jueves, 28 de diciembre de 2017

El día de los muertos (1985). El cierre de la trilogía…al menos, lo fue entonces


Vamos a terminar el año con zombies. Pero no con Walking Dead, ni con Z Nation, ni con esas cosas modernas, sino con los de toda la vida, los de Romero y su trilogía (o cuadrilogía, o variología de cuyas dos últimas no quiero acordarme) de los muertos vivientes, quien por desgracia le tocó ser uno de los obituarios de este año. Porque aunque hace años hubiera visto sus películas más veces de las que recuerdo, con el tiempo y la ficción que fue apareciendo posteriormente, fueron quedando en el olvido…Al menos, hasta que se anunció un remake de El día de los muertos con una pinta más que aceptable, y que seguramente acabaré viendo en cuanto esté disponible.


Pero El día de los muertos original, al menos en el 85, fue la última entrega, hasta casi dos décadas después, de los zombies concebidos por George Romero. Al igual que las dos anteriores, no había nexo de unión con la historia que se narraba, sino era por el escenario: los muertos han resucitado y un grupo de supervivientes, en este caso, militares, científicos y un escaso personal civil, intenta cumplir con su deber en lo que parecen ser varios meses después de lo sucedido en La noche de los muertos vivientes: las comunicaciones con los centros urbanos se han perdido, no parecen quedar supervivientes en el exterior y una cuadrilla de soldados bastante triste se desespera mientras los científicos, con unos métodos irrisorios, intentan conseguir algo. Que lo mismo es una cura para el virus, o lo que sea que anima a los zombies, o un sistema para domesticar a los cadáveres ambulantes. Medidas tan irrisorias que solo consiguen desesperar todavía más a los distintos grupos que conviven rodeados de muertos vivientes y por los que se teme desde el primer momento que no van a terminar bien.




En conjunto, la película parece tener todavía menos medios que las anteriores, o quizá, no saberlos explotar bien: si previamente se las arreglaban bastante bien con entornos cerrados como una casa, o un centro comercial, aquí la base militar (pese a usar localizaciones reales) tiene, al igual que los personajes que la habitan, un aire muy de atrezzo, donde entre los pasillos interminables, y las habitaciones llenas hasta arriba de cajas dan la impresión de haberse encerrado a rodar en unos almacenes. Los exteriores aparecen en muy contadas ocasiones, aunque al menos esto sirve para aprovechar el escenario cerrado a la hora de mostrar un número de zombies que para un público acostumbrado a Walking Dead resulte escaso e incluso un tanto cutre, pero detrás de los maquillajes se encuentra Tom Savini, todo un artesano en los efectos especiales y que, cuando salía su nombre en los créditos de una película fantástica, se sabía que estos iban a ser buenos. No de los más caros y vistosos, pero auténticos. Algo que también sucede aquí: los zombies que salen pueden resultar un tanto de serie B, limitándose en su mayoría a una buena capa de pintura azul, a que los extras trajeran lo que tenían por casa, y que echaran los brazos hacia delante haciendo un poco de ruido, pero no se corta ni un pelo a la hora de ofrecer tripas y casquería.

 
 
Pasen, vean y conozcan a Joe Pilato, el Bruce Campbell low cost


El término “Serie B”, también es adecuado para el reparto: ninguna cara conocida, en la mayor parte del metraje cumple, y en una parte importante, grita mucho. Salvo los principales, el resto se limita a cumplir unos estándares de malvado consistentes en frases ofensivas, amenazar a los civiles con las armas e irse poniendo en fila para ser aniquilados por los zombies. Algo similar con los científicos, que ni ellos mismos tienen muy claro que hacen ahí: no hay precisamente una trama sobre el origen de los muertos vivientes o una cura para la situación, más allá de una explicación muy similar, pero también inferior, a la que se da en Zombie. En cierto modo, la idea de poder mostrar un zombie con ciertas habilidades conscientes era algo que le hacía bastante gracia a Romero, que desarrolló lo que pudo en esta entrega y que expandió después en La tierra de los muertos.

 


Por comparación con las anteriores, y viéndola de forma estricta, El día de los muertos sería en cuanto a medios una entrega un tanto floja. No tanto, si se tiene en cuenta el estilo de toda la serie y tanto las limitaciones presupuestarias, resueltas con mucho ingenio, como las ideas sobre crítica social a las que Romero le fue dando más peso en cada secuela, pero que en ningún caso supusieron un lastre para una saga que ante todo, es un básico tanto en el género de terror como en el de los zombies.

 

 

martes, 12 de diciembre de 2017

Sabela


Cuando se convive con un gato hay determinadas cosas que acaban por asumirse. Algunas son un tanto irritantes, quizá más para las visitas que para los que convivimos con ellas. Los pelitos en la ropa como una parte más del vestuario, el someter cualquier pieza de comida a vigilancia continua (y aún así puede desaparecer del plato en el momento menos pensado)  o que un ser vivo de una envergadura tan relativa sea capaz de ocupar el máximo espacio posible en cualquier sofá. En su mayoría son cosas que hacen que la vida junto a ellos sea un poco mejor: una compañía, no incondicional, sino en los términos que ellos deciden. Cierta empatía, muy curiosa, que utilizan en esas mismas condiciones. Quizá sepan cuando su humano está contento o triste, pero lo percibirán, y actuarán en consecuencia, cuando ellos decidan.

Pero también está la parte mala.
 
A menudo nos olvidamos de lo que decían nuestros mayores: en este mundo no se queda nadie. Un periodo que resulta dolorosamente breve en el caso de un animal, y más cuando se trata de un gato tan joven como Sabela.
 
 
Sabela tenía un poco más de cuatro años, unos bonitos ojos verdes, que acompañaban siempre a su expresión de permanente desconcierto, un tanto cándida y un carácter donde cualquier atisbo de agresividad resultaba imposible. También tuvo desde siempre un aspecto un tanto más frágil, casi escuálido comparado con su hermana adoptiva, más robusta, y nunca fue capaz de desprenderse de esa delgadez propia de un gato callejero. Una complexión ahora quizá pudiera explicarse poco después de comprobar como una prueba de inmunodeficiencia daba resultado positivo y ver cómo una anemia se la llevaba en poco menos de una semana.
 
 
 
Nos quedan, a Narnia y a mí, cuatro años. Cuatro, desde que apareció famélica, una tarde lluviosa de marzo, se hizo un hueco en casa junto a Dalek primero, y junto a Narnia después, y que desde entonces dedicó a vivir como merecería todo gato. Dormir, pelearse con sus hermanas, acordarse de plantarse frente al ordenador o los libros cuando su humana hacía algo importante, pensar que la comida que estaba en un plato parecía más suculenta que las croquetas en su cuenco y hacer más feliz su breve paso por mi vida.

jueves, 7 de diciembre de 2017

Feliz día de tu muerte (2017). Esto es como el día de la marmota pero en la universidad...


Es bastante raro que me decida a ver una película con asesinos. Bueno, las de Pesadilla en Elm Street las vi todas pero ya tenían el componente sobrenatural (y el carisma cada vez más de estrella del rock de Freddy Krueger), aunque por el motivo de la falta de interés en este género se quedaron fuera otras tan famosas como la saga Scream e incluso el Halloween original de John Carpenter (esto último debería ser motivo para ser lapidada con adoquines de Zaragoza). No habría un motivo claro por el que irse al cine a ver exclusivamente un estreno de ese tipo, de no ser por dos motivos: que La liga de la justicia se quedaba fuera del día del espectador por ser de Warner, y las entradas siguen siendo caras. Y que la alternativa había sido producida por Blumhouse, responsable de Insidious y The Purge. Bueno, y de tropocientas entregas de Paranormal Activity. Al menos en el peor de los casos los 4,50 euros no sería como para echarse las manos a la cabeza..



Feliz día de tu muerte presenta en principio el catálogo completo de todo slasher de adolescentes: una víctima sin empatía que más que ser asesinada, parece recibir su merecido, un asesino con una máscara llamativa, personajes muy estereotipados y un campus poblado con un reparto que en lugar de segundo de carrera, debería estar ya en un posgrado o haciendo sus primeras entrevistas de trabajo. Al igual que su comienzo, con el asesinato de una joven que no podía ser peor persona y más desagradable con su entorno. La diferencia es que esta víctima inicial es en realidad la protagonista de la historia: despertándose cada vez que es asesinada, se da cuenta que el día de su cumpleaños, cuando suceden los hechos, seguirá repitiéndose hasta que logre evitar su propia muerte. El día, revivido cada vez con los recuerdos anteriores, puede servirle para encontrar las pistas necesarias sobre su asesinato. Pero cada intento supone conservar las lesiones que causaron su muerte, por lo que tal vez no cuente con tantas posibilidades como creía en un principio.



En conjunto, el guión y la realización es bastante tópico, aunque tratándose de un subgénero tan marcado por arquetipos y escenarios, es difícil innovar. En este caso, han optado por hacer muy evidentes sus influencias: los slashers y la premisa de Atrapado en el tiempo. Todo, con mucho sentido del humor, y siendo muy conscientes de que, ya que no iban a mostrar nada original, al menos hacerlo con el suficiente desparpajo como para que la historia fuera entretenida.



Al menos, la idea funciona: a unos personajes tan estereotipados como su protagonista, compañeras de hermandad y ambiente en el campus solo es posible seguirlos cuando se los caracteriza de una forma abiertamente humorística. No es posible tomarse muy en serio a secundarios como animadoras desagradables, universitarios fiesteros y muchos otros que parecen sacados de una serie B de los ochenta, si no es para contrastar con el carácter de la protagonista. Con cada nueva repetición, esta no solo evoluciona como personaje, sino que se van revelando detalles de su carácter que sirven para explicar su forma de ser actual. En el fondo, acaba convirtiéndose hacia el final en el único personaje real que parece moverse en un decorado.


Las referencias a la película de Bill Murray se usan de forma muy directa. Tanto, que en un momento dado uno de los personajes comenta la similitud entre lo que sucede y lo que se vio en El día de la marmota. Aunque también acaba siendo lo que le otorga su gracia al guión en vez de ser una de asesinos más: si en su mayoría recuerda al primer guión por cómo su protagonista se va humanizando, y utilizando lo aprendido en su provecho, también en determinados momentos decide tomarse su situación muy poco en serio y hacer cosas que no haría en circunstancias normales: pasearse desnuda por el campus porque tiene las horas contadas, acabar peleándose con su compañera de fraternidad al seguir una pista falsa o morir en un accidente absurdo en lugar de ser asesinada le aportan un punto bastante fresco a un desarrollo que, aunque en su parte central parece cogerle el punto a esta trama sobre bucles y oportunidades, acaba resultando un poco forzado a la hora de buscar nuevos giros. Cuando parece que todo ha terminado, la historia vuelve al punto de partida por algún motivo concreto, bien por el giro final, o porque el guión intenta jugar un poco con la paciencia del público.



No hay mucho que decir de la realización, siendo más que correcta y muy pensada para el tipo de espectador que va a ver la película: es luminosa, tirando a moderna, y también muy deudora de lo que se lleva y lo que no en este momento. Tanto, que parece que dentro de unos años el verla resultará tan curioso y tan “de su época” como puede resultar ver hoy a Courtney Cox en Scream o a Jennifer Love Hewitt en Sé lo que hicisteis el último verano.

Feliz día de tu muerte no es una película original, ni memorable. Sus influencias están muy claras, pero al menos no las esconde pretendiendo ser original y en sus puntos más bajos hace pensar un poco que lo mejor del metraje fue ver el trailer de Insidious 4 antes de empezar. En los mejores, en cambio, es divertida, con un punto irónico de no tomarse demasiado en serio lo que está contando, y que al final consigue hacer pensar “ah, pues fue más divertida de lo que esperaba”.

jueves, 30 de noviembre de 2017

El juego de la sospecha (1985). El asesino fue el mayordomo. En el salón. Con un martillo. O el coronel Mostaza...


Si los videojuegos han tenido una carrera regular en el mundo de las adaptaciones cinematográficas, la presencia en este medio de otras formas de ocio ha sido practicamente inexistente. No por falta de trasfondo porque muchos seguimos pensando que, bien ejecutado. El juego de Dragones y Mazmorras hubiera dado una película más que decente, y si ya entonces el resultado fue bastante desastroso, es difícil imaginar que hubiera habido algún intento previo. Un medio como los juegos de mesa, entonces un poco más simples que las virguerías que se pueden adquirir hoy (y unas cuantas tardes jugando a Zombicide lo certifican), parecía una inspiración un poco rara para rodar una película...Pero a veces lo inesperado sucede, y lo mejor de todo, es que funciona.



Clue, El juego de la sospecha tal y como se estrenó en España, es la adaptación oficial al juego del mismo nombre, que aquí conocimos como Cluedo y que no había unas navidades que apareciera en los anuncios de televisión. La mecánica de este consistía en averiguar quien había cometido un asesinato, en qué parte del tablero, que representaba las distintas habitaciones de una mansión, y con qué arma. Que en este caso, deben descubrir un grupo de desconocidos, invitados a esa misma mansión, y que por razones de seguridad deben dirigirse entre sí por sus apodos: y así el Coronel Mostaza, el doctor Ciruela, o la señorita White, entre otros, no tendrán más remedio que descubrir, antes de que llegue la policía, quien ha asesinado a su anfitrión, pero también a la cocinera, la doncella y a dos pobres viandante que tuvieron la mala fortuna de llamar a la puerta en esa noche oscura y tormentosa, como escribiría Lytton.






Con una mecánica de juego tan simple y pensado para divertirse, la mejor forma de adaptarlo era conservar esas dos características: el planteamiento detectivesco y los elementos reconocibles del original se suman a un guión que mantiene en todo momento el tono de parodia del género policiaco, y a menudo, el de comedia gestual y simple. A veces, con algún que otro gag basado en dobles sentidos, y en otros, con un estilo muy para todos los públicos. Lo que le sienta perfectamente a una trama que también es muy deudora de la simpleza de muchas novelas de misterio clásicas. La estética también recuerda a esos años, aunque quizá la ambientación en la década de los cincuenta sirve para incluir algún giro sorpresa, y donde se aprovecha lo reducido de los escenarios para explayarse un poco en estos y en los vestuarios de los personajes: una mansión propia de cualquier escenario de terror (me pregunto si este decorado habrá salido en otras películas), unos trajes que no desentonarían en una película de época y un reparto que no duda en exagerar los clichés de los que se componen sus personajes.



Este punto también es una sorpresa teniendo en cuenta una producción donde alguien esperaría lo justito, y como mucho, algún actor en horas bajas. Aquí son todo lo contrario, y también lo que la convierte en una película muy válida: con un elenco entre los que se cuentan Christopher Lloyd y Tim Curry, tomándose muy en serio su trabajo, cuentan con momentos de comedia gestual realmente buenos y especialmente, con una secuencia final donde el peso recae practicamente sobre este último.


Puede decirse que el guión se queda en algo muy simple, a medio camino entre la parodia, la comedia sencilla y el no pretender otra cosa que resultar divertida, pero es más que suficiente para hacer pasar un buen rato, y sobre todo, para adaptar todo lo necesario de un medio muy distinto: si la película está basada en un juego de mesa, todo lo que en el aparece está presente: las piezas de la partida, convertidas ahora en un atrezzo puntual, los nombres de cada personaje, los distintos escenarios y la manera de descubrir a un culpable tan aleatoria como podría serlo el propio juego. E incluso, una de las bases de este, que era el plantear diversas hipótesis sobre el crimen en cuestión. En 1985 conceptos como interactivo, o finales alternativos estaban tan lejos como..bueno, como suelen estarlo ahora en el cine, porque la idea nunca termina de cuajar. Pero en este caso lo solucionan de una forma tan sencilla como el ofrecer distintos finales alternativos una vez presentado el primero. Parece bastante tonto, pero es un detalle bastante divertido y no hace si no añadir una nota de gracia, tirando la casa por la ventana y ofreciendo los dos o tres desenlaces más descabellados.



El juego de la sospecha es hoy poco menos que una curiosidad: se filmó, quedó medio olvidada si no es cuando la emiten en algún canal especializado en cine, y a pesar de ello, es una auténtica sorpresa descubrirla: al menos por una vez demuestra que con un poco de ingenio y ganas, es posible que una obra derivada de una franquicia resulte algo original y disfrutable. Y que con eso mismo, es posible trasladar cualquier idea al medio cinematográfico...Aunque, bueno, quizá no todo. Acabo de ver el trailer de una película protagonizada por emoticones y no tengo muy claro si la flamenca del Whatsapp va a ser un personaje interesante.

jueves, 16 de noviembre de 2017

Lecturas de la semana: el horror en lo cotidiano


Aunque en los últimos años me hice más aficionada a la novela que a los relatos (¿Y si la antología es floja? ¿y si algunos se me hacen cortos? ¿Y si el cuento más extenso no me gusta?), hay excepciones. Las recopilaciones de Valdemar son siempre un acierto en cuanto a calidad y casi siempre en cuanto a su contenido. Y en el caso de algunos autores, el cuento corto es la mejor forma de acercarse a ellos. Bien por conocer un poco su estilo, bien por ser los libros que están disponibles en ese momento, o porque el escritor en cuestión se haya especializado en este género.


 
Parecerá una tontería, pero esta ha sido de las portadas que más me ha gustado en lo que va de año

Lisa Tuttle. Nido de pesadillas. Tuttle cuenta con un libro, llamado Refugio del viento, escrito junto a George R. R. Martin (de quien fue pareja, y aquí termina el inciso Sálvame), y durante los ochenta en España se la pudo conocer gracias a su aparición en alguna que otra antología de Martinez Roca. Precisamente, esta es una recopilación de varios relatos que escribió en esa década.

Todos ellos se caracterizan por la presencia de lo femenino, las relaciones personales y familiares, y a menudo del deterioro de estas. Pero también de la presencia de lo sobrenatural, que se manifiesta de forma inexplicable.

El horror descrito por Tuttle puede ocultarse en una casa ruinosa, en unas ruinas británicas o con la presencia de un sanguinario dios azteca. Pero también en lo cotidiano: la enfermedad, la pérdida, los matrimonios rotos o memorias fragmentadas de la infancia sirven para crear atmósferas enfermizas, a menudo mucho peores que aquellas páginas donde existe un monstruo en el sentido literal de la palabra.

Los cuentos de la recopilación son muy breves, pero suficientes para describir en unas pocas páginas unos personajes que sorprenden por la profundidad de su caracterización en pocos párrafos. Y en los que en muchos casos, hay un golpe final, que quizá sean un recurso típico de la narrativa fantástica en los ochenta, pero que que sin duda funcionan: Nido de bichos, el primer relato, pude leerlo hace unos quince años en un tomo de la colección Horror de Martinez Roca. A la segunda página me dí cuenta que recordaba perfectamente su contenido.



Mariana Enriquez. Los peligros de fumar en la cama. Aunque cuenta con una novela y varios textos anteriores, esta es su primera recopilación de relatos. Que, comparada con Las cosas que perdimos en el fuego no resulte tan redonda, pero sí iba aproximándose a la temática de esta: en estos, lo sobrenatural aparece de una manera tan anodina que provoca dudas, sin saber si es real o solo la narración de un protagonista alucinado. Otras, se emplea como única explicación posible a lo que los protagonistas comienzan a sufrir. Pero el mayor peso en el libro lo tiene el horror como algo real. El descenso a la locura relatada por un personaje, el desarrollo, lento hasta la angustia, de un pensamiento suicida o una descripción meticulosa de una relación enfermiza que, parafraseando al refrán sobre los accidentes de tráfico, son desagradables, pero el lector continúa leyendo aturdido.


Para Mariana Enriquez, como escritora, es un lugar horrible. O más bien, uno donde no hay un sitio seguro en el que esconderse de lo que provoca miedo a nivel cotidiano. La autora puede describir, con total sencillez y al mismo tiempo, detalle, lo peor que puede encontrarse en cualquier barrio, sin que esto se limite a su Argentina natal. Si en cierto modo la descripción de distintas cuadras en Buenos Aires, de una posada alejada de la ciudad porteña hacía que su visión pudera resultar algo más lejana para sus lectores, en más de una ocasión acaba llevando el horror a un entorno más cercano. No solo empleando escenarios más reducidos como un domicilio o una casa, sino llegando a dar el salto y ofreciendo uno de los retratos más siniestros que podrían darse de la ciudad de Barcelona. Y que leído hoy, resulta inquietantemente acertado: un cuento escrito en 2009 habla de inmuebles ruinosos ofrecidos en alquiler como viviendas, y pintadas anti turistas. Leerlo en 2017, el año de la turismofobia y del imperio de Airbnb hace que este resulte una visión bastante clarividente de lo que podía llegar. O hacer pensar que todo puede ir a peor.

jueves, 9 de noviembre de 2017

Thor: Ragnarok (2017). The inmigrant song, luces de neón y lo que hacen los asgardianos cuando no posan de héroes


Thor ha sido la saga más floja en comparación al resto de las producciones de Marvel. Iron Man se salvaba gracias al carisma que Robert Downey Jr daba a Tony Stark, haciendo que sus películas giraran en torno a su personaje y el público olvidara el resto. El dios del trueno, en cambio, adolecía de una primera película que se tomaba demasiado en serio, una secuela que parecía un blockbuster de manual y unos personajes desaprovechados en su mayoría: Natalie Portman figuraba poco menos que de florero, y dudo que nadie eche de menos a Kat Dennings. Pero era también un personaje en concreto el que salvaba cada entrega, siendo el Loki de Tom Hiddleston lo más memorable que pudo aportar, además de todo un villano de opereta para Los Vengadores. Nunca quedaba muy claro qué hacer con Asgard , pero el universo Marvel tenía que seguir adelante y para la última entrega del Dios del Trueno decidieron tirar la casa por la ventana. A nivel visual y a la hora de arriesgarse y ofrecer algo muy distinto a lo anterior.  


En Ragnarok Thor no podía estar más lejos de la tierra. Tanto, que incluso a los personajes de las entregas anteriores son despachados con una mención muy breve, y siguen adelante con una propuesta distinta: este comienza evitando el Ragnarok con una batalla que resulta de todo menos épica, para regresar a Asgard encontrando de nuevo a su hermano y descubrir que el reinado de Odín era muy distinto a lo que había creido siempre: el padre de los dioses, exiliado en la Tierra, se muere, y su desaparición servirá para que Hela, la diosa de la muerte, entre en escena. Una enemiga capaz de despojar a Thor de sus poderes y exiliarlo, como se vio en su primera aparición, salvo que por azar y a un lugar muy distinto: un planeta en el confín del universo, donde encontrará a aliados tan dispares como el mismo Hulk, huido de la tierra, una valkiria e incluso su propio hermano.




El cambio de esta secuela respecto a las anteriores ha sido total e inesperado. Si en la primera se le dotaba de personalidad, un tanto grandilocuente, a través de Kenneth Branagh, algunas opiniones han definido esta como más cercana al estilo de Guardianes de la galaxia. La comparación se queda unicamente en mencionar la franquicia de Marvel que va más a su aire, porque en realidad el referente más directo viene dado por su director: Taika Waititi, quien estuvo detrás de Lo que hacemos en las sombras, y que vuelve a demostrar su buen hacer a la hora de quitarle dramatismo a unas criaturas sobrenaturales (vampiros, en el primer caso, el héroe de Asgard en este) dotándolos de humanidad. O más bien, de la patosidad y sentido del humor de un humano corriente. Los héroes tropiezan, se caen, a menudo sus posturas heroicas no salen bien y se ponen serios cuando es necesario. Este cambio de tono sirve también para reflejar la evolución de Thor, quien es muy distinto al héroe de la mitología nórdica de su primera aparición: menos dramático, con más ironía y al que se le nota su paso por Los Vengadores. Un cambio que también se hace patente en Loki, quien sigue manteniendo sus características principales pero dotado de una mayor ironía y ya completamente alejado del villano que hizo su aparición en Los vengadores. Si la aparición de Hiddleston sigue siendo una de las más celebradas, por suerte la película no se apoya integramente en la presencia de un personaje que se ha convertido en el favorito de los fans. Y, aunque en su momento se habló de filmar una película protagonizada por este, ya no es necesario: Ragnarok es tan suya como de su protagonista principal.


El tono de comedia, en su mayor parte, le sienta bien. Consigue mantener, que es difícil, un equilibrio entre esa visión desmitificadora de los héroes con las escenas de acción y las partes dramáticas. Durante la mayor parte del tiempo funciona, y hace que su primera parte, ambientada durante el exilio del protagonista, haga funcionar un estilo visual muy recargado, deudor de los ochenta y completamente opuesto a los tonos dorados y la pompa con la que se presentaba Asgard. Incluso es capaz de incluir esa comicidad en uno de los momentos claves, sin que desentone. Aunque en algunos momentos, el recurso se hace excesivo y parece que los protagonistas se caen de maduros en los momentos más inadecuados, solo porque da risa.



La estética es también muy distinta, y mucho más libre que las vistas hasta ahora. Guardianes de la Galaxia era muy space opera y Doctor Extraño tenía ya su punto de psicodelia, pero en este caso alcanza unos niveles de locura mayor: no faltan los colores chillones, unos escenarios cuya decoración bebe directamente de los peores excesos de los ochenta y una banda sonora muy inspirada en esa década, donde no faltan los sintetizadores pero tampoco el rock clásico, donde The Inmigrant Song, de Led Zeppelin, acaba por convertirse en la melodía oficial de la película.

La mayoría de decisiones tomadas en Ragnarok son arriesgadas: una estética tan marcada se aleja mucho del estilo más pensado para atraer el público en masa que emplea Marvel, y es muy probable que se convierta en esas que, o se aman, o se odian (en mi caso, lo primero. Y soy devota de los gatos, pero ¡Fenrir era amenazador y abrazable a partes iguales!). Otras, van más a lo seguro: Hela se queda un poco en la villana de la secuela, sin llegar a la falta de carisma de Malekith en En el mundo oscuro. Aparece de la nada, siembra el caos, y es la antagonista a vencer. Pero su presencia es poco menos que una excusa para un guión muy distinto: el de la evolución definitiva de Thor, de Loki, convertido en un personaje más burlón y menos malvado, y quizá, el de ofrecer un cierre más divertido a la historia de Asgard.


jueves, 2 de noviembre de 2017

Channel Zero: No End House (2017). Cuidado con los caníbales


La propuesta de Channel Zero fue cuando menos, un experimento curioso, pero muy bien pensado: crear una serie antológica a partir de distintos creepypastas. Esto garantizaba en principio una serie de terror muy efectiva, gracias al factor shock de ese tipo de narración, y los escasos medios que harían falta para desarrollar unos escenarios que podrían encontrarse en cualquier sitio. La primera temporada tuvo un resultado un tanto inesperado, al menos, comparado con lo que el público contaba ver: Candle Cove no era una miniserie sobre el misterioso programa infantil que ensombrecía la memoria de determinados adultos, sino una muy distinta sobre niños siniestros en la que el creepypasta en cuestión era poco menos que un señuelo. La realización también era muy distinta a lo que el público se había acostumbrado, con unos exteriores y colores poco saturados que hacían recordar a las producciones de televisión de hace veinte años, y sobre todo, unas interpretaciones un tanto acartonadas de las que no quedaba muy claro el motivo.

Las promos de Channel Zero: El American Horror Story de Hacendado

La propuesta, en cambio, funcionó, y el siguiente año se adaptó por las mismas fechas, pero de una forma más libre, The No End House. En este caso, los rumores de una casa donde, si se superaba una serie de habitaciones con encuentros cada vez más terroríficos, se conseguía un premio pero a costa de la cordura de quien se adentre en ella. De nuevo, en lugar de un narrador indefinido, aparecen Margot, una joven que todavía no ha superado el duelo por la muerte de su padre, y sus dos amigos. Tras recibir un extraño vídeo, el grupo decide acudir a la atracción que este anuncia: una casa del terror que cada Halloween, aparece en distintos lugares y de la que se dice que es una de las experiencias más aterradoras que pueden vivir. Lo que comienza con una serie de salas en las que estos, acompañados por un hombre que parece haber estado en la casa otras veces y un joven que hace buenas migas con Margo, contemplan situaciones demasiado cercanas a ellos como para ser una atracción de Halloween corriente, termina con una atropellada salida de la casa. Salvo que la salida es a un lugar muy distinto, donde estos se encuentran con todo lo que deseaban o habían perdido. Y que muy pronto les hará recordar la advertencia que había al comienzo de su viaje: cuidado con los caníbales.





Sin ser una versión literal del creepypasta original, esta temporada opta por una solución bastante más satisfactoria: la casa sin fin es el punto de partida. Uno, en este caso, muy libre y a partir del cual el guión desarrolla lo que pasaría después de lo que narra la historia previa. Si lo que se busca es un material más cercado a su fuente de inspiración, esta decisión ha sido una mejora. La trama principal no parece una historia distinta pegada con celofán a la de la casa, sino un poco una secuela o un guión donde se desarrolla algo distinto a partir de un bosquejo. Y por suerte, las interpretaciones esta vez resultan menos estáticas. Sin ser una maravilla, porque la serie tampoco lo necesita, pero no resultan acartonadas y se acercan más al formato al que el público está acostumbrado. Algo necesario cuando el guión incide mucho en temas dramáticos como la memoria, la culpabilidad o el miedo.



Posiblemente, uno de los aspectos por los que Channel Zero funciona (y en vista de esta temporada, espero que siga funcionando), es porque a nivel presupuestario parece una serie de lo más apañadita: con cuatro escenarios corrientes y un poco de gelatina de atrezzo se saca una historia. No hay efectos especiales, y los que hay, tiran un tanto a pobres...y esto, hasta acaba teniendo gracia. La mayor parte de los decorados son muy simples, con unos exteriores muy despoblados, y sin más horror, como tal, que lo que van contando o sintiendo sus protagonistas. La simpleza que mantienen en todo momento,y que parece convertirse en una característica principal de la antología, es todo un acierto: no pretende impresionar ni llamar la atención, sino contar una historia de terror.



Una cosa está clara: esto no es American Horror Story. Y como tal, no va a haber dramas extraños ni humor negro, ni rarezas. Sino, simple y llanamente, una historia de terror. Una que mantiene cierto aire de serie B y se agradece, sin tener pretensiones de crear un formato revolucionario ni que se hable de ella, salvo por los fans del género fantástico, que quedarán bastante satisfechos. Pero también tiene los defectos de todo creepypasta: aunque se base en ellos libremente, están muy presentes las incoherencias de estos, los momentos alargados innecesariamente e incluso situaciones poco cuidadas, donde personajes que parecían principales acaban desapareciendo sin que al resto le importe mucho, o donde el ritmo de la narración falla estrepitosamente al crear episodios de relleno consistentes en persecuciones. Algo bastante imperdonable en una miniserie con seis entregas.

La primera temproada de Channel Zero fue poner una idea a prueba, que podía gustar o no. La segunda, la idea se pule más y aprovecha bien el formato de antología: cada año es una historia distinta, tan breve como la que se podría leer en la pantalla del ordenador y en la que por suerte, en esta entrega, y pese a sus defectos, ha quedado bien. Y esperemos, que con la puerta abierta hacia una nueva temporada el año que viene.

jueves, 26 de octubre de 2017

Lecturas de la semana. Vecinos inquietantes y familias disfuncionales




Han pasado casi dos meses desde que escribí sobre más de un libro seguido. Por suerte, no es que mi velocidad de lectura se haya reducido, sino que los más recientes han sido algo más voluminosos de los que contaba. Salvo estos dos, claro. Porque parece que, salvo excepciones (de las que, por ejemplo, Mark Z. Danielewski es todo un especialista) lo extraño en la literatura funciona mucho mejor en un número de páginas escaso.



Roland Topor. El quimérico inquilino. Resumiendo: un tipo alquila un piso en París, no sin dificultades. El apartamento es feo, los vecinos y el administrador poco menos que le hacen mobbing y la fianza que tiene que pagar por él es astronómica. Lo que se parece sospechosamente a cualquier búsqueda de piso en una capital en el 2017 se va volviendo más extraño cuando Trelkovsky descubre que la anterior inquilina no ha fallecido tras intentar suicidarse, sino que aún se encuentra hospitalizada. Y que el temor a volverse una molestia para sus vecinos se convierte en una forma de vida enfermiza, no cocinando, empleando en lavabo o no bajando la basura ante el temor de que alguno de ellos pueda presentar una queja por ruido. Pero sobre todo, que la persona que habitó el apartamento va convirtiéndose en una constante en su vida, o más bien, sus hábitos y personalidad, que este intuye a través de los efectos personales que permanecen en el inmueble.

La novela se caracteriza por un humor muy negro, a ratos absurdo, y a ratos un tanto escatológico, y sobre todo, por un estilo un tanto surrealista en el que lo estrafalario, en su vertiente más oscura, va teniendo cada vez mayor presencia. Todo, sin que técnicamente, llegue a pasar nada: la historia se limita a seguir un poco el día a día de su protagonista en su nuevo apartamento, presentando cómo este va adquiriendo distintos hábitos y rasgos que enrarecen la atmósfera del libro, sin que, en cierto modo, llegue a quedar claro la veracidad de la narración o si esta es fruto de la paranoia. En todo caso, el humor negro acaba convirtiéndose en la única salida posible en el desenlace, y en cierto modo, en la manera de procesar los hechos que conducen a este.



Bruno Schulz. La calle de los cocodrilos. En las pocas entrevistas que da Thomas Ligotti, Schulz es un autor que menciona a menudo. No le había hecho mucho caso a este hecho, porque en todo caso, sus influencias resultan un poco difíciles de seguir. Gracias a La mano del extranjero descubrí que existía una traducción de sus relatos (además de una película) y que no era tan inaccesible como temía. Y fue una frase concreta la que me animó para empezar, al menos, uno de sus libros de relatos: “era un tiempo vomitado…un tiempo de segunda mano”. La vida de Schulz podría haber sido objeto de una adaptación cinematográfica. Escritor y pintor polaco, fue asesinado durante la segunda guerra mundial por un agente de la Gestapo, por algo tan mezquino como una rivalidad con el oficial que lo protegía. Se le conocería posteriormente como el Kafka polaco, aunque perfectamente podría ser el Schulz checo, y unos años después, tener al Schulz de Detroit.

La calle de los cocodrilos es una recopilación de relatos, inconexos en cuanto a situación y tiempo en un principio, pero ligados por un elemento común: la familia del narrador en distintos momentos. Pueden ser el comienzo del otoño, la enfermedad del padre o las aficiones de este, un personaje sereno pero estrafalario, permanentemente enfrentado a la asistenta de la familia como si se trataran de fuerzas opuestas y a través del cual, en muchos casos, lo extraño aparece de forma imprevista. En el entorno descrito por Schulz los personajes conviven con la colonia de pájaros exóticos mantenida por su padre, con la secta filosófica desarrollada por este o visitar un sanatorio donde sus internos han muerto y su presencia se debe únicamente a que el tiempo se ha detenido. Pero también un barrio comercial donde una tienda se transforma en un establecimiento menos respetable, sus empleados en algo distinto, y todo ello con la misma manera extraña del autor: una narración fluida, muy lírica (algunos párrafos parecen poemas en prosa) donde lo ajeno y lo imposible hace su aparición de una forma tan sencilla como la de haber sido encadenado a una narración más tradicional.

jueves, 19 de octubre de 2017

It (2017). Desconfía de los payasos en los días de lluvia


2017 ha sido un buen año para Stephen King. En un espacio de tiempo tan breve, ha conseguido ver adaptados a cine y televisión varios de sus libros. Y aunque La Torre Oscura no fuera el éxito de crítico y público que esperaban (aunque a mí me gustó horrores) y la nueva serie de la Niebla acabara siendo cancelada (se lo merecía por prometernos criaturas de otra dimensión y darnos el cambiazo por un telefilme), quedaba todavía la más difícil de sus obras y la que podría considerarse la joya de la corona de todo lo estrenado.



It, pese a lo controvertido de su contenido, donde el horror cósmico se mezclaba con el más crudo y cotidiano, consiguió ver en 1990 una versión en miniserie más que digna, donde en parte por los medios, y en parte por las normas televisivas, muchos aspectos se quedaban fuera. Pero que a pesar de esto, consiguió ser una de las producciones de terror más memorables de la década, en parte gracias a la presencia de Tim Curry como Pennywise, el payaso cuya apariencia ocultaba una criatura que cada 27 años se llevaba a varios niños de Derry, una pequeña ciudad que ya sin la presencia de un ser así era un lugar de lo menos recomendable: llena de violencia oculta, secretos y silencio, es un grupo de chiquillos al margen, por distintos motivos, de la sociedad infantil, quienes tras la desaparición del hermano de uno de ellos, son conscientes de su presencia y deciden enfrentarse a ella. Y si la idea de enfrentarse con doce años a un ser prehumano parece difícil, lo es más cuando este es capaz de convertirse en todo lo que ellos temen.




Esta nueva versión no se trata de un remake, sino de otra versión de la obra de King, y aunque el contenido será similar, la forma de enfocarlo es muy distinta. Especialmente porque el presupuesto y el carácter del público ha cambiado, por lo que la película tiene muchos factores a su favor. En cambio, era difícil olvidar algo tan simple como la capacidad con la que Tim Curry podía infundir temor sin apenas efectos especiales, y sin más caracterización que un traje de payaso tirando a simple, como el que podría verse en cualquier fiesta infantil. El nuevo Pennywise toma un aspecto muy distinto, remitiendo a los payasos del siglo XIX con un traje y un aspecto de arlequín mucho más detallado, pero también mucho más ajado y de colores más opacos. Y en el que el encargado de darle vida, Bill Skarsgard, opta por interpretarlo de forma que su presencia sea una amenaza mucho más abierta, y donde ya en sus primeras apariciones su actitud transmite una mayor sensación de demencia y de ocultar lo que es verdaderamente.


 
En persona vs. foto de Tinder (atención: chiste mainstream)

Si bien el libro estaba ambientado a caballo entre finales de los cincuenta y finales de los ochenta, el guión da un salto para narrar unicamente la primera parte, centrándose en unos protagonistas infantiles hace treinta años: un salto de generación pensado, del mismo modo, para el público adulto que reconozca los escenarios de la película como parte de su infancia. Y aunque los ochenta que presenta están muy bien reflejados, estos carecen de la nostalgia con la que se pudo potenciar Stranger Things. O al menos, no demasiado: siempre conserva cierto punto donde se explota un poco la imagen de infancia idílica que hace pensar en esos años, como los paseos en bici, la impresión de las vacaciones que duran siempre o unas canciones que suenan en los momentos acertados. En cambio, procuran mantener ante todo la época en la que viven los protagonistas, con todos los aspectos negativos y neutrales que conllevaban: las comunicaciones limitadas, o el que todo lo que puedan descubrir los protagonistas se encuentre mediante bibliotecas.



Dentro de los matices más oscuros que se muestran, es la propia ciudad de los personajes: ciertas situaciones que ya en el libro eran muy controvertidas, y algunas que dudo mucho que se lleguen a ver nunca en pantalla, pero que aquí se trasladan con mucha sutileza: en la ciudad de Derry se entreven habitantes mucho peores que Pennywise, y si bien no se regodean en ella, un lugar marcado por la violencia, el secretismo, y donde cualquiera puede ser un psicópata, resulta más inquietante.



Por este motivo el desarrollo del guión se convierte en una mezcla de elementos sobrenaturales y horror real, de modo que en algunos momentos la película es una sucesión de sustos y escenas costumbristas. Un estilo que se hace un poco repetitivo,en el que el montaje hace que estas se alternen de una forma que parece puesta en orden. Pero que por separado son muy efectivas: al guión se le suman unos actores principales muy competentes pese a su edad (y uno de ellos reconocible por Stranger Things), mientras que las escenas macabras se desarrollan con un imaginario muy cuidado y donde detallan al milímetro lo grotesco de los miedos de los miedos de los protagonistas y lo que oculta verdaderamente el personaje de Pennywise.

Aunque esta versión de It se limite a rodar la primera parte de la historia, sin hacer referencia a su continuación treinta años después, la idea no ha sido mala: por un lado, han creado una historia independiente, aunque haga un poco que el resto de la narración pueda verse un poco como una secuela y no como un todo. Por otro, se aseguraban al menos poder cerrar esa primera parte en caso de no poder continuarse. Que, vistos los resultados esta vez, no va a ser el caso.




jueves, 12 de octubre de 2017

Piratas del Caribe: La maldición de Salazar (2017). Recordaremos esta película como la película con la que nos despedimos de Jack Sparrow


Con Piratas del Caribe me pasa algo parecido que con Harry Potter: no soy fan acérrima de la serie pero he acabado viendo todas sus entregas. En elcaso de la franquicia de Disney, tiene más delito, porque en cierto modo, cada una me desilusionó un poco: el trailer de la primera prometía para mi asombro una historia con piratas zombie. En realidad se trataba de una película de aventuras, muy inocua y para toda la familia, llena hasta la bandera de secuencias acrobáticas (no en vano la inspiración original era una atracción de Disneylandia). La segunda, tras el cliffhanger final, presentaba algo más tentador: piratas y profundos...Además de confirmar que todo mejora con piratas, el efecto fue similar a la anterior. El cierre de la trilogía, una vez aceptado que la saga nunca iba a ser lo que yo quería, me pareció más aceptable. Pero ya a partir de la primera entrega quedaba clara una cosa: que el capitán Jack Sparrow, un pirata un tanto ridículo, pero carismático y un genio oculto tras su aparente patosidad, se había convertido en la estrella. Algo que intentaron aprovechar en una cuarta secuela, ajena a la trama de la original, donde terminaba por quedar clara otra muy distinta: que Jack Sparrow brillaba más cuando se retiraba al papel de secundario o coprotagonista en lugar de ser el principal.



La maldición de Salazar decide regresar un poco a los orígenes, retomando la historia de la Piratas del Caribe original, aunque con un salto temporal importante: han pasado 20 años desde que Will Turner se convirtiera en el capitán del Holandés Errante, y ahora su hijo busca la manera de liberarlo mediante el tridente de Poseidon, un objeto legendario capaz de romper todas las maldiciones del mar. Porque el Holandés solo es una de tantas: el barco del capitán Salazar también vaga por el océano matando a las tripulaciones de los navíos que se cruzan en su camino, conservando a un solo superviviente al que encomienda el contar los hechos. Porque, como dice el título original en inglés, los muertos no cuentan historias. Henry Turner es uno de los desafortunados que se ha cruzado con él, y ahora ambos buscan a Jack Sparrow: el primero, para vengarse del pirata que lo derrotó, y el segundo, por ser el único capaz de ayudarlo a localizar el Tridente. Bueno, y también hay una astrónoma, a la que todo el Caribe se ha empeñado en condenarla por brujería. Y el capitán Barbossa, porque la serie no estaría completa sin el principal rival de Sparrow.



Aunque con cada entrega el personaje de Johnny Depp fuera cobrando más protagonismo, en esta deciden dar un poco un paso atrás y, volviendo a la trama inicial, este se convierte más en un punto alrededor del que pivotan el resto del reparto. Una buena decisión porque aunque este fuera el mayor acierto de la serie, se debía un poco a que en el fondo, estos resultaban un tanto sosos en comparación con lo que ofrecía Depp, Geoffrey Rush e incluso la pareja de piratas que durante las entregas anteriores se encargó de los momentos más cómicos. En este caso, han vuelto a caer en el mismo error, Henry y Carina son unos héroes que se limitan a cumplir su obligación de tirar del resto de piratas y que en el caso de la última, se convierte un poco en el añadido obligatorio para toda superproducción. Al igual, por desgracia, que el capitán Salazar: estamos viendo Piratas del Caribe, y es necesaria que haya un antagonista sobrenatural presente. Sean zombies, hombres molusco o fantasmas marinos.



La el desarrollo de Jack Sparrow en este caso ha sido uno de los más interesantes: cada vez más caricaturesco, el pirata que hace su aparición parece haber tocado fondo y ser un hecho conocido por todos: la pérdida de confianza de su tripulación, la reducción gradual de la recompensa que se ofrece por su captura, una actitud cada vez más grotesca, donde no se escatiman chistes sobre (falta de) higiene, y sobre todo, una caracterización final como alcohólico que resulta muy curiosa teniendo en cuenta las horas bajas en las que se encontraba el actor durante el rodaje. El contraste entre el declive del personaje con el momento en el que se ganó el respeto de su tripulación, y su posterior redención acaba convirtiéndose en una parte importante de la historia que, en cierto modo, adquirió popularidad gracias a él.



En comparación con las tres primeras, el tono de la película también parece más calmado: las acrobacias y las secuencias de acción imposible siguen siendo una parte importante, y a la que le dedican un buen rato en los primeros minutos, para irse volviendo un tanto más pausada y menos cómica, más acorde con unos antagonistas y unos escenarios más oscuros. Tan oscuros, en algunos casos, que parece que hacen fundido a negro, porque el contraste entre los fantasmas de Salazar y las batallas marinas frente a los planos de islas tropicales y mares en calma es mucho mayor que en las anteriores.


Sin quedar demasiado claro si habrá un Piratas del Caribe 6, La venganza de Salazar supone un cierre bastante adecuado a una historia que iban desarrollando más bien como justificación a unos efectos especiales de los que procuraban hacer la mayor gala posible. Y que, una vez superado el “mira todo lo que podemos hacer” que tuvo lugar en los primeros años del 2,000, acabó tomando un poco más de forma e interés. No tanto por el carisma de sus protagonistas sino por el que entonces desbordaba el Capitán Jack Sparrow

jueves, 5 de octubre de 2017

Verónica (2017). Ocultismo, Vallecas y Héroes del Silencio


En 2007 Paco Plaza la cartelera con una película donde mezclaba de forma muy hábil el rodaje con cámara en mano, los infectados y hasta las posesiones diabólicas. Aún con entregas un poco irregulares, esta dio para una franquicia bastante divertida. Es curioso que justo diez años después vuelva a presentar una producción de terror recurriendo a temas que en general, no se emplean demasiado en España. Si en Rec optó por los zombies (perdón, infectados) y la filmación desde el punto de vista de sus protagonistas, el guión de Verónica está basado en algo que nos parece habitual en cada entrega de Expediente Warren, pero no tanto en el género fantástico local como sería el contar con un guión inspirado en hechos reales.



Verónica es el nombre de la joven protagonista, y autora de una llamada que la policía de Vallecas recibió una noche de 1992, registrando en sus informes el que sería el único caso de poltergeist del que hay constancia oficial. Pero eso es solo una parte de la historia, porque esta comienza unos pocos dias antes: cuando Veronica, una joven de quince años, huérfana y un tanto abrumada por su papel como cuidadora de sus tres hermanos, decide celebrar una sesión de ouija junto a dos amigas para intentar contactar con su padre. Esta termina con un enorme susto y una espantada por parte de dos de ellas, mientras que para la protagonista comenzarán una serie de terrores nocturnos que irán volviéndose más reales: golpes en la oscuridad, una sombra que deambula por su casa y la sospecha de que, lo que hubiera contactado mediante el tablero, volverá a por ella y sus hermanos.



La impresión que produce una vez terminada la película es que esta ha sido un acierto pleno: con una hora y media escasa, resume perfectamente lo que acontece en menos de tres días, dándole en cambio a cada momento una sensación de lentitud muy acertado teniendo en cuenta las situación de su protagonista: además de tratarse de una adolescente, para quienes una hora de clase o un fin de semana parecen mucho más largos que a un adulto, es alguien que se encuentra aterrorizada y cada momento de tensión dura una eternidad.



La ambientación no es otra que la época en la que los sucesos que la inspiran tuvieron lugar, pero también ha sido uno de los elementos más atractivos: son, simplemente los noventa. Pero los de verdad, no los de la nostalgia, donde aparecen las cosa que el público recuerda, las que ya ha olvidado y las que preferiría olvidar. El barrio donde tiene lugar la historia, donde los yonkis campan a sus anchas, los bares donde los parroquianos comentan el futbol a gritos o donde Cajón desastre era el programa infantil estrella los sábados se presenta como algo real, y habitual no hace mucho. Y donde el interés de la protagonista por el ocultismo viene gracias a los fascículos de los kioskos y no a internet, y donde precisamente por su desconocimiento, tiene lugar uno de los momentos de mayor humor negro de la película. Sin decir nada más, todo surge precisamente a partir de un detalle tan simple como el que esta ignore lo que es un mantra.


 
Una de las cosas que más miedo dan después de los espectros: las monjas

El tratamiento de la trama sobrenatural está muy vinculado a los personajes, y especialmente, a cómo se suele analizar los fenómenos poltergeist en la parapsicología, como son la aparición de la ouija y sobre todo, un personaje central en la adolescencia y sometido a mucha presión. Una sorpresa, pero de las buenas, es el conjunto de los secundarios que la rodean: bien caracterizados, y en ningún momento juegan a volverlos insufribles para polarizar la situación. Los hermanos menores de la protagonista son muchas veces irritantes, a veces graciosos, pero niños a fin de cuentas (bueno, una casa con tres críos armando jaleo es casi la pesadilla de cualquier hijo único) y el espectador acaba sintiendo el mismo temor por ellos que el que puede tener el personaje principal . Las interpretaciones de estos, era de esperar, están muy lejos del arquetipo de niño irritante o repollo que acabó vendiendo la televisión durante varios años. Y Sandra Escacena en el papel protagonista puede estar muy satisfecha con su debut, porque salvo algún momento en el que parece estar un poco perdida en una escena de suspense, lleva el peso de la película con éxito.



Queda lo más importante en una cinta de terror: los sustos. Sustos, tensión o suspense, si queda más fino. Y más adecuado al tono de la historia: pese a no eludir la parte sobrenatural, contando con un par de apariciones fantasmales, esta es mucho menos exagerada, y más gradual, que lo que podría aparecer en un Expediente Warren o Insidious: juegan un poco con la ambigüedad, no quedando a veces claro donde termina la pesadilla y donde empieza lo real, y en todo momento se limitan a mantener la tensión, en sugerir más que mostrar hasta el desenlace, donde todo se hace más evidente y violento para los personajes, y sin ceder al truco sobresaltar subiendo el volumen para asegurarse que funcionen.



Aunque se estrenase en una fecha tan poco propia para el terror como es agosto, y con una competencia posterior tan dura, en calidad y medios como es It, Veronica ha sido todo un acierto y seguramente una de las mejores películas de terror que se han podido ver este año. No sé si Paco Plaza quiso repetir el éxito de Rec, pero ha acertado de pleno.

jueves, 28 de septiembre de 2017

The Vault (2017) ¡Esto es un atraco (embrujado)!


Que cualquier lugar puede ser susceptible de estar embrujado es algo que se ha visto en la ficción desde hace mucho. Es más, hoy hasta el lugar más insospechado es susceptible de ser escenario para una historia sobrenatural, y las mansiones y rectorías han dado paso a hoteles, hospitales, algún que otro barco y hasta comisarías. Pero si hay un sitio que ya le impone respeto al público, después de la delegación de Hacienda, es un banco. Un lugar donde lo habitual es ser escenario de películas de acción y algún que otro drama era, al menos, un punto de partida interesante para ofrecer una historia donde se mezclaran un poco estos géneros.



The Vault comienza con una llamada telefónica donde un empleado de banca avisa a la policía sobre el atraco que está teniendo lugar. Algo que en principio adelanta acontecimientos, ya que la historia comienza un poco antes, con un grupo de personas dispares se encuentran en la sucursal bancaria: por un lado, los empleados que asisten atónitos a una escena típica de cualquier película cuando un grupo de ladrones irrumpen en el local. Por otro, los organizadores del plan, tres hermanos que se han visto obligados a recurrir al golpe para pagar ciertas deudas. O por aquello de darle algo de trasfondo a los protagonistas, porque poco más se sabe del tema. El robo no sale como esperaban, obteniendo un botín más bien escaso y el grupo no tiene otra opción que intentar abrir la cámara acorazada que se encuentra en el sótano y así poder justificar un plan que no ha salido como esperaban. Pero con la policía a punto de llegar, las sospechas empiezan a surgir entre ellos, y no son las que podían esperarse en un escenario así: además de desconocer quien pudo haber dado la voz de alarma, los empleados aseguran que algo sucede en el sótano, y que ninguno bajaría allí ni por todo el dinero que permanece guardado en la cámara.





La idea de mezclar en el mismo metraje una trama sobre atracos y una sobrenatural es de lo más curiosa, y cuando menos, da para una historia entretenida y que se sale de lo común. Pero también resulta fallida: la impresión que da es que ambas han sido pegadas como podían, y que es solo a base de diálogos como consiguen que coincidan: si los primeros minutos responden al milímetro a un guión sobre robos, los intentos de ir introduciendo lo fantástico resultan muy forzados. Ya resulta un poco chocante que alguien en una entrevista de trabajo empiece a hablar de lo poco que duran sus empleados porque les da miedo el sitio, pero es más chocante que uno de los rehenes le asegure a los atracadores que en el banco sucede algo paranormal ¿Que la cámara acorazada da miedito? Como si un tipo con un fusil de asalto apuntando hacia uno no lo diera...



La parte fantástica tampoco queda clara: si en un principio querían quedarse con el aspecto más tradicional de los fantasmas, estos acaban teniendo unas apariciones en las que no queda claro si se trata de espectros, resucitados, o algún tipo de zombies, y donde, por si acaso, se empeñan en hacerlos aparecer un poco porque sí, a modo de sopresa final. Y si al principio esto iba funcionando (si el espectador pone bastante de su parte, eso sí), los tramos finales estropean lo poco que habían conseguido en la primera parte. Los personajes, salvo el trío protagonista, son víctimas de esta aproximación tan tópica: dos de ellos se limitan a estar ahí un poco para hacer fondo y ser protagonistas de unas muertes un poco grotescas, y los otros tres actores hacen lo que pueden con unas pinceladas tan simples para sus personajes: que si no les quedaba más remedio, que si son delincuentes con un código de honor, que si hay que pagar deudas..Algo que más que servir de algo en el guión, parece pensado para darles unas guías de actuacíón. Que por suerte les funcionan: los tres al menos desempeñan su interpretación con bastante soltura, y dentro de lo simple de sus personajes, resultan medianamente creíbles. Al igual que James Franco, aunque en su caso es un poco extraño que aparezca en la cabeza del cartel cuando su personaje sale tan poco que casi parece que solo fue por ahí a recoger unas llaves.



The Vault resulta una película un tanto fallida, No es una de atracos, tampoco una de fantasmas al uso, y aunque salen ambos, no terminan de tener claro qué quieren hacer con ambas tramas. En cambio, no llega a ser un desastre absoluto: intenta, aunque no lo consigue, ofrecer una historia un poco distinta. No se pasa de ambiciosa, trabajando muy bien con los cuatro escenarios limitados de los que disponen, e incluso cuentan con un par de momentos (como lo que hay en el interior de la cámara o que el vestuario de uno de los personajes revele bastante sobre su pasado) más brillantes que el resto del conjunto. Las hay mejores, pero también mucho peores, y al menos, este atraco no es una mala opción para una tarde de domingo.