El vampiro de Bram Stoker es uno de esos personajes que ha tenido una encarnación cinematográfica casi para cada generación. Desde su nacimiento en 1.897 ha aparecido como el cadavérico conde Orlok, con el atuendo para ópera de Bela Lugosi, con el mismo aspecto heredado por Christopher Lee y llevado por este hasta la saciedad, y aquellos, olvidados injustamente en comparación con los grandes vampiros, más unos cuantos que hay que esforzarse en olvidar. Una lista en las que los noventa también tuvo su representación y que, guste o no por la reinterpretación, se trata hasta la fecha del último conde recordado como tal en la pantalla grande.
Estrenado como Drácula de Bram Stoker, y recordado como Drácula de Francis Ford Coppola, se presenta como una versión fiel al libro, aquella colección de diarios y cartas donde la llegada del abogado Jonathan Harker a un destartalado castillo en Transilvania, propiedad del conde Drácula, supone la entrada en Londres, el entonces corazón del Imperio Británico, de un vampiro que no solo pretende convertir las calles de la ciudad en su territorio de caza, sino también es una amenaza directa para los seres queridos de Harker: Lucy Westenra es una de sus primeras víctimas, pero Mina, su esposa, puede ser la siguiente de muchas. Al menos, lo habría sido según Stoker. Porque este conde, en realidad el propio Vlad Dracul, ha reconocido en Mina a la reencarnación de su esposa muerta hace ya cuatro siglos, con quien una criatura no muerta y ávida de sangre se reencuentra en Londres, sucediendo lo que parecía imposible en un vampiro: enamorarse.
Aunque previamente se había tanteado la figura de Drácula como personaje, más que seductor, romántico, es en esta película donde el tema se trata abiertamente. La pretensión inicial fuera ofrecer una versión fiel del libro de Stoker, pero esta se envuelve en un trasfondo en el que se recurre al Drácula histórico, a partir del cual se desarrolla una trama sobre el amor perdido y encontrado a través de los siglos y la visión del monstruo como una criatura trágica. Algo, en realidad, muy alejado del texto original donde el vampiro es concebido como un depredador, implacable e irredimible. Una vez más, no se trata de Dracula sino de una interpretación de Drácula, más centrada en la estética gótica y la romantización del monstruo.
El reparto elegido tampoco parece el más acertado en su mayor parte, y la interpretación dada por este, tampoco ha sido la mejor: a Keanu Reeves todavía le faltaban tres John Wicks y una aparición en Cyberpunk para encontrar un nicho adecuado, y su Jonathan Harker es uno de los más sosos que podían aparecer, aún siendo un personaje de por si bastante aguado. El grupo de discípulos de Van Helsing, Holmwood, Morris y Seward parecen caricaturas, y el Van Helsing de Antony Hopkins se presenta como un personaje con un humor un tanto grotesco que, más que humanizar al personaje, resulta fuera de lugar. Los más recordados acabaran siendo Winona Ryder, quien una vez pasada la primera parte realmente tiene un papel interesante que interpretar, y sobre todo, el Drácula de Gary Oldman a quien caracterizan tanto como el anciano descrito inicialmente por Stoker, como en varias formas monstruosas, como al vampiro enamorado que se ve en una gran parte del metraje. Y con el que, al menos, se ofrece una visión de Drácula distinta a las previas, quizá una propia, a medio camino entre el personaje histórico en el que se basa y el monstruo que los efectos especiales modernos pueden ofrecer, en el que se encuentran referencias a Murnau pero también aspectos nuevos, como el vampiro fascinado ante la proyección de un cinematógrafo
.
A Dracula de Bram Stoker, de Gary Oldlman, de Coppola…al Drácula de los noventa, se le ama o se le odia. La película, con una realización más que artística, artificiosa en su mayoría, acaba polarizando al público casi tanto como su visión del no muerto en busca de su amada perdida hace siglos y una de sus frases más conocidas, "he cruzado océanos de tiempo…" podrá recordarse como una de las más románticas o una de las mayores ñoñerías. Dos formas de ver una película que, pese a sus irregularidades, ha acabado por convertirse en una de las grandes adaptaciones del vampiro.
2 comentarios:
Tienes razón: este "Drácula" está pensado para amarlo u odiarlo. Y yo soy de los que lo odian... y mi odio creo que va a atravesar también los océanos del tiempo. En primer lugar, detesto el carácter de "operación cultural" con que se cubre, dirigido sobre todo a aquellos a quienes, como bien dices, el terror no les parece "serio" y no se leerán ni locos la novela original. El título ya es una estafa: el guion traiciona directamente a Stoker al convertir a su Señor del Mal en un dandi romanticón que es malo porque perdió a su amada (!!!!!!!). A Stoker esto ni se le pasó por la cabeza: por cierto, que tampoco es original, que ya a nuestro inefable Paul Naschy se le había ocurrido inventar un Drácula enamorado en "El gran amor del conde Drácula", veinte años atrás, por no hablar del Drácula de Frank Langella, este sí magnífico, que parece ser que Hart y Coppola ni se habían visto (Coppola es un tipo serio: ni aguanta el terror ni los superhéroes, como ahora "exabrupta"). Ahora bien, es cierto que uno se imagina fácilmente a Mina pensando seriamente en una vida de aburrimiento al lado de Keanu Reeves... y se comprende que se prefiera hasta al hombre lobo.
¿Qué más decir? Tú ya indicas varios de los peores defectos: el personaje de Sadie Frost, inenarrable en una chica de la época; el empeño en hacer que el espectador esté más pendiente del nuevo fundido que de la secuencia que acaba en él; el insufrible Van Helsing que compone Anthony Hopkins, seguro que porque Coppola le dejó que hiciera lo que le diera la gana (a partir de este personaje se acabó mi "romance" con el Hopkins de esos primeros años 90, y desde entonces no le he vuelto a encontrar ninguna interpretación suya que no me resultara artificial... ni creo que su carrera remontara)...
Ah, y sí, el guion mete el mayor número posible de escenas del libro, atropellándose entre sí incluso (el concepto de elipsis o de relleno innecesario es claro que a James V. Hart se le escapó en el taller de guion donde aprendió a escribir), para así justificar lo de ser la versión más fiel al libro.
En fin, ¿se nota que odio esta película jajaja???
Lo peor del Dracula de Coppola es, además de la pretensión de cine "serio", el intentar venderla como la versión más fiel a Bram Stoker al tiempo que se inventan una trama romántica para el conde que en el libro, además de ser inexistente, es todo lo contrario a lo que el vampiro representa.
Vista hoy, resulta muy irregular, y creo que por comparación, Entrevista con el vampiro ha envejecido mucho mejor, pese a algunos fallos. Esta oscila entre elementos muy polarizados, que se aman o se odian sin más, y otras situaciones que hacen que sea difícil ver a Coppola y al guión que trabaja como el director respetable que se empeña en presentarse en estos tiempos de entretenimientos banales: la idea de caracterizar a dos damas de 1898 son un 99% de risitas y gemidos...(Penny Dreadful, muerete de envidia ante el guión de Hart y los vestuarios de Eiko Ishioka)
Y no te preocupes, creo que todos tenemos nuestro clásico odiado por ahí...Aunque me he fijado que al menos en la última década, con la generalización de todo tipo de medios de distribución y acceso a otras alternativas, es más facil poder huir de estas corrientes de "esta película es lo mejor". Entre otras cosas, porque en un par de meses será sustituida por otra.
Publicar un comentario