ace años,
cuando se quería vender de forma segura un libro de un autor nuevo o
poco conocido, la forma más segura era poner el nombre de alguien
famoso en la portada, generalmente alabando la novela. Truco del que
se abusaba mucho más en las antologías, donde un solo relato del
escritor más conocido bastaba para que apareciera en letras
mayúsculas su nombre y de forma casi avergonzada, una apostilla
mucho más pequeña avisando que allí podía aparecer escribiendo
otra gente. Es más extraño, al menos en España, que lo que
aparezca como principal reclamo en la portada sea el nombre del
editor (aunque en lengua inglesa haya autores de colecciones
consolidados y si sale por ahí S. T. Joshi, Stephen Jones o Peter
Hanning, me tiro de cabeza), salvo que el encargado sea alguien como
Neil Gaiman, y que este además de encargarse de la selección,
también aporte un texto junto al resto de autores.
El museo de
historia antinatural es el título, cuyo origen Gaiman explica de
forma más pormenorizada en el prólogo, de una colección que de
museo tiene poco (aunque uno sale) y sí tiene en común el contar,
de forma muy libre, con todo tipo de seres irreales, aquellos que no
aparecerían en ningún museo de historia natural. Un grifo, un
unicornio, la mantícora o un hombre lobo capaz de transformarse a
voluntad, pero también bestias que habitan un bosque suburbano,
avispas cartógrafas, bicicletas con vida propia y las aventuras de
una sociedad gastronómica intentando capturar un misterioso pájaro,
en el relato escrito por el encargado de la colección, aunque este
no haya sido escrito expresamente para la ser incluido en ella.
La
antología tiene un carácter juvenil, por el tipo de relatos
escogidos, y es ahí donde se nota la labor de su editor como autor
para este rango de edad: no he llegado a leer demasiado de Gaiman
pero si lo suficiente como para comprobar que me gusta más su
trabajo como escritor infantil. Conoce a sus lectores, no se queda en
los clichés que muchos adultos encontramos a menudo en este tipo de
literatura y su criterio a la hora de elegir relatos, si bien estos
puede considerarse que tengan un carácter un poco para todos los
públicos, es muy variado, tanto en temática como en cronología.
Una parte, los mas recientes, son una muestra interesante de fantasía
nueva, donde varios escritores recurren a sus raíces no anglosajonas
y ofrecen enfoques basados en la mitología caribeña o africana.
También es posible encontrar piezas de Larry Niven o Peter S.
Beagle, escritas en los sesenta y que suponen un aporte de ciencia
ficción, fantasía e ironía muy clásico, y que no desentonan en
una colección destinada a ofrecer un poco de todo. Sorprende mucho
más encontrarse a Saki, aunque sus relatos de humor negro sobre
animales siempre son un acierto seguro, la fantasía infantil, muy
particular de Edith Nesbitt, y sobre todo, un relato de los años
cuarenta poblado de hombres lobo, mujeres fatales, satanismo de
opereta y espías nazis. Desde luego no es lo que nadie imaginaría
como material propio de narrativa juvenil, pero sí resulta
divertido, inesperado y demuestra que, salvo el tener en común la
aparición de algúna criatura fantástica, ninguno de los relatos
tiene que seguir ninguna norma concreta ni está limitado por lo que
se pueda esperar en gustos y tendencias contemporáneas.
Tampoco
puede faltar una mención al trabajo de edición, dado que el libro
cuenta con una ilustración previa a cada relato. Nada revelador,
sino que se trata de un pequeño grabado que acompaña al título y
sirve de indicio acerca de lo que va a aparecer. Y que convierten al
libro, en conjunto, en una pieza muy cuidada y ciertamente
nostálgica: es muy probable que una parte de los lectores que se
acerquen a él peinen canas, y en ese caso, ¿cuanto tiempo hace que
no hemos tenido en las manos un libro con dibujos?
Las
criaturas fantásticas que se encuentran en este Museo de Historia
Antinatural forman una antología juvenil que ha conseguido salirse
de los cánones: no solo se atreven a recopilar textos que van desde
1920 hasta el 2015, a saltarse muchos tópicos establecidos, e
incluso a ser una lectura para todos los públicos. Aunque, en este
caso, lo de “todos los públicos” se refiere a los más mayores
que van a disfrutar con ella.
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