su fuerza física y
espiritual. Por desgracia, Koga Shuko, el magnate que tiene en su
mano gran parte de los recursos de Nuevo Los Ángeles, tiene también
la otra mitad del medallón y no parará hasta completarlo y obtener
el poder necesario para dominar toda la ciudad.
Es difícil
describir una película así como buena o mala…bueno, no. Es mala
como ella sola. Del mismo modo que lo son las de Van Damme
repartiendo estopa, las de ninjas y muchas otras de la época del
videoclub, pero eso no evita que la mayoría sean tremendamente
divertidas y que más bien deba hablarse de si están peor o mejor
hechas. En este caso, ha sido una de las afortunadas, porque es una
producción muy resultona, que por desgracia no tuvo el favor del
público (se estrelló en taquilla), pero muy consciente de sus
limitaciones y capaz de tomarse con humor las situaciones de su
guión. Los medios, justitos, dan para unos decorados que vistos hoy,
y teniendo en cuenta su presupuesto, no han envejecido demasiado mal.
No puede decirse lo mismo de unas secuencias infográficas que se
empeñan en meter en determinados momentos, seguro que para recordar
que en el 2.007, todo el mundo tendría ordenador, tres dimensiones y
cosas de esas que en los 90 sonaban a futuro improbable. Secuencias
que acentúan la cutrez de una producción que habría resultado
mejor de quedarse en un estilo artesano en lugar de hacer evidente
unos años en el que las películas más modestas se debatían entre
los efectos prácticos y una infografía que todavía estaba en
pañales. Y que en su mayoría consisten en algunos exteriores bien
aprovechados y unos decorados y vestuarios muy chillones que, en
cierto modo, no desentonan nada con la estética de un juego
de bits.
El argumento,
un armazón bastante pillado por los pelos para justificar la
licencia del videojuego, tiene a su favor una cantidad muy alta de
sentido del humor en el que, pese a tratarse de una historia de artes
mariales en un futuro postapocalíptico, se toma muy a broma un
entorno en el que aparecen escenas donde esa catástrofe es poco
menos que una broma: el informe meteorológico sobre las
posibilidades de lluvia ácida, un río inflamable o un vehículo
alimentado con una caldera y papeles son parte de un escenario
bastante colorido por el que se mueven los personajes, caras
medianamente conocidas en producciones pequeñas, como Mark Dacascos,
algunas que se harían una carrera en televisión, como Alyssa
Milano, e incluso Robert Patrick con un papel de villano que es una
de las partes más divertidas de la película: su caracterización,
sin duda con el aspecto que se creía en los ochenta que tendría un
malvado ejecutivo en un futuro cyberpunk, interpreta su personaje con
bastante humor y un punto ridículo: en este caso, no es
más que un trabajo más, uno divertido, por el que pagan, y que
quizá, en el contexto de la película, carece por suerte del tono
crepuscular que le tocó a Raul Julia.
¿Y las
peleas? Porque técnicamente están adaptando un videojuego de artes
marciales…Bueno, más que peleas, lo que abunda son unas cuantas
persecuciones, en unos vehículos propios de una versión de
cartulina de Mad Max, por unos decorados imitando callejones y
edificios, y finalmente combates, los justos pero al menos correctos,
al contar en su reparto con Dacascos como especialista en artes
marciales. Muy poco vistosos y escasos, quizá lo esperable para una
producción con bastantes limitaciones. Pero que, como muchas otras
que tampoco tuvieron fortuna en las salas de cine, acaban ganando con
el tiempo, y quizá con ayuda de la nostalgia, algo más de simpatía
entre el público de sofá.
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