El pasado sábado se emitió el final
de la décima temporada del Doctor Who. Décima, si tenemos solo en
cuenta su regreso en el 2005, claro. Una temporada que marcaba
también dos despedidas: la de Peter Capaldi como duodécimo Doctor y
la de Steve Moffat como responsable de la serie. A quienes echaré en
falta dado que el primero ha sido mi doctor preferido de toda la
etapa nueva, superando a Christopher Eccleston, y el segundo, le ha
dado a la serie un estilo que me gustó muchísimo más que el
planteado por Russell T. Davies: quizá menos capaz de cerrar todas y
cada una de las tramas y detalles minúsculos que aparecen en cada
capítulo, pero también más dada al fantástico, a mostrar lo
imposible, y por qué no, a lo macabro. Una parte del mundo del
Doctor visto por Moffat daba miedo, y ahí estaban los Ángeles, los
Silence y los Monjes para demostrarlo.
Esta temporada ha venido marcada por la
impresión de ser un comienzo, casi un reboot de las anteriores. Si
el especial de Navidad se presentaba a un Doctor en el que Clara
Oswald había quedado atrás, y que ahora estaba presente su
condición de viudo de River Song (bastante curioso que la relación
entre ambos quede fuera de pantalla. David Tennant la conoció por
primera vez, Matt Smith se pasó media temporada huyendo de ella y
Capaldi parece haber sido su verdadero cónyuge), entre la emisión
del 25 de diciembre y el primer capítulo de la temporada parecían
haber tenido lugar sucesos bastante importantes. Lo bastante como
para que el doctor se haya recluido durante décadas en la tierra,
como profesor de una universidad, acompañado por Nardole, el antiguo
empleado de River, quien ahora le hace las veces de asistente,
acompañante sin viajes y de vigilante en la tarea que ahora el
doctor se ha encomendado: guardar una cámara, de la que solo se sabe
que parece haber algo peligroso, pero por lo que él siente un
profundo respeto. Es Bill Potts, la trabajadora de la cafetería
universitaria, quien lo anima, una vez más y para disgusto de
Nardole, a retomar desde cero sus viajes. Sin ningún objetivo en
concreto, sin ninguna trama pendiente y sin ningún enigma más allá
del que ambos encuentran en cada viaje que realizan. Que serán
suficientes como para encontrar todo tipo de criaturas, desde
alienígenas en el Londres victoriano, hasta una raza capaz de
alterar la memoria de toda la humanidad e incluso desvelar qué es lo
que se esconde en la cámara que el Doctor guarda.
Es curioso que para ser el final de una
etapa, la impresión que de el primer capítulo de la temporada sea
la de comenzar una historia: con un Doctor asentado en un escenario
concreto, y la presentación de la acompañante nueva, se repasan una
vez más los giros y características de la serie y personajes, de
forma que al público que los conoce no molesta, aunque quizá lo
desconcierte un poco, y sirva para que los espectadores nuevos vayan
familiarizándose con una serie que, a fin de cuentas, en su etapa
nueva lleva ya doce años en emisión. Y que probablemente también
sirva para hacerles llegar en menos tiempo uno de los eventos más
propios del personaje, como es la idea de la regeneración de este y
la aparición de un nuevo doctor. La intención se nota ya desde que
aparece en pantalla el título de ese episodio, nada menos que
“piloto”, en referencia tanto a la trama como al estreno de una
serie nueva. Esta presentación se hace también con bastantes guiños
y bromas a los tópicos de la historia, que el personaje de Bill se
encarga de desmontar: la referencia al título de “Doctor Who”,
al funcionamiento de la Tardis, a la aparición de determinados
enemigos, se plantean con ella de una forma que el público
seguramente ha pensado muchas veces.
La nueva acompañante supone también
separarse de las características de las anteriores: Amy Pond fue la
Chica que Esperó, Clara Oswald la Chica Imposible, todas ellas con
un objetivo concreto en la trama que, una vez resuelto, hacía un
poco difícil ubicarlas. Bill, simplemente, es un personaje
cualquiera, bastante más cercano a Rose Tyler, y que se acerca al
Doctor también de una forma muy parecida. Y aunque esta sea la
compañera principal, Nardole también tiene un papel importante: si
bien durante los primeros capítulos tiene mucha menos presencia,
limitándose a ser una especie de nexo entre el escenario principal y
la Tardis, acaba convirtiéndose en un habitual en la segunda mitad
de la temporada, y aportando un elemento mucho más divertido que el
perfil habitual de compañeros: muy lejos del estereotipo de “joven
atractiva” de los últimos doce años, cuenta con un conocimiento
del Doctor y su entorno que supone una ventaja respecto a otros
personajes, además de una vis cómica muy adecuada. Nunca me había
convencido Matt Lucas como comediante, quizá porque Little Britain
tenía mucha sal gruesa, pero su Nardole es un protagonista de lo más
gruñón y entrañable.
También se ha notado la evolución que
el Doctor de Capaldi ha sufrido en estos años: frente al personaje
más distante, sin apenas empatía de su primera aparición, pasando
por alguien que intentaba separarse ante todo de sus versiones
anteriores, caracterizado por su guitarra y sus gafas de sol (a veces
casi parecía que estaba sufriendo una crisis de madurez) a
convertirse en un Doctor como tal, alguien que ante todo, es capaz de
sacrificarse por un bien común, sea cual sea, y mucho más compasívo
que el de sus primeras apariciones. Pese a haber tenido menos tiempo
que los actores anteriores, en el duodécimo doctor ha sido mucho más
evidente su evolución como personaje.
Ahora dan risa, pero en el capítulo es otra cosa.
Los guiones, en cambio, esta temporada
han sido un poco irregulares: generalmente con Doctor Who soy muy
poco objetiva porque es una serie que me ha acompañado durante
muchos años, a la que le tengo un gran cariño, y a la que incluso
el capítulo más pasarratos o más flojo me entretiene. Pero en este
caso, a menudo se hace evidente que dependen demasiado de ciertos
estereotipos: los enemigos más peligrosos se borran de un plumazo
mediante una solución que resulta un poco deus ex machina, donde es
el carácter o la fortaleza mental de los compañeros del doctor los
que salvan el día de una forma que resulta un poco increible. Sobre
todo, cuando dedican tiempo a crear unos enemigos con cierta
complejidad y que en apariencia, eran lo peor que el Doctor se había
encontrado: el caso de los Monjes, salvo una apariencia que
seguramente le provoque pesadillas a la próxima generación de
niños, se ha quedado en una anécdota. Al final parece que hay que
volver a los clásicos, y es en este caso cuando aciertan de pleno.
Porque si enemigos como los cybermen habían tenido ya su
actualización hace algunos años, ahora Moffat ha sido capaz de
rizar el rizo y recuperar a los originales, en aspecto y
características: nada menos que los cybermen de los primeros años,
con un disfraz tan simple como un pasamontañas y un colador en la
cabeza (lo que venía a ser el Doctor Who que conocíamos antes de
2005) se convierten aquí en un material de pesadilla, donde a lo
cutre de su aspecto se le da una explicación viable, convirtiéndolos
en algo aterrador, y donde se desarrolla el final de temporada que el
Doctor merecía.
El final llega retrasando lo que se ha
especulado desde la noticia de la despedida de Capaldi: el próximo
Doctor sigue siendo un misterio hasta el próximo especial de navidad
y despedida definitiva de este y Moffat. Donde ha habido un montón
de referencias a la hipótesis regenerarse en una mujer (desde
Missy, la nueva versión del Master, hasta que el propio doctor
comente que fue vestal en la antigua Roma) y que en realidad, más
que un final, es un cliffhanger de cara al cierre de la etapa, que,
al menos, promete ser una vuelta de tuerca a un tema que si bien en
la etapa clásica era un evento habitual, en la nueva se quedó
unicamente como parte del especial del 50 aniversario: el encontrarse
dos o más encarnaciones distintas del doctor en un mismo momento. Y,
si bien estas no solían funcionar todo lo bien que deberían, siendo
más un evento para los fans que otra cosa, en este caso resulta más
prometedora: el Doctor, rebelándose una vez más contra su
condición, contra el hecho de regenerarse y contra lo que es, se
encuentra a sí mismo. Pero literalmente.
2 comentarios:
Yo no soy muy Capaldi, guardo mejor recuerdo de Tennat y Smith.
Pero ha tenido buenos episodios.
Los dos últimos de esta temporada han sido los mejores de la misma.
Y bueno, El Amo volverá pues Missy sabía que su antedecesor la mataría y estaba preparada para ello, vete a saber en que se reencarna.
Y a ver que sorpresas nos tienen preparadas.
Capaldi ha sido mi preferido, aunque la etapa de Smith previa también me había gustado mucho. En el caso de este y Tennant, no sentí su marcha porque consideré que su etapa estaba finalizada, aunque con Capaldi me hubiera gustado una temporada más para perfilarlo.
Y efectivamente, los dos capítulos son muy buenos: hay que tener mucho arte para recuperar a los cybermen originales y convertirlos en una criatura tan inquietante como las que se ven en el hospital.
Por otro lado, menudo truco más sucio quedarnos compuestos y sin conocer al siguiente Doctor.
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