Esta semana, con lo de terminar algunos libros que había ido comprando a lo largo del año (las librerías de segunda mano son como el Ikea o la droga: es difícil salir de ellas), acabé y empecé el año con dos antologías que compartían colección, editor...y una tendencia hacia los fotomontajes horribles. bajo el título Selección horror, Bruguera publica una serie de colecciones de relatos tirando a breves, no más de doscientas páginas con aquel papel de estraza indestructible que caracterizaba a los LIbro Amigo, y en su mayoría recopilada por Kurt Singer, o en alguno de los números, por Forrest J. Ackerman. En el caso de estos dos, ambas de Singer, no tienen en cómún más que su editor, y como mucho, cierta temática en cada tomo, manteniéndose estos muy variados.
Horror 8. Bajo el título de Kurt Singer Ghost Omnibus, se incluyen siete relatos de los que solo hay fantasmas en la mitad de ellos: comienza con El guardián de la llave, de August Derleth, uno de los capítulos de El rastro de Cthulhu, y termina con La máscara de Robert W Chambers, uno de los pocos cuentos conocidos del autor que no está relacionado con El rey Amarillo. El resto de la selección se corresponde con un cuento de Bloch, ligeramente relacionado con los Mitos de Cthulhu (en este caso, los ghouls), dos relatos de fantasmas que desconocía, un texto de Jospeh Conrad y La caja oblonga de POe, quizá para llegar al número mínimo de página y porque POe siempre puede cubrir un hueco en cualquier seleccion terrorífica.
Al resultado, hoy estando más acostumbrada a unas colecciones orientadas hacia lo temático, hay que reconocerle que es una lectura muy divertida. Hacia años que no había vuelto a releer a Derleth (es de esas cosas que se quedan en la adolescencia, y bien escondidas), siendo lo mas parecido a una partida novelada de La llamada de Cthulhu. Y a una un poco tópica, hay que reconocerlo, pero con su punto de placer culpable. Bloch tiene un regusto a comic d ela EC de los más divertidos, los relato de Lawler Mildred Johnson narran venganzas sobrenaturales que nos recuerdan que la codicia nunca queda impune, al menos si hay un espectro implicado, y el relato de Conrad, pese a ser abiertamente realista, cuenta con una cualidad macabra como solo pueden tenerlo esas historias en las que se reflejan lugares poco conocidos y la parte más oscura de los humanos.
Horror 4. Kurt Singer repite como editor esta vez con unos cuentos en los que es más fácil encontrar algo en común: el pulp. desde las civilizaciones perdidas en las profundidad de la selva de Hamilton, los no muertos ocultos en el medio oeste de Greye la Spina, los zombies pioneros de Hyatt Verryll, una canción que embruja una emisora de radio hasta una aventura de Jules de Grandin, donde los cultos asesinos de la India amenazan las calles de Occidente, en el libro, como podía haber pasado en un número de Astounding Stories, hay de todo. si el relato de Hamilton es el más típico, con ese explorador convertido a gran salvador blanco en medio de una lukcha de series extradimensionales, Greye la Spina es de esas escritoras de las que una se pregunta por qué no la están recuperando , como pasó con C. L. Moore. El relato de Calder, con esa maldición transmitida a través de la ondas de radio, se adelanta varias décadas a la sugerida en Ringu, y La plaga de a muerte viviente es un clásico del género zombie sorprendentemente moderno, y con un punto gore que no desentonaría en ninguna de las entregas de Re Animator (aunque el mad doctor ya podía parar de experimentar con gatos y conejitos ¿es que en esa isla no había promotores inmobiliarios a los que trocear?).
la historia que cierra la colección, un caso de Jules de Grandin, además de ser una buena conclusión, me recuerda una vez más mi tarea pendiente de leer algo más de Seabury Quinn y por qué el pulp es un género capaz de despertar esa curiosa nostalgia de lo que el lector no ha vivido: de cuando el mundo era un lugar peligroso, pero lleno de cosas por descubrir, y la ciencia servía para imaginar lo imposible.