Hace muchos años la difunta Factoría de Ideas publicó una colección, dentro de su sello editorial, destinada al terror. Con mayor o menor fortuna (creo que lo último, porque las traducciones eran particularmente infames), sacó al mercado unos cuantos títulos, algunos de autores un tanto mediocres, otros ya clásicos, y otros, desconocidos. Fue cosa suya la edición de una antología que recogía gran parte de los cuentos del autor publicados hasta entonces, mutilada y depurada de relatos hasta la vergüenza, de La fábrica de pesadillas de Thomas Ligotti. No voy a echar pestes de esa edición que todavía conservo y me sirvió para conocer al autor, pero tendrían que pasar muchos años para que volviera aparecer en España, de la mano de Valdemar, con una presentación como este merecía, pero en un orden de publicación un tanto extraño: en orden cronológico inverso, de modo que Canciones de un soñador muerto, su primera antología y la que contaba con más relatos publicados posteriormente en La fábrica de pesadillas, ha sido la última en aparecer. Vamos, que técnicamente hemos estado viendo su evolución estilística al revés…y empezando con las piezas recargadas, complejas, y con una profunda carga filosófica de Grimscribe, terminamos con sus primeros cuentos, varios de ellos encargos para antologías temáticas, otros piezas propias, pero en general, mucho más asequibles que los textos posteriores.
Dividido en distintos bloques, categorizándolos como sueños para sonámbulos, insomnes y muertos, cuyo criterio de distribución parece seguir criterios estilísticos o capricho del autor, estos sí parecen seguir una progresión donde en cada uno de ellos se abandona el mundo de lo real. La colección se abre con El retozo, el que podría parecer su texto más común pero que, comparado con el resto, puede considerarse como una puerta a un mundo muy extraño: la apacible velada familiar del psiquiatra a cargo del pabellón de dementes de una cárcel es una forma muy cauta de adentrarse en un mundo de narradores en primera persona obsesivos, no muy seguros de la realidad, y de escenarios urbanos ruinosos (el autor viene de Detroit, una ciudad que parece encontrarse en un permanente estado de desahucio desde algún momento posterior a los 70 y la actualidad. A veces me pregunto si todavía existe o se ha esfumado como los cines y escaparates de sus cuentos). De víctimas de creaciones literarias y de hechizos desarrollados por mujeres fatales muy poco interesadas en el romance. De aproximaciones a Lovecraft, aún de forma muy libre, y vueltas de tuerca a lo que Poe perfiló en La verdad sobre el caso de Valdemar. E incluso de una visión muy poco épica del mundo de la espada y brujería, que, aunque el propio Ligotti admitiría en una entrevista haberlo llevado a cabo por dinero, ni los trabajos mercenarios son un terreno libre de pesadillas.
Es a partir de los dos últimos bloques cuando, pese a los trabajos "de encargo" para antologías diversas, como es el caso de Mascarada de una espada muerta y El ojo del lince, su temática se vuelve más hacia lo abstracto y a una mayor preocupación por el estilo. Los sueños, la existencia y la consciencia concebidos como una tortura comienzan a ser descritos con un estilo incluso más lento y recargado.
La edición española se cierra con una colección, todavía más breve, dedicada a una serie de estampas a la literatura de terror clásica, en algunos casos como capítulos no contados dentro de los experimentos del Doctor Moureau o Jeckyll, o como epílogo a lo sucedido a Viktor Frankenstein y Larry Talbot. Como no podía ser de otra forma, este termina dedicando una pieza a las últimas horas en la tierra de H. P. Lovecraft, a quien rinde homenaje como el autor que determinó en gran medida su carrera como escritor.
Pese a la evolución a lo largo de los años, las colecciones de Ligotti se caracterizan por ser muy cortas. No en número de relatos, sino en el contenido de estos. Y al igual que las pesadillas, las Canciones de un soñador muerto pueden ser aterradoras, impactantes, a veces absurdas o consideradas cómicamente surrealistas, pero, al igual que estas, sorprendentemente breves, imposibles de mantener por más tiempo. Quizá también es el motivo por el que terminar la colección con La agónica resurrección de Victor Frankenstein haya sido la decisión más acertada para un texto demasiado breve para ser publicado de forma independiente.
(Como nota al pie, es probable que muchos se hayan fijado en la ilustración de portada elegida por Valdemar. No sé si estarán pensando lo mismo que yo pero me limitaré a decir que sí, eso parece lo que parece)
2 comentarios:
Me compré este libro tan pronto como salí, porque llevaba tiempo esperándolo, desde que supe que la edición de La Factorías de las Ideas era más bien floja (de hecho, creo que fuiste tú misma la que me diste la información). Sin embargo, todavía no he abierto sus páginas. En parte, porque cuando lo compré estaba con otras lecturas que me fueron llevando a otros libros, y en parte porque recuerdo el profundo agotamiento que me provocó la lectura consecutiva de sus otros libros (y el ensayo), de tal modo que tengo claro que no debo leerlo por completismo, sino porque, de nuevo, los fatales caminos del azar me "obliguen" a entrar en él.
El orden de edición que han decidido en Valdemar es muy curioso precisamente porque su primera recopilación es la que menos agotamiento provoca, y después de piezas tan densas como Grimscribe o Noctuario, esta resulta un paseo. Bueno, uno macabro y por unos escenarios ruinosos, pero al quedar todavía muy lejos su aproximación a la filosofía, es mucho más narrativo y más asequible.
Es cierto que Ligotti es un autor al que se lee en el momento adecuado y no por completarlo. Aunque ahora, con todo lo que ha sido editado en España, su producción está más completa de lo que podría hbaerlo estado incluso con una versión completa de La fábrica de pesadillas.
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