Las tradiciones orientales no son un tema muy habitual en el cine occidental, y menos de consumo. Aunque los últimos años, sí se han recogido en muchas películas los giros y características de su cine, a modo de homenaje a las “películas de chinos” de toda la vida, como El hombre delos puños de acero, o a las formas de teatro tradicional, como Bunraku. El retomar una leyenda japonesa, es una opción menos conocida. Y teniendo en cuenta los giros y particularidades de su narrativa y filosofía, mucho más arriesgado.
47 Ronin se ha basado precisamente en una de las leyendas más populares de Japón, la de los 47 samurai que habiendo adquirido el estatus de ronin (un samurai sin amo al que servir), deciden vengar la muerte de su señor a manos de un noble rival, pese a la prohibición expresa del shogun y la pena de suicidio ritual que este, y su código de honor, les impondría. Sin embargo, la versión en cine añade no solo elementos fantásticos y una subtrama romántica, sino también a una cara conocida incluyendo como protagonista a Keanu Reeves, que interpreta a Kai, un mestizo salvado de los demonios Tengu por el señor de Ako y enamorado de la hija de este, que pese al desprecio de los samurais, aportará la ayuda y conocimientos mágicos necesarios para vengar a su amo y salvar a la chica.
De todos los fallos que tiene la película, el principal es no ser capaz de narrar correctamente la historia que pretende contar. Con las leyendas orientales hay un problema muy concreto, y es que estas se han planteado desde una forma de pensar muy concreta y que a menudo resulta chocante para el público ajeno a esa cultura. No es difícil superarlo si se trata de una producción oriental, con sus propios valores, y donde formas de pensar como el bushido o su sentido del honor pueden resultar mucho más comprensibles. Pero cuando del material original se conserva solo la historia y sus giros, recurriendo a la forma de filmar propia de una superproducción de las de siempre, no da buen resultado. Y todo se queda en una primera parte llena de secuencias mostrando la cultura japonesa que se hace muy lenta, una segunda algo más dinámica por ser una historieta de fantasía y lucha con una ambientación algo más exótica de lo habitual, y un desenlace, que tras haber sido narrado lo anterior de una forma muy tópica, recuerda más al Escuadrón Suicida de La vida de Brian que a un final trágico propio de la leyenda original.
Voy a hacer yo lo mismo y poner la foto de un perseonaje que casi no sale, porque era lo que más molaba de la película.
Los elementos fantásticos también parece que salen para
justificar las 3D en la que se estrenó la película. En concreto, la persecución
inicial de una bestia mitológica no tiene mucho sentido más que el de recordar
que esto no es Japón de verdad, sino un país fantástico con señores vestidos
con kimono. Otro tanto para los orígenes de su protagonista, que sirven para
justificar las secuencias en el bosque de los Tengu, o su enfrentamiento con
una malvada hechicera capaz de convertirse en zorro, dragón y trapo (aunque
esto último me parece un truco muy útil a la hora de limpiar). Aunque me guste
el género fantástico, y vea con mucho más interés una película de este tipo que
una ambientada en el Japón feudal sin más, dan demasiado la impresión de ser
añadidos, y que esta funcionaría igualmente sin todas esas tramas ni efectos
especiales. Además, la intención de hacerla más fantástica se nota hasta en el
poster promocional: el tipo con el tatuaje de esqueletos no es ni un
secundario, sino un figurante muy molón que aparece un par de minutos en una
localización poco importante.
47 Ronin no ha sido precisamente el trabajo más lucido de
Keanu Reeves. Este se limita a estar correctito y aprovechar su aspecto para
justificar su presencia para como protagonista, para el público general, entre
un reparto sin caras conocidas. Sus dos horas, que tampoco ha sido lo más
extenso de lo que se estrena en los cines, se hacen demasiado lentas con tanto
cambio de narrativa. Y sobre todo, se queda esa impresión de haber querido contar
una historia ajena que no han sabido hacer suya.