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lunes, 1 de junio de 2015

What we do in the Shadows (2014). Los vampiros de andar por casa


Si hay algo que le resta horror y dramatismo a cualquier monstruo es ponerlo en una situación cotidiana. Un vampiro de siglos puede ser todo lo amenazador que quiera…hasta que se encuentra con los mismos problemas que cualquier hijo de vecino: compartir vivienda, organizar tareas domésticas e incluso salir de marcha resulta bastante complicado para unos personajes con tantos siglos encima que, más que  convertirlos en seres poderosos y melancólicos, les suponen un engorro y un verdadero desfase respecto a las costumbres y adelantos recientes.

 

Esto es lo que les pasa a un grupo de cuatro vampiros afincados en Nueva Zelanda, tras acceder a ser grabados para un documental de tv: Viago, Deacon, Vlad y Petyr provienen todos de Europa, sus edades oscilan entre los 200 y los 8000 años pero eso no evita que tengan sus discusiones sobre quien debe fregar los platos, sacar los cadáveres de sus víctimas o tener problemas para entrar en las discotecas. Tanto por la tradición de no poder entrar a los sitios sin ser invitados, como a causa de un aspecto que se les ha quedado desfasado desde hace un par de siglos. La filmación se ocupa de muchos otros aspectos de su vida: la historia de los protagonistas hasta entonces, el nacimiento de un nuevo vampiro y cómo este, y su amigo humano les cambia un poco la vida, su relación con otras criaturas nocturas y el evento más importante para todas ellas: la Mascarada Impía, un baile anual al que los personajes, junto a brujas y muertos vivientes, han acudido regularmente.




La película recoge todos los estereotipos de la filmación de reportajes,  desde los rótulos informativos en negro hasta las actitudes un poco incómodas de quien no está acostumbrado a aparecer delante de una cámara. Y que, junto a la forma tan anodina y corriente que tienen de presentar las situaciones, es uno de los mayores puntos de comicidad: lo mismo las cortinillas informan que al equipo de grabación se le ha garantizado protección por el consejo de vampiros, que uno se pone tranquilamente a pasar una aspiradora…suspendidos a un metro del suelo. Precisamente lo de presentar cualquier cosa propia de una película de vampiros como si fuera lo más normal y aburrido del mundo es el rasgo principal de toda la producción, además de trabajar con ella de forma que según avanza esta, aprovecha al máximo todas las situaciones que han dado los tópicos de la ficción sobre vampiros. Algunas de estas son tan ingeniosas que hacen que los gags relacionados con tópicos comunes parezcan algo más flojos, pero se compensan con momentos tan brillantes como el presentar la relación entre un vampiro y su siervo humano como toda una parodia de una relación laboral entre jefe y empleado.

 


El otro aspecto que parodia directamente el género documental es el estilo de las interpretaciones: la actitud de los protagonistas ante las cámaras recuerda directamente a cualquier reportaje de Callejeros, especialmente en las secuencias de exteriores. Lo que, a medida que las escenas van siendo más cercanas a los tópicos sobre clichés del género, hace que el humor de esta se vuelva mucho más absurdo y también aproveche más el potencial cómico de cosas que el público ha visto miles de veces. Especialmente en el caso de Stu, el personaje humano, que se pasa toda la película con una expresión de paciencia y resignación pase lo que pase (sean vampiros, zombies, o una banda de hombres lobo). Y el que un personaje tan anodino acabe siendo el mejor amigo de unos principales que supuestamente desbordan carácter y rarezas también se emplea de forma bastante hábil, al convertirse en una parte de la trama y no solo en un gag recurrente.

 


Tratándose de un reportaje de vampiros, estos tampoco iban a librarse de ser parodiados. De una forma u otra, repasan los estereotipos que han producido el cine y la industria del ocio los últimos 25 años. Principalmente explotan la figura de los más clásicos, recurriendo a temas populares como un sosías de Vlad el empalador, un campesino, un dandi que recuerda mucho a los imaginados por Anne Rice sin olvidarse del Nosferatu de Murnau, donde se le da un repaso cómico a  sus historias sobre torturas medievales y amores perdidos. Tampoco faltan los guiños a versiones más modernas y menos racionales de los vampiros como las que podían salir en The Strain o Stake Land, gracias al aspecto y carácter más animalesco del protagonista más antiguo de todos. Aunque con esto de no tener muchos diálogos, y que estos tópicos todavía no los han exprimido mucho, sus apariciones son más breves a favor de los otros tres personajes principales.

 


También sería imposible terminar una comedia de vampiros sin hacer referencia al juego que más ha explotado estos elementos: cuando una fiesta lleva un nombre como el de Unholy Masquerade no hace falta imaginarse por donde van a ir los chistes. En este caso, esta mención se queda en poco más que un guiño bastante evidente, porque el resto de tópicos los han tratado muy bien en la primera mitad de la película y poco más queda por aparecer. Pero en este caso, el presupuesto reducido con el que contaban juega muy bien a su favor: la fiesta, celebrada en un local cualquiera, y con los asistentes disfrazados  a base de trapos victorianos y máscaras venecianas recuerda muchísimo al atrezzo y argumentos que pueden verse en una partida de rol en vivo.

Entre la simpleza a la hora de grabar y mantener el estilo de reportaje, el humor a veces un poco grueso, otras veces (y el mejor) absurdo, y en algunos casos, entrañable, y la imaginación a la hora de resolver muchas de las situaciones del guión, What we do in the Shadows me ha pillado por sorpresa: no contaba con que filmar una película de vampiros como si fuera un reportaje de Callejeros pudiera haber tenido un resultado tan original.

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