¿Qué sería de muchas historias sin un villano? El Señor del
Mal con mayúsculas, con sus ejércitos de orcos, no muertos , su fortaleza y una
fijación un tanto monotemática por dominar un país. Desde El señor de los
anillos hasta otras novelas de fantasía, pasando por montones de juegos de la
misma temática, esta figura se ha convertido en tal estereotipo que ha acabado
por pasar a lo paródico. Los lectores y jugadores suelen calificar a este tipo
de personajes como “señor oscuro típico”, y textos como el decálogo de lo que
no debería hacer un malvado demuestran lo cómicos que resultan hoy estos
tópicos. Y son precisamente estos los que Jaime Thomson ha decidido aprovechar
para escribir una serie de libros infantiles donde el protagonista precisamente
es uno de esos malvados terribles. Pero sin poderes, ni ejércitos, y condenado
a tener el inofensivo aspecto de un niño de doce años.
Esta comienza con un niño al que la policía encuentra en las
afueras de una ciudad inglesa. Perdido y desorientado, este asegura ser el
hechicero más poderoso de un mundo diferente, convertido ahora en un niño
humano por obra de un mago rival. Los
servicios sociales achacan a algún tipo de estrés postraumático y se apresuran
a buscarle un hogar de acogida. En su nueva casa, al Señor Oscuro conocido
ahora como Dirk Lloyd no le queda otra que convivir con sus padres de acogida,
su hermanastro Chris, ir a clase, y lo que a él le hubiera parecido impensable:
hacer amigos. Porque cuando estos son una gótica y un aficionado a los
videojuegos de fantasía, sus historias acerca de regresar a su mundo y su
pasado como villano se toman con más humor que otra cosa. Al menos, hasta que
algunas cosas que suceden en el colegio hacen pensar que las invenciones de
Dirk pueden no ser solamente excentricidades.
Antes de dedicarse a la narrativa, Jamie Thomson había
escrito librojuegos (son como aquella colección de Elige tu propia aventura,
pero además tirabas dados para resolver peleas), por lo que conoce
perfectamente los clichés de la temática fantástica y de sus personajes.
Especialmente los villanos. Estos últimos los explota al máximo en su vertiente
cómica: el protagonista dedica todo el libro a hablar como un megalómano, menciona
hechizos que parecen directamente sacados de una fase del Warcraft y en general, cualquier cosa que llevada a
cabo por un crío de trece años resulta bastante chocante. Precisamente el libro
está planteado como comedia y no tanto como fantasía, consiguiendo en algunos
casos momentos bantante buenos a veces de la forma más sencilla: uno de los
momentos más divertidos es cuando los servicios sociales confunden “Dark Lord”
con “Dirk Lloyd”, encogiéndose de hombros y comentando que el chico debe ser
galés.
Además de la comedia y el género fantástico, el primer libro
sigue contando con algunos de los temas típicos de la literatura para niños: en
principio sigue los esfuerzos de su protagonista por regresar a su hogar y
retomar su papel de villano, pero a su vez se plantea cómo este se vuelve un
personaje más positivo, y especialmente, el papel que tienen sus amigos en este
cambio. No hay mucha innovación en este caso, aunque hay que tener en cuenta
que en todo momento se ha planteado como una comedia de aventuras muy ligera, y
muy pensada para los aficionados a la fantasía.
La serie no está planteada de forma independiente, sino que
cada tomo termina con un cliffhanger que sirve de base para la siguiente
entrega. En el caso del segundo, transcurre en su mayor parte en un escenario
fantástico al uso, donde lo estereotipado de este aprovecha muy poco su
potencial cómico y donde es más una novela de aventuras. Solo hay determinados
casos donde se busca más el humor, como el excesivo uso del encaje blanco y los
brillos en el vestuario de los personajes heróicos, o el planteamiento de estos
como una pandilla de fanáticos que acaban por recordar bastante a la
Inquisición Española del sketch de Monty Python. En conjunto es bastante más
irregular, precisamente por tomarse un poco más en serio una serie de
estereotipos que fueron pensados en un principio como una parodia, resolviendo
algunas situaciones de forma muy simple (o no tanto. El público objetivo son
niños de doce años) hasta que optan por regresar a lo que suponía la gracia
principal de la historia: su protagonista, atrapado una vez más en la vida de
un niño.
Exceptuando esa sencillez propia de un libro humorístico
pensado para niños, a la serie de Dark Lord le pasa un poco como El diario de
Greg: atrae también a otros lectores por lo específico de su humor..Y en el
caso de la edición española, porque esa portada convence a cualquiera que haya leído (y no se haya tomado muy en serio) varios cientos de sagas fantásticas.
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