Si hay algo que le resta horror y dramatismo a cualquier
monstruo es ponerlo en una situación cotidiana. Un vampiro de siglos puede ser
todo lo amenazador que quiera…hasta que se encuentra con los mismos problemas
que cualquier hijo de vecino: compartir vivienda, organizar tareas domésticas e
incluso salir de marcha resulta bastante complicado para unos personajes con
tantos siglos encima que, más que convertirlos
en seres poderosos y melancólicos, les suponen un engorro y un verdadero
desfase respecto a las costumbres y adelantos recientes.
Esto es lo que les pasa a un grupo de cuatro vampiros
afincados en Nueva Zelanda, tras acceder a ser grabados para un documental de
tv: Viago, Deacon, Vlad y Petyr provienen todos de Europa, sus edades oscilan
entre los 200 y los 8000 años pero eso no evita que tengan sus discusiones
sobre quien debe fregar los platos, sacar los cadáveres de sus víctimas o tener
problemas para entrar en las discotecas. Tanto por la tradición de no poder
entrar a los sitios sin ser invitados, como a causa de un aspecto que se les ha
quedado desfasado desde hace un par de siglos. La filmación se ocupa de muchos
otros aspectos de su vida: la historia de los protagonistas hasta entonces, el
nacimiento de un nuevo vampiro y cómo este, y su amigo humano les cambia un
poco la vida, su relación con otras criaturas nocturas y el evento más
importante para todas ellas: la Mascarada Impía, un baile anual al que los
personajes, junto a brujas y muertos vivientes, han acudido regularmente.
La película recoge todos los estereotipos de la filmación de
reportajes, desde los rótulos
informativos en negro hasta las actitudes un poco incómodas de quien no está
acostumbrado a aparecer delante de una cámara. Y que, junto a la forma tan
anodina y corriente que tienen de presentar las situaciones, es uno de los
mayores puntos de comicidad: lo mismo las cortinillas informan que al equipo de
grabación se le ha garantizado protección por el consejo de vampiros, que uno
se pone tranquilamente a pasar una aspiradora…suspendidos a un metro del suelo.
Precisamente lo de presentar cualquier cosa propia de una película de vampiros
como si fuera lo más normal y aburrido del mundo es el rasgo principal de toda
la producción, además de trabajar con ella de forma que según avanza esta,
aprovecha al máximo todas las situaciones que han dado los tópicos de la
ficción sobre vampiros. Algunas de estas son tan ingeniosas que hacen que los
gags relacionados con tópicos comunes parezcan algo más flojos, pero se
compensan con momentos tan brillantes como el presentar la relación entre un
vampiro y su siervo humano como toda una parodia de una relación laboral entre
jefe y empleado.
El otro aspecto que parodia directamente el género
documental es el estilo de las interpretaciones: la actitud de los
protagonistas ante las cámaras recuerda directamente a cualquier reportaje de
Callejeros, especialmente en las secuencias de exteriores. Lo que, a medida que
las escenas van siendo más cercanas a los tópicos sobre clichés del género,
hace que el humor de esta se vuelva mucho más absurdo y también aproveche más
el potencial cómico de cosas que el público ha visto miles de veces.
Especialmente en el caso de Stu, el personaje humano, que se pasa toda la
película con una expresión de paciencia y resignación pase lo que pase (sean
vampiros, zombies, o una banda de hombres lobo). Y el que un personaje tan
anodino acabe siendo el mejor amigo de unos principales que supuestamente desbordan
carácter y rarezas también se emplea de forma bastante hábil, al convertirse en
una parte de la trama y no solo en un gag recurrente.
Tratándose de un reportaje de vampiros, estos tampoco iban a
librarse de ser parodiados. De una forma u otra, repasan los estereotipos que
han producido el cine y la industria del ocio los últimos 25 años.
Principalmente explotan la figura de los más clásicos, recurriendo a temas
populares como un sosías de Vlad el empalador, un campesino, un dandi que
recuerda mucho a los imaginados por Anne Rice sin olvidarse del Nosferatu de
Murnau, donde se le da un repaso cómico a
sus historias sobre torturas medievales y amores perdidos. Tampoco
faltan los guiños a versiones más modernas y menos racionales de los vampiros
como las que podían salir en The Strain o Stake Land, gracias al aspecto y
carácter más animalesco del protagonista más antiguo de todos. Aunque con esto
de no tener muchos diálogos, y que estos tópicos todavía no los han exprimido
mucho, sus apariciones son más breves a favor de los otros tres personajes
principales.
También sería imposible terminar una comedia de vampiros sin
hacer referencia al juego que más ha explotado estos elementos: cuando una
fiesta lleva un nombre como el de Unholy Masquerade no hace falta imaginarse
por donde van a ir los chistes. En este caso, esta mención se queda en poco más
que un guiño bastante evidente, porque el resto de tópicos los han tratado muy
bien en la primera mitad de la película y poco más queda por aparecer. Pero en este
caso, el presupuesto reducido con el que contaban juega muy bien a su favor: la
fiesta, celebrada en un local cualquiera, y con los asistentes disfrazados a base de trapos victorianos y máscaras
venecianas recuerda muchísimo al atrezzo y argumentos que pueden verse en una
partida de rol en vivo.
Entre la simpleza a la hora de grabar y mantener el estilo
de reportaje, el humor a veces un poco grueso, otras veces (y el mejor)
absurdo, y en algunos casos, entrañable, y la imaginación a la hora de resolver
muchas de las situaciones del guión, What we do in the Shadows me ha pillado
por sorpresa: no contaba con que filmar una película de vampiros como si fuera
un reportaje de Callejeros pudiera haber tenido un resultado tan original.
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