Lo mejor que se puede decir este enero, más que haber superado una década escribiendo, haber llegado a la docena, o ser capaz de pasarse doce años subiendo fotos de gatos con cada entrada, es: lo hemos conseguido. Pero así, en general, superar tres meses, seis y los que hicieran falta hasta diciembre. Fue una situación extraña aunque me considero dentro del grupo afortunado.
Sin duda este año ha sido el propicio para dedicarse a cualquier tipo de entretenimiento audiovisual. Supusieron una cantidad importante de lecturas y películas, porque series, salvo la desconcertante versión de Dracula realizada por Mark Gatiss, y el haber empezado a ver a final de año 30 monedas, no he seguido demasiado (aunque no lo comentara en su momento, también vi las aventuras del Bebé Yoda, las catastróficas desdichas que acaecían al Witcher y dejé colgado por aburrimiento a Lovecraft Country).
El cine, en cambio, ha sido bastante habitual en un año en que fue inviable pisar una sala y todas las películas acabaron siendo La película del sábado. Y bastante marcadas por una tendencia hacia cualquier cosa hecha hace más de 25 años. Bien por querer recordar aquellas que había visto hacía muchísimo tiempo, o bien por una especie de nostalgia no reconocida de una época en la que sin saberlo, todo parecía estar bien. Fue el año de revisar Entrevista con el vampiro y ver que sus no muertos melancólicos no eran tan insufribles, al Keanu Reeves pánfilo de Dracula de Coppola y su actitud de "estoy haciendo una película de terror pero artística", de la artesanía y humor de Temblores, el surrealismo de Suspiria, del fantaterror de Pánico en el Transiberiano...e incluso de volver a las tardes, muy lejanas, en la que Louis de Funes conducía hacia la libertad a unos pilotos ingleses un tanto pánfilos en La gran juerga.
Algo parecido pasó con las lecturas. Marzo sirvió para leer piezas de los ochenta a las que en su momento no había prestado demasiada atención. Pude preguntarme cómo no había tenido en cuenta hasta ahora el folk horror de Ceremonias macabras de TED Klein (y preguntarme dónde estará porque el hombre no ha sacado otra cosa), reconciliarme un poco con Dean Koontz gracias a Fantasmas e incluso acercarme a las novelas más populares de escritores que por algún motivo u otro, había dejado de seguir...y con lo que había llegado hasta 2020 sin leer El misterio de Salem´s Lot ni los relatos de Richard Matheson.
Y donde, entre todas las despedidas de personalidades, la más cercana fue la de Marcos Mundstock, quien seguramente esté ahora glosando la biografía de Mastropiero junto a las muecas y actitud desenfadada de Daniel Rabinovich.
Un año donde la impresión de haber estado viviendo en una burbuja también se convirtió en uno de los más movidos, donde después de tres años y medio cargué mis cosas y a un par de gatas que todavía se preguntaban indignadas por qué estaban en un transportín en lugar de en su ventana tomando el sol del Vallés, para cruzar medio país y acabar en un sitio que, si bien sigue sin estar cerca de lo que la Administración me permite, sí tiene la cantidad de lluvia y días grises a la que estaba acostumbrada. Algo que, pese haber solicitado de buen grado, resultó tan caótico, prometedor y desconcertante como la primera salida.
Hace ya dos años que pasamos de esa fecha especial que sería la década, llegamos a los doce en una época muy extraña...solo podemos decir que seguiremos este año que viene.
2 comentarios:
Merece la pena tener un blog sólo por las fotos de gatos :D
¡Enhorabuena y a seguir así!
Un abraoz.
¡Gracias! Desde hace más de diez años seguimos la máxima de Ningna entrada sin gatico.
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