Durante los ochenta, una gran parte de la fantasía seguía arrastrado recursos y arquetipos que tras el señor de los Anillos se habían convertido en canon. Algunos de forma flagrante (todavía me estoy reponiendo del batiburrillo de tópicos que supuso Dragones de fuego de Richard A. Knaak), otros con mejores resultados pero todos en su mayoría parecían haber decidido recorrer un camino marcado recientemente. Aunque la tradición fantástica va mucho más atrás, y Jack Vance optó por basar la suya en fuentes más antiguas y que parecían haber quedado desfasadas desde hacía años: la novela de caballerías, la mitología y la las leyendas celtas, e incluso los primeros mitos artúricos.
En la trilogía de Lyonessse, formada por El jardín de Suldrun, La perla verde y Madouc, narra la historia de uno de tantos reinos de las Islas Elder, situadas en algún lugar entre Inglaterra y las costas de Vizcaya (esto último y las menciones a Galicia fueron algo que me hizo mucha gracia), y cuya existencia no difiere de la de otros lugares: hay reinos en guerra, alianzas formadas mediante pactos y matrimonios, traiciones e invasiones de pueblos nórdicos. El cristianismo intenta abrirse camino, poco a poco, donde todavía se cree en los antiguos dioses. Y donde tienen motivos para hacerlo, ya que las hadas son una realidad más en sus vidas, así como la magia, aunque sus practicantes, conscientes del poder que ostentan, han acordado no inmiscuirse en los asuntos de los mortales. Es en Lyonesse donde nace Suldrun, primogénita del rey Casmir y la reina Sollace, cuya rebeldía desespera a un monarca que la ve como una oportunidad de hacerse con más señoríos mediante un matrimonio ventajoso. Su terquedad ante las decisiones reales la lleva a ser recluida en las ruinas de un antiguo jardín, donde el destino la llevará a encontrar a un príncipe víctima de una traición, y donde comenzará una historia que a través de más de una década llevará a sus protagonistas a la pérdida, la desesperación, viajes a través del mundo y del de las hadas, pero también a través de la sutil lucha de poder entre magos, así como a conocer la vida de los niños que han sido raptados por las hadas. Mientras, el rey Casmir continúa sus planes de reinar sobre las islas Elder, atormentado por la profecía que escuchó poco antes de la desaparición de su hija: el heredero de Suldrun se sentará en el trono.
La continuidad entre los libros se basa en la coincidencia de personaje y un hilo conductor centrado en la trama planteada desde El jardín de Suldrun, de modo que hay cierta independencia entre ellos, convirtiendo cada tomo en una historia autoconclusiva, …donde también hay cabos sueltos que se resuelven de forma tan apresurada hacia el final que hace pensar que Vance no la concibió como una trilogía desde el principio.
El prólogo en la edición de Gigamesh menciona su similiaridad con las novelas de aventuras caballerescas, un estilo que consigue dominar para esta trilogía haciendo que más que una obra continuada, sea similar a la narrada en un ciclo, con todo lo que lo caracteriza. Hay una fuerte presencia del azar, haciendo que muchos personajes entren y salgan sin que su motivación sea resuelta ni afecte a la trama principal. Estos solo so una parte más del viaje de los protagonistas, que tiene mucho de iniciático, hasta el punto de incluir referencias al Grial en Madouc, el último libro de la serie. Y el enfoque de lo fantástico se basa en una concepción de la magia como algo incomprensible, cuyos hechiceros son conscientes de su condición sobrehumana y su forma de comportarse, muy similar a la de dioses menores. Y sobre todo, la presencia del mundo féerico, que tiene una gran importancia y constituye una de las partes más extensas de las aventuras de los personajes. Casi podría considerarse una novela de hadas más que de fantasía épica, al describir con detalle las reuniones, su comportamiento y su particular forma de ver el mundo y de relacionarse con los mortales.
Al tomar como referencia principal este tipo de novelas, supone que la serie flaquee en cuanto a continuidad de los hilos de cada personaje. Durante muchas páginas se pierde la pista a unos para pasar a hablar de otros durante varios capítulos. Y la caracterización de estos no es la más profunda, siendo una sucesión de príncipes muy valientes, doncellas muy hermosas y forajidos muy malos, haciendo que las historias de algunos de ellos resulten aburridos: avanzar a través de los primeros años de Suldrun resulta pausado y tedioso, y salvo servir como desencadenante de lo que moverá al resto de personajes durante los años posteriores, su carácter y actuaciones no son precisamente memorables, haciendo que el comienzo resulte muy estático. Y que por comparación, el antagonista tenga muchos más matices: Casmir no es un villano. Al menos no más que el resto de nobles y reyes de las islas, y su maldad proviene de una rencilla personal y la venganza que deberá asumir. Sus otras acciones tienen una ambición puramente política y es fácil imaginar cómo hubieran sido las simpatías del lector si Vance hubiera decidido narrar las vicisitudes de Casmir a la hora de unificar las islas, y no la tragedia de Aillas y Suldrun. Es a partir de Madouc donde parece querer corregir esto y desarrolla con su protagonista y un personaje con más profundidad, que se aleja de las limitaciones de los presentados anteriormente y donde aprovecha todo lo descrito acerca de las hadas para caracterizar a una protagonista con mucha rebeldía y un particular sentido de la lógica, en el que está presente su naturaleza no del todo humana. Aunque este último sea el que adolezca de una mayor prisa a la hora de atar todos los cabos sueltos que fueron apareciendo previamente, llegando a tirar de soluciones que parecen sacadas de la manga en el último momento.
Entre las estanterías de la sección de género en aquella época en la que los mundos fantásticos parecían idénticos entre sí, la Trilogía de Lyonesse, con sus aciertos y fallos supuso un enfoque distinto donde la fantasía, a veces y lógica y un tanto arbitraria, le ganaba terreno a la épica y la descripción de grandes batallas.