Los primeros días de año suelo empezarlos con algún libro muy corto o casi anecdótico. Tan breve o rápido de leer que, lo que comienzo el uno de enero, lo termino ese mismo día. No es raro que caigan cosas tan variadas como uno de Mundodisco, algún tomo suelto de Pesadillas, algo que me hubiera llamado la atención en una librería o una serie de la que ni me acuerdo el resto del año (después de trasnochar viendo Cachitos de hierro y cromo ¡como para ponerme con literatura pesada!). Este año no es una excepción aunque ambos libros no podían ser más diferentes entre sí por tono, género e incluso década.
Jeff Kinney. Tocado y Hundido. Decimoquinta entrega del Diario de Greg, una serie que tiene ya más de una década y que hace mucho que optó por centrarse en lo anecdótico y olvidarse de cualquier intento de continuidad o avance. La familia de Greg Heffley sigue formada por ambos padres, el autor del diario, un crío de once años bastante neurótico, un hermano adolescente, un bebé, y una serie de mascotas que varían de un libro a otro o desaparecen según sea conveniente. Y donde se suceden de forma periódica una serie de escenarios que desembocan en situaciones cómicas o cada vez más absurdas: ideas de la señora Heffley para que su familia pase más tiempo junta o alejada de las pantallas, actividades escolares y sobre todo, actividades y escenarios vacacionales que acaban volviéndose catastróficos o directamente absurdos.
Esta entrega no es una excepción: después de varios meses encerrados en el sótano de su abuela, la familia Heffley consigue unas vacaciones en caravana que los conducirán a un intento de acampar en un entorno salvaje, meterse por error en una piscifactoría, o acabar en un camping cuya afluencia de gente hace que sea de todo menos paradisiaco.
La historia, aunque mantenga el estilo ácido y un poco repelente propio del chico escrito por Kinney, recurre a lugares comunes que habían aparecido previamente, como el pariente poco hospitalario o las incomodidades de un camping, y se queda en una sucesión de anécdotas cada vez más difíciles de creer. Algo que en los primeros tomos, había evitado manteniendo siempre un hilo narrativo que podría considerarse como lo que podría pasarle a cualquiera. Sin embargo, este tomo tiene toda una curiosidad a su favor: fue escrito durante el 2020 y, sin mencionarlo, sus protagonistas viven el mismo encierro que vivió todo el mundo durante ese año: a partir de una situación tan alejada como unas reformas en casa y la necesidad de trasladarse a casa de un familiar, Kinney se las arregla para meter a sus personajes, sin necesidad de recordar al lector lo sucedido entonces, en una situación que este reconocerá: el encierro en un lugar reducido, la imposibilidad de ir a ningún sitio, el teletrabajo e incluso el acopio de papel higiénico. Aunque la serie de Greg no destaque por lo memorable, al menos este libro sí tiene algo curioso que aportar.
Robert N. Charrette. Nunca pactes con un dragón. El año en el que Cyberpunk ha sido el videojuego más esperado, era un buen momento para recuperar un género, o más que género, un escenario todavía más concreto e incluso más excesivo que el que podían ofrecer los chips, los implantes cibernéticos y la realidad virtual imaginados en los ochenta: Shadowrun, un juego de rol que a todo lo anterior, añadía algo más a la mezcla para que esta fuera lo más impresionante posible: ¡dragones! Bueno, dragones, elfos, enanos, magia y lo que haga falta, dado que el universo de este juego se basaba en el regreso, en algún momento posterior al 2000, de la magia y criaturas consideradas fantásticas que pasaban a convivir con los avances informáticos, las grandes corporaciones y los samuráis urbanos porque, como había predicho el cyberpunk, el futuro sería japonés (se equivocó y al final lo compramos todo en los chinos).
El juego contó con su franquicia de novelas, y a ser posible dentro de distintas sagas de la que esta es la primera entrega y donde un ejecutivo cualquiera se ve inmerso a su pesar en una trama de traiciones corporativas, doppelgangers, bandas de hechiceros, orcos mercenarios, dragones conspirando e incluso de chamanes nativos. A una mezcla así solo le faltaría, como dice el chiste, añadir piratas y ninjas para que lo tuviera todo.
Para tratarse de un trabajo de encargo, y primera de una serie, la novela puede leerse de forma independiente y da la impresión de haber tenido cierta libertad creativa que en otros libros de encargo para universos ficticios no se veía. El autor incluso se permite el convertir a su protagonista en alguien no muy simpático para el lector, o intentar caracterizar a sus personajes en la medida de lo posible. Poco tiempo le queda porque estos se pasan casi todos los capítulos yendo de un lado a otro del globo terráqueo o peleándose, que en el fondo, parece ser lo que tenían en mente dadas las directrices del juego original.
Quizá por lo peculiar de la ambientación, esta tiene gracia y resulta más divertida, incluso más de lo que podía haberlo sido una Dragonlance, y es una muestra de toda la locura y la falta de complejos que podía llegar a acumularse en un producto de entretenimiento hecho en los ochenta, y no tan conocido como los que pueden verse referenciados a menudo en muchas ficciones recientes.