Las lecturas, obligatorias, o recomendadas durante la época escolar parecen ir por dos sitios: o los clásicos literarios establecidos en el plan de estudio (alerta: pueden contener comentarios de texto, análisis sintácticos y datos históricos sobre la época del autor), o bien libros contemporáneos, más ligeros, y orientados hacia el público juvenil, con los que completar el tiempo o quizá, promover el hábito lector entre los alumnos. Estos últimos eran los que peor llevaba durante esos años: muchos profesores optan por temas que sus alumnos puedan encontrar interesantes o cercanos. Y a mí esas selecciones sobre los problemas de un adolescente en su primer año de instituto, dramas personales y amistades de quinceañeros varios me producían el efecto contrario. Alguno había un poco más astuto y optaba por buscar una novela de humor o un policiaco (la serie de Flanagan llegó a ser muy popular e incluso contar con el cariño de sus lectores), pese a que siempre es muy difícil que nadie se motive cuando el objetivo de estos es realizar un trabajo, una lista con el vocabulario que se desconocía, o memorizar su argumento de cara a demostrar que se ha leído. Después están verdaderas rarezas, como que aparezcan en estas listas alguna obra de terror o ciencia ficción...cosa que me pasó, nada menos que dos veces. Y si algo bueno tienen estos libros es que, pasados unos años, no se ven con tanta tirria, y que debido a su brevedad, perfectamente pueden leerse dos en una tarde, como ha acabado por pasar con esos dos libros que fueron los más desconcertantes en esas listas obligatorias.
Suso de Toro. A sombra cazadora. De Toro cuenta con varias novelas de intriga, de las cuales Trece campanadas fue llevada al cine. La sombra cazadora es de unos años antes, y sin estar especificamente destinada al publico juvenil, sí fue relativamente habitual en los institutos. Y su argumento, toda una sorpresa viniendo de ese campo: narrada en primera persona, cuenta la historia de dos hermanos, quienes viven junto a su padre aislados del mundo exterior. Tras la muerte de este, no les quedará más remedio que salir a la ciudad y descubrir que esta es todo un escenario desolador, poblado por pantallas, situaciones violentas, y donde se convierten en fugitivos. A partir de aquí se crea una historia donde se mezcla de forma muy efectiva el cyberpunk y referencias mitológicas que acaban siendo un elemento de mayor interés que la trama de ciencia ficción: las menciones a Fausto, la atribución de poder a los nombres de cada persona, al minotauro, y, un poco más reciente, a 1984 tienen un resultado muy adecuado. Le da un trasfondo mucho más amplio al libro, y quizá, sorprende unos años después, cuando, con unos libros más encima, es mucho más sencillo reconocerlas y apreciarlas.
En conjunto, la historia resulta muy concisa, resolviéndose la trama en un período de tiempo muy corto y que se ve apoyado de forma positiva por la brevedad del libro. Algo que hoy también es toda una rareza: si se hubiera escrito hoy (y probablemente, por alguien que no se dedicara a escribir novelas independientes como de Toro), esa misma situación se alargaría durante al menos un año, contaría con tres libros al menos, uno de los cuales destinado a ser mero relleno, y a la protagonista la habrían puesto a decidir entre dos intereses románticos. Creo que me quedo con La sombra cazadora de verdad..
Agustín Fernández Paz. Cartas de Inverno. Cuando la contraportada de un libro informa cómo un escritor llega a una mansión antigua, se encuentra un cuadro de aspecto siniestro, y comienza a desvelar un misterio de corte sobrenatural que puede amenazar su vida, uno se imagina que la cosa no va por el drama juvenil. Y cuando, al abrirlo el prefacio incluye una cita de H. P. Lovecraft, la reacción es de sorpresa absoluta. Porque la idea de Cartas de invierno es la de ser una novela corta (muy corta) de tintes lovecraftianos, influencia que no pretende esconder sino que lo mencionan abiertamente como uno de los escritores favoritos del protagonista. En ese sentido, tampoco pretende innovar, porque practicamente utiliza todos los clichés de H. P. L.: las cartas escritas por un protagonista convertido en víctima de un horror inevitable, la atmósfera de aislamiento y una trama sobrenatural de la que desde un principio se sospecha que va a acabar con la condenación de los personajes. Una historia que, hoy en cualquier antología se consideraría normalita o poco novedosa. Y que quizá es excesivamente consciente del público para el que está escrita, empeñándose en incluir todo tipo de aclaraciones asumiendo que el lector no las conoce, y que no va a buscarlas. Que, en una novela epistolar, resulta bastante absurda: no tiene mucho sentido que dos personajes se pongan a explicar qué era el Revolution Number Nine de los Beatles, o a enumerar en un momento dado las editoriales más importantes en la historia de la literatura gallega (que, por cierto, era una parte del contenido de las asignaturas de gallego entonces). Salvo esos momentos puntuales, que le restan mucha atmósfera, la idea acaba funcionando y concluye como una buena historia de terror cósmico, no innovadora, pero una muy bien escrita.
Este conjunto fue toda una sorpresa para los aficionados al fantástico, pero también en mi caso, una prueba de que el sistema para promover la lectura a los estudiantes no era el más adecuado: entre la tarde en la que la leí y se hicieron las preguntas del libro transcurrieron unos dos meses, haciendo que no tuviera la historia demasiado fresca, y que me encontrara para mi indignación con un cero en el examen. En su momento, algo bastante dramático como solo lo son las notas de una estudiante. Ahora, el que obtuviera en una novela lovecraftiana la calificación más baja de mi vida, resulta hasta cómico. Y por suerte, no supuso el perder la afición por la lectura.