I try to maintain a healthy dose of daydreaming to keep myself sane
Florence Welch
Estar en Babia, en las berzas, pensando en las musarañas y otras expresiones definen ese estado mental de abstracción total, casi ensoñación, en la que alguien es capaz de olvidarse de su entorno por compe.to para acabar perdido en un hilo de pensamientos o en un escenario imaginario. Que para que negarlo, seguramente sea bastante más interesante de lo que están intentando comunicar desde el exterior. La fantasía como vía de escape de lo cotidiano ha sido algo que ha a servido para impulsar gran parte de la ficción moderna (de otra forma, ¿ por qué íbamos a referirnos a un texto como “literatura de evasión”?) como para servir de base a esta. Desde don Quijote, el soñador por antonomasia, hasta Sam Lowry, perdido en un cubículo anónimo den el Brazil de Terry Gillian, la fantasí a se plantea como una alternativa al entorno gris y monótono que ha ofrecido el siglo XX, sin dejar de ser paradójico que sea precisamente el sistema económico que nos ha abocado a esta repetición y falta de sueños, el mismo que proporcione vía de escape. Precisamente una via de escape que se plantearía en una producción de los años cuarenta y que pasaría a ser una parte más del imaginario colectivo.
La vida de Walter Mitty transcurre entre su trabajo como corrector en una editorial de revistas pulp, cumplir recados para su madre, con la que sigue viviendo, las veladas con su novia y futura suegra e imaginarse, mientras tanto, como protagonista de todo tipo de aventuras, muy similares a las de las revistas en las que trabaja. Una forma de escapismo que a menudo ha sido criticado por su familia y jefe, debido a su tendencia a abstraerse. Pero un poco de fantasía no hace daño. Solo cuando una joven, muy parecida a la que él ha imaginado, le pide ayuda para custodiar un cuaderno que esconde la localización de los tesoros del gobierno holandés, ocultados a los nazis, su vida parece convertirse, por momentos, en una de las historias que a menudo imagina. Perseguido por matones, colgado de una azotea e incluso acusado de loco, Walter empieza a ser parte de una situación que ni el mismo hubiera imaginado. Y en la que pese a todo, sigue teniendo tiempo para soñar despierto.
Basada de forma un tanto libre en un relato de James Thurber, este es uno de los casos en los que la adaptación cinematográfica es más conocida y superior al material original. Esta es una comedia uy ligera, al servicio de Danny Kayye, en la que con el tiempo, prevalecería más la idea principal, hasta el punto de hablar medio en broma del síndrome de Walter Mitty, que el contendido en sí. Esta, concebida como comedia, con esos tonos tan chillones y hoy un poco irreales del tecnicolor, transcurre entre la comicidad gestual de Kaye, varios números musicales que se convierten casi en una fantasía dentro de la fantasía, Virginia Mayo como esa mujer de sus sueños que acaba convirtiéndose en algo real, más incluso que el entorno familiar que lo rodea, y la aparición de Boris Karloff como uno de los secundarios antagonistas. Este, en el papel de doctor al servicio de esa organización heredera de los expoliadores nazis, desaparecidos hace muy poco cuando la película se estrenó, sirve también como enlace con el mundo de las revistas pulp que aparecen como trasfondo, así como con los personajes que este había interpretado durante la época dorada de los monstruos de la Universal.
La trama transcurre a lo largo de varios días en la vida de su protagonista, en los que se alterna esa progresiva introducción de los imposible en lo cotidiano. Las secuencias de su partida diaria entren, la oficina, y la aparición de elementos anómalos finaliza cada vez con un fundido a negro y el comienzo de un nuevo día que reduce el uso de escenas intermedias pero también le da un carácter episódico, incluso en su desenlace en el que la película se cierra con un final feliz, casi garantizado desde el comienzo, en el que el protagonista, tras triunfar en una situación digna de novela, se enfrenta a ese entorno que, como declara en el desenlace, cuyas mentes son tan pequeñas y grises que son incapaces de apreciar cualquier atisbo de maravilla.
Una visión muy optimista y m muy blanca, que era algo de esperar en una comedia de la época, aunque esta cuente con elementos que hayan perdurado, como la fantasía como vía de escape o la ironía de trabajar en el departamento menos creativo de una empresa dedicada a vender ficción, en esta no se puede esperar una reflexión más profunda sobre ello, ni un enfoque complejo. Para algo así, Terry Gillian lo había reflejado mucho mejor, y de una forma menos esperanzadora, en Brazil. Lo que hay en este caso, es la primera aparición de este personaje, casi un arquetipo de la fantasía como vía de escape ante una situación en la que esta es la opción más viable. Pero en la que en lugar de reflejos o cambio este acaba acomodándose a los cánones del final feliz y del sueño americano: Mitty soluciona sus problemas reales “como un hombre de verdad”, a base de un puñetazo y un discurso que reafirma su identidad. Y que le lleva en el epílogo a conseguir no solo a la mujer de sus sueños sino un ascenso y el respeto de su jefe. Después de todo, su historia es otra ficción, y cabo preguntarse si este desenlace no sería también una ensoñación en la que este soluciona definitivamente su s problemas.
La vida secreta de Walter Mitty es una producción que más que por su reparto y escenas se han convertido en una idea que forma parte de la cultura popular. Y en una de esas películas y cuyo enfoque hace mucho más fácil el que sea posible un remake adaptándose al cambio de mentalidad y sociedad, como pasó en la versión de 2013 y en la que también contaba con un cómico, en este caso, Ben Stiller, como protagonista.
Una vez superados los intentos por adaptar los relatos de Lovecraft de forma literal, fue viéndose de forma cada vez más clara la viabilidad de hacer una película basada en los Mitos de Cthulhu que trasladar a imágenes el material original. En la boca del miedo resumía perfectamente esta mitología y la ficción a través de los libros de Sutter Cane. Muertos y enterrados, sin mencionar directamente a H. P. L, se considera una película lovecraftiana, e incluso rarezas como Messiah of Evil hacían del pueblecito de Point Dune y sus extraños habitantes un lugar que podría rivalizar con el propio Innsmouth. Conociendo los mecanismos, una historia original podría, en pantalla, ser tan fiel a Lovecraft como cualquiera de sus relatos, e incluso, separarse de los escenarios de Nueva Inglaterra donde había arraigado. Después de todo, el Viejo Continente tiene un trasfondo mucho más antiguos, tanto como para haber quedado restos de esas criaturas anteriores a la humanidad…idea que el director Mathieu Thuri tomaría en 2023 para una película claustrofóbica, oscura, pero también muy clásica y que traslada referencias ya conocidas por el público a un escenario menos habitual.
Las caras negras del título es el apodo con el que se conoce a los mineros en el norte de Francia: independientemente de su origen, francés, italiano, español o marroquí, como el recién llegado Amir, sus rostros adquieren la misma tonalidad negra por el carbón de las minas. Durante los años cincuenta, todavía lejos de la reconversión industrial pero también lejos de las medidas de seguridad más básicas, los trabajadores descienden cada turno sabiendo que este puede ser el último. Es al comenzar una de estas jornadas cuando al equipo de Roland, el más veterano, se unen no solo sus compañeros habituales y el novato Amir, sino un visitante fuera de lugar en el gigante complejo extractor de carbón: el profesor Berthier, quien ha pagado lo suficiente como para asegurarse que este pueda bajar a una profundidad más allá de los mil metros, saltándose incluso los ya de por si escasos sistemas de seguridad a la hora de abrir nuevos caminos subterráneos. Allí, sin más luz que la proyectada por las linternas de sus casos, encuentran restos de una tragedia minera sucedida ya hace un siglo, pero cuya fama todavía es recordada entre los trabajadores. Y también inscripciones, en un idioma desconocido, con el que le profesor parece estar familiarizado, y que le conduce a una cámara, repleta de restos humanos, mucho más antiguos que parecen guardar un gigante sarcófago. El profesor se niega a explicar cualquier cosa al equipo que lo acompaña, pero parece conocer bien a quien, o a quien, pertenecía ese santuario.
La película es una cinta de terror, muy claustrofóbica, donde el escenario, con referencias tan pulp como el material en el que se inspira, rodada de forma muy efectiva y concisa. Esta, con un escenario muy limitado por el espacio y la luz, funciona también como lo hizo The Descent en 2004…e incluso mejor, dado que las efectos especiales y la presencia inevitable de la criatura son reducidos al mínimo. El protagonismo se cede a ese escenario tan específico pero a la vez reconocible, y a esos protagonistas en los que la lógica no falla: son mineros, su trabajo es estar a kilómetros de la superficie, donde nadie con otra opción querría estar, si no se marchan, es porque un accidente ha taponado las vías de salida. De este modo, el grupo de protagonistas, de los que pocos se sabe salvo su trabajo, sirven para desarrollar un trasfondo que en un momento del pasado, pero que en ningún caso podría verse con nostalgia o como una idealización para una historia de terror. Lejos de recurrir a esos años veinte, ya centenarios, la mitad de siglo en la que transcurre el guion hace mención a las dos guerras anteriores, a los cambios que experimenta el país pero también a los que sufrirá. Pese a su carácter anecdótico (en este caso “algo oculto bajo la tierra”) tiene espacio para cierta crítica social. La selección, casi brutal, de los trabajadores marroquíes que s e lleva a cabo en los primeros minutos, ese equipo de mineros formado por las primeras oleadas de inmigración, en su mayoría, intraeuropea, tras la guerra, o el temor a la que mina cierre, bien por peligro, o bien por un descubrimiento que les haría perder el sustento. Un elemento de crítica que parece estar muy presente en el cine francés fantástico reciente, donde incluso escenarios tan de serie B como el edificio infestado de arañas de Vermines sirve para reflejar ese deterioro del París metropolitano, o en este caso, una historia de terror tradicional hace una referencia muy poco velada a lo poco que ha cambiado Europa en setenta años.
El guion, y su desarrollo, sigue un esquema muy clásico. El público sabe lo que va a su ceder desde el momento en que conoce el argumento, y este e s un poco como leer un relato de casas encantadas o de fantasmas: no inventa nada, pero seguramente funcionará y resulta en cierto modo reconfortante. Este, salvo los escasos exteriores en los que se aprovecha muy bien el contraste entre los espacios abiertos (el desierto en Marruecos y la monstruosa infraestructura exterior de la mina) y los túneles en los que se desarrolla gran parte de la trama. En muchos casos, no son más que una sucesión de pasillos y recodos, iluminados en tonos cálidos por linternas antiguas, y que incluso la cripta donde se oculta la criatura responde también ea ese diseño básico de espacio cavado entierra. No se cuenta, en todo caso, con mas ayuda que los planos muy cerrados de los actores, la labor de estos, especialmente Samuel le Bihan como minero veterano, Jean Huges-Anglade poniendo cara a ese profesor que parece haber perdido todos sus puntos de cordura (un símil inevitable porque el guion también guarda un gran parecido con cualquier aventura corta de La llamada de Cthulhu) y l a sorpresa de encontrar a Diego Martin como el barrenero español Miguel. Reparto, y escenarios tan precisos, que hacen pensar que el presupuesto podría haber sido un tanto exiguo o que este se destinó a lo que preocupaba verdaderamente a los realizadores.
Porque, en cuanto a los efectos especiales, estos se han mantenido a un nivel muy básico, incluso escaso: hay un plano completo de esa criatura prehumana, a la que no solo se le da un nombre y también se la acompaña a de una cantidad de referencia a los mitos de Cthulhu que hacen que ya no quede duda de cual era la intención. Pero esta es tan plásticos, o más bien, tan artesana y estática que se limita a ser una figura, muy deudora de los esqueletos multiarticulados de Besksinski, pero con una movilidad inexistente que se limita a menear un par de brazos y agarrar a alguna víctima…vamos, que el nuncio motivo por el que no se la evita corriendo es porque en una mina medio derrumbada, poco sitio hay para escapar.
Gueules noires es una producción muy sencilla, de corte muy clásico y muy lovecraftiano, donde no va a haber nada que sorprenda al público. Pero el uso de estos elementos, de un periodo histórico reciente y poco explotado, así como su punto, gracias a este último, de crítica social, hace que funcione y supla esa aparente falta de novedad con la capacidad de crear una historia claustrofóbica.
Todos los años hay una película poco afortunada en la taquilla. Una inversión desproporcionada en comparación a la recaudación final o con una recepción muy pobre a nivel de público y crítica. Retrasos en el estreno, cuando ese tipo de cine está en declive, demasiada edición posterior intentado que la producción encaje en lo esperado, o más recientemente el Covid, cuyos efectos en los cines han sido más devastadores que los del vídeo que mató a la estrella de la radio, son suficientes para que una película acabe teniendo una recaudación desafortunada. El caso de esta adaptación de un videojuego fue un poco de todo esto, más una tremenda recepción negativa que, en vista del resultado, podría considerarse ensañamiento por parte de la opinión del público.
Borderlands, en su versión cinematográfica, narra una de las muchas historias que transcurren en Pandora, un planeta más allá del sistema solar en el que se conserva tecnología de una civilización alienígena, desaparecida hace mucho y cuyo uso es tan incomprensible como lleno de posibilidades para las grandes corporaciones. Que, habiéndose instalado en el planeta, lo han convertido en una suerte de colonia empresarial sin ley donde los delincuentes, mercenarios y quienes se atreven a adentrarse en las cámaras perdidas donde se conserva tecnología eridiana, pueden hacer fortuna. Lilith, en cambio, ha decidido ganarse la vida como cazarrecompensas, considerando las cámaras y su búsqueda como una quimera que se ha llevado demasiadas vidas. Pero cuando el dirigente de la corporación Atlas le encomienda recuperar a su hija tina, secuestrada por un antiguo miembro de su ejército privado, sus paso s la llevaran junto a Tina, el gigante Krieg, la doctora Tannis y el robot Claptrap a una de las cámaras que Pandora oculta y para la que Tina parece tener la llave de acceso.
La película está basa en una serie de videojuegos, lanzada ya en 2009, “de los de pegar tiros”. El punto de partida de estos, una peculiar mezcla de ciencia ficción, western, Cyberpunk, retrofuturismo, Mad Max y mucho humor (el que el estudio sea australiano debería llevarnos a plantear que les pasa en el continente con el apocalipsis y el salvajismo), ofrecía el material necesario para una producción, e incluso una franquicia de éxito: aún rodadas con posterioridad, las series que adaptaban The Last of Us y Fallout son prueba que un buen guion procedente de un videojuego puede tener su público en otros medios.
No fue el caso de esta adaptación dirigida por Eli Roth: desde los primeros casting en 2020, fue filmada en 2021 durante la pandemia, el guion sufrió varias reescrituras, añadidos y el rodaje de metraje posterior. Unos cambios que no solo supondrían un importante retraso a la hora de su estreno sino que se notan en el resultado final.
Pese a contar con un reparto como Cate Blanchett y Jamie Lee Curtis, la voz de Jack Black e incluso separarse un poco de los personajes que adaptan haciendo que estos sean significativamente mayores que sus contrapartidas del videojuego (una aportación que, en un entorno donde la norma suele ser protagonistas no ya menores de 30, sino de 20, nuestras canas agradecen) el guion parece adolecer, precisamente, de ese grupo de héroes que la historia necesitaba. Con noventa minutos de duración, estos se limitan a ser una sucesión de secuencias narrativas que el espectador conoce ya de historias anteriores (presentación, formación del grupo, dudas, revelación final del héroe, y victoria), unidas por unas escenas de acción y escenarios, que para ser justos, son realmente dinámico sy bien conseguidos. Tanto estos, como figurantes y el aspecto técnico en general, no es de los problemas de la película. El problema es en cambio, el desarrollo como mera fórmula, sin que los héroes ni el trasfondo más allá de una somera descripción, tengan el tiempo necesario para que estos sean desarrollados o que se establezcan las relaciones entre ellos. Es una de esos pocos casos en que al menos diez o veinte minutos extra hubiera venido bien para poder dar a esos personajes y al mundo en que se mueven la vida que les falta, y que así dejaran de ser un listado de tópicos cinematográficos que deban cumplirse.
El resultado, aunque poco satisfactorio, no es ni de lejos el desastre absoluto que anunciaban las malas críticas. Si se queda en un remedo de Guardianes de la Galaxia, como se le achaca, es porque esta no ha tenido desarrollo mas allá de su premisa..¿y qué película de comedia y aventuras actual no recurre a los temas de Guardianes? Con un poco más de cuidado, esta adaptación podría haber conseguido unos personajes con una simpatía y desarrollo similar a la de Honor entre ladrones, con la que guarda también ciertas similitudes a la hora de elegir, o más bien, evitar temas como el interés romántico forzado, o optar por crear una especie de familia elegida entre los personajes basándose en sus lazos de amistad.
A esto debe añadírsele el problema de intentar adaptar un escenario tan amplio y variado como el de Borderlands. No conozco demasiado de este (solo he jugado a las aventuras que sacó Telltale), pero sí lo suficiente como para encontrar alguna incongruencia y sobre todo, ver que como adaptación es un poco timorata a la hora de trasladar a la pantalla el humor salvaje del videojuego.
La impresión que da, una vez transcurrido ese metraje un tanto breve para las producciones de fantasía actuales, e la de una película fallida. La falta de la dedicación necesaria para que esos personajes parezcan creaciones vivas y no una excusa para un guion formulaico con acción y explosiones. Pero ni de lejos merece el aluvión de críticas que a esta le cayeron desde su estreno: no es tan mala como parece haberse afirmado de forma categórica, y el aspecto técnico y visual , así como unas actores que hacen lo que pueden con tan poco material, es de los aspectos más destacables de una cinta que, siendo consciente de los problemas por los que ha pasado, todavía es posible disfrutar sin complicarse mucho.
Y al menos, apoyar la idea lo suficiente como para que el mundo de Pandora pueda volver a la pantalla, quizá en forma de serie con el detalle que Borderlands merece.