Es un milagro que a estas alturas el público no se haya cansado de superhéroes. O por suerte, el filón de los héroes para un público adulto todavía no está lo suficientemente explotado, aunque la diferencia de resultados entre un Deadpool y Venom demuestre algo: que pese a funcionar bien en taquilla, todavía hay cierto miedo a producir una película donde un tono más oscuro, o a separarse de la fantasía para meterse en el terror. Estos reparos son un poco absurdos cuando el protagonista es nada menos que un demonio que caza monstruos, y, cuando este tuvo su primera aparición en cines, con bastante éxito, hace 15 años. En cambio, es al personaje de Mike Mignola que, en su reboot, ha tenido que pelearse además de con demasiados enemigos, con la decisión de ofrecer en su estreno una versión editada posteriormente respecto del montaje original.
Hellboy es un agente de la AIDP, una organización dedicada a eliminar aquellas criaturas sobrenaturales que se ocultan en el mundo y a veces, amenazan a los humanos. Un trabajo extraño para un demonio, adoptado poco después de su nacimiento, o de su llegada a la Tierra, por uno de los dirigentes de la Agencia, y que se toma su condición y trabajo con muy poco dramatismo. Incluso cuando, en una misión rutinaria en los bosques de Inglaterra, descubre que su llegada a este mundo no fue un ritual mágico fracasado, sino parte de una profecía donde él se encargará de desencadenar el apocalipsis. O lo hará, si Nimue, la bruja derrotada hace milenios por Arturo y resucitada por una criatura féerica que busca venganza, no se encarga antes de acabar con la humanidad en un intento de recuperar la Tierra para su especie. Todo ello, mientras se encuentra con vampiros mexicanos, gigantes devoradores de hombres, médiums y la mismísima Baba Yaga. Una cantidad sorprendente de monstruos para cualquier humano, pero solo un día de trabajo un poco ajetreado para Hellboy.
La película contaba con dos bazas importantes: la primera, pese a tratarse de un reboot, o de una versión nueva, había pasado el suficiente tiempo desde la primera como para que resultara interesante contar de nuevo los orígenes de un personaje, que además, no es todavía tan conocido como los presentados por Marvel. La segunda era el disponer de una mayor permisividad a la hora de ofrecer escenas violentas, donde en las peleas no se escatimaría la sangre derramada ni las muertes de los monstruos. Al público que acudiría a verla poco le importaba la calificación por edades, si el héroe estaba a la altura de lo que se había prometido. Ambas fueron, por desgracia, desaprovechadas.
Con la historia de Hellboy cerrada en los comics, parecía más sencillo ofrecer un arco completo sobre los orígenes del personaje y su destino. Que en este caso, jugaban un papel casi secundario frente a la antagonista que aparecía en la película, relacionada con el mundo de las hadas, muy presente en el cómic, y los orígenes humanos de su protagonista, que se revelan posteriormente. Pero, al igual que muchos superhéroes, su historia, villanos y secundarios es demasiado amplia como para que todos tengan presencia en una primera entrega. Si la idea era presentar a varios de estos como una parte de dar a conocer el universo de la AIDP y mostrar el mundo en que se mueven los protagonistas, la ejecución resulta atropellada y da la impresión de estar saltando de un monstruo a otro, el siguiente más grotesco que el anterior, donde Hellboy jura en arameo mientras es vapuleado por ellos para vencerlos finalmente. Y donde la información al público es proporcionada a base de diálogos entre los personajes, que se dedican a hacerse preguntas y a responderlas de una forma bastante forzada.
El problema más sonado vino a posteriori, cuando se decidió estrenar, y sorprendentemente en España (donde la verdad, la calificación por edades nos la pasamos por el forro y cada uno que vea lo que quiera), una versión "censurada" donde no saldrían las escenas más sangrientas. Si resulta un poco absurdo cuando la película se anunció como algo violento y para adultos, el montaje final sufre esta edición: si ya las escenas de acción, con el exceso de personajes e información que tienen que meter con calzador, resultan atropelladas, en muchas de ellas se notan cortes muy bruscos donde es evidente que falta parte de una secuencia. Que podría ser solo una escena, sin importancia narrativa ni diálogo, pero que provoca la sensación de haber solucionado algo a tijeretazos.
Lo más salvable son los efectos especiales y la caracterización, que sí es lo que se queda a la altura: el Hellboy de David Harbour poco tiene que envidiar a Ron Perlman y su caracterización está mucho más detallada, más real, igual que muchos de los monstruos a los que sí que se nota que las mejoras en los efectos les han sentado bien. Lástima que poco tiempo haya para apreciarlos, con lo apresurado de sus apariciones y unos cambios de escenario acompañados, en lugar de por una banda sonora, por una serie de canciones conocidas, empleando este recurso todo el rato y que hace que el guión parezca venir acompañado por la playlist que podría haber creado cualquier fan.
Es imposible no comparar el Hellboy de Neil Marshall con la versión de Guillermo del Toro. Si bien la última poco tenía que ver con los cómics, y era más una reinterpretación de los personajes por parte de su director, esta era capaz de presentar a los personajes principales del mundo de Hellboy, a sus criaturas, y de contar los orígenes del personaje de una forma que estos quedaban zanjados de cara a narrar algo distinto en la secuela. Algo que aquí también hacen, pero de una forma más torpe, y de manera que hace pensar que va a ser difícil poder ver un Hellboy 2 en los próximos años.
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