Hubo tiempo en que la gente vigilaba el cielo con atención. El avistamiento de OVNIS, la posibilidad de contactar con visitantes de otros planetas, se mezclaban con todo tipo de teorías sobre viajes astrales, civilizaciones ancestrales incluso vida más allá de la muerte. Un conjunto de creencias que pasaría a ser una parte de más de la España de los setenta y principios de los ochenta, a veces ridículas, a veces estrafalarias, y a menudo ingenuas. Y sobre todo, una parte más , con sus luces y sombras, de la cultura popular, quizá una algo más minoritaria, de los últimos cuarenta años. Un conjunto de teorías y sobre todo, de personalidad, que aunque hoy parezcan lejanas y seguramente extintas (sustituidas por otro tipo de frikis en televisión a lo largo de los años) que Chema García Ibarra trasladaría a la actualidad, en una película que mezcla de una forma muy peculiar la creencia en lo paranormal, lo insólito. Y una serie de personajes tan extraños que cualquier a podría cruzárselos en el descansillo del edificio.
Una reportera de la televisión local de Elche acude a casa de Charo y Verónica, hija y hermana gemela de estas, y desaparecida hace más de un mes. José Manuel, hermano de Charo, pasa sus días entre el bar que regenta, cuidando de su madre aquejada de Alzheimer, ayudando a su hermana o reuniéndose en la asociación OVNI Levante, a la que pertenece junto a otros vecinos. La muerte repentina de Julio, el presidente, no solo deja a estos sin un lugar donde reunirse sino también con un vacío en sus vidas, en la que , en el caso de José Manuel, , empezará a suceder cosas extrañas. Su madre, una antigua médium, ahora carente de consciencia por su enfermedad, le previene, una y otra vez, acerca de unos ojos que la vigilan y un león que entrará en su casa. y un extraño personaje, que asegura ser la encarnación de Julio, su mentor, aparece para anunciar que su sobrina debe cump.ir un papel crucial en el destino de la humanidad.
Esta película es una de esas producciones inclasificables. Quizá misterio, quizá ciencia ficción con esa trama sobre ufología, y sobre todo, de búsqueda de algo en lo que creer, e esta está marcada por un fuerte carácter costumbrista. Aunque con un reflejo de lo cotidiano y un tipoi de personajes que casi podrían ser considerados descendientes directos del esperpento. José Manuel, su hermana, su sobrina, sus compañeros de la asociación o esas vecinas que deambulan por su bar, a veces recomendando remedios caseros, a veces haciéndose eco de noticias alarmistas, como ese pánico a “los delincuentes de Europa del Este”, son, además de extraños, tanto o más reales que los que podrían reflejarse en una película realista. Estos parecen moverse por el escenario sin saber muy bien como comportarse, sin los estallidos de emotividad que podrían esperarse de una mujer cuya hija ha desaparecido (esta se limita a aparecer en la televisión local, estoicamente, y a manifestar que “mientras trabaja, no le da vueltas a la cabeza”). Que parecen envarados y recitan, en vez de hablar, en entornos sociales como esa asociación de aficionados a la ufología formada por gente de todo tipo, cada cual más extraña. Y de la que pese a ello, es imposible reírse porque puede apreciarse la presencia de la soledad, mitigada por esos cursos del ayuntamiento y actividades vecinales que una de ellos enumera de forma mecánica.
Estos van conformando un retrato en el que esa trama sobre una niña desaparecida y la existencia de los ovnis es solo una parte más, una muy extraña, en la vida de una ciudad que se ve reflejad a través de esos anuncios y noticias que retransmite la televisión, y los planos, casi estáticos, mediante los que se refleja un entorno que parece congelado en el tiempo entre esas tomas fijas, a menudo enfocadas en personajes que aparentan no pensar en nada, con ese ruido propio del ambiente a veces, y otras, con una música de sintetizador deliberadamente anacrónica, la película parece buscar, y consigue, una atmósfera un tanto intemporal. Pero ya lejos de esa intemporalidad machacada hasta el exceso de los ochenta y noventa. Esta parece perdida en algún punto de la década del dosmil, donde la presencia de los smartphones es el único elemento moderno en un lugar que parece haber quedado congelado hace diez años, en un barrio que convive con la crisis /y a loa que recuerda esa noticia sobre las protestas sobre las trabajadoras del calzado), pero que todavía mantiene elementos que han quedado atrás. El piso, decorado con motivos egipcios, un cd de música nativa a o esa radio de diseño hortera que el protagonista utiliza en un intento de c comunicarse con el más allá.
Todo ello junto a un a fotografía muy luminosa, casi quemada, donde la iluminación refleja la luz de la zona levantina, así como los escenarios, entre edificios de barrio y tomas de exterior donde la pobreza de la vegetación sirve como excusa para, desde hacer excursiones comunales, hasta para encontrar lugares donde esconderse (reconozco que esa cantidad de luz y esos descampados con cuatro hierbajos mal contados me han recordado un poco al Vallés Occidental. El fartón de Proust).
Estos elementos hacen que sea una película muy atmosférica…pero no en el sentido al que estamos acostumbrados. Esta, a con su sensación de extrañeza y familiaridad, con unos personajes que se mueven entre lo real, lo patético, y cierto punto de comedia involuntaria deliberadamente buscada, hace que su desenlace se mantenga, pese a los giros, dentro de es realismo que por momentos roza con los límites de lo fantástico. Aunque, al igual que La mesita del comedor, es preferible no saber nada más allá de la desaparición de una niña y como afecta a la vida de sus protagonistas. Pero es posible también recordar la frase de Conan Doyle: una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad.
La semana pasada con el fallecimiento de Donald Sutherland, los medios ilustraban la noticia para disgusto de muchos, con un papel tan reciente y poco representativo de su carrera como el de Coriolanus Snow en Los juegos del hambre. Un ejemplo que hace muy poca justicia al villano de Novecento, al padre atormentado de Dont´ Look Now, a uno de los últimos supervivientes de la invasión de los ultracuerpos…pero también al doctor Hawkeye en MASH, Vernon en Doce del Patíbulo…una carrera tan amplia en el tiempo como en variedad. Y aunque sus papeles en el cine fantástico fueran suficientes como para recuperar alguna de sus películas a modo de homenaje, decidí elegir algo distinto y quedarme con una bélica que si bien ese sale un poco del tono épico o dramático habitual en estas producciones, su planteamiento y reparto son suficientes como para quedarse con esta entre todas.
Los Aliados han desembarcado en Normandía, y la guerra parece a punto de terminar. Aunque la victoria no interese a los hombres del teniente Kelly, que solo quieren llegar a cualquier ciudad donde poder disfrutar de un baño, una comida caliente, y algo de diversión. Cuando tras capturar a un coronel alemán, y comprobar el poder del alcohol a la hora de extraer información del enemigo, este les revela la existencia de más de quince mil lingotes de oro almacenados en un banco de Clermont, tras las líneas enemigas, Kelly, tan cansado de la guerra como el sargento Big Joe y los solados de su pelotón, planean aprovechar los recursos de esta para llegar hasta la ciudad y hacerse con el oro. Aunque para llevarlo a cabo sea necesario contar con la ayuda, además de repartir el botín, de Crapgame, el sargento de aprovisionamiento, y Oddball, el excéntrico comándate de un tanque Sherman que dará el apoyo necesario para atravesar la barrera alemana. Aunque el enemigo no es el único problema que los hombres de Kelly deberán evitar: los altos mandos estadounidenses, creyendo que la maniobra se trata de un valeroso avance de sus tropas, organizan también su llegada a la misma ciudad.
La película desarrolla de forma simultánea una trama bélica bastante simple (como todas las guerras, vaya. Que por mucha estrategia que planeen los generales, todo se reduce a “si el enemigo se mueve, le disparas”), y una sobre “heist” que gira en torno al planteamiento y ejecución del golpe. Apara ello, cualquier pretensión épica se ve anulada, haciendo que sus protagonistas sean un grupo de soldados y oficiales de rango medio, cansados de la guerra e indiferentes a esta. De ahí el irónico “héroes” de Kelly en el título original, frente a un grupo de generales más preocupados por las entradas triunfales y la simulación de liberar un país que por el bienestar de sus solados o por la propia naturaleza del conflicto. De esta forma, con la que consiguen suavizar también un tema controvertido como los expolios de guerra, hacen que el grupo protagonista genere una mayor simpatía, planteando cierta oposición entre esos altos mandos, que no pisarían jamás una zona de guerra hasta que esta haya sido debidamente desmilitarizada, y los solados de a pie, con preocupaciones mucho más cotidianas a quien les es más sencillo llegar a un acuerdo con otro soldado enemigo que con un capitán de su propio ejército.
Junto a varios de los temas comunes del cine bélico, esta sigue la estructura habitual en el cine sobre robos, donde cualquier obstáculo en la ejecución del plan se verá superado para finalmente, llevarlo a cabo con éxito. En este caso, los problemas que encontrarán los protagonista serán el ser confundidos con una unidad enemiga y atacados, cruzar un campo de minas o tener que ser más rápidos en llegar que sus propios generales.
El éxito, no solo de este atraco sui generis, sino de sus protagonistas, se debe también al reparto elegido. El trío protagonista, interpretado por Clint Eastwood, Telly Savalas y Donald Sutherland, se complementa con caras igualmente conocidas como Harry Dean Stanton o para los que vimos mucha tele en los noventa, Len Lasser (el tío de Jerry Seinfeld, para ser más exactos). Si los dos primeros interpretan a sus personajes con cierto estoicismo, entre el pragmatismo y el desengaño, el Oddball de Sutherland y su equipo es un contrapunto, más que cómico, estrafalario, donde la personalidad de este, un tanto lunática pero no carente de astucia y sus hombres, asentados en un improvisado campamento, recuerda más a la de una comuna hippy que a la de un batallón de soldados veteranos, y contrasta con la actitud más cercana al cine bélico clásico de la pareja formada por Eastwood y Savalas.
El tono aportado por Sutherland sirve también para mantener el estilo ligeramente cómico de la cinta, donde determinados momentos el retrato que hace de los solados es más una reinterpretación de la época en la que se filmó que un reflejo pretendidamente histórico: la película se estrenó en pleno conflicto con Vietnam, y aunque este evite posicionarse sobre la guerra, , transmite esa sensación de absurdo y adaptación a un medio hostil. Pero manteniendo siempre una atmósfera ligera y consciente de no ser una producción dramática. En la que incluso hay espacio para las referencias cinematográficas, como la negociación entre el trío protagonista y el soldado enemigo, que no duda en homenajear directamente al spaguetti western en el que Eastwood había actuado previamente.
Con un grupo de protagonista entre los pragmático, lo buscavidas y lo estrafalario, es inevitable, no pensar, salvando las distancia de estilo e incluso de ejército protagonista, en el batallón penitenciario sobre el que Sven hassel había escrito más de una docena de libros. Aunque Porta, Hermanito y el Legionario también fueran adaptados al cine durante los ochenta, es posible ver a estos héroes de Kelly como una versión, del otro lado, de esas batallón que también recorrió Europa en las líneas enemigas. Y que, pese a todo, también inspiraría de forma bastante evidente la última novela del escritor danés: en El comisario, los personajes abandonan toda pretensión de narrativa bélica para lanzarse, esta vez en el frente oriental, a una trama muy similar sobre un cargamento de oro almacenado en una cámara acorazada.