Si las dos partes de La guerra del Infinito supusieron el final de una etapa en el Marvel cinematográfico, el comienzo de la siguiente también trajo una mayor expansión en el medio audiovisual y un nivel de complejidad que empieza a acercarse a los comics: a las escenas post crédito, adelantando algún que otro evento, se les suma un entramado de series en Disney + como producción previa a lo que se verá en el estreno de cine. Algo accesorio, en el mejor de los casos, o necesario en el peor (si empieza a aparecer el factor “no voy a estar todo el día viendo series para enterarme de algo”), y que en el caso de la vuelta a los cines del Hechicero Supremo tras Infinity War, no lo hace tanto como continuación de esta sino como secuela de una de las series más valoradas en la plataforma del ratón.
Tras lo sucedido con la llegada de Thanos y ese lapso de cinco años que cambió la vida de la humanidad, Stephen Strange continúa con su labor de combatir las amenazas místicas: este, perdido en una dimensión extraña junto a una joven, son perseguidos por una criatura monstruosa a cuyo enfrentamiento no sobrevive. Pero es solo uno de tantos Stranges que hay en un multiverso de infinitas posibilidades, y America Chavez, la muchacha que lo acompañada, aparece tras atravesar un portal, en un Nueva York distinto donde otro Stephen asiste como invitado a la boda de su amiga Christine. La aparición de America viene acompañada de otro ser gigantesco cuyo objetivo parece ser capturar a esa chica capaz de saltar entre universos, y que para Wanda Maximoff, ahora la Bruja Escarlata, supone conseguir lo que sus poderes de alteración de la realidad no han conseguido devolverle: desplazarse a uno de los universo donde sus hijos sean reales, aunque para ello tenga que recurrir a la magia prohibida. Y enfrentarse a un Stephen Strange que, si quiere salvar a America y al multiverso, tal vez tenga que recurrir también a hechizos muy peligrosos.
Para los que nos alejamos un poco de la línea argumental posterior a Infinity, esta entrega resultaba una de las más atractivas: no solo por acercase un poco más a la fantasía, más que a los superhéroes, y especialmente, por estar dirigida por Sam Raimi, responsable hace ya veinte años de que Spiderman supusiera un éxito y un nuevo comienzo para los superhéroes en la pantalla. Además,, no hay película de Raimi sin cameo de Bruce Campbell, que aparece con un guiño a su personaje en Evil Dead. Un reclamo para una película con una estética mucho más enloquecida que las anteriores, donde parecen no tener miedo a mostrar todo tipo de excesos visuales a la hora de reflejar ese mundo que se rige por normas distintas, como es el de los hechiceros, los espacios entre los distintos universos, donde las leyes de la física y la perspectiva no se aplican y aprovechan para mostrar situaciones donde los efectos digitales se utilizan, en este caso, para reflejar lo imposible. Aunque hoy sea difícil sorprenderse con lo que pueden conseguir (hasta el punto en que se puede distinguir con nitidez cada ventosa del monstruo que se pasea por el comienzo de la película), si puede hacerlo a la hora de reflejar lo que el público no había imaginado, como un viaje entre universos atisbado por un breve periodo de tiempo o un planeta cuya realidad parece replegarse de una manera muy parecida a cómo lo hacía el mundo onírico en Inception.
Si el apartado técnico es impecable 8incluso para los que seguimos echando en falta los efectos artesanales), es el desarrollo de la trama lo que supone un cambio más difícil de aceptar. Si anteriormente las escenas añadidas, otras películas o alguna de las series tenían un carácter accesorio, un conocimiento extra a la hora de ver la siguiente, cuyo argumento seguía siendo independiente al resto, esta es una continuación directa de Wandavision, donde se conoce lo sucedido a este personaje y su evolución hasta convertirse en antagonista. Se nota, en este caso, su carácter de secuela, donde la aparición de Bruja Escarlata y su establecimiento como villana se despacha en un par de minutos, y donde es más o menos posible enterarse de lo que ha pasado, pero da la sensación de haber perdido un paso importante s i no se han visto previamente los episodios de la serie. La sensación de desconcierto, o de faltar algo, queda muy lejos de aquellas ocasiones en las que se hacían referencias cruzadas en los comics, pero en la que si se nota el sobredimensionamiento de la franquicia y el ser necesario dedicar mucho más tiempo a estar al día con cada una de las fases.
Conociendo esto de antemano, es más fácil entrar dentro del multiverso de la locura: como un guion con personajes que se conocen de antemano, en los que destacan el trabajo de Benedict Cumberbath y Elizabeth Olsen. Especialmente esta última, planteada como una antiheroina que termina el desarrollo comenzado en Wandavisión, y que ante estos, el personaje de Xochitl Gomez se queda como un macguffin, la herramienta necesaria para poder cerrar el arco que y que, hasta que la heroína America Chavez no cuente con el desarrollo necesario (seguramente, en su correspondiente spin off), da la impresión que podría haber sido sustituida por un artefacto con las mismas capacidades.
Es difícil pedir nada más a una película que, además de tener la prudencia necesaria para quedarse en la franja de las dos horas, le corresponde defender en pantalla grande un universo narrativo cada vez más amplio y al que, como se puede ver en una de las dimensiones que visitan, se le han sumado la titularidad de los personajes que por cuestiones de derecho, todavía faltaban por incorporarse.
Tras Rec, su particular A Haunting in Vallecas con Verónica, e incluso el thriller de venganza con Quien a hierro mata, Paco Plaza se ha convertido en uno de esos nombres a los que prestar atención en cuanto se estrena una película suya, especialmente cuando vuelve al terror. Y más cuando los avances muestran un perturbador cartel donde una figura cadavérica sugiere una forma de horror que puede aproximarse tanto a lo sobrenatural como a lo más cercano. Y que, por su ambientación en Madrid, así como sus escenarios limitados a los interiores de una vivienda, podría recordar a las situaciones recreadas en Verónica. Los parecidos terminan ahí, aunque su guion también proporciona una visión de los miedos más reales como los que se entrevía entonces en la casa de Vallecas.
La abuela comienza con la muerte de una anciana, que parece presagiar la llamada que Susana, una joven modelo a punto de labrarse un futuro profesional en Paris, recibe poco después: su abuela ha sufrido un derramee cerebral al que ha sobrevivido, pero con graves secuelas: incapaz de hablar y moverse por si misma, Susana se ve obligada a cuidar día y noche de la mujer que, a su vez, cuidó de ella cuando era una niña. Incapaz de afrontar el hecho de ingresarla en una residencia como opción para sus cuidados, intenta buscar otras soluciones durante días que van sucediéndose mientras el agotamiento físico y mental se acumula a la preocupación de cómo su carrera profesional puede acabar antes de empezar. Pero con el cansancio, o con el regreso al hogar de su niñez, empiezan también a aflorar memorias que habían quedado ocultas por el paso del tiempo o quizá por algo más: ¿ Quien era la misteriosa mujer que acuidó hace años, al cumpleaños de ambas, cuando aún era una niña? ¿Por qué no recuerda nada de esa noche? ¿Qué es lo que su abuela, privada del habla, parece murmurar mientras agita las manos como en un ensalmo o un ritual?
La película no pretende provocar ninguna duda sobre la trama: esta se intuye desde la primera secuencia, y e s el espectador el que puede ir un os pasos por delante de su protagonista sabiendo lo que sucede o lo que le pueda pasar a esta. El ritmo, en este caso, es muy pausado, adecuado a la sensación de esta de haber tenido que detener su vida y a la sucesión de tareas básicas, mientras los días van transcurriendo hasta la llegada de esa fecha en la que ambas comparten aniversario.
El mayor acierto del guion es centrarse en el aspecto real de la historia: algo que puede suceder a cualquier a y en cualquier momento, donde no se renuncia a mostrar ninguno de los pasos: momentos como tener que alimentar a una anciana, vestirla, limpiarla, la búsqueda de una cuidadora y la dificultad de encontrarla. Incluso la negación inicial de recurrir a una residencia, se van sucediendo a la vez que la protagonista se enfrenta, primero al sentimiento de culpabilidad por querer continuar con su vida, después al miedo a lo que va recordando y que la persona que depende ahora de ella pudiera ocultarle un secreto que afecta a ambas.
Este último es el recurso que utilizan para introducir la trama sobrenatural que acompaña a la historia, pero que también resulta la más descuidada. Esta parece algo secundario, que solo se entrevé por lo que la protagonista empieza a descubrir a través de su memoria y su diario, pero que sirve para ofrecer algunas secuencias que no desentonarían en una producción de Argento. Y que, aunque parezca un añadido, no resultan tan tediosas como la primera aparición de la protagonista tras las pasarelas. ES probable que la intención fuera exponer al máximo la oposición entre la visión más cruda de la vejez y la más frívola de una cultura basada en la juventud, pero que se queda en una introducción necesaria para superar la barrera ficticia de los noventa minutos.
La atmósfera y la dinámica entre ambas protagonistas debe mucho a Vera Valdez, antigua modelo y cuyo porte y físico se transforman en una figura cadavérica que deambula por un enorme apartamento y que transmite una inquietante sensación de amenaza y decrepitud (algo así como la versión seria del gag de los Simpson " ¡Mirad los estragos de la vejez!"). Resulta imposible imaginar su personaje como la figura cálida y cercana que sugiere el título, y salvo la menciona de la protagonista a haberla cuidado desde niña, se echa en falta haber desarrollado más la relación familiar de ambas en el pasado.
Aunque la recepción a nivel de crítica de La abuela no fuera unánimemente positiva, y seguramente la sombra de Verónica tuviera demasiado pesso en las expectativas, esta resulta dentro de la irregularidad del enfoque sobrenatural y lo hilvanado de muchas situaciones, una película de terror que no duda en enfrentar al público a una realidad que todos preferimos ignorar. Aunque solo sea por unos años.
Hoy definitivamente jubilados por la pedagogía, el coco, el hombre del saco, el sacauntos...el monstruo en general, fue una de las figuras recurrentes en la educación de los niños. Mantenerse lejos de lugares aislados, no acercarse a los extraños, acostarse a la hora establecida o terminar lo que pongan en el plato eran reglas para las que el mundo infantil, todavía unido a esa difusa línea entre la realidad y lo imaginario, siempre tenía una criatura dispuesta a castigar la desobediencia o la imprudencia. EStos se mantuvieron mediante la tradición oral, para transformarse o desaparecer con el tiempo y el cambio en la sociedad, pero cada región contaba con su hombre del saco particular que, aunque pareciera una rama menor de la mitología, fue también recogido y catalogado. Aún contando con alguna descripción, estas eran lo suficientemente vagas como para que un niño imaginara lo peor y un ilustrador tuviera la libertad para visualizar el aspecto de estos ogros.
Monstruos ibéricos es el trabajo del ilustrador Javier Prado, que comenzó a plasmar a varias de estas criaturas que serían posteriormente recopiladas en un libro y clasificadas por su naturaleza. Así, los devoradores de niños, terrores nocturnos, series marinos, aparecidos e incluso figuras históricas absorbidas por el imaginario popular se distribuyen por toda la península adaptando las formas y hábitos más dispares. Salvo por algo en común: ningún niño que caiga en sus ganas estará a salvo.
Lo más vistoso del libro es evidentemente su aspecto gráfico. Una edición grande, con láminas donde aparecen cada uno de los monstruos con un detalle que procura no olvidar los rasgos característicos por los que se refieren a ellos y un estilo muy particular pero que le sienta muy bien al tono del libro: trazos de tinta enrevesados que retratan figuras alargadas y grotescas con giros y espirales que podrían recordar al Tim Burton de los buenos tiempos... si no fuera porque Prado tiene una estética muy marcada e identificable como para compararlo con nadie.
Pero esta no se limita a ser una colección de ilustraciones, sino que el texto que acompaña a cada uno aporta información sobre estos, posibles orígenes y evolución a lo largo del tiempo. Porque muchos de ellos, especialmente las figuras más amenazadores, se transformaron con el éxodo rural: los sacamantecas se reconvierten en ladrones de sebo para engrasar los mecanismos de las fábricas, los coches secuestran a niños a los que sacarles la sangre para los clientes tísicos y anémicos que pueden comprar ese sustento y el anonimato...y muchos otros, que reflejan de esa forma como un cambio en la sociedad conserva sin embargo los mismos temores.
Aunque la recopilación abarca toda la península, y se ha dedicado su tiempo a encontrarlos y conseguir la información necesaria, la distribución de estos, así como su popularidad y peligrosidad ,varía mucho. El norte de España puede tener una mitología variada y amplia, pero es toda una sorpresa diescubrir que lugares como Cataluña y Extremadura contaban con un mayor número de asustaniños, especialmente sádicos, peligrosos y que comparados con un cuélebre o una meiga, convierte a esas comunidades autónomas en verdaderas zonas de alto riesgo para infantes. Otros, en cambio, eran reconocidos abiertamente como meros disfraces con los que dedicarse al contrabando o a acudir a citas ilícitas, convirtiéndose en una parte inocua del imaginario popular. Por no mencionar que los personajes históricos más inesperados podían acabar convertidos en ogros. Desde bandoleros, gente con alguna deformidad en particular, o, como pasó en Salamanca, el mismísimo Miguel de Unamuno era invocado por los niños para asustarse unos a otros (en mi caso, hubiera funcionado con Rosalía de Castro. Un solo comentario de texto más sobre Adios ríos, Adios fontes y habría huido a Portugal antes de cumplir la mayoría de edad).
Sin pretender ser un estudio detallado de los seres sobrenaturales que acechan en el entorno infantil, Monstruos ibéricos es una fascinante colección, a nivel visual y como acercamientos estos monstruos ue hace tiempo que dejaron de acechar a los niños.
Una casa, bien en su acepción literal, como concepto o como palabra para abarcar algo distinto, puede considerarse un escenario común en el fantástico. el lugar cerrado donde habita lo extraño, o el refugio que protege del exterior, puede convertirse en el entorno claustrofobia o o reconfortante. Pero, ¿qué pasa cuando una casa pasa a ser una entidad independiente? algo ajeno al mundo, entrevisto de forma ocasional y capaz de atrapar a sus habitantes en el interior. Sin irse necesariamente a las embrujadas, se han descrito lugares que parecen pertenecer a otro mundo...o ser el mundo. Los habitantes que residían en Malpertuis o las notas sobre el documental rodado acerca de la Casa de Hojas son un ejemplo. Un lugar parecido es el que Susanna Clarke, dos décadas después de la extensa Jonathan Strange y el Señor Norrell, ha decidido visitar.
Es el Quinto mes del Año en que el Albatros se posó sobre una estatua, al menos según el calendario que Piranesi ha establecido en sus diarios. Como buen científico, se dedica a cartografiar y reflejar todos los acontecimientos qu suceden en la Casa que habita, desde el nido de albatros hasta las corrientes marinas que arrasan periódicamente las interminables salas decoradas con estatuas gigantescas. El resto del tiempo lo dedica a sus tareas de pesca y a cuidar de los otros trece habitantes de la Casa: los restos mortales de personas que no ha conocido, pero a los que ha dado un nombre y presenta regularmente ofrendas como parte de su Mundo. solo los martes y los jueves se reúne con el Otro, un científico al igual que él, con quien discute sobre sus hallazgos y estudia como alcanzar el Gran Conocimiento Secreto que alberga la Casa. el mundo de Piranesi cambia cuando el Otro le revela la existencia de un Decimosexto Habitante, alguien peligroso para ambos y a quien debe evitar. A través de las notas intercambiadas con este, y el encuentro con un nuevo visitante al que bautiza como el Profeta, este empieza a sospechar que hay algo más allá de la Casa y las Mareas, y que quizá el Otro tenga planes distintos a los de la investigación que han abordado durante años.
Tras varios años de silencio, limitado a algún que otro relato, Clarke retoma la novela aunque esta sea mucho más corta que la que le dio fama en 2004. En 250 páginas narra a través de los diarios de un personaje claramente académico pero con una percepción distinta a la del lector, una trama en la que aparecen villanos, desapariciones misteriosa, un mundo creado a partir de las distintas ideas de la humanidad y una investigación. Aunque en realidad, nada de las actuaciones de los personajes secundarios importa, sino el aquí y el ahora de sus protagonista, y sobre todo, su evolución en la relación con la casa.
A través de estos se establece el escenario como el único mundo conocido por su protagonista, que desconoce conceptos mundanos pero comprende otros básicos. Este analiza y cartografía la Casa con una minuciosidad científica pero a la vez la venera con un fervor religioso: para el la casa es proveedora de refugio y alimento, y no duda en buscar una explicación a la aparición de objetos como zapatos o redes, sino es porque sus otros habitantes no son tan hábiles como él a la hora de sobrevivir y esta debe cuidarlos.
El personaje de Piranesi es caracterizado como alguien profundamente inocente, de memoria poco fiable al que protege su hábito de la escritura, y par el que descubrir la existencia de algo más supone en cierto modo la pérdida de esa inocencia y el tener que abandonar su interpretación del mundo hasta entonces. Pese a la condición que se revela en su protagonista, el tratamiento de la casa no es el de una prisión ni un lugar peligros, sino un espacio imposible de abarcar. Ni amenazador ni compasivo, pero con un aspecto extrañamente positivo que parca a los personajes: estos, en un momento dado desean regresas, aún siendo conscientes de lo que supone, como un lugar familiar que se convierte en una curiosa versión inversa del mito de la Caverna (me pregunto si habrá algún profesor de filosofía que, además del consabido pase de Matrix a sus alumnos, les recomiende esta lectura).
Piranesi, con su brevedad, no es tanto la historia de un enigma sino de un lugar determinado. Uno que por su naturaleza se acaba convirtiendo para el lector en algo tan familiar como para su princpal habitante. aunque en algún momento nos hayamos preguntado si el interminable laberinto de La casa de Hojas podría ser una entrada, mucho menos acogedora, al hogar de Piranesi.