En el 2000 el estreno de El señor de los anillos aún quedaba
lejos, pero se había generado mucha expectación. Parecía un buen momento para adelantarse con una
película del estilo, no tan ambiciosa pero que atrajera a un público con ganas
de elfos y dragones. Y más si el proyecto venía acompañado de un nombre quizá
no tan mítico como Tolkien, pero igual de reconocible entre los espectadores
potenciales: Dungeons and Dragons, un juego de rol de fantasía del que, tras
las noticias, sus fans se preguntaban cual de sus versiones adaptarían ¿Sería
Reinos Olvidados? ¿Quizá la Dragonlance, una de las más populares? ¿O quizá
retomarían la serie de dibujos con la que muchos descubrieron la espada y
brujería?
El guión que llevaría la franquicia a la pantalla optaba por
el escenario más genérico de todos los disponibles (esto es, dragones y
creaciones propias de D&D a puntapala), para como ambientación de una historia escrita específicamente para el
cine. En ella, el imperio de Izmir se veía amenazado por el malvado Profion, un
mago que no contento con pertenecer a la clase dominante, pretendía, al igual
que Iznoguz y todo villano que se precie, ser emperador en lugar de la
emperatriz. Pero en un mundo donde los dragones circulan a placer, un golpe de
estado es un poco complicado si no se tiene a mano algún artefacto mágico, que
generalmente, está perdido en alguna mazmorra olvidada. En este caso, un cetro
que le permitirá controlar a los dragones y derrocar a la emperatriz. Pero un
variopinto grupo formado por una aprendiz de mago, dos ladrones, un enano y una
elfa, unidos por distintos motivos intentará impedírselo y proteger a los
habitantes del imperio.
Con el guión no se puede decir que se complicaran mucho, porque reúne una gran cantidad de tópicos. En cambio, se las podrían haber arreglado bien de haber tratado este con la combinación adecuada de aventuras, humor y dramatismo. O de contar con unos personajes por los que el público sintiera simpatía. En su lugar, este se limitó a ser una colección de tópicos y escenarios sacados de los estereotipos del juego: castillos, tabernas varias, calles, unos cuantos monstruos por ahí que los jugadores reconocerían y una colección de personajes que venían a representar los arquetipos más populares. Pero en realidad era el menor de los problemas: porque, en su totalidad, en sus diálogos y en su resolución es malo hasta para los estándares que pueden verse hoy en las producciones de The Asylum, y muchísimo más para una película que fue estrenada en el cine con cierta promoción. No solo por la falta de interés del mundo que describe, una mera excusa para poder sacar dragones y cosas fantásticas, ni por la forma de avanzar concebida como una sucesión de escenarios (quizá muy similar a una partida. Algo que en papel puede sonar bien, pero a la hora de rodar, se nota la torpeza), sino especialmente por los diálogos. Unas conversaciones donde los personajes quedan convertidos en clichés, donde lo cómico no es gracioso y lo dramático resulta ridículo. No se puede culpar de esta falta de credibilidad a los actores, que también tienen su parte, porque con muchas de las líneas que suenan ahí, poco importaría tener a Ian Mackellen recitando.
El reparto también está a la altura, con lo que esto
implica: hasta los figurantes y los extras son malos. Estos no parecen tener
muy claro cómo comportarse en una secuencia general, y los actores principales
no hay quien se los crea. Además, no ayuda mucho que una gran parte de la
película le corresponda a Marlon Wayans, que se limita a hacer lo que sabe:
pegar grititos, dar saltos y poner caras aparentemente graciosas. Que igual
para Scary Movie funcionaba, pero aquí hace que cualquier atisbo de
respetabilidad que quisieran tener salte por los aires. Pero lo que duele aquí
no es el alivio cómico interpretado por Wayans. Ni la aparición muy breve de
Tom Baker haciendo de rey de los elfos o algo por el estilo. Ni a la entonces
prometedora Thora Birch disfrazada de princesa. Es el papel de Jeremy Irons el
que hace que al público se le caiga el alma a los pies. Sobreactuado hasta lo
imposible, intenta interactuar como puede con los efectos digitales y ofrecer
en cada una de sus secuencias la interpretación más pasada de vueltas que pueda
salirle. Algunos actores, cuando se limitan a salir por cobrar un cheque
parecen un tanto desganados. En su caso casi habría sido preferible.
El aspecto técnico era bastante razonable para la época y el
presupuesto, pero la infografía es un sistema donde el paso del tiempo se hace
demasiado evidente: en este caso, se notan a la legua las secuencias creadas
por ordenador y los dragones resultan muy cutres. Como por desgracia, el resto
de la producción: el aspecto falso, de decorado, se hace bastante evidente. Y
si bien el diseño de los vestuarios es adecuado, la iluminación hace que se
note demasiado lo artificial, quedando también un aspecto de cosplay. Y el que
incluyeran elementos tan inexplicables como un personaje con los labios
pintados de azul sin razón fue también uno de los detalles más sonados. Pero en
este caso, lo peor es también las caracterizaciones de los protagonistas. No
solo por el aspecto evidente del atrezzo, sino por algo tan simple como el que
el enano tenga la misma estatura que un varón adulto medio.
Dungeons & Dragons fue una decepción de las grandes. A
una película que sencillamente solo se le puede calificar de mala, se le suman
las críticas de los fans del juego, quienes sabían que en la franquicia había
material suficiente para una producción mucho mejor. Y durante algún tiempo se
rumoreó que se produciría otra nueva, en condiciones. Salvo que en su lugar
vinieron dos secuelas, directas a vídeo, y con los valores de producción que
podían esperarse en esas condiciones. Al menos, comparada con estas, esta
primera parte funciona bastante bien como comedia involuntaria. O al menos yo,
en cuanto la encontré el sábado en la tele, acabé quedándome a verla, a
disfrutar de lo lindo cuando se cargan a Marlon Wayans y a echarme las manos a
la cabeza cada vez que Jeremy Irons abría la boca.
2 comentarios:
Recuerdo que el tráiler de la película incluía todas las mejores escenas de batallas con los dragones. Después de salir del cine la sensación que tuve fue de estafa, y grande. Decepción grande.
En el cine los efectos especiales me parecieron bastante potables (entre que no era demasiado exigente, y que por la época ya nos podían poner al clip del Office en la pantalla, que como fuera hecho por ordenador, alucinábamos..). Tras verla en casa estos días, solo podía pensar que algún guionistas tenía que estar muy borracho, o muy desesperado para escribir esos diálogos y esa historia.
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