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jueves, 15 de agosto de 2019

El rey León (2019). El ciclo de los live action



De todas las películas que Disney estrenó durante los noventa, sin duda El rey León ha sido el éxito más recordado, hasta el punto de contar con algún reestreno en salas de la animación original y un musical que, además de un éxito, es una de las actividades principales para todos los que pasan un par de días en una ciudad grande. El paso más evidente es que esta también tuviera su versión en imagen real. Aunque esto último, al tratarse de animación por ordenador, no estaría muy claro.


Esta también sigue paso por paso el guión original: la historia de Simba, el león que huye siendo un cachorro tras la muerte de su padre y que debe enfrentarse a la responsabilidad de recuperar el trono de Scar, su tío, el responsable de la muerte de su hermano y de haber desterrado a su sobrino. Una historia que podría resumirse como Shakespeare en África protagonizados por leones, hienas…junto a un jabalí y un suricato que se toman la vida con mucha calma. 


La mayoría de estas adaptaciones pasan por ciertos cambios, muchas derivadas del cambio de mentalidad y actitud como pudo ser el caso de Dumbo, y especialmente, de las variaciones en los personajes femeninos que tienen lugar en cualquier película que incluya “princesas Disney”. Este, quizá por no tratarse de un guión adaptado de un cuento clásico, o por la intemporalidad de sus temas, ha resultado el más parecido, por no decir igual, a la película original. La principal diferencia sería la media hora extra de metraje añadido, repartido entre secuencias de acción y de atmósfera, además de añadir algunos escenarios o dar una mayor profundidad a determinadas situaciones. La segunda, sería un tono mucho más adulto en comparación con los dibujos estrenados en 1.994 (y eso que, la muerte de Mufasa, junto a la madre de Bambi, es uno de los mayores logros de Disney en cuanto a acercar el concepto a los niños). Algo muy estudiado en relación a su público: los niños que fueron a ver los dibujos las navidades de ese año, son los adultos que este verano acuden al cine a encontrarse con la misma historia. Y a esta es a la que hay que agradecer el que pueda adaptarse con la misma facilidad a un musical para niños, que el completar el Hakuna Matata de Timon y Pumba con una particular filosofía nihilista. O, especialmente, el dotar a las hienas, antes poco menos que secundarios grotescos, de una jerarquía convirtiéndose en unos rivales a la altura y no en los secuaces del antagonista.

En este caso, esta versión no se trataría tanto de imagen real, imposible habiendo conservado a los protagonistas y el entorno, sino de una de las infografías más perfeccionadas que han podido verse. Tanto, que han sido capaces de recrear la selva, el desierto, los barrancos y el agua con un nivel de detalle que hace que ya no parezca un alarde de medios técnicos para asombrar al público, sino un reflejo de la realidad. Sin duda, el mayor logro han sido los personajes: lejos de conservar el diseño un tanto irreal de los dibujos animados, optan por seguir la idea de realidad y reproducir, punto por punto, un animal vivo, que se mueve como tal…pero que vocaliza para pronunciar sus frases. Y que, pese a recurrir a un estilo hiperrealista, han conseguido evitar el efecto “uncanny valley” que se da incluso en producciones grandes como pudo ser el caso de los personajes humanos de Shrek o incluso algunas secuencias de Will Smith caracterizado como Genio de la lámpara.


Pese a llevar los últimos años estrenando dos y hasta tres remakes, porque lo de live action no deja de ser una forma de llamarle a lo mismo, esta vez Disney lo ha conseguido: El rey León se ha vuelto a convertir en uno de los mayores éxitos de la productora. Sigue permaneciendo la misma sensación, propia de todas estas versiones realizadas en los últimos años, de si realmente era necesario, y más en este caso, cuando un guión tan redondo y unos números musicales hacen que los dibujos originales sigan siendo igual de válidos. Aunque esta vez, el resultado ha sido suficiente como para, durante dos horas, olvidar esa parte del sentido común y disfrutar de la película. 

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