La narrativa de H. P. Lovecraft, además de influir durante todo un siglo una parte importante del género fantástico, dio lugar a un fenómeno muy curioso: de forma involuntaria, casi por acuerdo entre sus colaboradores y lectores, los Mitos de Cthulhu canibalizaron sus influencias previas convirtiéndolas en parte de la mitología. El país de los sueños de Dunsany, el Wendigo de Algernon Blacwood y el horror que ocultan los bosques de Arthur Machen acabaron integrados con posterioridad en la visión de H. P. L. De los cuales, una de las más conocidas, y que constituye por si sola un universo propio, es la desarrollada por Robert W. Chambers alrededor de un lugar tan imaginario como Arkham, un libro tan peligroso e irreal como el Necronomicon y la misteriosa figura que los acompaña.
El rey amarillo es la colección de relatos de Robert W. Chambers que giran entorno a una obra de teatro, cuya lectura del segundo acto provoca la locura a todos los que se acercan a sus páginas, y de la figura que da título al libro, que de forma indirecta, aparecen en unas historias marcadas por lo irreal, lo terrorífico, y lo narrado por una serie de personajes cuya percepción de la realidad es más que dudosa. Una pieza teatral que influirá al protagonista de El reparador de reputaciones, un extraño personaje que pretende restaurar la dinastía de Emperadores de unos Estados Unidos no muy distintos a los que conocemos, al atormentado artista de El signo amarillo, acosado por pesadillas recurrentes, y a otros personajes de temperamento artístico que en algún momento, se han atrevido a acercarse a esa obra teatral de autor desconocido.
La colección de relatos, tal y como la conocemos, ha sido expurgada en sus ediciones posteriores para conservar los cuentos más conocidos, y sobre todo, quedarse con los de corte terrorífico, ya que en realidad, de la obra original actualmente suelen editarse solo una parte. Quien esté esperando una inquietante historia sobre cuentos perdidos, la transcripción original de la obra de teatro o textos demasiado perturbadores para ser leidos se verá decepcionado, ya que en realidad el resto son piezas poéticas y estampas del París de la época, donde el autor pasó una parte de sus años formativos y que, si bien el entorno decadente y bohemio serían una influencia para la redacción de El rey amarillo, el resto de su producción sería muy variada, desde el policiaco a la novela de aventuras, pero sobre todo la romántica, en una evolución que hoy puede resultar chocante (algo así como si Lovecraft decidiera emular a Carlos de Santander después de escribir La llamada de Cthulhu o si Thomas Ligotti recondujera su carrera con una saga similar a El diario de Bridget Jones). Esta decisión supone que la colección se quedara en unas cinco historias cortas, que en la edición de Valdemar fue completada con relatos incluidos en El creador de lunas y colecciones posteriores, que, si bien no guardan ya relación con las historias previas, todavía son narraciones fantásticas o macabras.
Los cuentos considerados dentro de la mitología del Rey Amarillo destacan por su modernidad: la mayoría de los escenarios, influidos por el entorno bohemio del París en el que su autor vivió como estudiante, mantiene esa tendencia hacia lo artístico y lo decadente de la vida parisina. Pero también hacia lo pesadillesco: sus protagonistas se cruzan, aunque sea de forma anecdótica, con la obra de teatro del mismo nombre, de la que solo se conocen unas pocas líneas y cuyo segundo acto desata la locura, o la calamidad en la vida de sus personajes: bien la locura de Hildred Castaigne, del artista que pasea por las calles de París, seguido por una presencia misteriosa, o el pintor acechado por las pesadillas y la presencia de un repulsivo vigilante del cementerio. Unos pocos cuentos que configuran una mitología propia, que no solo sería una de las influencias de H. P. Lovecraft sino de autores posteriores y que hoy , por no haber sido objeto de la sobreexplotación que han sufrido los mitos de Cthulhu, cuenta con cierto matiz novedoso y aparece reivindicada en las páginas del Providence de Alan Moore o en el guión de la primera temporada de True Detective.
La idea de completar una colección que por si sola resulta muy breve con cuentos de otras antologías resulta acertada: para el lector actual saltar de El reparador de reputaciones a una estampa modernista resultaría un tanto chocante, mientras que poder leer una aproximación a la novela pulp y a la figura del Peligro Amarillo de El creador de Lunas, o las referencias a la mitología bretona que aparece en El emperador púrpura o El mensajero aporta una visión más variada de la producción fantástica de Chambers, antes de su deriva a otros géneros. Y que, aunque el resto de su obra, mucho más extensa de lo que Lovecraft pudo alcanzar, se centrara en narraciones que tuvieran más interés para el gran público, solo por sus relatos macabros y haber creado una figura que estaría presente en la mitología literaria, de uno u otro modo, merece ser tenido en cuenta.
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