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jueves, 26 de septiembre de 2024

La vida secreta de Walter Mitty (1947). La vida en Babia

 


                                                     I try to maintain a healthy dose of daydreaming to keep myself sane
                                                                                                                                        Florence Welch


Estar en Babia, en las berzas, pensando en las musarañas y otras expresiones definen ese estado mental de abstracción total, casi ensoñación, en la que alguien es capaz de olvidarse de su entorno por compe.to para acabar  perdido en un hilo  de pensamientos o en un escenario imaginario. Que para que negarlo, seguramente sea bastante más interesante de lo que están intentando comunicar desde el exterior. La fantasía como vía de escape de lo cotidiano ha sido algo que ha a servido para impulsar gran parte de la ficción moderna (de otra forma, ¿ por qué íbamos a referirnos a un texto como “literatura de evasión”?) como  para servir de base a esta. Desde don Quijote, el soñador por antonomasia, hasta Sam Lowry, perdido en un cubículo anónimo den el Brazil de Terry Gillian, la fantasí a se plantea como una alternativa al entorno gris y monótono que ha ofrecido el siglo XX, sin dejar de ser paradójico que sea precisamente el sistema económico que nos ha abocado a esta repetición y falta de  sueños, el mismo que  proporcione vía de escape. Precisamente una via de escape que se plantearía en una producción de los años cuarenta   y que pasaría a ser una parte más del imaginario colectivo.


La vida de Walter Mitty transcurre entre su trabajo como corrector en una editorial de revistas pulp, cumplir recados para su madre, con la que sigue viviendo, las veladas con su novia y futura suegra e imaginarse, mientras tanto, como protagonista de todo tipo de aventuras, muy similares a las de las revistas en las que trabaja. Una forma de escapismo que a menudo   ha sido  criticado por su familia y jefe, debido a su tendencia a abstraerse. Pero un poco de fantasía no hace daño. Solo cuando una joven, muy parecida a la que  él ha imaginado, le pide ayuda para custodiar  un cuaderno que esconde la localización de los tesoros del gobierno holandés, ocultados a los nazis, su vida parece convertirse, por momentos, en una de las historias que a menudo imagina. Perseguido por matones, colgado de una azotea e incluso acusado de loco, Walter empieza a ser  parte de una situación que ni el mismo hubiera imaginado. Y en la que pese a todo, sigue teniendo tiempo para soñar despierto.



Basada de forma un tanto libre en un relato de James Thurber, este  es uno de los casos en los que la adaptación cinematográfica es más conocida y superior al material original. Esta es una comedia uy ligera, al servicio de  Danny Kayye, en la que con el tiempo, prevalecería más la idea principal, hasta el punto de hablar medio en broma del síndrome de Walter Mitty,  que el contendido  en sí. Esta, concebida como comedia, con esos tonos tan chillones y  hoy un poco irreales del tecnicolor, transcurre entre  la comicidad gestual de  Kaye, varios números musicales que se convierten casi en una fantasía dentro de la fantasía, Virginia Mayo como  esa mujer de sus sueños  que acaba convirtiéndose en algo real, más incluso que el entorno familiar que lo rodea, y la aparición de Boris Karloff como uno de los secundarios antagonistas. Este,  en el papel de doctor al servicio de esa  organización heredera de los expoliadores nazis,  desaparecidos hace muy poco cuando la película se estrenó, sirve también como  enlace con el mundo de las revistas pulp que aparecen como trasfondo, así como  con los personajes que este había interpretado durante la época dorada de  los monstruos de la Universal.


La trama transcurre a lo largo de varios días en la vida de su protagonista, en los que se alterna esa progresiva introducción de los imposible en lo cotidiano.  Las secuencias de su partida diaria entren, la oficina, y la aparición de elementos  anómalos finaliza cada vez con un fundido a negro y el comienzo de un nuevo  día que reduce el uso de escenas intermedias pero también le da un carácter episódico, incluso en su desenlace en el que la película  se cierra con un final  feliz, casi garantizado desde el comienzo, en el que  el protagonista, tras triunfar en una situación digna de novela, se enfrenta a ese entorno que, como declara en el desenlace, cuyas mentes son tan pequeñas y grises que son incapaces de apreciar cualquier atisbo de maravilla.



 
Una visión muy optimista y m muy blanca, que era algo de esperar en una comedia de la época, aunque esta cuente con elementos que hayan perdurado, como la fantasía como vía de escape o la ironía de trabajar en el departamento menos creativo de una empresa dedicada a vender ficción, en esta no se puede esperar una reflexión más profunda sobre ello, ni un enfoque complejo. Para algo así, Terry Gillian lo había reflejado mucho mejor, y de una forma menos esperanzadora, en Brazil. Lo que hay en este caso, es la primera aparición de este personaje, casi un arquetipo de la fantasía como vía de escape ante una situación en la que esta es la opción más viable.  Pero en la que en lugar de reflejos o cambio este acaba acomodándose a los cánones del final feliz y del sueño americano: Mitty soluciona sus problemas reales “como un hombre de verdad”, a base de un puñetazo y un discurso que reafirma su identidad. Y que le lleva en el epílogo a conseguir no solo a la mujer de sus sueños sino un ascenso y el respeto de su jefe. Después de todo, su historia es otra ficción, y cabo  preguntarse  si este desenlace no sería también una ensoñación en la que este soluciona definitivamente su s problemas.

La vida secreta de Walter Mitty es una  producción que más que por su reparto y escenas se han convertido en una idea que forma parte de la cultura popular. Y en una de  esas películas y cuyo enfoque  hace mucho más fácil   el que sea posible un remake adaptándose al cambio de mentalidad y sociedad, como pasó en la versión de 2013 y en la que también contaba con un cómico, en este caso, Ben Stiller, como protagonista.

2 comentarios:

Anacrusa dijo...

No he visto la peli ni su remake, pero me la apunto. De las que sí he visto, sí puedo observar la evolución de la fantasía. De la búsqueda de un pasado mítico, como El señor de los anillos, a distopías como 12 monos. Un poco como lo que estamos viviendo hoy día, con esa nostalgia constante. No ser capaces de imaginar un futuro fuera del sistema en el que vivimos es deprimente y así lo refleja la ficción. Más que en el mundo de Walter Mitty vivimos en el de Jim Carrey en el Show de Truman.

Renaissance dijo...


De Walter Mitty me enteré después que se utiliza como "síndrome" para definir esa tendencia a la ensoñación. Pero como decía una amiga mía de la carrera, prefiero vivir en mi mundo de fantasía y extravagancia XD.

En este caso, la huida del protagonista es a ese mundo imaginario, en parte pulp, en parte de musicales. Sí que en esta película todavía daba cierta oportunidad a la esperanza (el protagonista acaba metido en una trama poco menos que novelesca, y a partir de ella, soluciona su situación cotidiana), y aunque hay un remake, Brazil siempre me pareció esa versión oscura y moderna de evadirse en la imaginación. Entre la nostalgia que se ha quedado congelada en los ochenta, cada vez más artificial y retroalimentada, y la sensación de que solo vamos a peor, ni soñar podemos.

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