Series de tv, libros, cine...y una constante presencia gatuna

jueves, 23 de octubre de 2025

Lecturas de la semana. Viajes espaciales, paranoia y un señor europeo de posguerra

 


Entre los temas recurrentes de los que acabo leyendo, Europa, los señores  Europeos de entreguerras y las colecciones de relatos son los más habituales. Esta vez,  adelantamos un poco el calendario, después de ambas y cuando los países  se dedicaban a vigilar al vecino por si decidía apretar el botón de  los misiles.  Stanislas Lem  fue uno de los escritores de ciencia ficción más destacados de esos años. Solaris,  su novela sobre la comunicación con una especie alienígena e incomprensible, así como su  adaptación de Tarkowski, Ciberiada o  Congreso de futurología son solo unos pocos ejemplos de su carrera literaria, también marcada por una visión muy satírica y de la que  estos dos libros serían un buen ejemplo.


Diarios de las estrellas.  El astronauta  Ijon Tichy  recopila varios de sus viajes por el espacio  y  expediciones que lo llevan a  visitar  planetas lejanos, poblados por seres de inteligencia similar a la humana  (o igual de poca, según se mire) pero  también a enfrentarse a accidentes temporales causados por la navegación estelar, situaciones anómalas causadas por errores científicos  e incluso administrativos  y  casos donde la imaginación llega a modificar la realidad. Pero también  a conocer a unas cuantas figuras científicas cuyos descubrimientos oscilan entre la  genialidad y la megalomanía.  Entre la veracidad, la duda y la  observación imparcial, la labor de Tichy supone una visión de una parte de la galaxia que se ha encargado de recorrer, pero también una reflexión sobre la humanidad y la huella que esta  puede dejar. A demás de  recordarnos que  el dispositivo de  conversación de los cohetes espaciales tiene un rango de chistes limitados.

Esta colección de historias auto conclusivas  es el comienzo de la vertiente más  satírica de la carrera de  Lem. A través de una serie de viajes, de los  que  según explica el prólogo, son solo una parte de todos los llevados a cabo por el astronauta,  visita distintos planetas, situaciones  anómalas e incluso historias  que transcurren en el planeta tierra,  pero en ese futuro muy lejano en el que cualquiera puede disponer de un cohete espacial y visitar cualquier punto del universo  con el correspondiente pasaporte.


Ijon Tichy es también  uno de los personajes más carismáticos de Lem, entre el pragmatismo, la curiosidad científica y cierta fanfarronería que se deja entrever en alguno de sus viajes;. Situaciones, como el museo de sus expediciones en los que todo el material expuesto son objetos personales o relacionados de forma  tangencial con ellas,  poniendo en duda de forma sutil la narración además de convertirlo en una suerte de Gulliver en al que muchas veces, las civilizaciones descritas  son una reflejo distorsionado de los aspectos más ridículos de la sociedad humana.  Un explorador capaz de correr los mayores riesgos, transformarse  para pasar desapercibido en cualquier planeta pero también  capaz de cruzar media galaxia para recuperar su lupa favorita.

El libro fue dividido por la editorial Bruguera  en dos parte: Viajes y memorias. El primero   se centra en los aspectos más propios de la ciencia ficción espacial. Este comienza y se cierra con dos expediciones relacionadas con las paradojas temporales (un bucle que provoca la aparición de varias iteraciones de si mismo en el primero,  la aparición de toda la dinastía de los Tichy en la imaginación del protagonista en el último). Una temática que hace pensar que esta pudo ser una inspiración para Enano Rojo, y en el que la filosofía y el solipsismo están tan presentes como la ironía.  Situaciones  como  un planeta de humanoides que intentan ser  peces, de robots que han sustituido  a la humanidad  o  un viaje en el que intenta descubrir  por todos los medios que es un Sepulco,  así como  una de las primeras apariciones del profesor Tarantoga, científico y  amigo de Tichy, da paso al  volumen de  Memorias, donde esa sátira se vuelve más sutil, a veces desaparece y  se pone de manifiesto un tono más filosófico, pero también más oscuro.

Este recoge en su mayor parte conversaciones con distintos científicos donde la teoría adquiere posibilidades inquietantes: un universo contenido  únicamente en una caja, un aparato capaz de capturar el alma o la creación de un homúnculo  choca con las crónicas de una guerra de fabricantes de lavadoras cuyas consecuencias llevan al auge de una civilización robótica, o la visita a  un manicomio para  autómatas  cambian el tono final recuperando el sentido del humor y cierta lucidez para adivinar el futuro.  Es el mismo Tichy, con su curiosidad, fanfarronería y mal humor a veces, quien advierte n una última carta laos estragos a los que puede conducir el turismo espacial descontrolado. Me pregunto qué opinaría Lem de haber sabido que, en ese futuro, los portales de las casas europeas estarían plagadas de candados de Airbnb.


Memorias encontradas en una bañera. En un futuro lejano, una parte e la historia de la humanidad se ha perdido: la palabra escrita en papel ha desparecido a raíz de un organismo  extraterrestre, perdiéndose todos los datos de la era contemporánea. Únicamente las anotaciones encontradas en una fortaleza subterránea pueden aportar información, aunque escasa, de ese periodo desaparecido. Esta es la transcripción del texto encontrado, donde narran en primera persona la misión encomendada a uno de los integrantes de la fortaleza,  su búsqueda de instrucciones entre traidores y  secretos, y los encuentros con  los espías que se esconden en cada uno de los niveles.

Casi veinte años después de Diarios de las estrellas, la  sátira de Lem  mezcla elementos de ciencia ficción con la novela de espías, la paranoia de la guerra fría, y una visión kafkiana de esta.  El viaje del protagonista a través de los niveles de un complejo imposible de comprender,  de la que se adivina una visión distorsionada del pentágono, comienza a transformarse en una serie de escenarios progresivamente extraños, en los que esos primeros encuentros que rozan la parodia del espionaje se transforman en  escenas propias de una pesadilla: una biblioteca, una iglesia e incluso una versión  un tanto perversa de la figura de la femme fatale en los últimos capítulos.  

La novela va trasformando esos escenarios, primero de ciencia ficción distópica  a una sucesión de situaciones kafkianas, donde la sangres fría del protagonista se va reduciendo para dar paso a la desesperación, mitigada únicamente por sus breves descansos  en el improvisado refugio que encuentra en unos baños.  Esta queda en cierto sentido más lejos  de la sátira de Diarios para centrarse en el realismo extraño de  Kafka: cada situación aleja al lector  de ese primer punto de partida donde es posible reconocer lugares y países, para desarrollar situaciones que deberían resultar hilarantes por lo absurdo, pero que en su lugar, producen la misma sensación de inquietud que los encuentros de Joseph K. en el proceso.

jueves, 16 de octubre de 2025

Trompe l´oeil (1975). El espejo roto

 


Es difícil dar una definición exacta del término  fantastique. El título hace pensar en el continente, en una atmósfera más marcada por el absurdo y lo extraño que el enfoque que se da a lo sobrenatural en el mundo anglosajón, y la   irrealidad  que parece estar a un paso de lo c9tidiano. El fantástico continental, especialmente vinculado  a los países de habla francesa, y del  cual jean Ray es el primer nombre que viene a la cabeza. Pero no es solo el autor  de Malpertuis y La ciudad del miedo indecible, sino también Thomas Owen,  Gerard Prevot, y también  su contrapartida audiovisual durante los sesenta y setenta.  Desde  la surrealista adaptación de  Malpertuis pasando por Le seuil du Vide,  a una presencia más sutil como podía serlo la atmosfera de Providence o El año pasado en Marienbad de Resnais.  O una producción belga, de nuevo, una de esas películas olvidadas y restauradas hace relativamente poco donde  se mezcla lo extraño, el drama psicológico y lo más anodino.  


En una mansión de algún lugar de Bélgica, una mujer  embarazada  se recupera de una  crisis de amnesia.  Tras ser encontrada en la calle, portando un cuadro  del que no puede recordar  su procedencia, continúa desde su hogar su trabajo como restauradora,  sintiéndose cada vez más fascinada por ese lienzo encontrado, en el que un ave rapaz se posa sobre una mujer inconsciente. Al preocupación por su salud  que muestran su marido y su madre aumenta cuando empieza a recordar lugares de esas horas perdidas e insiste, ante la incredulidad de su familia, en que  en la desde la mansión abandonada que ve desde su casa, un hombre la observa día y noche.

Bajo el curioso título de Trampantojo,  el guion se mueve entre el fantástico y el drama psicológico. El largometraje, únicamente interpretado por cinco actores, refleja un entorno opresivo para su protagonista, en la que se adivina desde el primer momento algún tipo de trastorno (o quizá esa sensibilidad de quien puede percibir otras realidades) favorecido por una situación familiar en ela que el personaje de la madre de esta sirve como reflejo de sus temores y rechazo al exterior.  El esposo, interpretado por  Max von Sidow (uno de los más  prolíficos,  sin duda, el más patilargo del cine europeo) se mueve entre la incapacidad de comprender, la compasión y el rechazo q que esta siente  hacia él cada vez que  muestra  sus emociones, o intenta llevar la vida de un matrimonio normal. La  personalidad de Anne, interpretada por  Marie  France Bonin,  con su figura escuálida, en la que apenas se adivina el embarazo que el resto de  personajes tienen que recordar al  espectador,  recuerda  en su naturaleza paranoica y temerosa a la Mia Farrow de  La semilla del diablo o Liv Ullman de La hora del lobo: alguien al borde de la locura, cuya actitud des ignorada pero  que esconde cierto grado de certeza.


La caracterización de su protagonista sirve de excusa (así como para incluir un poco de drama realista por sin nos pasamos con lo fantástico)  para  la aparición de lo anómalo: la figura  que la vigila, de cuya realidad el espectador está seguro  al ser uno de los personajes secundarios quien lo ve por primera vez, pero  se niega en todo momento lo lógico de su aparición ¿cómo va a haber nadie asomándose desde una casa deshabitada hace mucho?  Es a partir de esta  situación cuando  la trama  se mueve hacia lo extraño: el tema del cuadro que  ha encontrado  tiene tan poco sentido como lo que sucede a su alrededor, una de las pistas la lleva a una galería de arte, llamada irónicamente “Second Sight”, la persecución, casi ridícula por lo  breve y por el escenario en que transcurre, que esta sufre en una calle completamente vacía. Un elemento que se repetirá en todo momento  en la película: no hay  ni un solo figurante ni extra, más allá de los cinco personajes. Las escasas cenas exteriores se desarrolla en calles pequeñas y vacías (además de filmar de una forma en la que la actriz parece superpuesta en una pantalla, sin encontrarse realmente en el exterior), así como  los planos de la mansión  familiar, una casa señorial que tiene su contrapartida en la vivienda deshabitada, ruinosa y llena hasta la bandera de libros y papeles, dando  a los momentos previos al desenlace esa sensación de entrar en el terreno de lo onírico.


Es esta irrealidad la cualidad que se mantienen durante todo el metraje, y que hace que este, pese a lo escaso de su contenido, funcione. De un modo muy similar a Suspiria, el valor de este  es eminentemente visual, tanto  en las tomas del interior de la casa  donde juegan con la composición de cámaras y espejos, como en las exteriores, así como su desenlace, una secuencia  que no duda en aprovechar ese componente surrealista  para cerrar la historia diciendo "mira, interprétalo como quieras”. Una atmósfera acompañada por un ritmo muy pausado en su primera parte, que acaba contrastando  con un desenlace en comparación a la parte previa, más dinámico, sin que llegue a acelerarse, y que  lo acompañan unas interpretaciones un tanto rígidas, como si las instrucciones proporcionadas por el director fueran “actuad como si estuvierais contrariados, pero estáis intentando que no se os note”.

Trompe-l´oeil, jugando con la superposición entre el drama real, el fantastique,  la explicación propia del folletín y el surrealismo funciona, aún en su lentitud, por esa combinación de elementos  y del peso de lo visual sobre el contenido,  donde los tono opacos del exterior  contrastan con la viveza de los rojos y azules de los decorados, restaurados en la versión de Arte  TV y  de los que resulta extraña  esa nitidez y falta de grano setentero al que estamos acostumbrados en las películas de esa década.

jueves, 9 de octubre de 2025

Le seuil du vide (1972). El otro lado de los subarriendos

 


El escenario, o la ausencia de este, puede convertirse en un elemento  propio del mundo sobrenatural. Si hoy hemos incorporado la idea de los espacios liminales al imaginario popular moderno gracias a las backrooms, esta idea de lo  cotidiano como concepto anómalo viene de mucho antes. El mundo de las hadas, el limbo, el purgatorio, y más adelante,  con la incorporación de la ciencia como elemento fantástico, la cuarta dimensión  daba nombre a ese espacio ajeno al nuestro convertido en lugar de paso entre realidades, o en una localización con sus propias reglas. Un lugar que en el mundo de la palabra escrita sería  fácil de describir  (o de no hacerlo, como   buen espacio no sujeto a las normas de la lógica), pero  que  en un medio audiovisual  parecía más difícil de plasmar de forma adecuada.  Después de todo, ¿Cómo  mostramos lo incomprensible? Una pregunta que una película de los setenta, hoy prácticamente, desconocida, conseguía  responder en parte.


Wanda Leibowitz  es una joven pintora que tras despedirse de su amante, seguramente para siempre, emprende un viaje de Estrasburgo a París con la intención de continuar su carrera artística. En un golpe de suerte, una anciana de aspecto amable  le informa de una habitación disponible en su casa. un cuarto en una mansión antigua, pero con un precio irrisorio  y lo bastante amplio y céntrico  como para trabajar allí. Este,  como  muchas casas señoriales venidas a menos, tiene una puerta cerrada, cuyo uso Wanda desconoce,  pero la advertencia de su casera es tajante: siempre  ha estado cerrada, y debe permanecer así. Una advertencia que  Wanda desobedece pronto, para descubrir que  al otro lado de esa puerta hay un espacio sumido   en la oscuridad, sin coordenadas ni dimensiones medibles,  hacia el que esta se siente atraída. Pero en mundo real se  vuelve también más extraño cuando, tras visitar a un médico, amigo de su familia, encuentra la foto de una mujer cuyos rasgos guardan un extraordinario parecido con los suyos.


La película adapta la novela del mismo nombre de Kurt Steiner, seudónimo de André  Ruellan y publicada en los  años cincuenta por  Fleuve Noir. Un detalle de interés  al tratarse de una colección de títulos populares, donde cabían el policiaco, el fantastique y el suspense  y de un autor que fue traducido al español un par de veces:  el escritor de  La llama y la sombra  ya  planteaba en esta novela corta la idea sobre la irrupción de lo irreal como una fuerza incomprensible en la vida de sus personajes, sin lógica aparente ni desenlaces felices. No he podido encontrar la novela  en la que se inspira este Umbral del vacío, y una lástima porque me hubiera gustado conocer cual era el tono y la explicación a  la trama que  Steiner  planteó inicialmente aunque  de todas formas también colaboró en el guion). En todo caso,  tanto el formato del libro como el estilo del autor da una idea previa de  que la ejecución de su versión cinematográfica será similar: la torpeza y lo irreal acaban haciendo que funcione.

Aunque en su momento contó a un premio a la interpretación  principal en un festival de cine, esta es hoy tan desconocida  como ese galardón que recibió.  No hay  acaras destacadas, su director haría  carrera posteriormente en el cine para adultos, el de dos rombos, no el de subtítulos  en el cineclub) e incluso la realización de esta es muy irregular.  Con una duración de una hora y cuarto, esta tiene un desarrollo muy lento, haciendo que los primeros veinte minutos parezcan interminables y la última media hora, comience a  resolver todo de forma precipitada.  Las interpretaciones, y de ahí lo chocante de ese premio, parecen forzadas y artificiales.  Primeros planos mirando a cámara, diálogos   forzados donde los pronuncian sus líneas en el momento que la trama necesita que algo pase…incluso una situación como la conversación  casual entre la protagonista y un camarero tiene esa actitud forzada, de recitar algo de forma expresa porque será necesaria más adelante.   No faltan secuencias donde los figurantes miran a la protagonista fijamente sin motivo aparente ¿por qué?  Bueno, cosa del cine europeo, que es mucho de planos fijos para reflejar  alguna cosa…o que involuntariamente,  consiguen reflejar ese progresivo enrarecimiento de la atmósfera que rodea a la protagonista.  Casi una aproximación, dentro de sus limitaciones, a La semilla del diablo o El quimérico inquilino, de una manera un tanto patosa pero en la que refleja ese malestar.

Sospecho que La Femme ha visto esta película

La lentitud, la evidente  torpeza en el ritmo, las interpretaciones recitadas, funcionan por esa feliz coincidencia   que también hacía funcionar las películas de Lucio Fulci: porque  lo que se cuenta es  anomalía, es una historia de pesadilla, y las pesadillas no tienen sentido. Es precisamente por esa  sencillez por lo que, el momento en el que lo sobrenatural hace su entrada, funcione.  Este elemento es bastante evidente, aunque en un momento dado el guion parece querer jugar con la ambigüedad entre la locura de la protagonista y la existencia de una amenaza real,  descartándose rápidamente 8º igual de atropellado que su desenlace) a favor del enfoque fantástico. Y en el que  en una película sin  apenas medios, consigue utilizar  estos a su favor para recrear ese espacio ilógico in más  recursos que la oscuridad, la imposibilidad de hallar referencias espaciales en el lugar, un juego de luces y una secuencia filmada en negativo,  mediante  escenarios pintados y en la que deliberadamente  se nota su falsedad. Un limbo recreado de forma artesanal, ciertamente falso,  pero que resulta igual de aterrador y  digno de recordar que  escenas tan poco realista como  el desenlace de El más allá  o la aparición final de el Viyi, y cuyos elementos visuales serían utilizados posteriormente en otras producciones: ahora, el limbo sumido en la oscuridad que  mostraron en Insidious, no parece tan novedoso como sus predecesores.

Le seuil  du vide es una de esas escasas muestras de cine fantástico francés de una época en la que este no destacaba ni  por calidad, ni por la consideración que se le tenía. Sin embargo, la aparente torpeza, lo forzado de las interpretaciones y la ejecución de una trama  en espacios cerrados de forma casi teatral hace que se convierta en una curiosidad, una escasa hora y cuarto que  merece la pena conocer, aunque solo sea por descubrir una historia inquietante, muy propia del fantastique francófono, y en la que juega de forma  inesperadamente  hábil, que no innovadora, con temas como el temor a envejecer, la locura, el paso del tiempo, existencia de espacios entre realidades…y  que los rentistas son una gente tan poco de fiar como en nuestro siglo.



jueves, 2 de octubre de 2025

El teléfono negro (2021) no hables con extraños

 


El retrato del mundo infantil puede ser el reflejo de la pura nostalgia, de la inocencia y de una época donde todo era más sencillo, o de algo mucho más oscuro. Algunas de las mejores narrativas de terror muestran ese aspecto más siniestro, de indefensión, incredulidad por parte de los adultos, aislamiento, y sorprendentemente, de la capacidad de adaptación a un entorno hostil  de los más jóvenes. A menudo, retratado también como el paso de una infancia que es  preferible dejar atrás a una madurez bien merecida.  Si Stephen King, tanto en su novela como en las dos adaptaciones audiovisuales de It es el ejemplo más conocido con su  club de los perdedores,  no solo capaces de superar el peor escenario en el que podían haber vivido sino  de acabar con un mal primigenio, sería su hijo, Joe Hill, quien   en uno de sus relatos cortos lleva a cabo esta aproximación del terror a la infancia, sin  bien una mucho más real e inquietante,  que también será adaptada al cine.


Finney  Shaw es  la última víctima del secuestrador que mantiene en vilo a una ciudad de  Colorado, durante los años 70.  Cuatro niños desaparecidos sin dejar rastro, ahora Finney  se encuentra en el mismo lugar que ellos: un sótano, un jergón y un siniestro personaje enmascarado que asegura no querer hacerle daño aunque parece más preocupado de esperar a que este intente  escapar o desobedecerle que por  mantenerlo con vida. En el sótano, un viejo teléfono desconectado de la línea comienza a sonar, y unas voces, que reconoce como las de los niños desaparecido, le cuentan lo que  ellos descubrieron para que él pueda ser quien sobreviva. Mientras, la policía continua su investigación sin éxito,  salvo pro la ayuda de la hermana de Finney, quien en sus sueños  percibe distintas pistas acerca del paradero de su hermano.



La película de Scott Derrickson,  director de Sinister (una buena película de terror  moderna  a la que no le faltó su secuela sin sentido) y producida por  Blumhouse, la productora que durante  la década pasada demostró que  podían hacer tanto películas de terror destacables,  buenas o regulares, pero que  funcionaran bien,  adapta este relato de Hill como un thriller sobrenatural: lo espectral estará presente desde el principio, así como la videncia, elementos que lo alejan del realismo estricto, pero  el aspecto más importante de la trama es  esa amenaza real encarnada en el secuestrador de niños, del que no conoceos ni pasado ni motivaciones,  pero sí su caracterización de aparente normalidad, dotándolo de un entorno que acentúa esa sensación de que al igual que en la realidad, el asesino siempre saluda en el rellano de la escalera. Y que la violencia puede estar muy cerca, aunque parezca, en su discreción, indetectable.


Es precisamente esta violencia cotidiana uno de los temas principales de la película . en la vida de los protagonistas es una parte más, tanto en su hogar, conviviendo con un padre alcohólico que recurre a castigos físicos (del que es un acierto dotarlo de una mayor complejidad y  presentarlo como alguien igual de sumido en esa espiral, no un maltratador de libro), como  en ese entorno escolar en el que las agresiones físicas entre alumnos están a la orden  del día. Finney es una víctima del bullying,  siendo el arquetipo de chico tímido y silencioso.  Las escenas en las que aparece esa violencia, tanto el maltrato doméstico como las peleas escolares, resultan  brutales en su realismo. Un escenario lleno de agresividad que no impide que las muestras de afecto y amistad sean igual de genuinas y conmovedoras. El amigo del protagonista, que emplea esa misma violencia como herramienta de defensa y protección, el chico que felicita al protagonista tras un partido o la relación con su hermana,  un personaje mucho más  activo y quizá adaptado al medio que su hermano mayor, aunque  es a ambos actores,  Mason Thomas y  Madeline McGraw  a quienes  hay que reconocer que su interpretación está a la altura.

Ambientada en los setenta, ese final del sueño americano, donde ya es imposible sentir nostalgia de ese pasado idealizado, a nivel visual la película busca reflejar  la estética de esa época con tonos apagados, una fotografía  fría y un metraje mate  que  busca recordar  el grano setentero (si una película tiene ese aspecto de grano, sabemos que muy alegare no va a ser). Junto a una trama que busca llevar de forma paralela es a violencia real con el aspecto sobrenatural de la historia. En este, los fantasmas son algo real, convirtiéndose en n un relato de venganza sobrenatural en el que las anteriores víctimas comparten ese conocimiento con el protagonista. La caracterización de los espectros se corresponde con la idea tradicional de alma en pena: estos se comportan más como un eco de su naturaleza cuando  estaban vivos, habiendo olvidado su identidad y conservando solo retazos y memorias que  únicamente pueden comunicar durante un periodo muy breve. El comportamiento de estos completa la estructura de rompecabezas en la parte final del guion, en el que cada diálogo y secuencia previa  sirve para la salvación del protagonista. Una decisión que aunque forzada (todo tiene que estar pensado para combinarse) refuerza esa sensación de relato de justicia sobrenatural.

Sin embargo, la acumulación de elementos sobrenaturales acaba suponiendo un lastre: el papel de los fantasmas  como guía del protagonista tienen su sentido en la trama. Los poderes psíquicos de su hermana parecen un añadido para recordar que todo tiene que  tener un significado fantástico, y aunque  parece pensada para acentuar  la hostilidad y aislamiento que sufren los protagonistas, así como la ineptitud e la policía,  esta podría haberse resuelto sin la ayuda paranormal de último momento.

Es curioso que una de  las películas  que tuvieron un estreno en condiciones después de un par de años entre encierros y mascarillas trate, precisamente, de un  encierro, un asesino enmascarado y la capacidad de los más pequeños a adaptarse a situaciones anómalas. Una producción  que adapta la historia original convirtiéndola en una trama inquietante, llena de tensión y a la que de forma inesperada, le ha salido una secuela este año convirtiendo a su antagonista en una entidad sobrenatural.  Solo hay dos cosas infinitas en el cine: las ganas de hacer caja y la capacidad de los guionistas de estirar el chicle como sea.




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