Antes de que comenzaran los debates sobre si los zombies de 28 días después eran zombies o infectados, entre los partidarios de los corredores o los lentos, y del auge y agotamiento de Walking Dead, el género de los muertos vivientes contaba con dos sagas imprescindibles para la interpretación de estos: Romero, y El regreso de los muertos vivientes. Aunque esta última cuente con cuatro entregas, lo habitual es quedarse con la primera como la mejor. Pero es algo normal cuando superar el equilibrio entre el humor negrísimo, el terror y el nivel de efectos especiales conseguidos en la película de 1985 es algo muy difícil.
La segunda parte de El regreso de los muertos vivientes fue retitulada en España como La divertida noche de los zombies, que hacía referencia a una aproximación mucho más cómica que su predecesora (y si me apuran, podría resumir también los hechos acaecidos en la madrugada del pasado 9 de mayo). Y cuyo argumento tenía muy poca diferencia con la primera parte: un bidón extraviado, que contiene material militar, es encontrado por unos niños que, pese a los reparos del pequeño protagonista, es abierto para dejar escapar su contenido: una criatura en avanzado estado de descomposición, pero aparentemente viva y agresiva, y un gas que, al filtrarse hacia el cementerio, provocará el mismo efecto en los cadáveres enterrados. Durante la noche, con cientos de muertos deambulando por la ciudad y exigiendo cerebros, el grupo formado por Jesse, el primero en descubrir lo que está pasando, su hermana, un técnico de televisión por cable, un médico despistado y unos ladrones de cadáveres (salida laboral que creía agotada tras 1890), intentarán mantenerse vivos y llegar hasta los soldados que han conseguido impedir que la plaga zombie se extienda más allá de la localidad.
Aunque la película sea una secuela directa, esta se ha planteado de una forma en la que puede verse de forma independiente: tiene los elementos necesarios para elaborar la historia completa, sin cabos sueltos, y su argumento es tan similar al anterior que en otras circunstancias podría hablarse de un reboot, o de una aproximación similar a la que Raimi hizo con las dos primeras entregas de Evil Dead. Las similitudes no se quedan solo a nivel argumental, sino también en el reparto: dos de los actores de El regreso de los muertos vivientes reaparecen con personajes y papeles distintos, pero que recuerdan a su aparición previa, pasando de empleados de funeraria a ladrones de tumbas, llegando a hacer un guiño cuando estos, ante un escenario lleno de cadáveres, mencionan la sensación de deja vù que sufren en ese momento.
Esta reaparición, y el guiño a la primera parte, también pone de manifiesto la intención abiertamente cómica y más familiar de esta entrega: lejos de personajes un tanto al margen de la sociedad, como los anteriores, o los punks , la acción se traslada a una urbanización en proceso de construcción, y sus protagonistas en su mayoría son más cercanos al público: adolescentes o preadolescentes, a los que les espera un desenlace mucho más optimista que el que pudo verse en 1985. Del mismo modo, los zombies son más cercanos a la comedia y cuentan con un tipo de humor un tanto alocado ,propio de la década: la mayoría de sus apariciones tienen algún elemento propio del gag humorístico, como ser pisado accidentalmente, varias veces, mientras intenta salir de su tumba, el inevitable guiño a Thriller de Michael Jackson o que estos, aunque sea parte del canon de la saga el que tengan cierto nivel de consciencia y funciones verbales, cuenten con una verborrea más que abundante a la hora de exigir cerebros.
Los diálogos de estos quedan también lejos del componente más oscuro que se vio previamente, al igual que las caracterizaciones siguen siendo buenas y denotan la labora del equipo de maquillaje, pero en los planos generales estas parecen más descuidadas, apreciándose muchas máscaras puestas de forma apresurada e incluso la reaparición de la criatura que los fans bautizaron como Tar Man (el cadáver encerrado en el primer bidón) parece menos detallado, menos grotesco, y también, menos pringoso que su predecesor.
Aunque con un parecido más que notable a su primera parte, La divertida noche de los zombies, a la que también se subtituló con el slogan de "zombies obsesos buscan sabrosos sesos", es más una comedia de acción, a ratos familiar, y con muchos toques terroríficos, que la producción que la precedió, donde primaba más el humor negro, y quizá un enfoque menos pensado para todos los públicos. Algo a lo que esta parece adaptarse mejor, aún a costa de tener que rebajar el tono macabro de la anterior y quizá, repetir demasiados esquemas que se habían visto previamente.
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