De los últimos años, no me vienen a la cabeza muchas películas de terror navideñas. Anda por ahí Rare Exports, una variante muy curiosa de los San Nicolás malvados. Y tampoco faltan los de asesinos, porque no hay nada más fácil que coger a cualquier loco, ponerle un traje y a mater secundarios durante hora y media. Cosas como Gremlins quedan algo más lejos, y es que parece que a diferencia de Halloween, no es una época para el cine de terror. Hasta que el director de Trick ´r Treat decidió que las campanitas y los renos también necesitaban una producción de esta temática.
Krampus transcurre durante los días de Navidad. Entre compras de última hora, peleas en las tiendas y prisa por terminar de cocinar antes de que lleguen unos comensales a los que por suerte, solo se les ve una vez al año. Es algo de lo que se está dando cuenta el pequeño Max, para quien la Navidad ya no es la época que recordaba: los niños de su edad solo creen en los regalos, la relación entre sus padres empieza a deteriorarse y el mal ambiente entre estos, sus tíos y primos es cada año más evidente. Tras una discusión durante la cena, Max se va a dormir desencantado con la fiesta que antes adoraba. Es al día siguiente cuando la casa amanece envuelta en una tormenta de nieve. Los hogares vecinos aparecen vacíos y ruinosos. Algunas sombras comienzan a verse rondando en los alrededores, poco antes de que la gente desaparezca. Aislados e incomunicados, la abuela de Max intenta ante todo mantener vivo el fuego de la chimenea, porque según les advierte, es la única forma de mantener alejado al Krampus.
Aunque los primeros momentos, donde predomina algo más el humor, hacen pensar en Gremlins, las similitudes terminan ahí. La película de Dougherty es mucho más cercana al terror, y las partes cómicas iniciales, más a la ironía y al humor negro que a la comedia. En ningún momento llega a querer ser una comedia negra, pero todo lo relativo a las celebraciones y la actitud de los niños se retrata con una buena cantidad de mala leche y complicidad con el espectador. Desde las primeras secuencias en el centro comercial a la presentación del resto de personajes, el guión no duda en explotar todos los piques y estereotipos reconocibles en estos casos: envidias entre hermanos, primos insoportables, niños con peor idea que los adultos y familiares que se presentan sin avisar. Estos detalles, unidos a la caracterización del protagonista (un niño en la edad en la que se empiezan a notar todas estas cosas), consiguen hacer que la idea de la trama se vea de forma muy irónica, pero también muy cercana, reconocible y coherente con la actitud del personaje principal.
Este planteamiento sirve también para parodiar un poco uno de los tópicos del cine navideño: los mensajes positivos y todos los clichés sobre el sentido de las fiestas, que no faltan en los telefilmes, tienen aquí su hueco. Pero planteados de una forma más humorística y menos emotiva: si hubiera que encontrarle alguna moraleja, sería algo en plan "a la familia no hay quien la aguante, pero es lo que toca y no queda otra que tragarla", en lugar de una moralina más amable y tomada en serio.
Es también el contar con una ambientación familiar y un protagonista infantil por lo que no es una película de terror sin concesiones en cuanto a muertes y violencia gráfica. Algo que en realidad es una decisión coherente con su guión, que no ha sido pensado para funcionar de esa forma, sino para mantenerse en todo momento ´como algo para todos los públicos, o, como mucho, en aquella calificación tan rara que era "Para mayores de siete años". En cambio, no faltan los sustos, momentos de suspense y las presuntas víctimas, aunque estas, siempre fuera de cámara y muy cercanas a lo que podría ser un cuento infantil: a los personajes se los comen, se los llevan o desaparecen en la nieve de una forma que recuerda mucho al "para no ser vistos jamás" de los cuentos.
Esta referencia a la tradición oral también es un elemento importante, y el mejor aporte con el que cuentan. Algo necesario teniendo en cuenta que el Krampus es un ser de la tradición popular alemana, y que sirve para recurrir a una estética que es lo más disfrutable de la película: las escenas donde la nieve lo cubre todo, reduciendo los escenarios a un espacio reducido, la secuencia de flashbacks narrada con animación cercan a la stop motion y las criaturas que acompañan al Krampus, diseñadas a partir de juguetes antiguos, son muy distintos a los monstruos que podrían esperarse. Pero sobre todo, el propio Krampus, modelado a partir de ilustraciones clásicas y los elfos que lo acompañan, que no son otra cosa que disfraces y máscaras toscas similares a las de un desfile local...y es que han conseguido hacer una película con caracterizaciones aparentemente tan toscas y que lleguen a funcionar perfectamente con la historia.
al querer mantenerse en la estructura de cuento de navidad, el guión se acaba encontrando en un punto del que es difícil salir. Si hasta entonces el narrar desde la perspectiva de un niño le había ayudado a superar algunos fallos (como el comparar de una forma muy desacertada la visión del mundo de una niña en la Alemania de posguerra con la de un niño en el siglo XXI), acaba teniendo que echar mano del desenlace de emergencia. Y cuando no se es Charles Dickens, lo de terminar todo con un sueño que pudo ser real, se queda bastante pobre.
Haciendo un balance de Krampus, lo conseguido de su desarrollo supone que se pueda hacer la vista gorda ante un final que decepciona un poco. Y que, además de no desmerecer nada de Trick ´r Treat como película ambientada en una fiesta específica, también sea una de esas que puede ver toda la familia. Siempre que opinen que a los niños no les viene mal una historia que los asuste de vez en cuando.
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