Hubo un tiempo en el que ver películas
de superhéroes era una quimera. La saga de Superman había sido
enterrada hacía años, Marvel tenía muy poco futuro con algún que
otro intento y gracias al Batman de Tim Burton, DC parecía que iba a
llevar la voz cantante. Era una época en la que parecía imposible
trasladar a la pantalla los efectos visuales necesarios para un
Spiderman, y llevar a cabo un proyecto como Los vengadores,
impensable, pero también suponía la oportunidad de hacer algo
distinto ¿Y si a partir de la estructura y del lenguaje del comic se
pudiera crear un personaje con esas carcterísticas, pero sin más
trasfondo que el cinematográfico? La idea se le ocurrió a Sam
Raimi, quien hacía unos años, había tenido una ocurrencia igual de
marciana: guionizar la sangrienta historia de un grupo de jóvenes
atrapados por fuerzas diabólicas en una cabaña. No contento con
ser el padre de Ash Williams, Raimi decidió dar el salto y crear su
propio superhéroe.
Darkman no es otro que Peyton Westlake,
un desafortunado científico ue se cruza en el caminoi de un
empresario corrupto y una banda de mafiosos. Es un poco difícil
imaginar que enlace hay entre una trama de corrupción urbanística y
un proyecto para desarrollar una piel sintética que ayudaría a las
víctimas de quemaduras, pero en la ficción los científicos
apocados, los accidentes mortales y los malvados tienden a acabar
juntos y revueltos. Dado por muerto, horriblemente desfigurado y
alterado por un tratamiento experimental, en el que su capacidad
sensorial fue eliminada para poder soportar el dolor de las lesiones,
Peyton regresa a las ruinas de su laboratorio tras experimentar un
cambio más allá del daño físico: la falta de sensibilidad viene
acompañada de una sobreproducción de adrenalina, que le proporciona
mayor velocidad y fuerza que a una persona corriente. Pero también
una escasa estabilidad mental. La justa para poder recuperar sus
estudios en el laboratorio y aprovechar la posibilidad de recrear el
rostro de cualquier persona para vengarse de sus asesinos y proteger
a su prometida.
El intento de Sam Raimi por crear su
propio superhéroe funcionó, incluso con un reparto tan inverosimil
como un Liam Neeson cubierto hasta arriba de maquillaje y vendas, y
Frances McDormand en el papel de su prometida. Unos actores que ni
dan el pego a nivel de preparación física en el tipo de cine que se
haría con posterioridad, ni tampoco encajarían demasiado en los
cánones de atractivo posterior, pero que defienden sus papeles con
un talento y una escritura sólida en un guión que todavía conserva
mucho del estilo que mostró en la trilogía de Posesión infernal:
primeros planos llenos de giros y expresiones desquiciadas, escenas
de acción cuya violencia se acerca más al dibujo animado que al
realismo, y momentos de humor negro inesperados acompañados de un
montaje vertiginoso en algunos momentos, pero también más calmado y
pensado para ofrecer una producción a un público más amplio y una
distribución mayor.
La historia y el personaje como tal,
tenían vocación de cómic. Pero esta estaba todavía lejos de los
superhéroes al uso y más cerca de un estilo más oscuro, quizá más
similar a los personajes pulp, y un poco a los tebeos de terror. Su
protagonista tiene menos que ver con poderes inverosímiles y más
con algunas nociones científicas, tomadas un poco con pinzas, que lo
convierten en alguien por encima de la media, pero también con unas
limitaciones al mismo nivel: si bien la incapacidad de sentir dolor
le hace actuar de forma más temeraria, eso último también lo
convierte en un personaje inestable, con menos autocontrol y que a
causa de su aspecto físico, se ve obligado a vivir al margen de la
sociedad. No es una situación nueva, después de conocer a Hulk o,
por buscar una referencia más parecida, a La criatura del pantano,
pero este está bien construido, es carismático y da pie a posibles
historias posteriores. Aunque en algún momento, sea precisamente esa
intención de crear un personaje de comic la que juega en su contra:
el punto de partida, entre científico, mafiosos y trama que los
vincula está tan traida por los pelos que uno no puede evitar pensar
que es toda una coincidencia que, en una ciudad tan grande acabaran
todos estos personajes coincidiendo con las mismas personas.
Pese a los medios de los que dispone,
la realización todavía conserva un estilo muy artesano visible en
la caracterización de su protagonista, que si bien durante la mayor
parte del tiempo se oculta mediante un vestuario que acabará
convirtiéndose en algo así como en una seña de identidad (un
sombrero, vendas y el abrigo con capa. Para haber salido corriendo de
un hospital ha tenido bastante suerte a la hora de encontrarse
prendas desperdigadas), acaba siendo revelado mostrando un trabajo de
maquillaje que recuerda un poco a personajes marcados como El
fantasma de la ópera, y directamente, al Doctor Phibes de Vincent
Price. Con el maquillaje, efectos prácticos muy eficientes y algún
chroma que es inevitable que se acabe notando, conviven también con
los primeros efectos digitales que, bueno, es una suerte que se
limiten a mostrar unas imágenes en 3d bastante visibles cuando el
msdos en los ordenadores era algo habitual.
Con el estreno de Darkman quedaban muy lejos todavía las películas de superhéroes, y sobre todo, las que después se denominarían historias de origen y que se convertirían en algo habitual a la hora de crear una franquicia. Pero a fin de cuentas, Raimi, unos doce años antes de ponerse a dirigir Spiderman, es lo que consiguió llevar a cabo: contar algo que recordara a, sin tirar unicamente de guiños e influencias, e incluso abrir una puerta de cara a la continuación de un personaje que, en cambio, se quedó unicamente en dos secuelas directas a vídeo.
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