Hoy tocan libros poco complicados, y de los que me gustan: horrores varios, casas encantadas, y una novela rusa de ciencia ficción que por lo visto, ha sido muy popular gracias a su videojuego.
Otro caso de portada engañosa: aquí no salen esqueletos envueltos en sudarios
Richard Matheson. La casa infernal. Esta novela sirvió de base para la película del mismo nombre, de la que incluso Matheson se encargó del guión, y se nota, porque quedó bastante bien. La historia sigue siendo la misma, con los tres parapsicólogos que investigan una casa embrujada por encargo de un millonario moribundo, y la principal diferencia con la película es que el libro se extiende un poco más a la hora de detallar a los personajes, sobre todo sus inquietudes y neuras, y sobre todo, se corta mucho menos a la hora de describir las barrabasadas del malvado Emeric Belasco y todo lo que pasó en su casa. Bueno, y esta última, también aparece mucho más detallada, llegando a transcurrir algún capítulo en dependencias como la sauna, la piscina o incluso un teatro. Pero creo que esto si no apareció fue más bien por cuestión de presupuesto. Por lo demás, el ritmo es muy ágil, lo que hace que enganche a las pocas páginas, aunque lo que seguramente haya envejecido peor es toda esa jerga de parapsicología setentera que por desgracia, se come unas cuantas páginas. Seguramente Iker Jiménez disfrutó mucho esos capítulos.
Dmitry Glukhovsky. Metro 2033. He tenido que copiar del google el nombre del autor, porque semejante acumulación de consonantes no estaban hechas para manos occidentales. Pero, a diferencia de su nombre, este tipo ha hecho una novela tremendamente original y entretenida. Y que para qué negarlo, le ha dado para poder vivir de rentas el resto de su vida.
En Metro 2033 se cuenta, a grandes rasgos, cómo los supervivientes de Moscú viven, tras un par de décadas, en las estaciones de metro, los únicos lugares en los que se pudieron proteger de la radiación de una guerra atómica a la que se refieren de pasada (seguramente, las cucarachas se lo estarán pasando ahí arriba). Y es que esta última no es lo más importante, porque para los habitantes del metro, lo más importante es el día a día: , es difícil sobrevivir y alimentarse bien bajo tierra, y cada estación es un estado independiente con su propia ideología, más o menos lógica o extraña, y que sospechosamente se parecen un montón a las distintas ideologías de la rusia de los últimos años: desde soviéticos trasnochados hasta neonazis, e incluso sectas de distintos tipos. No es de extrañar, porque el autor fue periodista y se nota, visto que parte de la historia se centra en las distintas teorías que cada personaje tiene sobre lo que sucede en el metro, y que el conseguir información verídica es muy difícil: los viajes de una estación a otra son peligrosos, tanto por los bandidos como por peligros desconocidos (y de paso, alguna que otra rata gigante) y mucho de lo que pasa en los lugares más lejanos se cuenta según le ha ido a los viajeros o por como les funcione la memoria.
Con todo esto, la novela está planteada con una trama de las de viaje iniciático, porque el protagonista debe abandonar su estación y entregar un mensaje acerca de unas criaturas conocidas como Negros, un tipo de mutante que ha empezado a atacar distintas estaciones. A través de los túneles irá conociendo a distintos personajes, y sobre todo, encontrándose en muchos casos, con lo peor de las teorías políticas que se han implantado en algunas estaciones. El mundo que describe el libro es bastante desolador, no habiendo más que túneles poco iluminados y peligrosos por los que desplazarse, y que los nacidos en el metro tienen los problemas de esa vida de morlock, palabra que no se cortan en utilizar en varias ocasiones: la sensibilidad a la luz y las dietas a base de hongos están a la orden del día. Además, muchos de los supervivientes empiezan a plantearse si los humanos están a punto de desaparecer, y algunos, los más místicos, creen que la fuerza de las explosiones llegó a acabar con el cielo y el infierno, por lo que no queda más que deambular por el metro cual alma en pena, literalmente.
La historia tiene un ritmo muy rápido, sin apenas descripciones más allá de contar un poco lo que puede haber por los túneles, y desde luego, es muy recomendable para cualquier aficionado al tema postapocalíptico que esté aburrido de los despliegues de armamentos y de centros comerciales típicos del género. Y aunque el escenario no sea el más optimista, sobre todo por la completa ausencia de animales exceptuando a los de cría, aparece un gato. Y todos sabemos que donde hay gatos, hay esperanza. Y generalmente, también varios juguetes tirados por el suelo y croquetas con sabor a buey y zanahoria.