.
Lo
reconozco: la primera vez que oí hablar de La llorona fue en un
capítulo del Chavo del Ocho. Lo que mencionaban sobre ella era
suficiente para hacerse una idea, más o menos aproximada, de una
figura cuyas versiones y orígenes eran tan variables como la
historia de la chica de la curva. Después llegó internet y fue
posible conocer, de forma más concreta, esa figura que
sorprendentemente no había tenido presencia en el cine mayoritario.
Al menos, hasta que se decidió que su primera aparición en este
campo tuviera lugar como parte del universo de Expediente Warren. No
era una mala idea, en principio, el recurrir a una leyenda en lugar
de dedicarle un largometraje a cada bicho que se cruzara
tangencialmente con Ed y Lorraine.
Estos
no tienen ninguna aparición junto a La Llorona, una criatura
sobrenatural que amenaza la vida de los niños en la comunidad latina
de Los Ángeles durante los setenta. Una asistente social observa
como una pareja de hermanos a su cargo aparecen ahogados. Pese a que
las sospechas recaen sobre la madre de estos y sobre su historial de
alcoholismo, la verdad es muy distinta: ella no intentaba sino
protegerlos, y ahora que La Llorona se los ha llevado, la maldición
se transmite hacia los hijos de la asistente.
En
principio, poca relación tiene el guion con el resto de elementos y
lugares comunes a los Warren: la referencia más cercana es la
aparición del sacerdote al que se pudo ver en la primera entrega de
Annabelle, y que en este caso, también sirve como enlace para
presentar a un investigadora paranormal muy distinto: un santero, con
un carácter bastante parsimonioso y un punto un tanto ácido que lo
convierte en uno de los elementos más aprovechados de la película.
Y, según vaya la cosa, quizá en un personaje recurrente para
entregas posteriores.
El
segundo es el marco temporal de la historia: la década de los
setenta parece haber sido elegida únicamente por la cercanía con la
de los protagonistas de la saga principal. Pero de ser así, este lo
ha sido muy bien empleado: la estética resulta intemporal, el único
indicio de que la historia tienen lugar en el pasado es la ausencia
de tecnología como algo habitual (bueno, además de la ingente
cantidad de pantalones de campana y el mobiliario hortera) y que sea
más sencilla la transmisión oral de la leyenda que sirve de
trasfondo. El escenario, de esta forma, produce la impresión que la
historia podría tener lugar en cualquier momento. El tono gris en la
mayor parte del metraje, amenazando lluvia o tormentas, también es
muy distinto al que se esperaba de la localización.
Pese
a contar con un escenario y una premisa interesante, como película
de terror entra dentro de lo fallido. Se queda en un desarrollo
rutinario, amparándose únicamente en los sustos a base de
apariciones inesperadas y los bocinazos que profiere la Llorona una
vez que atrapa a sus víctimas. Una vez presentada, su modus operandi
suele ser aparecer quieta en una esquina, subir el volumen de la
banda sonora y acompañar un movimiento repentino con un grito digno
de una banshee. El sistema, más propio de un screamer de los que se
enviaban como broma, pilla por sorpresa a la primera, levanta
inquietud a la segunda y deja indiferente a la tercera, cuando el
público sospecha que en un momento aparecerá un fantasmón con
intención de dejarlo sordo. Solo la última media hora resulta
un poco más interesante, cuando la llorona toma un carácter más
corpóreo y persistente, aunque el desenlace y puntos débiles de
este consisten en el uso de una parafernalia muy de serie B y que
recuerda un poco al ocultismo setentero.
La
Llorona, en conjunto se queda en una entrega más de los spin offs de
los Warren: mucho susto, un guión en función de un monstruo y
no al contrario. Al menos, este resulta más interesante (y con más
movilidad) que los de ese muñeco que va ya por su cuarta entrega.
No hay comentarios:
Publicar un comentario