Los noventa, especialmente en su tramo final, no es que brillaran mucho en cuanto a género terrorífico, fantástico u originalidad. Fue una época marcada por los remakes: de series de los sesenta, setenta o de la película que se pusiera a tiro. Pero también parecían empeñados en una cosa: compensar la falta de ideas a base de ordenador. Los efectos digitales se habían convertido en una presencia inevitable en cualquier producción que quisiera resultar atractiva. Especialmente en aquellos remakes, en los que en su día había sido imposible acompañarlos de unos efectos tan llamativos como los que se podían ofrecer actualmente ¿Y qué mejor lugar para ofrecer un desfile de efectos que una historia de casas encantadas?
La casa de la colina encantada es en realidad un antiguo manicomio, cerrado en los años treinta tras un incendio que costó la vida a pacientes y trabajadores por igual, quedando solo unos pocos supervivientes. Han pasado más de sesenta años y el edificio ha permanecido vacío hasta que un magnate de los parques de atracciones decide utilizarlo como sala de fiesta para el cumpleaños de su mujer, con la que mantiene una sana relación de odio-odio y cualquier intento de organizar una velada deriva en un intercambio de trampas: que si ahora te cambio la lista de invitados por otra, que si voy a instalar efectos especiales y convertir la fiesta en una casa del terror…Un cruce de trampas que pasa a un segundo plano cuando pequeñas anomalías empiezan a hacerse visibles: los invitados no son los previstos, pero tampoco ninguno de los elegidos por los organizadores, sino un grupo de desconocidos sin relación aparente entre sí. La maquinaria que regula los cierres de seguridad del edificio se acciona por sí sola, quedándose el grupo encerrado durante toda una noche. Y el actual propietario asegura que el lugar tiene vida propia y hará cualquier cosa por acabar con sus ocupantes.
Estrenada en una época de remakes, el guión elegido para esta nueva versión era el de una película de terror de los cincuenta del mismo nombre y dirigida por William Castle, un especialista en serie B y en montar auténticos espectáculos a la hora de atraer público: en sus pases lo mismo bajaba un esqueleto del techo de la sala, que había una ambulancia a la puerta por los posibles desmayos o hacía firmar una declaración de responsabilidad por los infartos que podrían provocar sus aterradoras películas (sorpresa: no, no daban tanto miedo. Y eran tirando a flojillas. Aunque vistas hoy, son bastante cuquis). Toda una campaña donde lo importante no era tanto la película sino la expectación que podía generar. En la década del 2.000 era difícil que algo así funcionara, pero el remake, en el que estaba implicado el hijo del director original, conservó ese sentido del exceso y del espectáculo de la original, pero de una forma distinta: lejos de pretender ser una producción seria, aterradora o atmosférica, esta es un espectáculo, todo el que podía ser posible con el presupuesto y los efectos especiales que podían permitirse en esos años, que, dadas las limitaciones y el tipo de historia que cuentan, resultan más aprovechados que los excesos del remake de The Haunting que se estrenó ese mismo año.
El guión se resume en un conjunto de clichés propios de la serie b y del suspense, como podían ser estos diez negritos (bueno, cinco) encerrados en una mansión con la promesa de un premio, sin tener claro el por qué han sido elegidos, y un escenario donde han decidido meter todas las cosas que den miedo y giros de guión posibles ¿qué es más aterrador que una mansión embrujada? Un manicomio embrujado y una historia de horribles experimentos médicos ¿Qué resulta más directo que sugerir, y le da al público aquello por lo que ha pagado? Un montón de secuencias de susto con rostros deformados, escenas en blanco y negro y espectros que griten mucho. El resto son un grupo de personajes un tanto intercambiables, salvo las dos parejas protagonistas, los primeros, como los principales inocentes que sobrevivirán a la casa del terror, y los segundos, como el matrimonio interpretado por Geoffrey Rush y Famke Janssen. Donde sorprende ver a un actor con Oscar previo y con otra película presentada a los premios en ese mismo año, olvidarse de toda seriedad interpretativa y ofrecer un registro sobreactuado, excesivo pero adecuado para una película del mismo tono y que parece elegida para pagarse las facturas, sin que eso impida que este lleve a cabo su trabajo de forma efectiva. Y que, hay que reconocerlo, entre los diálogos de serie B y el resto del reparto, es el punto más destacable.
House of Haunted Hill fue la primera de una serie de remakes, o de nuevas versiones, de varias de las películas más conocidas de William Castle. Todas caracterizadas por una duración tirando a breve, por lo vistoso, el sentido del espectáculo visual y por adaptarse a los gustos de un público más acostumbrado a los excesos y a los que ya era posible mostrar escenas más directas. Esta primera producción, en el fondo, no dejaba de ser un entretenimiento, no demasiado elaborado, pero que funcionaba. Después de todo, la casa en la colina encantada original contaba entre sus efectos especiales con un esqueleto de anatomía deambulando por ahí…Y con Vincent Price. Aunque este, en comparación, sigue resultando imbatible.
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