Desde hace un año, el canal Boing se ha convertido en el
ruido de fondo de casa. Desde que me aficioné a Hora de Aventuras solía verlo a
menudo. Por suerte, cuando la repetición de capítulos empezaba a alcanzar un
nivel peligrosamente cercano a los Simpson, encontré una serie en la que antes
no me había fijado. Al igual que las aventuras de Finn y Jake, no me fijé
demasiado en ella al principio. El dibujo era también bastante simple, pero con
un estilo de caricatura algo más feísta y un ritmo un poco anárquico. Pero los
episodios, por suerte, eran bastante breves, lo suficiente como para prestar
algo más de atención a uno de ellos y, de paso, quedarme a ver el siguiente.
Historias corrientes son, precisamente, las historias
diarias de dos trabajadores en un parque, su jefe y del resto de empleados. Los
protagonistas son Mordecai y Rigby, unos chavales bastante vagos que prefieren
jugar a la consola antes de cumplir sus tareas, que siempre acaban fastidiando.
Por suerte, cuentan como Skipps, una de esas personas con soluciones para todo
e incluso con Musculitos, pese a ser uno de esos bromistas insufribles. Cada
capítulo podría ser una comedia de situación normal y corriente, con los
personajes intentando cortar el césped, comprar un café para su jefe y haciendo
cualquier cosa que acaba saliendo estrepitosamente mal. Al menos, lo sería si
estos personajes y las situaciones fueran igual de ordinarias.
Porque en realidad Mordecai y Rigby son un arrendajo (una
clase de pájaro. Tuve que mirar en la wikipedia) y un mapache. Su jefe es una
expendedora de chicles y sus compañeros de trabajo un yeti inmortal, un troll y
un hombre con forma de piruleta y no muchas luces. Que conviven sin problema
con secundarios humanos pero con otros igual de estrafalarios. Y donde lo peor
que puede pasar en la ciudad o en el parque es que los muertos resuciten
durante la proyección de una película de zombies, que haya que jugar una
partida de bolos contra la Muerte o se abran más puertas dimensionales en el
parque de las que cualquiera pueda acordarse. Porque esta es precisamente la
clave de la serie: mezclar un escenario normal con personajes y situaciones que
derivan hacia lo absurdo, o más bien, hacia la ciencia ficción, la serie B, y a
un montón de referencias de los ochenta y noventa.
Estas forman parte tanto del escenario como de parte de
algunos argumentos. Porque la ambientación de la serie aprovecha cualquier
elemento que hoy se ha quedado desfasado: desde los móviles anteriores, hasta
las conexiones a Internet por MODEM, o especialmente, cualquier modelo de tv y
videoconsola que pueda aparecer o que forme parte de alguna trama concreta. El
saber en qué época están situados estos dibujos sería tan difícil como
encontrarle algún sentido al aspecto de sus personajes o al desenlace de las
tramas, salvo el de aprovechar al máximo el sentido del absurdo y los intereses
de un público que ha vivido de primera mano todos los detalles y guiños que
aparecen.
Historias corrientes podría verse en realidad como una serie
de adultos planteada para todos los públicos. Nadie bebe, fuma, dice tacos o es
especialmente violenta. Pero está llena de dobles sentidos y de escenas que es
también fácil reconocer: los personajes tienen resaca por pasar toda una noche
bebiendo refresco, el exceso de azúcar provoca un estado de euforia parecido
a..bueno, otro tipo de polvillo blanco que no es harina y eso es solo mencionar
algunos de los más evidentes. Pero en realidad estos, al plantearlos de una
forma tan alocada, y tan tomada a broma, se quedan con facilidad dentro de la
calificación por edades. Aunque, teniendo en cuenta el tipo de humor y las
referencias generacionales, me resulta muy difícil imaginar a un crío de diez
años divirtiéndose con la serie, del mismo modo en el que yo no termino de
pillarle el chiste a Inazuma 11, por ejemplo.
Como todo, es difícil que una producción tan ligada a una
duración tan limitada por capítulo (unas dos aventuras de diez minutos cada
uno) no caiga en la repetición, y menos
con seis temporadas. Al cabo de unos veinte episodios se sabe que va acabar
pasando algo raro, que los personajes lo resolverán de una forma igual de
extraña y que es muy probable que su jefe aparezca para echarles una bronca en
el último segundo.
Por suerte, aunque muy despacio también, debido al carácter
tan anecdótico de los guiones, hay a lo largo de cada temporada algún que otro
avance: pueden aparecer personajes nuevos, marcharse otros, o que incluso
alguno viva una situación determinante para su historia. Cuando empecé a verla,
no me hubiera imaginado que su protagonista tuviera que lidiar con una ruptura
amorosa…o que esta implicara tener que enfrentarse a sus miedos encarnados en
el jersey de su ennovia (si, suena raro. Hay que verlo para entenderlo).
En realidad, es cuestión de olvidarse de ese elemento
predecible que es la estructura de cada episodio y disfrutar de situaciones
que, en algunos momentos divierten, en otros desconciertan, y en algunos casos,
sorprenden al hacer aparecer, de la forma más normal del mundo, cualquier
gadget que tuvo su momento en los noventa y que hacen pensar “¿Pero es posible
que alguien más se acordara de ese trasto?”.