Todas las culturas tienen a sus asustaniños. Esas criaturas abstractas que actúan a modo de control, pero a la vez, de herramienta de protección. Si salen solos durante la noche, juegan cerca de un estanque profundo, deambulan por los caminos… puede pasarles algo malo, pero es más sencillo aglutinar ese conjunto de peligros en una sola figura dispuesta a llevarse a aquellos que desobedecen estas normas. Pero que también sirven para mantener un poco de orden entre los más revoltosos: una de las tareas de estos seres será hacer desaparecer a aquellos que se porten mal. El boogeyman, el coco, o una criatura con un trasfondo posiblemente real como el que Javier Prado recu8iladba en su libro Monstruos ibérico y que sirve a Ángel Gomez Hernandez para hacer una versión nacional, más orientada al público joven, de ese encargado de deshacerse de todos los niños que desafían a sus padres.
A principios de siglo, el pueblo de Gador tuvo a su propio monstruo de la crónica negra: un curandero, aquejado de tuberculosis, creía que la grasa de niño era el mejor remedio para una enfermedad mortal, y no dudo en procurarse materia prime para una cura. Capturado poco después, y sentenciado al garrote vil, su leyenda fue extendiéndose con el paso de los años para convertirse en el hombre del caso con el que se ha amenazado más de una vez a los niños de todo el país. Los que han nacido en el pueblo, todavía conocen el origen de esta historia, de la que hacen partícipe a los recién llegados: tres hermanos, que acaban de perder a su padre, trasladados con su madre buscando un cambio de aires. Aunque el pueblo al que llegan dista mucho de ser un lugar apacible: una serie de desapariciones de niños que ha comenzado hace pocos días, tiene al borde de la desesperación a todos los padres de la comarca. Aunque algunos están convencidos que el responsable de las desapariciones tiene su origen en esa ejecución del asesino, que, antes de morir, juró que volvería para vengarse.
La película sigue la estela de una parte del cine de terror producido en España y del que es fácil encontrar su origen en el estreno de Verónica: una trama sobrenatural, con la aparición de un espectro o monstruo, protagonistas jóvenes o adolescentes , que enfrentan un trauma, y una ambientación situada en el pasado o bien que busca la atemporalidad, donde cualquier secuencia puede recordar a los noventa que al 2020. La principal diferencia es que este hombre del saco está mucho más orientada al público juvenil que las anteriores. En este caso, el protagonismo recae sobre un grupo de cinco chavales de distintas edades, siendo la presencia de los adultos secundaria y prácticamente destinada a resultar un obstáculo o desatar la aparición del monstruo. El tono también es más suave y más cercano al terror juvenil del que podría existir en Malasaña 32 o en La niña de la comunión. Y, en este caso, los tópicos y situaciones son la principal referencia. Especialmente de la estética que trajo consigo Stranger Things, y a la que aquí se recurre hasta extremos que rozan la imitación.
En este caso, la figura de los niños recorriendo en bici los parajes locales se traslada al único escenario en el que últimamente, esto es posible, como seria un pueblo en el que estos disponen de cierta seguridad y libertad de movimiento. Pero este, junto con el trasfondo de leyenda local, será el único aporte original con el que cuentan. El resto es mucho, quizá demasiado deudor de la serie de Netflix, hasta el extremo de emplear una banda sonora de sintetizadores que recuerda mucho a esta, pero poco tiene que ver con el escenario en e que se desarrolla el guion. E incluso la caracterización monstruosa del hombre del saco es muy parecido al Vecna que tuvo en vilo al público el verano pasado, así cómo el limbo en el que descansa, muy parecido también al mundo del revés. De este modo, el pueblo malagueño de la historia se queda en un escenario meramente reconocible (las dehesas, los chalés abandonados, el centro del pueblo) e el que se mueven unos personaje en situaciones, y con actitudes, muy genéricas, llenas de de tópicos que se han convertido en algo habitual dada vez que se quiere rodar una historia de terror protagonizada por niños.
Javier Botet con un gatete. Que de fantoche ya lo tenemos muy visto
La actuación de estos está dentro de lo aceptable salvo situaciones en los que les cuesta resultar creíbles, rozando ese estilo un tanto repelente en el que por desgracia, caen muchos niños actores en sus primeros papeles. Las caras más reconocibles son las de Macarena Gomez, que lleva haciendo de persona nerviosa aproximadamente desde 2012, aunque al menos, es buena en lo que hace, y sobre todo, Javier Botet, que pese a haber pasado toda su carrera cubierto de maquillaje y prótesis, se ha convertido en el monstruo más reconocible de nuestro cine, y que aquí interpreta a la versión sobrenatural del hombre del saco. Aunque, quizá por el tono juvenil de la historia, su presencia no es todo lo que se hubiera esperado para tratarse de uno de los nombres principales.
El hombre del saco se queda, en el mejor de los casos, en un Stranger Things trasladado a la actualidad donde usan al máximo todos los tópicos de este, desde el monstruo titular hasta piezas de la banda sonora. Sin llegar al extremo de La niña de la comunión, este se salva como una producción juvenil que entretiene, pero se pierde en la falta de originalidad y que no hace justicia al potencial que podría sacarse de la mitología local.
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