A James Wan hay que reconocerle una cosa: sabe como hacer
cine de terror efectivo. Desde inaugurar una saga de asesinatos retorcidos como
Saw, hasta sacar exitosamente dos más sobre fantasmas. Incluso en obras un poco
fallidas, como Dead Silence, sus películas de corte sobrenatural se salvan
gracias a manejar muy bien una estética que remite a todos los arquetipos del
género, y que tanto en Insidious como Expediente Warren consolidó con un
panorama mucho más inquietante que el habitual entonces en estas producciones,
gracias a sus escenarios oscuros y todo
tipo de elementos potencialmente macabros. Es en esta última, donde sus
protagonistas, un matrimonio de investigadores de lo paranormal basados en personas reales, resultaban
bastante carismáticos y sus archivos tenían material suficiente como para
inspirar varias entregas.
El caso Enfield es una investigación de los Warren posterior
lo sucedido en uno de sus casos más famosos. Amityville les ha supuesto cierto
renombre en los medios, pero también las
críticas de los más escépticos. Lorraine se plantea abandonar su trabajo como
investigadora tras las visiones sufridas en esa mansión, que le han hecho temer
por la vida de su marido. Pero en Londres tiene lugar uno de los casos más
conocidos de la década: en una casa de Enfield, la hija menor de una familia
está siendo acosada por un poltergeist, que se identifica como el anterior
dueño. Pero la violencia de los fenómenos hacen sospechar que la explicación,
pese a seguir siendo sobrenatural, pueda deberse a una presencia demoniaca y no
solo un fantasma. Algo a lo que el matrimonio de investigadores se ha
enfrentado previamente, y a los que se les solicita que comprueben como paso
previo a una actuación formal de la iglesia.
La estructura de la película es similar a la de la anterior entrega: los problemas y dudas, sobrenaturales o no, de los protagonistas, transcurren de forma paralela durante la primera parte, hasta el momento en que estos confluyen en la trama sobre la investigación. Pero esta vez los Warren son ya unos personajes conocidos y se les dedica menos tiempo que a desarrollar la trama de Enfield. Esta parte se hace un poco larga, especialmente por la simpatía que tengo a los protagonistas. Estos son sencillamente entrañables, un poco personajes sin mácula y sin más defectos que unos poquitos miedos. Tan intachables que se nota que han sido aprobados por la señora Warren y sus herederos, y donde no faltan los momentos abnegados por su parte: se preocupan por la familia aterrorizada, les hacen una velada familiar y hasta les arreglan el fregadero y la lavadora. Vamos, es que hasta dan ganas de que se te venga un fantasma por casa solo por que te hagan una visita. Pero esto se compensa por la interpretación de Patrick Wilson y Vera Farmiga, que también dotan a sus personajes de mucho sentido del humor y donde se acepta con facilidad su actitud un poco cándida.
En un principio, el tiempo que se toman para presentar el
caso de Enfield es necesario, al tener también una mayor carga personal: la
familia desestructurada, los miedos, y especialmente, la tensión que se va
construyendo en una casa de aspecto desvencijado y sucio, funcionan tan bien
como en la primera parte. No es necesario un caserón anticuado, sino que un
sótano polvoriento o algo tan simple como un camión de juguete que se mueve en
plena noche sirven para poner en alerta de unos sustos que no son engañosos: en
cada sombra puede haber algo, que puede acabarse mostrando acompañado por una
música un tanto estridente, pero sin el mal truco de subir el volumen o el
manido “es un gato saltando”. Solo en algún momento se juega un poco con lo que
el público espera encontrar, con un par de giros bastante hábiles. Al menos, la
mayor parte del tiempo: al cabo de un tiempo va quedando claro el modus operandi
de los fantasmas de James Wan, provocar un infarto y echarle las manos al
cuello de alguien.
Si la primera entrega sirvió para presentar a los Warren,
mientras que el caso era una revisión tirando a clásica de las casas
encantadas, aquí el personaje más memorable es el fantasma, al menos uno: una
monja de aspecto cadavérico que, pese a tener un papel relevante, ha tenido
suficiente impacto como para que se le garantice un spin off . Pero esta
también hace que otras criaturas, igual de fascinantes, parezcan un poco
secundarias pese a contar con un diseño muy cuidado, como es el caso de El
hombre torcido, con menos presencia pero igual o más aterrador que la monja
anterior. Además, esta al principio me daba bastante miedo. Después me di
cuenta que se parecía a Marilyn Manson y le perdí el respeto.
El caso Enfield ha resultado una secuela muy digna y una
historia de terror tan buena como su predecesora, aunque con un par de puntos
negativos. Se incide mucho más en los hechos reales y en los datos que
sirvieron de inspiración al guión, de forma que en los primeros momentos parecen
de un estilo más documental que una
producción de terror. Y la media hora que ha ganado se nota un poco, resultando
a veces más pausada de lo que debería. Especialmente al incluir una secuencia
destinada a describir de una forma general la Inglaterra del 77 con imágenes de
archivo…y en este caso, la señora Tatcher impone bastante más respeto que
cualquier fantasma.
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