jueves, 16 de abril de 2020

Lecturas de la semana. “Lo que hice en mis vacaciones”



Si hay algo que estos días ha dado tiempo de hacer es leer. Como hacía a menudo, seguido...bueno, en realidad igual que ahora, pero con la diferencia de haber reunido libros o antologías lo bastante breves como para poder terminar algunos en menos de una semana, o que estos sean tan dispares entre ellos como para poder pasar del terror a la fantasía de espada y brujería de un momento a otro.



Michael Moorcock. El caballero de las espadas. Primera entrega de una de las trilogías de Corum, que más adelante sería también un avatar del Campeón Eterno (el héroe creado por Moorcock en distintos planos de su multiverso y que vendría a ser distintas facetas de los héroes de sus sagas). Y, en este caso, un reverso del primero que conocí del autor, Elric: al igual que este, Corum es el último de los Vandhagh, una estirpe de seres longevos y un poco decadentes en los que termina toda similitud con los melniboneses. Mientras estos eran el paradigmo del sadismo y del arquetipo de raza decadente, los personajes de El caballero de las espadas son unas gentes pacíficas, centradas en las artes y un tanto indiferentes a las civilizaciones humanas que empiezan a asentarse en el mundo. Esta actitud pacífica supone también su perdición y el comienzo de la saga: aniquilados por una de estas tribus, Corum, ahora mutilado, busca venganza, pero también salvar a la mujer que ama de un semidios del caos que ha decidido servirse de él como peón en su juego. Y si este giro de narración parece un poco abrupto así escrito, en realidad lo es, porque uno de los rasgos de Moorcock a la hora de escribir fantasía solía estar definida por una caracterización de personajes bastante nula, que aparecían a menudo al servicio de la trama. Que, lo mismo pasaba de una venganza por el exterminio de una raza que a una historia romántica surgida con un personaje aparecido hace dos páginas. Pero también, por una imaginación desbordante y un buen ritmo, cuando estaba inspirado, a la hora de narrar aventuras y describir entornos fantásticos. Gran parte de sus textos son fallo o acierto, sin muchas posibilidades en medio, y estos venían dados por una completa falta de límites a la hora de describir ambientes en una trama que, en el fondo, no difiere mucho de las bases de Orfeo o las gestas de caballería: el héroe debe superar una serie de pruebas para recuperar a su amada. Aunque estas implican un extraño viaje a través del mar, naves voladoras, enemigos y aliados que desaparecen tan rápido como desaparecen y un descenso a los infiernos como solo sabe describirlo Michael Moorcock.



Richard Matheson. Pesadilla a 20.000 pies y otros relatos. Debo avisar previamente que, salvo algún relato suelto, no había leído nada de Matheson. Pero las cuarentenas dan para mucho, sea para poder llenar huecos lectores (como terminar por fin Drácula) o para que dos gatas domésticas empiecen a mirarte como si fueras una especie de huesped que ha sobrepasado los límites de duración de toda visita. En este caso, dedicarle tiempo a un autor que, entre referencias a episodios de Twilight Zone, gags de los Simpson y reconocimiento de escritores consagrados, se le debe una parte muy importante de la cultura popular de los últimos sesenta años.
Pesadilla a 20,000 pies da título al primero de los relatos, uno de sobra conocido como es la presencia de una criatura, ocupada en destrozar las piezas de un avión en pleno vuelo, percibida por un solo pasajero quien es consciente de su presencia y lo que esta supone. Una imagen tan popular como otros relatos que pueden aparecer en la recopilación, pero que también muestra los elementos comunes en varios de ellos: la irrupción de lo irreal, a veces absurdo, otras aterrador, y siempre inexplicable, en un entorno cotidiano, el efecto de esta situación en los personajes, hasta ahora, gente de a pie que se ve frente a lo extraño, y como este acaba siendo percibido por el entorno: ¿Pudo ese hombre haber salvado el vuelo durante la tormenta, o era un loco que pretendía suicidarse? ¿La casa de ese profesor realmente estaba intentando matarlo, o solo había sido víctima de su fracaso como escritor?
En gran parte de estos cuentos siempre queda esta duda. También en su mayoría, vienen marcados por un giro final, o más bien, por una frase que cierra la historia con un golpe de efecto que sería imitada en muchos formatos con posterioridad (incluso en algunos tan lejanos en estilo y tiempo como los creepypastas) y que, por su carácter pionero en la época, los convierten en algo inolvidable para los lectores. Dada la brevedad de los cuentos escogidos, la presencia de esos giros es algo habitual, pero también sirve para poder apreciar de una forma rápida el estilo del autor de Soy Leyenda, y que sería adaptado en muchas ocasiones a cine y televisión: muy rapido, al menos en el formato de cuento corto, con muy pocas florituras y recurriendo a menudo a la narración en tiempo presente, como si fuera un guión, y novedoso en medio de un género que todavía se debatía entre los últimos coletazos del pulp. Algunos de ellos pueden considerarse hoy cultura popular, otros siguen sorprendiendo, y seguramente, durante los años cincuenta, estos habrían asombrado a muchos y escandalizado a más de uno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario