A menudo puede dar la impresión que no había vida antes de las sagas infantiles de la última década. Muy poco acertado, porque en realidad estos libros se quedaban reservados para sus lectores iniciales, los más jóvenes, en lugar de ser un éxito para un público amplio. Otros, aún contando con buenas críticas, tenían un reconocimiento muy limitado e incluso estas opiniones favorables se quedaban limitadas a reseñas sobre literatura infantil. Y alguna vez nos encontramos sin tener ni idea de dónde o cuando han aparecido alguno de estos. O lo que es peor, por qué no los conocimos antes.
Los perros de la Mórrígan lo encontré en una estantería ajena. No conocía el título ni a la autora. Pero la contraportada, además de ofrecer la estructura propia de esas lecturas, cosa que no me sorprendía mucho, hablaba de su inspiración en la mitología celta. . Suficiente como para pedirlo prestado y empezar las aventuras de P. J. y Brigit, dos niños que deben evitar que la Mórrígan, la principal antagonista de estas leyendas, libere a la serpiente Olc Glas y destruya el mundo. Perseguidos por su jauría de perros, quienes solo podrán capturarles si ven correr a sus presas, deben atravesar una versión féerica de Irlanda, donde encontrarán aliados, pero también trampas puestas por la propia Mórrígan y sus encarnaciones.
O´Shea publicó su libro en 1985, y otro un tiempo después, también con la misma inspiración en este ciclo de leyendas. De la secuela en la que trabajaba solo quedaron unos capítulos, no llegando a terminarse. No es un caso en los que el lector se quede con una obra inacabada, sino de la continuación de una historia conclusa que no llegó a escribirse. Y que probablemente, todos los que hubieran disfrutado su novela lamenten bastante. El planteamiento de esta es muy sencillo, limitado a dos protagonistas que deben hacer un viaje. En realidad, la estructura está casi formada por una serie de escenas distintas en cada capítulo, casi independientes, donde los personajes pueden encontrar un avance o un obstáculo, o también una utilidad mágica a los objetos con los que viajan. En cambio, comparada con esta estructura, el estilo y las referencias son lo que la hacen una lectura un poco densa: parecería fácil saltar de un escenario a otro, pero la lentitud de los primeros capítulos, donde se toma su tiempo para presentar a los personajes e ir creando la atmósfera propia de la historia, hace que al comienzo le falte dinamismo y haya que ponerle un poco más de ganas para poder entrar en esa mezcla de cuento popular, fantasía tradicional y mitología.
Sus personajes también resultarían hoy un poco extraños para los cánones recientes. También mucho más cercanos a la narración popular, estos son un niño con cualidades positivas bastante evidentes y poco cuestionadas, como la valentía y la generosidad, y su hermana, quien durante los primeros capítulos resulta un poco cansina por el exceso de excentricidad con el que la autora quiere caracterizarla. Según avanza, esto irá mejorando, especialmente en el caso de Brigit, mucho más nivelada. Salvo algunos momentos más dramáticos, donde a estos acaban siendo presa del miedo o la desesperación, parecen en principio muy sencillos, con cuatro rasgos y muy lejos de la complejidades y dudas que podrían tener héroes posteriores. Pero que a pesar de todo, se van ganando la simpatía del lector a lo largo de la narración, hasta el punto de sentir un poco de tristeza ante un desenlace que en realidad, no es trágico, pero sí muy melancólico. No son personajes complejos. Son simplemente, los que una historia y un mundo como el de este libro necesitaban.
Otro factor a favor de su planteamiento es lo intemporal de su ambientación. Se mencionan lugares concretos de Galway, al igual que lagos y montes de la zona. Pero los personajes se desplazan en bici, carreta o viven en granjas. No hay tampoco referencias a algo más moderno que un teléfono, por lo que es muy difícil saber si son los años ochenta, setenta o una época anterior. Algo que, además de ser muy adecuado para el estilo de la narración, hace que tenga un carácter mucho más duradero, ajeno a cualquier referencia que pueda delatarla.
Uno de los principales personajes de la mitología celta se parece a Florence Welch y no me sorprende.
Si hay algo que distinga a esta de otros textos y la convierte en algo especial, es su uso de la mitología. No es algo novedoso, porque Lloyd Alexander lo había llevado a cabo en las Crónicas de Prydain, pero lo hizo de una forma mucho más somera y referencial. Aquí no solo aparece la Mórrígan, sino que se habla de sus otras encarnaciones como parte de un todo, un concepto quizá algo complejo si la intención hubiera sido solamente adaptar personajes para los niños. Y también de la reina Maeve, de guerreros, dioses y de una descripción de la magia que resulta sobresaliente. El uso de objetos cotidianos como símbolos para un hechizo, la descripción de un mundo donde confluyen las distintas épocas y criaturas mágicas, y sobre todo, la caracterización de las antagonistas principales, bajo los nombres de Melodía y Breda. Estas, planteadas como una versión más pícara y menos malvada de la Mórrígan, recuerdan mucho al carácter malicioso de las hadas.
A Los perros de la Mórrígan hay que darles al menos unos capítulos de ventaja para poder entrar en su historia y particularidades. Pero solo hacen falta un par más para demostrar que este no se ha malgastado en cuanto comienza el camino, el viaje e incluso las trastadas de Babd y Macha.
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