Junto a los payasos, los muñecos son uno de los elementos
que sin tener al principio intención terrorífica, más aparecen con ese fin en
el cine de terror. Especialmente, los de porcelana, quizá porque su
inexpresividad siempre es algo inquietante. Pensándolo friamente, algo que no
pasa del medio metro en el mejor de los casos, no debería dar tanto miedo, pero
a menudo basta con que ese juguete que nunca ha hecho gracia parezca haberse
movido de su sitio para que empiece a parecer que algo raro pasa.
Precisamente en The Boy sale un muñeco. Uno que se mueve
bastante (fuera de cámara al menos) y que casi es un personaje más. En
concreto, es el niño para el que una joven americana ha sido contratada como niñera
en una apartada mansión inglesa. Esta, desconcertada al principio ante un
matrimonio que cuida a un muñeco de porcelana como si fuera su hijo verdadero,
acepta el trabajo como una forma de empezar de nuevo.El sueldo es bueno y su
trabajo queda muy lejos de su hogar y su antigua pareja, un maltratador de
manual. Además, uno de los vecinos le explica el motivo del extraño
comportamiento de sus jefes: su hijo falleció hace veinte años, pérdida de la
que no se han recuperado y que ella comprende perfectamente. Sin contar al
supuesto niño del que cuida, ella se encuentra sola en casa, pero los objetos
que desaparecen, los pasos, las voces que la llaman e incluso el muñeco que
parece desplazarse sin explicación lógica, le hacen pensar que tal vez esté ahí
para cuidar de alguien.
La película reúne practicamente todos los elementos propios
de la serie B: escenario limitado, personajes contados, golpes de efecto,
estereotipos, giros inesperados, e incluso un final un tanto abierto, como si
fuera un guiño a una posible secuela. Elementos que en realidad, están muy bien
empleados en todo momento. No hay novedades pero sí eficacia a la hora de
contar la historia. Los personajes resultan al menos creíbles, o coherentes
dentro de lo que pasa. Y es que en ningún caso sucede nada que resulte
exagerado, incluso con la presencia, bastante breve, del matrimonio que
contrata a la protagonista: resultan, como mucho, extraños y un tanto tristes,
pero no siniestros ni caricaturescos. Esta coherencia se mantiene durante casi
todo el metraje gracias al papel de Lauren Cohan, que ahora, en vez de matar
zombies junto a Glenn, se hace niñera, y quien resulta muy cercana. Esta cuenta
con un trasfondo creíble, que le aporta bastante veracidad a casi todas sus
reacciones: desde quedarse en un trabajo un poco extraño hasta la facilidad con
la que acepta la posibilidad de lo sobrenatural, comprensible en un personaje
que ha perdido un hijo.
El muñeco casi puede considerarse otro personaje más. Y es
todo un logro que se le pueda dar personalidad e incluso expresividad, a algo
que no se mueve: aparentemente, la cara de este siempre es la misma (una cabeza
de porcelana a ratos plácida, y a ratos, anodina), pero que con el juego de
luces adecuado parece cambiar de una expresión triste a otra enfadada, a otra más amable…en cierto modo, al mismo
tiempo que la protagonista cambia su actitud y emociones. Además, en todo
momento evitan la sensación de terror o amenaza: más bien se trata de una
historia de suspense y no de terror, donde lo que predomina son las medias
verdades y la idea que puede hacerse el público con lo que los personajes
cuentan. Que no es demasiado: algunos rumores, y la información justa para
saber que hay algo que no es normal. De hecho, en ningún momento se llega a
hablar abiertamente del pasado del niño, todavía muy pequeño, y su personalidad
queda unicamente resumido con la palabra “raro”, sin que quieran implicar
abiertamente algo truculento o macabro.
Los escenarios no son una parte demasiado importante en el
conjunto, pero sí algo que emplean de forma efectiva: han recurrido a una
atmósfera lo más clásica posible, donde no falta una mansión victoriana llena
de antigüedades, donde el realismo queda un poco de lado para ofrecer una
atmósfera más clásica: si bien se trata de un niño que falleció hace veinte
años, los juguetes y los objetos de la casa parecen de hace sesenta (echando
cuentas, sería a mediados de los noventa, lo que lo hace todavía más anacrónico). Un poco extraño, pero
disculpable al tener en cuenta toda la idea sobre lo extraño y fuera de lugar
que pretenden, y consiguen, transmitir.
Aunque todos los elementos de serie B sean su mayor ventaja,
el recurrir tanto a estos estereotipos hace también que se hayan quedado con
los peores. No faltan los tópicos con sustos que resultan ser pesadillas, no
tan evidentes como en The Forest, pero no eran necesarios. Hay momentos un
tanto absurdos, como el que la protagonista suba a investigar un desván recién
salida de la ducha, y sin más atuendo que una toalla. Y que, a estas alturas,
es muy difícil creerse lo de la falta de cobertura: cuando se pueden recibir
llamadas desde cualquier camino de cabras, habrá que ir aceptando los móviles
como un elemento más en los guiones de terror.
Aunque un muñeco y una mansión antigua tengan bastantes
papeletas para salir en unan película de terror, con The Boy se opta por el
suspense. Y por un estilo más sencillo, lejos de efectos especiales, y al menos
en su mayor parte, de los sustos fáciles. Quizá por eso pueda considerarse una película
muy de domingo por la tarde, pero al menos, dentro de este campo, resulta muy
efectiva y no se olvida en un par de horas.
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