Series de tv, libros, cine...y una constante presencia gatuna

jueves, 30 de abril de 2015

Historias corrientes. Vórtices dimensionales, combates de karate a muerte y otras cosas que te puedes encontrar en un parque



Desde hace un año, el canal Boing se ha convertido en el ruido de fondo de casa. Desde que me aficioné a Hora de Aventuras solía verlo a menudo. Por suerte, cuando la repetición de capítulos empezaba a alcanzar un nivel peligrosamente cercano a los Simpson, encontré una serie en la que antes no me había fijado. Al igual que las aventuras de Finn y Jake, no me fijé demasiado en ella al principio. El dibujo era también bastante simple, pero con un estilo de caricatura algo más feísta y un ritmo un poco anárquico. Pero los episodios, por suerte, eran bastante breves, lo suficiente como para prestar algo más de atención a uno de ellos y, de paso, quedarme a ver el siguiente.

 

Historias corrientes son, precisamente, las historias diarias de dos trabajadores en un parque, su jefe y del resto de empleados. Los protagonistas son Mordecai y Rigby, unos chavales bastante vagos que prefieren jugar a la consola antes de cumplir sus tareas, que siempre acaban fastidiando. Por suerte, cuentan como Skipps, una de esas personas con soluciones para todo e incluso con Musculitos, pese a ser uno de esos bromistas insufribles. Cada capítulo podría ser una comedia de situación normal y corriente, con los personajes intentando cortar el césped, comprar un café para su jefe y haciendo cualquier cosa que acaba saliendo estrepitosamente mal. Al menos, lo sería si estos personajes y las situaciones fueran igual de ordinarias.




Porque en realidad Mordecai y Rigby son un arrendajo (una clase de pájaro. Tuve que mirar en la wikipedia) y un mapache. Su jefe es una expendedora de chicles y sus compañeros de trabajo un yeti inmortal, un troll y un hombre con forma de piruleta y no muchas luces. Que conviven sin problema con secundarios humanos pero con otros igual de estrafalarios. Y donde lo peor que puede pasar en la ciudad o en el parque es que los muertos resuciten durante la proyección de una película de zombies, que haya que jugar una partida de bolos contra la Muerte o se abran más puertas dimensionales en el parque de las que cualquiera pueda acordarse. Porque esta es precisamente la clave de la serie: mezclar un escenario normal con personajes y situaciones que derivan hacia lo absurdo, o más bien, hacia la ciencia ficción, la serie B, y a un montón de referencias de los ochenta y noventa.

 


Estas forman parte tanto del escenario como de parte de algunos argumentos. Porque la ambientación de la serie aprovecha cualquier elemento que hoy se ha quedado desfasado: desde los móviles anteriores, hasta las conexiones a Internet por MODEM, o especialmente, cualquier modelo de tv y videoconsola que pueda aparecer o que forme parte de alguna trama concreta. El saber en qué época están situados estos dibujos sería tan difícil como encontrarle algún sentido al aspecto de sus personajes o al desenlace de las tramas, salvo el de aprovechar al máximo el sentido del absurdo y los intereses de un público que ha vivido de primera mano todos los detalles y guiños que aparecen.

 


Historias corrientes podría verse en realidad como una serie de adultos planteada para todos los públicos. Nadie bebe, fuma, dice tacos o es especialmente violenta. Pero está llena de dobles sentidos y de escenas que es también fácil reconocer: los personajes tienen resaca por pasar toda una noche bebiendo refresco, el exceso de azúcar provoca un estado de euforia parecido a..bueno, otro tipo de polvillo blanco que no es harina y eso es solo mencionar algunos de los más evidentes. Pero en realidad estos, al plantearlos de una forma tan alocada, y tan tomada a broma, se quedan con facilidad dentro de la calificación por edades. Aunque, teniendo en cuenta el tipo de humor y las referencias generacionales, me resulta muy difícil imaginar a un crío de diez años divirtiéndose con la serie, del mismo modo en el que yo no termino de pillarle el chiste a Inazuma 11, por ejemplo.

 
Como todo, es difícil que una producción tan ligada a una duración tan limitada por capítulo (unas dos aventuras de diez minutos cada uno)  no caiga en la repetición, y menos con seis temporadas. Al cabo de unos veinte episodios se sabe que va acabar pasando algo raro, que los personajes lo resolverán de una forma igual de extraña y que es muy probable que su jefe aparezca para echarles una bronca en el último segundo.

Por suerte, aunque muy despacio también, debido al carácter tan anecdótico de los guiones, hay a lo largo de cada temporada algún que otro avance: pueden aparecer personajes nuevos, marcharse otros, o que incluso alguno viva una situación determinante para su historia. Cuando empecé a verla, no me hubiera imaginado que su protagonista tuviera que lidiar con una ruptura amorosa…o que esta implicara tener que enfrentarse a sus miedos encarnados en el jersey de su ennovia (si, suena raro. Hay que verlo para entenderlo).

 


En realidad, es cuestión de olvidarse de ese elemento predecible que es la estructura de cada episodio y disfrutar de situaciones que, en algunos momentos divierten, en otros desconciertan, y en algunos casos, sorprenden al hacer aparecer, de la forma más normal del mundo, cualquier gadget que tuvo su momento en los noventa y que hacen pensar “¿Pero es posible que alguien más se acordara de ese trasto?”.

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