La profecía, un título equivalente a su original y al menos más enigmático que el que tuvo que sufrir El bebé de Rosemary, hace referencia al destino que llegaría a cumplir Damien. Este es en realidad un expósito, un recién nacido (o, dada la naturaleza del cambio, una versión mucho más siniestra de un changeling), quien tuvo la suerte de sustituir al bebé fallecido del embajador de Estados Unidos que solo quería evitar que su mujer sufriera el trauma de la pérdida de su hijo. Tras los primeros años que transcurren con normalidad, su quinto cumpleaños se ve interrumpido por el suicidio de su niñera, quien antes de morir asegura ofrecer su vida como regalo a Damien. Es a partir de entonces cuando una serie de sucesos empiezan a levantar las sospechas de Katherine Thorn, y especialmente de Robert, quien conoce la verdad sobre el origen de su hijo. Los animales de un zoológico, aterrorizados ante la presencia del niño, la crisis de este ante la visión de una iglesia, y sobre todo, la aparición de un sacerdote, quien insiste en conocer la verdadera naturaleza de Damien, hacen que Robert, con la ayuda de un fotógrafo testigo de los accidentes que parecen suceder a todos los que parecen saber algo, comience a investigar y descubra que la muerte de su hijo y la oportuna aparición de un recién nacido huérfano, no hayan sido una coincidencia.
Basada en el libro de David Seltzer, esta resulta una adaptación muy fiel al material original, y también uno de esos casos en los que la película supera en fama y calidad al texto. Este, un best seller correctamente escrito, sirve como origen para una producción en la que consiguen construir la tensión de forma gradual, a partir de un desencadenante antes del cual, la atmósfera y tono podrían corresponderse con un drama familiar. Y que, desde entonces, lo anómalos sucede de forma que este deja de parecer una coincidencia para desembocar directamente en una trama sobrenatural. Acompañado a partir de entonces, con la pieza coral de Jerry Goldsmith que se convertiría en la melodía más recordada de la película.
Además de la realización, esta cuenta con un reparto muy sólido, compuesto de rostros conocidos. Harvey Stephens podrá ser recordado en su papel infantil de Damien, pero es solo una pequeña parte en comparación con el trabajo de Gregory Peck, Lee Remick o David Warner como grupo protagonista. O la interpretación ofrecida por Billie Whitelaw como la siniestra niñera de Damien. Es en los dos primeros, como matrimonio protagonista, sobre quienes recae la tarea de hacer una trama sobre profecías y el anticristo como algo mucho más humano, que pueda resultar inquietante incluso a aquellos a quienes el Diablo no les resulte una figura amenazadora en la película (en mi caso, prefiero que mis antagonistas duerman en algún lugar perdido del Pacífico y que la Humanidad les importe un comino), aportando muchos más matices. No es solo la presencia de lo sobrenatural como algo externo, sino lo que conlleva: la ruptura de la normalidad, la el peligro en el núcleo del hogar e incluso temas bastante controvertidos como el aborto y la depresión postparto, que se tocan de forma muy sutil pero están ahí.
Aunque tanto su reparto como su director siguieran contando con unas carreras de éxito, y Donner fuera también el responsable de Superman y clásicos de los ochenta como Los Goonies o Arma Letal, La profecía, como buena película sobre el diablo, también cuenta con su leyenda negra: accidentes alrededor de su rodaje y tragedias personales pasaron a alimentar cierta fama de película maldita que, como suele pasar con estos casos, puede ser una coincidencia aprovechada posteriormente. Después de todo, Harvey Stephens no tuvo papeles más memorables que el del pequeño Damien y actualmente lleva una vida normal trabajando en el sector inmobiliario…Pensándolo bien, esta última actividad no deja de tener su cariz diabólico.
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