jueves, 16 de mayo de 2019

La Llorona (2019). Mitología popular y un fantasma escandaloso

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Lo reconozco: la primera vez que oí hablar de La llorona fue en un capítulo del Chavo del Ocho. Lo que mencionaban sobre ella era suficiente para hacerse una idea, más o menos aproximada, de una figura cuyas versiones y orígenes eran tan variables como la historia de la chica de la curva. Después llegó internet y fue posible conocer, de forma más concreta, esa figura que sorprendentemente no había tenido presencia en el cine mayoritario. Al menos, hasta que se decidió que su primera aparición en este campo tuviera lugar como parte del universo de Expediente Warren. No era una mala idea, en principio, el recurrir a una leyenda en lugar de dedicarle un largometraje a cada bicho que se cruzara tangencialmente  con Ed y Lorraine.

Estos no tienen ninguna aparición junto a La Llorona, una criatura sobrenatural que amenaza la vida de los niños en la comunidad latina de Los Ángeles durante los setenta. Una asistente social observa como una pareja de hermanos a su cargo aparecen ahogados. Pese a que las sospechas recaen sobre la madre de estos y sobre su historial de alcoholismo, la verdad es muy distinta: ella no intentaba sino protegerlos, y ahora que La Llorona se los ha llevado, la maldición se transmite hacia los hijos de la asistente.



En principio, poca relación tiene el guion con el resto de elementos y lugares comunes a los Warren: la referencia más cercana es la aparición del sacerdote al que se pudo ver en la primera entrega de Annabelle, y que en este caso, también sirve como enlace para presentar a un investigadora paranormal muy distinto: un santero, con un carácter bastante parsimonioso y un punto un tanto ácido que lo convierte en uno de los elementos más aprovechados de la película. Y, según vaya la cosa, quizá en un personaje recurrente para entregas posteriores.

El segundo es el marco temporal de la historia: la década de los setenta parece haber sido elegida únicamente por la cercanía con la de los protagonistas de la saga principal. Pero de ser así, este lo ha sido muy bien empleado: la estética resulta intemporal, el único indicio de que la historia tienen lugar en el pasado es la ausencia de tecnología como algo habitual (bueno, además de la ingente cantidad de pantalones de campana y el mobiliario hortera) y que sea más sencilla la transmisión oral de la leyenda que sirve de trasfondo. El escenario, de esta forma, produce la impresión que la historia podría tener lugar en cualquier momento. El tono gris en la mayor parte del metraje, amenazando lluvia o tormentas, también es muy distinto al que se esperaba de la localización.

Pese a contar con un escenario y una premisa interesante, como película de terror entra dentro de lo fallido. Se queda en un desarrollo rutinario, amparándose únicamente en los sustos a base de apariciones inesperadas y los bocinazos que profiere la Llorona una vez que atrapa a sus víctimas. Una vez presentada, su modus operandi suele ser aparecer quieta en una esquina, subir el volumen de la banda sonora y acompañar un movimiento repentino con un grito digno de una banshee. El sistema, más propio de un screamer de los que se enviaban como broma, pilla por sorpresa a la primera, levanta inquietud a la segunda y deja indiferente a la tercera, cuando el público sospecha que en un momento aparecerá un fantasmón con intención  de dejarlo sordo. Solo la última media hora resulta un poco más interesante, cuando la llorona toma un carácter más corpóreo y persistente, aunque el desenlace y puntos débiles de este consisten en el uso de una parafernalia muy de serie B y que recuerda un poco al ocultismo setentero.
La Llorona, en conjunto se queda en una entrega más de los spin offs de los Warren: mucho susto, un guión en función de un monstruo y  no al contrario. Al menos, este resulta más interesante (y con más movilidad) que los de ese muñeco que va ya por su cuarta entrega.

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