Hace más de veinte años, los niños hacían cola cada Navidad para ver la última película de dibujos de Disney. Dos décadas después, los mismos niños, ya crecidos, hacen lo mismo. Para ver las mismas películas, en imagen real y sin tener que esperar a las vacaciones. Porque este año se han estrenado nada menos que tres remakes de algunos de los clásicos animados de la productora.
Aladdin es el segundo de estos estrenos, del que no hace falta decir mucho porque es también uno de los cuentos más conocidos de las mil y una noches: en un reino imaginario del lejano oriente, existe un joven ladrón, enamorado de una princesa, que encuentra una vieja lámpara de aceite, y con ella, un genio que le concederá tres deseos. Hasta ahí, todo es bastante parecido al cuento que hemos leído mil y una veces. Disney aportaría después a un genio más moderno y divertido del que podría esperarse encontrar en una lámpara, a Jafar, el malvado visir que quiere ser sultán en lugar del sultán, y, en esta nueva versión de imagen real, e infografía, unas cuantas novedades respecto de la animación de los noventa.
Todos los remakes de Disney cuentan con los mismos problemas: el trasladar unos guiones claramente destinados al público infantil, y sobre todo, el intentar que los personajes creados con infografía resulten igual de expresivos que sus contrapartidas animadas. Pasó en La bella y la bestia con los objetos del castillo, demasiado extraños frente a sus contrapartidas anteriores, y pasó cuando aparecieron las primeras imágenes de "ill Smith convertido en genio. El actor, renderizado e infográfico, seguía sin hacer justicia a lo que debería ser su personaje, salvo por la decisión tomada posteriormente: hacer que tome aspecto humano para moverse entre el resto de actores, evitando el exceso de efectos digitales que todavía quedan muy lejos de reflejar la textura y expresión real.
Al igual que en La bella y la bestia, la historia, más que un reboot es un remake de la original, o más bien, el mismo guión rodado de nuevo: la trama principal es la misma, del mismo modo que unas canciones que el público todavía recuerda y que suenan en los mismos momentos d ela historia. Hay algunas variaciones, algunas propias del cambio de década y mentalidad, como el de dar un papel más importante y mayor independencia a la princesa Yasmin, ahora con una función más amplia que la de casarse con un príncipe (aunque al final el fondo sea el mismo), o el tener un sultán de mayor peso que un vejete un tanto bufón. Otra, propia del cambio de formato y registro, como el reducir el papel de los animales inteligentes. Entre otras cosas, porque el Abú digital todavía chirría un poco, y porque el villano Jafar es adecuado en su papel amenazador sin la necesidad de un loro parlanchín como alivio cómico.
El Aladdin original también está muy presente en cuanto a comparaciones. Especialmente con el genio, doblado entonces por Robin Williams a quien parecía difícil de superar. Y, en este caso, por Will Smith, que consigue estar a la altura con su propio estilo, sin tener que imitar otros registros. No importan mucho los papeles de Aladdin y Yasmin, que acaban siendo casi secundarios frente a los números del genio y la presencia del antagonista.
Pese a que es una producción de alto presupuesto, los escenarios interiores producen una impresión muy curiosa: las calles y los colores abigarrados de los figurantes parecen decorados y atrezzo, muy poco reales y menos grandiosos frente a los efectos digitales, y en lugar de resultar llamativos, dan más la sensación de ser un espectáculo de Disneylandia. Uno bueno y cuidado, pero poco integrado en el resto de escenarios y demasiado chillón en comparación con la versión animada, que aportó secuencias realmente bonitas jugando únicamente con tonos dorados y azul marino.
Aladdin, al igual que el resto, se queda en un remake más de los clásicos Disney: no es otra cosa que la misma historia con otro formato. En este caso, con algunos aciertos nuevos, como el interés romántico del genio que, sorprendentemente, no molesta. Otros, algo más chocantes, como el seguir manteniendo aspectos de cuento en una historia que han modernizado (¿a estas alturas aún se sigue usando el matrimonio obligado del malo como giro argumental?). Tenemos también los originales muy cerca en el tiempo, estos son lo bastante memorables como para recordarlas todavía…aunque resulta un poco inevitable que nos acerquemos a ver, una vez más, el mismo cuento con distinto entorno.